Cada año, el 02 de octubre, se conmemora por los estudiantes la supuesta gesta “heroica” de los estudiantes, masacrados en la plaza de las tres culturas, de Tlaltelolco, México, D.F.
Ese día los estudiantes universitarios y preparatorianos, marchan por las calles de la ciudad, para manifestar su repudio por los sucesos aquellos; y muchos de esos marchistas ni siquiera saben bien a bien lo que sucedió, porqué sucedió y como sucedió.
Suelen “tomar prestados” autobuses del servicio público, para desplazarse más rápido. Suelen hacer pintas en las propiedades públicas o privadas ajenas; y suelen también cometer algunos actos vandálicos, es decir robar algo de lo que se encuentran a su paso, como pueden ser refrescos, cervezas, o mercancía en general que transportan distribuidores o comerciantes por ahí ubicados.
Pero la pregunta es ¿Qué diablos conmemoran?. Si todo aquello fue una vergüenza general, tanto para unos como para otros que la vivieron; todos actuaron mal y nadie puede llamarse héroe en todo aquello.
Quizá los menos culpables, obvio, son los cientos de estudiantes asesinados arteramente, vilmente, cobardemente; engañados previamente por azuzadores que se aprovecharon de su natural rebeldía juvenil, de sus deseos de que todo en el mundo mejorase, y de su abierta oportunidad de participar activamente en ese cambio para bien. Les dijeron que la posibilidad de alcanzar un supuesto paraíso social estaba al alcance de su mano, que solo era cuestión de pedirlo con firmeza; y que todos ellos eran los artífices de ese logro; que no había poder humano que refrenara ese propósito, porque la verdad les asistía, así como también el apoyo de los obreros y campesinos; que eran al fin una mayoría de justicia.
Luego siguen otros culpables, los lideres de todo ese teatro demagógico, que los fueron agitando hasta hacer bullir la sangre joven de esos estudiantes, que importaron ideas desde Rusia, Francia y otros países que gestaban el comunismo; y las propagaron con ímpetu e irreversiblemente. Ah, pero eso sí, a la hora de los enfrentamientos nunca estuvieron al frente de su pelotón de “soldados justicieros”; los abandonaron a su suerte, los dejaron morir solos; a pesar de que ya sabían, por los sucesos de días anteriores y de la paulatinamente incrementada represión, que todo apuntaba a una represión mayor.
Como viles ratas que buscan del comedero, siempre tuvieron al alcance de la mano su propia vía de escape; no así buscaron que los otros, los estudiantes, tuvieran el mismo chance. Y años mas tarde, ya que todo hubo pasado, poco a poco fueron saliendo esas ratas cobardes, a chachalaquear que fueron reprimidos y “de milagro” sobrevivieron a la matanza, que aquello no se podía quedar así. Se autoproclamaban partícipes de la gesta heroica del 2 de octubre, casi exigían ser llamados héroes de la izquierda mexicana. Que el pueblo los adorase como héroes vivientes, que se les rindiera tributo y honor; y que ahora abanderarían el movimiento social que haría justicia a toda aquella brutal represión.
Estúpidos cobardes hipócritas, que arrimaron al matadero a cientos de jóvenes bienintencionados; y que luego de todo eso quieren que se les llame paladines de la justicia. Pero más estúpidos los que, hasta las fechas presentes, les siguen creyendo el discurso.
Siguen en la lista el gobierno de la época, encabezado por el presidente Gustavo Díaz Ordáz, su secretario de gobierno Luis Echeverría. El regente de la ciudad de México, y toda su comitiva de achichincles, jefes, subjefes; que dieron, recibieron y ejecutaron la orden de acribillar a cientos de cuerpos indefensos, desarmados, acorralados sin salida, y sin opción de amnistía.
El ejército, fiel perro irrazonable del gobierno de entonces, que se prestó a ejecutar esa masacre en nombre de la fidelidad de la institución hacia el presidente. Un ejército al que no le importó asesinar a sus propios hermanos, gente del pueblo, en nombre del profesionalismo e institucionalidad dogmática. No vale la pena gastar mas tinta en toda ese gente del poder, a la cual el sustantivo de gente definitivamente no le va.
Y finalmente los padres, hermanos, familiares de los muertos; que no tuvieron el coraje de buscar justicia por todo eso. Por miedo, por lo que sea, no lo hicieron; cuando que para cualquier padre, en el mundo no debe haber cosa de mayor valor que un hijo. Y que si se lo tocan, se lo asesinan de esa manera tan vil, no debería haber habido poder humano que contuviese la búsqueda de justicia, la sed de esos padres heridos moral y mortalmente, que solo sería saciada cuando los asesinos pagaran lo que hicieron.
Si en aquellos tiempos doña Isabel Miranda de Wallace, hubiese sido madre de uno de aquellos estudiantes muertos; estoy seguro que habría dado un ejemplo inigualable para la posteridad, de lo que una madre puede y debe hacer por un hijo así muerto; y muchos de los criminales habrían pagado el precio de esa sangre. Pero no, solo hubo gente que quizá tampoco merezca el sustantivo de Padre, Madre, hermano, etc.
Ahora el tiempo ya pasó, los asesinos de entonces se han ido de a poco, marchando impunes. Prescribió el delito, jamás se le juzgó; se montó un teatro, una historieta donde se hacia el remedo de un juicio legal, como para tratar de limpiar todas esas miles de conciencias acochambradas, nadie pareció sentirse mas limpio después de aquel intento de exorcismo.
Y no, no me estoy inventando nada. Solo desnudo las cosas que fueron, desenmascaro a los hipócritas que siguen levantando la bandera de la izquierda en nombre de toda aquella masacre sin una sola gente noble. No hay un solo títere con cabeza de aquellos días, y quien pretende serlo solo busca volver a engañar; allá aquellos que lo crean, que compren el discurso y salgan a marchar para no dejar morir toda aquella vergüenza generalizada. Yo vine, lo dije, y no por eso dejará de seguir habiendo estúpidos que cada dos de octubre salgan a las calles, a seguir tropezando fielmente con esa misma piedra ensangrentada.