Mucha gente cree que la Falange fue el pilar central del régimen franquista. Los hay, incluso, que identifican el Partido Único con el mismo régimen.
Para eliminar tales prejuicios no basta con explicar la cuestión del Decreto de Unificación de 1937, que fusionaba a los falangistas con los carlistas, contra la voluntad del sucesor de José Antonio a la jefatura nacional de Falange, Manuel Hedilla. Tampoco basta con mencionar que los falangistas auténticos se rebelaron contra el régimen dictatorial de Franco, ni que varios de los que aceptaron “oportunísticamente” el régimen, fueron los artífices de diversas conquistas sociales, algunas de las cuales se han perdido con la “democracia” actual (por ejemplo, la prohibición del despido improcedente, es decir, del despido libre). Hay que ir a unos hechos que son desconocidos por la mayoría de los españoles. Unos hechos muy significativos que relata el historiador Alfonso Lazo en su libro Una familia mal avenida. Falange, Iglesia y Ejército. Si bien Lazo comete el tradicional error de considerar fascistas a los falangistas “camisas viejas”, acierta de pleno al afirmar que “lo que querían [los falangistas] no eran lo mismo que buscaban sus socios en armas contra la República” . Ciertamente, debido a la ideología netamente revolucionaria de los falangistas (que, contra lo que dice el mismo Lazo, no eran fascistas, sino nacionalsindicalistas), “los roces, encontronazos y enfrentamientos entre la Falange y el resto de familias del franquismo fueron constantes” .
Pero vayamos a los hechos que ahora nos atañen. Contra todos aquellos que tachan a la ideología falangista de ser mera palabrería revolucionaria que, a la práctica, sirvió los intereses de los burgueses y terratenientes, Lazo afirma que “no sólo era demagogia destinada a servir de anzuelo para atraerse a las masas” .
Existen muchos informes y circulares de dirigentes falangistas que denunciaban a los mandos del bando nacional la insolidaridad de diversos vecinos ricos, las malas condiciones de trabajo de los obreros. Incluso hay un informe en el que se acusa a los grandes propietarios de haber provocado la guerra.
En los pueblos, los falangistas se enfrontaron con la mesocracia por la cuestión de los comedores colectivos, abiertos por FE-JONS nada más llegar a las poblaciones y administrados por la Sección Femenina. Repartían comida caliente, dos veces al día, no sólo a los huérfanos y las viudas de los fusilados, sino a los obreros en paro. Para el mantenimiento de los comedores colectivos, FE-JONS establecía impuestos progresivos sobre los vecinos, habiendo de pagar más quien más tenia. “Una progresividad que, en el caso de los propietarios más ricos, podía convertirse en expropiatoria” . En el pueblo de Alájar, dos grandes propietarios que poseían inmensas riquezas, ante su negación a pagar las cuotas, fueron llevados por los falangistas ante un tribunal militar. Pero las aspiraciones a la Justicia Social por parte d elos falangistas fue mucho más allá. En Badajoz, los falangistas intentaron llevar a cabo su Reforma Agraria: propuso la expropiación de “entre un veinte y un cincuenta por ciento” de las tierras de los grandes terratenientes, “que pasarían a ser tierras públicas y parcelas para repartir entre “yunteros” y jornaleros” .
Hubo unos falangistas de a pie, incluso, que, siendo consecuentes con su ideal, denunciaron a sus propios jefes por llevar una vida de señoritos juerguistas. En Huelva, denunciaron nada menos que al hermano del dirigente carlista Fal Conde, que ejercía de jefe regional del Requeté, por ser un protector de los empresarios egoístas. En Cádiz, el jefe provincial de la Sección Naval de Falange, fue encarcelado por querer organizar un sindicato de estibadores, enfrentándose por ello contra la patronal.
En Sevilla, los jefes falangistas obligaron, a finales de 1936, a los propietarios olivareros a pagar unos jornales mucho más elevados de lo que estaban pagando en aquellos momentos.
Debido a que, por mucho que el régimen tomara la simbología de Falange, e incluso algunas de sus consignas menos “comprometidas”, los falangistas estaban lejos de ser los auténticos detentadores del poder del nuevo estado en ciernes, todos estas intentos quedaron en eso mismo: en intentos, todos bienintencionados y que respondían a una honradez revolucionaria para con los ideales nacionalsindicalistas legados por José Antonio. Y el que quiera entender, que entienda: Falange no es ni fascismo, ni ultraderecha, ni patriotería barata. Falange es unión nacional y, hay que decirlo bien alto, JUSTICIA SOCIAL.


Ver Alfonso Lazo (2008) Una familia mal avenida. Falange, Iglesia y Ejército, Ed. Síntesi