INÉS: Ya veo. (Una pausa.) ¿Para quién representan ustedes la comedia? Estamos entre nosotros.
ESTELLE (con insolencia): ¿Entre nosotros?
INÉS: Entre asesinos. Estamos en el infierno, nenita; aquí nunca hay error y nunca se condena a la gente por nada.
ESTELLE: Cállese.
INÉS: ¡En el infierno! ¡Condenados! ¡Condenados!
ESTELLE: Cállese. ¿Quiere callarse? Le prohíbo que emplee palabras groseras.
INÉS: Condenada, la santita. Condenado, el héroe sin reproche. Tuvimos nuestra hora de placer, ¿no es cierto? Hubo gentes que sufrieron por nosotros hasta la muerte y eso nos divertía mucho. Ahora hay que pagar.
GARCIN (con la mano levantada): ¿Se callará usted?
INÉS (lo mira sin miedo, pero con una inmensa sorpresa): ¡Ah! (Una pausa.) ¡Espere! ¡He comprendido; ya sé por qué nos metieron juntos!
GARCIN: Tenga cuidado con lo que va a decir.
INÉS: Ya verán que tontería. ¡Una verdadera tontería! No hay tortura física, ¿verdad? Y sin embargo estamos en el infierno. Y no ha de venir nadie. Nadie. Nos quedaremos hasta el fin solos y juntos. ¿No es así? En suma, alguien falta aquí: el verdugo.
GARCIN (a media voz): Ya lo sé.
INÉS: Bueno, pues han hecho una economía personal. Eso es todo. Los mismos clientes se ocupan del servicio, como en los restaurantes cooperativos.
ESTELLE: ¿Qué quiere usted decir?
INÉS: El verdugo es cada uno para los otros dos.

A Puerta Cerrada
Jean Paul Sartre
Fragmento