Tuve un amigo hace muchísimos años, que era secretario privado de un obispo argentino, luego asesinado, Monseñor Angelelli. Me regaló un libro que se llamaba "Triunfo", de Michael Quoist, y me recomendó que conociera en Córdoba a un cura que se llamaba Erio Vaudagna. Como me fui a vivir a un barrio de laburantes de Córdoba, que se llamaba Los Plátanos, conocí a Vaudagna que allí tenía su capilla. Conocido ya, había hecho el año anterior un pesebre que dió que hablar, y le costó lo suyo con la jerarquía. Me aficioné, aunque no era de su palo, pero era un tipo excepcional, lector, hablábamos mientras cebaba mate, caía gente del barrio y de otros, caía el Negro o el Chicato, la Mariluz o la Gringa -también me aficioné un tiempo a La Gringa-, discutíamos de política, él hablaba del evangelio, discutíamos de política, el daba misa, tocabamos la guitarra, alguna vez salíamos con todo el barrio a machacar, problemas siempre con el agua designada potable. Conocí mucha gente allí, él era un tipo que nos llevaba una pila de años pero era uno más en las guitarreadas y las discusiones, y a la cabeza cuando había que ir. Los años y las cosas de los años hicieron que lo perdiera de vista. Supe que, como había sucedido con mi amigo luego del crimen de Angelelli, renunció a la iglesia. Pero no lo ví mas.
Hoy lo vi. Hay una foto suya en La Voz del Interior, dicen que ayer se murió. Como el Negro, la Mariluz, el Chicato...
Chau, cura, como te decía alguna noche. Nada fue al pedo.