Ahora no preciso pero puede que en casos irrelevantes y que no suman para los efectos, haya creado en algún sitio algún registro con otro nick, en todo caso, puedo decir sin miedo a equivocarme o ser tildado de mentiroso que éste es y ha sido el único nombre que he usado durante toda mi vida virtual. Lo escogí en honor a Nietzsche, claramente, ser al cual admiro como filósofo, como filólogo y en menor intensidad como músico, ser al cual admiro en resumidas cuentas por ser un hombre de Arte y de Letras. Como persona me genera empatía y conmiseración aunque en grados, digamos, superfluos.
Sentémonos con calma por un momento e imaginemos un instante a un niño ávido de conocimientos y con una muy notable, por no decir superior, capacidad analítica y retentiva que aún no sabe que va a tener que sufrir las miasmas de una educación pública deficiente debido en parte a unos padres que por falta de guía y educación no van a saber ni a poder encauzarlo por un camino intelectual y en parte a que el sistema educativo le será más un impedimento que un aliciente. Un niño que antes de entrar a la escuela, con tan sólo 5 años, ya sabe leer y escribir, sumar y restar y que recita de memoria casi cualquier cosa que le pongan en frente.
Imaginemos la infancia y adolescencia de ese niño esculcando días y noches enteras lo único que había en su casa: dos Atlas de Geografía, una Enciclopedia en dos tomos, un Diccionario Enciclopédico, Biblias, Catecismos y Documentos de la Iglesia Católica y las Florecillas de San Francisco de Asís. Horas y horas viendo siempre las mismas fotos, repasando siempre las mismas capitales, navegando siempre en su mente por los mismos mapas y queriendo meter como a la fuerza en su cabeza el diccionario enciclopédico, todo de una forma desordenada y a manera de escape del suplicio que los primeros años de esa insuficiente, defectuosa y escasa educación le supusieron: ejercicios que se debían resolver en 40 ú 80 minutos resueltos en 10 ó 20; regaños constantes por "dispersión", "mala conducta" y por "desconcentrar a los demás"; ser echado del aula o salón de clase "para que los demás puedan seguir aprendiendo" y un sinfín de despropósitos que hacían que el niño desdeñara sobre todas las cosas tener que abandonar su hogar, sus Atlas y Enciclopedias, para ir a la escuela "a aprender". Imaginemos a ese niño y pensemos en lo que podía pasar por su mente cuando cada fin de ciclo veía su hoja de calificaciones llena de 10's y 9's pero manchada por notas de conducta en rojo y largas anotaciones por mal comportamiento. Simplemente desgarrador.
La enseñanza secundaría supuso un alejamiento total de todo: ya sus libros de casa no eran soporte suficiente; sea porque ya los conocía hasta la saciedad, sea porque la adolescencia conlleva rebeldía y cambios de hábitos o sea porque simplemente estaba dejando de ser esa gota de agua para convertirse en una gota de agua, una más, la cuestión es que el deseo y afán de llenar su mente no prosperó. Para esa época ya le era suficiente con una lectura leve y superficial de los textos obligatorios o con una ojeada ligera a ejercicios o cuestionarios, no sentía ganas de aprender o de simplemente conocer, había perdido su máxima ambición, la que lo había definido desde que pudo comenzar a hilar pensamientos: la del conocimiento por el conocimiento.
Un diminuto atisbo de ese sentimiento infantil de desesperación y soledad hizo aparición justo en la mitad de su segundo ciclo educativo cuando él tenía 15 años: notificaban a los estudiantes que quienes hubieran mantenido notas superiores a 8,5 desde primero hasta tercero tenían oportunidades muy elevadas de aplicar para ingresar y cursar los últimos dos años de educación en un colegio científico. Demasiado tarde: había desaprovechado 2 años y medio siendo uno más del montón.
Así terminó sus estudios básicos, retomando un poco el empeño y subiendo las notas durante los últimos dos años aunque sin un objetivo claro en mente, siempre desolado, siempre buscando aprender pero sin saber ni tener cómo ni de dónde. Finalmente el jovencito que imaginamos desde que es un niño obtiene su título de Educación Media con un énfasis técnico que sirve únicamente para catapultarlo a un trabajo sin futuro y a una vida sin educación superior o a lo sumo una carrera universitaria comprada en una de esas "universidades de garaje".
Este niño-hombre, este desconocedor ávido de conocimiento, este joven memorioso vio su yermo porvenir lleno de oscuridad y supo cómo eludirlo y sortear el túnel de la monotonía y la mediocridad, por primera vez en su vida tuvo una oportunidad y no la dejó escapar: podía aspirar a una educación superior de primer nivel, podía sostenerse y crearse un futuro que no era ya oscuro bajo este panorama. Esta nueva etapa le iba a significar un esfuerzo monumental como nunca antes había enfrentado y como a muy pocos les da oportunidad la vida, lo sabía y estaba dispuesto a hacerle frente a la adversidad, por fin el acceso al conocimiento estaba donde siempre lo había querido: en sus propias manos.
Cinco meses después de haber finalizado su tormentosa educación básica y no sin algunos tropiezos que hubieran desanimado a cualquiera nuestro héroe se embarcó en la aventura de su vida: educación universitaria de primer nivel.
Dejemos que nuestra mente vuele una vez más, figurémonos a nuestro inquisitivo estudiante sentado junto a otros 80 alumnos en un Seminario de Humanidades con la motivación al tope, motivación que sólo pueden brindar la juventud y la consciencia de estar donde se quiere, y con la atención puesta en un sólo detalle: varios alumnos que están repitiendo el curso están conversando con el profesor del módulo de Comunicación sobre ese lóbrego y siniestro filósofo: Friedrick Nietzsche. Una frase sobre todas le hizo después ir a buscarlo y adentrase en su mundo: "no hay porque tener miedo, El Anticristo es un libro igual que cualquiera". No fue el afán de lo prohibido ni el nombre del libro lo que definió su próximo proceder sino las palabras "no hay que tener miedo".
Ahora sí, el chiste se cuenta solo: tenemos a nuestro insigne adalid frente a frente con Nietzsche teniendo conversaciones sobre la Voluntad de Poder, tenemos a nuestro lastímero infante siempre mirando al horizonte en busca del Super Hombre, tenemos a nuestro hombre ahondando en la filosofía, esculcando nuevamente, pero ahora en las grandes bibliotecas de la Universidad. De la mano de Nietzsche conoció, y ahondó en unos más que en otros, a Sócrates, a Victor Brochard, a Jules Michelet, a Kant, a Schopenhauer, a Platón, a Hume, a Stuart Mille, a John Locke, a Erasmo de Rotterdam, a Thomas More, a Rousseau el que una vez recuerda haber escuchado mencionar como "el Padre de la Democracia", al gran Goethe, al escéptico por antonomasia Pirrón y a los trágicos clásicos Sófocles, Esquilo y Eurípides. De la mano de Nietzsche se adentró en un mundo del cual ya no querría salir, la vorágine del Eterno Retorno de su existencia no le era pesarosa porque estaba donde quería y hacía lo que quería: al lado de una formación académica de excelsa calidad cumplía sus más hondas fantasías del saber por el saber.
Hoy, el tiempo no ha borrado las letras de cada página de cada libro que pasó frente a los ojos de nuestro indagador y curioso protagonista pues aunque no pueda detallar específicamente una idea o pretensión del sabio europeo hay un muro bien compactado que sigue creciendo día con día y cuya primera piedra fue cimentada por las manos de Nietzsche.
Impío, rayano en lo incomprensible, irreverente, crítico, metódico, armonioso, poético, loco, solitario, clásico, cómico e inspirador: esto y más representó Nietzsche en la vida del joven que comenzamos a imaginar al inicio del texto hace largo rato ya.
Sólo me resta una aclaración que considero banal pero justa y necesaria. El entusiasmo y la excitación ocasionadas por un sentimiento de admiración no nacen de un seguimiento ciego lindante con el fanatismo sino de la inspiración que la contemplación de la obra o del hombre le puedan dictar a la mente de quien la aprecia, dicha inspiración le puede mover a aprobar o a desaprobar tal o cual posición pero nunca a renegar del camino andado. Es cosa de estultos abjurar de las enseñanzas o de la persona de quien tanto han aprendido sólo por no haber sabido en su momento cerner las impurezas de una filosofía que, como todas, equidista de la verdad en función de la ubicación de un observador agudo.
Como final ejemplo, si Leucipo y Demócrito hubieran simplemente decidido negar las teorías de la sustancia, del vacío y la ausencia de movimiento de Perménides de Elea, no hubiésemos tenido hace 2500 años la teoría atomística, base y fundamente de toda investigación científica pasada, presente y futura.
