En nuestro país, los dueños de las televisoras lo son también de la mayoría de las estaciones de radio, así como de numerosas revistas y diarios de todo tipo, convirtiéndose así en un poder fáctico que opera como un partido político: pone diputados y senadores; a través de ellos formula y logra la aprobación de leyes que benefician únicamente sus intereses, consiguiendo grandes exenciones de impuestos y aun influyendo decisivamente en la elección de funcionarios electorales y de diversos cargos en el gobierno. En síntesis, la televisión mexicana es más poderosa que cualquier secretaría de Estado o que cualquier partido político.
La televisión tiene gran influencia sobre todo en estratos socialmente más débiles y desprotegidos de la sociedad, que con frecuencia también son los menos educados, más explotados y más ignorantes culturalmente hablando. De esta manera un mal chascarrillo televisivo, o aun un comentario doloso y malintencionado de los locutores o de los cómicos que realizan programas de muy bajo nivel cultural, es repetido ingenuamente por ciertos sectores de la población, lo cual afecta e influye de manera determinante en la vida cotidiana de la gente. Afecta también la democracia, pues aun en los Estados Unidos su sistema político es pervertido cotidianamente por los medios electrónicos en general (particularmente por la televisión) y en México contribuye a la enajenación y la deficiente identidad ideológica, cultural y formativa de la mayoría de los mexicanos.