El ser humano, por naturaleza, es creativo; desde su etapa infantil está creando nuevas cosas siempre: Palabras, expresiones, juegos, etc., hay quienes exploran estas capacidades y las explotan al punto de ser focos de referencia en medio de una sociedad, que en muchas de las áreas en que convive, es monótona.

Siempre tenemos nuevas ideas, ideas que pueden llegar a cambiar, si no el mundo por completo, una parte de nuestra existencia (nuestro comportamiento, nuestras relaciones interpersonales, nuestras funciones como individuos con diferentes roles); que pueden ser tan simples y fáciles de desarrollar, que muchas veces encontramos un bloqueo mental (Perceptivo, emocional, cultural, ambiental o intelectual) en qué escudarnos para no llevarlas a cabo.

Me gusta la idea de que, como como agentes (profesionales) de cambio (que resuelven problemas) debemos estar abiertos a las posibilidades, saliéndonos de lo obvio y de lo tradicional, por eso debemos ver el conocimiento como una actividad constructiva, en la que los individuos nunca están sometidos pasivamente a las influencias del ambiente, sino que actúan sobre ellas y modifican el medio.

El problema es que hemos motivado nuestra capacidad ingeniosa y novedosa a hacer cosas que nos degradan, cosas que nos devalúan, cosas que nos dañan como raza humana y que en vez de generar un avance global nos ha incrustado en una involución aterradora y aberrante.