Me sentía agobiado, solo, triste.

Tengo sed, de un beso de mujer.

Aquí la gente y la vida transcurrían. Las mismas cosas de siempre: un hombre, una mujer, niños. Distracción, bienestar, tragedias.

Unos luchando por destacar. Y por destacar violentándose a veces unos contra otros.

Llorando muertes, sufriendo enfermedades, padeciendo rutinas.


En el bosque empezaba la penumbra de la tarde noche, el viento mecía las copas de los arboles. Debajo de ellos el campo llevaba y traía siluetas de hierbas también mecidas por el viento, y uno que otro animal corriendo de aquí hacia allá. Siluetas, sombras y figuras moviéndose lento o con fugacidad.

La silueta de ella caminaba lento, de pronto se detenía en algún sitio, ondeando un vestido azulado por la penumbra. Su pelo ondeaba también obscuro.

Fugazmente se movió y ya no pude verla mas.

Tengo sed, dije; sed de un beso de mujer.

Sentí que me comprendió antes de marcharse. Supe que no serían sus labios quienes saciarían mi sed, puesto que son inmateriales.

Comprendí también que hay condenados en el mundo, a morir de sed.