Si hay algo que nos hace iguales a los seres humanos es la enfermedad.
Veamos lo que se cuenta de Jesús:
“Y Jesús iba por toda Galilea, enseñando en sus sinagogas y proclamando el evangelio del reino, y sanando toda enfermedad y toda dolencia en el pueblo.
24 Y se extendió su fama por toda Siria; y traían a El todos los que estaban enfermos, afectados con diversas enfermedades y dolores, endemoniados, epilépticos y paralíticos; y El los sanaba.
25 Y le siguieron grandes multitudes de Galilea, Decápolis, Jerusalén y Judea, y del otro lado del Jordán”.
A los pueblos, comarcas y naciones que rodeaban las tierras por las que vagó Jesús sanando enfermos, tuvo que llegar noticias de tan portentosos eventos. Seguro que en tales lugares hubo enfermos adinerados que hicieron llevarse ante Jesús, para ser sanados. Resulta extraño que el mismo Pilato no escribiera una carta a Roma diciendo que en sus tierras deambulaba una UVI (intensive cura unitas).
He nacido en el siglo XX, y eso es lo extraño: Que pasados veinte siglos de aquellos “portentosos eventos” no hayan aparecidos testimonios de personas que fueran curadas por Jesús.
Soy consciente de que el analfabetismo en aquella época era muy extenso, pero al igual que nos han llegado los evangelios y demás escritos cristianos, podían haber llegado escritos de personas con cultura que hubieran sido sanadas por Jesús.
A no ser que los Ayes de Lucas: «Pero ¡ay de vosotros, los ricos!, porque habéis recibido vuestro consuelo […]», también estuvieran presentes en las curaciones.