Si uno monta una empresa, resulta lógico suponer que inmediatamente se implemente una cadena de mando. El dueño de la empresa, que normalmente es el presidente, selecciona un grupo de profesionales que se encarguen de manejar los diversos departamentos. Estos gerentes tienen la capacidad para manejar la mayoría de las situaciones que se presente, pero, a veces, surge un caso peliagudo que requiere la intervención directa del presidente.
Llevando este ejemplo al plano religioso, tenemos que Dios (el presidente) ha nombrado a sus profetas (gerentes) para que nos hablen en el nombre de Él. Pero Dios nunca ha podido consolidar su hegemonía, lo cual indica que sus gerentes has sido ineficientes. Según las normas elementales del comercio (religión, en este caso), lo lógico es que el mismísimo Dios se dirija directamente a nosotros, sin intermediarios de ninguna clase, pues, según nos cuentan, es un ente eterno, omnipotente, omnipresente y omnisciente, lo que quiere decir que tiene el poder para hacerlo.
¿Por qué no lo ha hecho? Sólo Dios lo sabe.