Esta recomendación es para mi amigo Pablo, y, para que se le pongan un poco los dientes largos, aquí le dejo una pequeña porción. Si te animas a leerlo, conocerás un poquito acerca de mi pueblo: Mondragon

Señor de la guerra


Osane se levantó despacio y se colocó el pañuelo en la cabeza, ajustándoselo bien a las sienes y pasando después los dedos por la frente para asegurarse de que no había quedado ningún mechón fuera. Se estiró la falda y le dio unas buenas sacudidas para desprender las pajillas que habían quedado enganchadas a ella. Suspiró. Puso en pie la banqueta que había caído al suelo, se sentó y continuó ordeñando a la vaca, apoyando su mejilla en el cálido cuerpo del animal.

El joven señor siempre aparecía por sorpresa, cuando ella menos lo esperaba, la tomaba, y se marchaba después de igual forma a como había llegado, sin apenas decir palabra. Tampoco ella decía nada, pensó, pero ¿qué iba a decir? El asunto se repetía con tanta regularidad que ya formaba parte de su vida y de sus costumbres. ¿Cuándo había comenzado todo aquello? Mucho tiempo atrás, se dijo, puesto que Juanikote ya montaba a la burra y pronto dispondría de caballo propio, uno pequeño de anchas patas, pero caballo a fin de cuentas. La primera vez que el joven señor le había levantado las faldas no era tan alto como ahora, tenía la cara llena de granos y tampoco tenía bigote. Ella estaba recogiendo ramas para la lumbre cuando él se presentó de súbito ante ella.

-Soy el hijo del señor -dijo-. Túmbate en el suelo.

Hizo lo que le ordenó sin abrir la boca. En su casa siempre decían que los deseos del señor eran órdenes que había que acatar sin rechistar, así que ella obedeció al hijo al igual que los mayores obedecían al padre. El joven señor se había bajado las calzas, le había levantado la falda y se había tumbado sobre ella. Olía bien, eso era lo que mejor podía recordar de aquel momento y de otros que le siguieron. Le gustaba que la besase y la acariciase, torpe y brusco en sus primeros encuentros y mucho más experto a medida que el tiempo pasaba. De lo otro... bueno, no sentía gran cosa, aunque él parecía obtener un gran placer. No dijo nada en su casa. Era lo único verdaderamente suyo que no tenía que compartir con nadie.

Su madre se dio cuenta de su estado antes que ella misma. No podía atarse la camisa que llevaba bajo el sayo y que antes había pertenecido a su hermana. Su primer pensamiento fue que había crecido y que pronto le dejarían asistir a las reuniones de los mayores y podría beber sidra como hacían ellos. Su madre tuvo una visión mucho más clara al contemplar su perfil. Sin decir ni una palabra, la agarró por un brazo, la arrastró hasta la cabaña de Andra Simona, arriba de la cuesta, y la lanzó al suelo nada más penetrar en la morada de la mujer sabia.
-Está preñada -dijo simplemente.

Andra Simona se había aproximado. Aún recordaba, después de tanto tiempo, el espanto que le había producido ver avanzar hacia ella a la mujer sabia que tanto respeto y miedo producía en los habitantes de la región. La vieja se acuclilló a su lado, le levantó las faldas y metió los dedos entre sus piernas produciéndole un dolor tan fuerte que le arrancó un grito. Hurgó en ella durante unos momentos que le parecieron interminables hasta que finalmente cesó sus manipulaciones y se levantó.

-La criatura está en su mitad -había afirmado la mujer sabia dirigiéndose únicamente a su madre-. ¿Quieres que se lo saque?

Su madre había dudado durante un instante y luego se había dirigido a ella soltándole un bofetón en plena mejilla.

-¿De quién es? -preguntó furiosa.

No sabía qué responder, así que no respondió nada y recibió otro bofetón.

-¿Con quién has fornicado, guarra?

No sabía de qué hablaba su madre, no sabía por qué estaban allí y por qué la vieja había metido sus asquerosos dedos dentro de ella. Se echó a llorar con desconsuelo y su madre estuvo a punto de coger una rama del montón que había junto al hogar y liarse a palos con ella. Andra Simona había entonces intervenido y le había preguntado si había estado con algún hombre, o tal vez con algún muchacho... La furia de la madre cesó como por encanto cuando supo que el joven señor era el causante del estado de su hija.