UNA NAVE INTERGALÁCTICA
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Por Alejandra Correas Vázquez


Mi gran amigo y poeta indio Romilio Riberos , proporcionábame paseos insólitos con algún motivo especial que se definía recién al concluir el mismo. No había que preguntarlo, había que vivirlo.

Como aquella noche cuando apareció en un espacioso auto junto a un viajero procedente de Québec (Tito Curuchet), con quien amenizamos en buena empatía dentro de esa agradable tertulia bohemia que iba a durar dos jornadas ininterrumpidas. El recién llegado era un joven cordobés muy intelectual, tal como Romilio, lo más europeo posible (como eran todos sus amigos)… lo menos indio posible, como eran todos los amigos de mi “hermano indio”.
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Vinieron ambos a visitarme hacia la puesta del sol y nos fuimos los tres juntos en ese amplio vehículo, para disfrutar de una parrillada criolla en la Ruta 9 ..¡No íbamos a dormir por 48 hs!... Ni habría tampoco forma de desatender el jugoso diálogo de estos dos intelectuales llenos de vivencias propias, ideas originales, lecturas vívidas y observaciones pensadas. Ignoro cuál era mi intervención allí, pero estaban contentos conmigo.

La noche avanzaba y la conversación volvíase más medulosa. Luego de cenar recorrimos el Parque Sarmiento lindero a la Ruta 9 que lo separa del centro citadino, bordeamos el Coniferal cargado de rosas multicolores, y pasamos junto al Zoológico con sus grandes barrancones donde se amodorran los tigres, los pumas y los leones.

Estábamos los tres cautivados por esa paz nocturnal y sin tráfico, por esa plenitud conservada dentro de aquel lugar especial y selvático erigido en medio de la ciudad… puro aún, a pesar del avance mecánico del siglo.

Y en algún momento al pasar la medianoche, salimos hacia los caminos. Un manto de niebla fue cubriendo nuestra visión, pues el invierno cordobés habíase posesionado de todos : Los noctámbulos que permanecíamos despiertos o los burgueses durmientes arropados en sus domicilios.

Las nevadas serranas parecían extenderse hacia los valles y los copos se derretían en el vidrio de nuestras ventanillas. Un vacío total nos rodeaba, mientras nosotros seguíamos avanzando en un diálogo permanente y sin horario. Cuando el auto era detenido para limpiar el visor, el motor helábase por la escarcha nocturna sumada a la densa niebla cordobesa e invernal. Y para evitarlo. el automóvil tenía que continuar andando por cualquier lado de la provincia.

La provincia de Córdoba no es pequeña, pero en dos días de recorrer kilómetros, se la atraviesa. Se cambian los paisajes, se los recorre, se los combina y se retorna a ellos. El sol al iluminar el campo helado con espejos de escarcha, encandilaba los ojos reforzando el juego de la naturaleza. Los diálogos volvíanse por inspiración del ambiente, más imaginativos y pictóricos.

La Pachamama nos abrigaba con su fuerza de diosa, en esos momentos de helada, cual protectora vital o diseñadora de caminos cordobeses.

Por momentos dormíamos en el auto. Pero como yo tenía el asiento de atrás para mí sola, podía descansar más cómoda que ellos. Mis acompañantes hacían caso omiso del frío escarchado que nos rodeaba, acostumbrados como estaban : el uno a las nieves serranas del Uritorco y el otro a las nevadas del Québec. Así entre marchas y retrocesos no queriendo salir de la provincia, nos encontramos 48 hs. después en plena sierra abrupta, sobre un camino de tierra muy pedregoso, donde las ruedas del automóvil parecían rugir desesperadas.

Y allí, el poeta e intelectual indio, nuestro querido Romilio (quien era por cierto el Cicerone de aquella insólita ruta) nos señaló una cresta rojiza diciéndonos:

——Se llama “Los Terrones”. Allá arriba mi madre siendo una joven pastora de dieciséis años, antes de que yo naciera, vio un “ómnibus” muy largo asentado allí donde no es posible subir sino escalando, posado durante semanas sobre esas crestas de greda roja. Ella estaba aquí abajo donde nosotros estamos ahora, cuidando sus cabras... ¡Era una jovencita de 16 años que contemplaba un “cigarro volador” y en el pueblo de “Capilla del Monte” nadie le creía!

De aquellas mismas fechas (mitad siglo XX) la sierra cordobesa guarda memoria sobre numerosas historias paralelas, que ocuparon la crónica de los diarios por lo insólito de los sucesos. Una de ellas figura en el extraño “Libro de los Condenados” de Charles Fort, autor que coleccionaba por el mundo hechos sin explicación, con testigos.

Y otra muy detallada la encontramos en los relatos cordobeses del agrimensor Don Salustiano Yánez (comienzos siglo XX), con ese componente mítico, trágico y legendario sobre tales sucesos, a los que se les atribuyera sólo un valor mitológico. Una obsesión pueblerina, con testigos aldeanos. Llamado uno de ellos por los pobladores “El loco de Cabana” (un presunto astronauta creemos hoy). Y otro fue la estrella Venus muy roja, revoloteando extrañamente sobre el cerro “Pan de Azúcar”, también de Cabana.

Cuando yo vi, como testigo, en un rosado atardecer con mi hijo Gonzalo en brazos, un objeto verde con dos haces de luces (que en mi conciencia creo aún, era un plato volador) me hallaba precisamente al pie del Pan de Azúcar, en Unquillo, hablando con mi jardinero Don Ortiz.

Pero aún así, esta otra historia sucedida allá en Los Terrones, ésta de la pastora analfabeta, india y serrana, que tendría un hijo intelectual y erudito, ha sido siempre para mí la anécdota de OVNIS que más me ha gustado. Tiene una pureza espontánea, natural y creíble, precisamente por su sencillez.

Y en un trajinar de 48 hs. sin parar el motor o deteniéndolo escasamente. En el transcurso de aquel peregrinaje inventado por Romilio Riberos —poeta y pintor— a partir de un tema de análisis que nos fue cautivando hasta llevarnos de un diálogo a otro y de un lugar a otro …¡En ese momento!… la aparición imprevista de “Los Terrones” tan esbeltos e imponentes, con su mágico color naranja brillante de media siesta, soleados tras una helada, ha dejado dentro mío, una sugestión perdurable.

Y aún hoy “Los Terrones” me parecen guardar restos de aquella

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