La nueva evangelización lleva a un despertar de la vida cristiana. No pocos se preguntan: ¿qué sentido tiene el ser cristiano? Algunos no consiguen darse una respuesta convincente a ese interrogante. Por eso se alejan de la Iglesia; de ahí el fenómeno de la descristianización. A otros esa pregunta los incita a reflexionar sobre algo que parece obvio, y los lleva a renovar su vida cristiana y atraer a otros a la Iglesia.


¿Qué quiere decir ser cristiano? El cristiano es Cristo: otro Cristo, el mismo Cristo. El Señor manifestó plenamente quién es al resucitar de entre los muertos. Señor y Mesías lo proclamó Pedro al anunciar su resurrección el día de Pentecostés (Hch 2, 36). Al reconocerlo Señor, Pedro no hizo otra cosa que dejar más clara, si cabe, la divinidad soberana del Hijo de Dios. Por eso esta confesión hace eco a aquella otra de Cesarea de Filipo: "Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo" (Mt 16, 16). Nada más seguro que esta convicción para saber quién es Jesucristo. En esa confesión de Pedro, Hijo es el sustantivo y Cristo (Ungido, Mesías) el adjetivo. El Hijo Ungido sería la expresión ulteriormente sintética de la confesión petrina. De esta filiación y mesianidad de Jesús deriva la identidad filial y mesiánica del cristiano. También el cristiano es hijo ungido. Al ser bautizado, el hombre recibe del Espíritu Santo una participación en la vida resucitada del Señor, por la que es hecho hijo de Dios y ungido para la misión.


El cristiano está llamado a hacer de su vida cotidiana una enseñanza. El manifiesta lo que significa vivir como hijo de Dios para que los demás descubran también su filiación divina. Lo habilita su participación en la unción de Cristo como Profeta, como revelador del misterio del Padre.


El cristiano está llamado a hacer de su vida cotidiana un servicio. El pone su existencia al servicio de las necesidades de los demás. Participa así en la unción de Cristo como Rey; es decir, como aquel que siendo el más grande y el primero, no vino para ser servido, sino para servir y dar su vida por los hombres (cf Mt 20, 26-28).


El cristiano está llamado a hacer de su vida cotidiana una ofrenda. El ofrece al Padre su vivir como hijo suyo; y lo hace bendiciendo y agradeciendo a Dios por todos sus dones, expiando y rogando por todos los hombres. Lo habilita su participación en la unción de Cristo como Sacerdote, que ofreció su vida al Padre por la redención del mundo.


De manera especial, el cristiano está llamado a hacer de su vida una incesante contemplación del amor del Padre. Se lo pide su participación en la vida de Cristo; el cual basó su misión de amor en su personal experiencia del amor del Padre (cf Jn 15, 9).

Con esta comprensión fundamental de la identidad cristiana están en relación las cuatro prácticas esenciales de la vida cristiana.
La meditación orante del Evangelio lleva al discípulo a aprender de Cristo la auténtica vida filial, para reflejarla cada vez mejor en su diario existir.


El practicar alguna forma concreta de solidaridad lo ayuda a transformar su actividad en un constante servicio.

Al centrar su existir en la Eucaristía el cristiano llega a hacer de su vida una ofrenda, en unión con el ofrecimiento de Jesús al Padre. Las oraciones, especialmente el Rosario, le permiten contemplar el amor del Padre, cuya prueba está en el habernos dado a su Hijo para que vivamos por El y como El (cf 1 Jn 4, 9s; Rm 5, 8; 8, 32).