A diferencia de nosotros, Jesús era perfecto y nunca cometió un pecado. Así que no murió por sus propios pecados, sino para pagar los de los demás. Al enviar a su Hijo a morir por nosotros, Dios demostró el intenso amor que siente por la humanidad.

Y Jesús también puso de manifiesto que nos ama al obedecer a su Padre y dar su vida para liberarnos del pecado y la muerte. (Lea Juan 3:16 y Romanos 5:18, 19.)