Un día, el sacerdote del pueblo se harta de que todos los fieles que acudían
a confesarse, cometían el pecado de adulterio. Al domingo siguiente,
durante el sermón, hace un enérgico llamado de atención
- ¡Si una persona más me confiesa que ha cometido adulterio!
- amenaza a los fieles -¡les juro que renuncio!
Como todo el pueblo lo quería, se reúnen a fin de inventar un
código y acuerdan que quien haya cometido adulterio, debería
confesar al padre que había "caído".

Las cosas funcionaron bien en el pueblo en los siguientes años,
pero como era un padre de edad, un día murió.
Una semana después del deceso, un nuevo cura llegó al pueblo y,
días después, acudió muy preocupado a la oficina del alcalde.
- Señor alcalde- dice el nuevo sacerdote- tiene que hacer algo con
las banquetas del pueblo. Cuando la gente entra al confesionario,
uno tras otro me informa que han caído.

El alcalde comienza a reír al darse cuenta de que nadie le había explicado
el código al nuevo cura... pero antes de que pudiera explicarse,
el religioso se puso muy serio, lo señaló con un dedo y le dijo:

"¡Y no se ría tanto que su esposa se cayó tres veces la semana pasada!"