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pakasso escritor
Antes que nada un saludo fraternal a todos los foreros, participo a Ustedes que una amiga muy querida me animó a escribir algunas memorias de mi vida, con la idea de hacer un libro, le tomé la idea en serio y me puse a escribir como loco y me siento maravillosamente bien, dice un dicho "Recordar es volver a vivir", ya he terminado la primera de dos partes, aún no pasa por las correciones, pero si alguno se interesa, se los puedo enviar por correo (por supuesto totalmente gratis) y después, me podrán criticar, no me molestaré, podrán, incluso hasta felicitarme, si les gustara o divirtiera un poco. mi correo es XXXXXXXXXxX, no teman, son 30 páginas, tamaño carta, en times new roman de 12. Ya en serio, me sentiría agradecido si lo leen y me dan sus opiniones sinceras.
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No se amontonen, de uno por uno jajaja
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pakasso
Si no has encontrado el eco que querias, por qué no escribes aqui, una pagina de tu novela cada dia, o cuando te parezca bien. Alguien la podra leer y darte su opinion.
saludos cordiales
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gabagaba, Antes que nada, Muchas gracias por la atención, es la primera vez que intento algo en el foro, pero parece que no fue apropiado poner mi correo electrónico, no estoy vendiendo, solamente quería algunas opiniones sinceras, ¿Alguien me pudiera decir como lo consigo?. Tu idea me parece buena, pero ¿cómo puedo subir una página al foro?¿Es que esta sección sólo sirve para recomendar libros que hayan triunfado? Creo que mejor buscaré información de cómo crear mi propia página web para poner mi escrito a consideración del público.
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pakasso, en tu primer post, donde escribiste tu correo salio asi: XXXXXXXXXxX
En "Literatura" es el lugar apropiado y tu has abierto un tema "pakasso escritor", aqui puedes escribir tus memorias, como otros foristas postean poemas, o escritos literarios en otros apartados de "Literatura"
saludos cordiales
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UNA VIDA COMÚN
Francisco Javier Tapia Téllez
Este pequeño relato literario, surge como resultado de pláticas amistosas con Adriana, a quien después de 40 años, con alegría volví a encontrar a través de la maravilla que es el Internet
Es mi primer intento, aunque hace muchos años escribía poemas de amor y en tiempos más recientes, artículos para un periódico. Pues bien, en las conversaciones le contaba cosas de mi vida y me sugirió escribir un libro. Lo poco que he escrito me ha traído muchos recuerdos, la mayoría gratos, pude comprobar aquél dicho “Recordar es volver a vivir”. No es una biografía, es un relato anecdótico de una vida común.
1.- INFANCIA
Mi infancia fue como otra cualquiera de un niño pobre, Mi padre, un dentista de pueblo que aunque no le iba mal tenía muchos compromisos extras que le consumían sus exiguas ganancias. Compraba oro laminado por gramos para hacer casquillos de dientes o incrustaciones para dentaduras completas, como trabajo, pero una de sus actividades secundarias era hacer diferentes piezas de joyería: anillos, aretes, cadenas, etc., que eran muy apreciados en las rancherías a donde iba a venderlas de vez en cuando, en compañía de mi tío Pancho, que realizaba las mismas actividades, dentista y orfebre. Otra de sus fuentes de ingresos, aún más querida que las anteriores, era cultivar incansablemente un vivero de árboles frutales, los cuales vendía al mayoreo, esto hubiera sido más que suficiente para vivir un poco mejor, pero a contraparte de ser un hombre trabajador, tenía el defecto de sentirse muy macho y dejar hijos regados por donde quiera, era ferviente admirador de la belleza femenina y no era raro verlo llegar con un chamaco de la mano y decirle a mi madre “éste también es mi hijo”, por lo que el recién llegado adquiría desde ese momento los derechos y obligaciones de nuestra humilde casa.
Como he dicho antes, contábamos con un extenso vivero que regar y cuidar, así como también un gran jardín de rosas, jazmines, nardos y plantas de ornato que cultivaba mi madre. Teníamos un gallinero en el que se encontraban además de gallinas, patos y guajolotes.
Trabajos informales
Cuando mi papá y mi tío Pancho se iban a los ranchos a ofrecer el fruto de sus trabajos, había preocupación, ya que hacían recorridos que duraban semanas o meses y que entrañaban mucho peligro, pues llevaban consigo una pequeña fortuna en joyas y los caminos no eran seguros, pero la mayor preocupación de mi madre era que ambos se metían en aventuras difíciles por las mujeres que conocían, pero quiso la providencia que además de pequeños sustos, nunca les ocurriera nada.
Estas expediciones duraban en ocasiones dos o tres meses, mientras el dinero escaseaba en la casa. Entonces mi madre tomaba control de la situación, cortaba flores de su jardín, rosas, jazmines y nardos. Hacía ramitos, que poníamos en una tina pequeña con agua para que no se marchitaran y los íbamos a vender al mercado, por la calle o a la zona de tolerancia, donde eran muy bien recibidos.
Ahí ví por primera vez a las mujeres que se bañaban desnudas en una pila central de la vecindad y escuché las bromas obscenas que se hacían, mi inocencia se iba perdiendo poco a poco.
En una ocasión, una de las meretrices ofreció comprarme 8 ramitos, me pasó a su cuarto y me empezó a halagar, me acarició los cachetes y me dijo riendo, “te invito a comer” aún eres un bebé y tengo buen restaurante, enseñándome unas tetas descomunales, tal vez mostré mi susto, porque llamó a otras y todas se reían, así que salí de la vecindad sin cobrar por las flores, mi madre me aconsejó que no volviera por ahí.
En otra ocasión, al pasar por una calle me llamaron de una sastrería, me preguntaron por el precio de los ramos de flores y al pagarme, el sastre, sin que yo supiera cómo, tocó un cable eléctrico, por lo que me transmitió un fuerte choque, sorprendido, solté la tina que al caer derramó el agua sobre él y le proporcionó el merecido castigo a su broma, una descarga que lo hizo retorcerse grotescamente y aullar de dolor, salí corriendo de ahí.
En la búsqueda de solucionar un poquito nuestras estrecheces económicas, realicé varios trabajos, que aunque humildes, fueron moldeando mi carácter; vendí chicles, chicharrones, pan, limpié vidrios de autos en una gasolinera y ayudé a los ganaderos a abrir los falsetes por donde transitaban muy de mañana para traer leche a la ciudad; corté limón y mango y pizqué algodón, que en aquel tiempo tenía a mi pueblo en el tercer lugar nacional como productor. Venía gente de muchos lugares a la pizca, los portales se veían repletos de gente que dormía en la calle para levantarse apenas empezaba a amanecer y acudir a las parcelas con sus grandes sacos recolectores. Era una época de bonanza para la región, los agricultores ganaban mucho dinero con sus cosechas de algodón, pero lo gastaban en vinos, música y mujeres en poco tiempo, después se contrataban como jornaleros para reunir un poco de dinero para comprar semilla y volver a sembrar. Así transcurrió mi infancia, la que sin embargo no torció el camino gracias a los tiernos cuidados de mi madre y la férrea disciplina de mi padre y cuando aún no cumplía los 12 años, terminé mi educación primaria, con mucho orgullo de mi familia, aunque era normal ya que mis hermanos mayores Efrén y Cuauhtémoc también habían terminado muy chicos y con buenas calificaciones.
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Pakasso
Como minimo tienes un lector. Si continuas tu relato lo seguire leyendo.
Has tenido, ciento catorce visitas, lo cual hace probable que no sea el unico que ha leido tu escrito.
saludos cordiales
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Poniendo Atencion al Escritor.
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estan entretenidas las anécdotas y tienes una redacción agradable, sigue pegando mas jeje
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A PETICIÓN DEL PUBLICO, OTRO PEDACITO
Fue una época de aventuras que milagrosamente no terminaban en graves accidentes, en una ocasión, la tropa de chiquillos, de la que yo formaba parte, nos fuimos a Acahuato, un pueblito muy pequeño que se encuentra al norte de Apatzingán, más o menos a dos kilómetros, subiendo por el cerro, siguiendo un pedregoso camino de mulas, visitamos a la virgencita que hace famoso el lugar, comimos jícamas, aguacates y mameyes, que por el clima se dan estupendamente y al empezar la tarde decidimos regresar siguiendo el cauce del río, que baja hasta Apatzingán, pero no conocíamos el camino, llegamos a una parte donde se formaba una pequeña cascada y nos deslizamos por un estrecho hueco en la roca para bajar a una playita y continuar por la arboleda, de pronto los que iban adelante dieron la voz de alarma; una víbora muy grande y casi tan gorda como una llanta de carro estaba bajando de un árbol y aparentemente lo hacía en nuestra dirección, ante esta visión aterradora, recorrimos los aproximadamente 30 metros que llevábamos avanzados, pero al llegar al hueco por donde habíamos bajado descubrimos que sólo podíamos pasar de uno por uno, todos queríamos salir primero y ninguno pasaba, en el pánico reinante, nos jaloneábamos y caíamos al río, que nos llevaba hacia la serpiente, por fín pasó uno, después otro y así los seis, nos vimos victoriosos y entonces empezaron los alardes de valentía y los relatos de lo que hubiéramos hecho si no lo hubiésemos logrado. No volvimos a repetir el recorrido. Recolectábamos frutos diversos, en la ladera del Cerro del Húngaro, también al norte de Apatzingán, cortábamos y recogíamos “changungas” y por el lado este, por donde baja el río, “atutos” , que mi madre preparaba con piloncillo como un dulce exquisito, nos refrescábamos en un pequeño laguito llamado La Majada, a siete kilómetros al oeste y de regreso traíamos frescas sandías de las tamacuas que ya habían sido cosechadas, también melones y pepinos que bien peladitos y con limón, sal y chile son deliciosos, en épocas de lluvias cortábamos quelites tiernos y verdolagas para los guisos con carne de puerco que enriquecían la cocina familiar. No pasábamos por alto la cacería de torcazas e iguanas, muchas de las cuales, después de peladas y limpiadas de sangre y vísceras, embadurnábamos con sal y poníamos a asar en fogatas, constituyendo nuestra comida de ese día. En una ocasión, fuimos a recolectar capires, unas frutas que dan unos árboles frondosos, son muy dulces aunque se pegan al paladar; estábamos observando un árbol que tenía mucho fruto cuando escuchamos a lo lejos un grito de alerta, decía “un perro del mal” “un perro del mal” que era como se anunciaba que andaba suelto un perro rabioso, sabíamos de sobra el peligro que entrañaba, cada año se daban muchos casos en la temporada de calor, es un mal espantoso, los perros tiran baba y muerden a todo lo que se mueva, perros, gatos, vacas, e incluso a personas y contagian, a vuelta de luna se ven los resultados. Pues bien trepamos apresuradamente al árbol pero mi hermano Efrén, por ser el de menos estatura no podía alcanzar la rama, ante la desesperación de todos, de pronto apareció el demonio, se enfiló corriendo hacia mi hermano, que ante lo inminente del ataque, por el miedo recibió la energía suficiente, logró alcanzar la rama e impulsarse hacia arriba perdiendo un huarache en el intento el perro saltó y estuvo a nada de morderlo, pero no lo logró, cuando pudimos, regresamos a casa, asustados, pero felices de estar a salvo. Teníamos muchos vecinos y amigos, una familia, con la que congeniábamos, de apellido Peña, nos invitaba cada fin de año para festejar la Navidad en su casa, el jefe de familia Don Toño era muy amable y educado, tenía una pequeña tienda de abarrotes que por el carácter de ellos, siempre tenía muchos clientes. El vendía cloro, en botellas que nosotros recolectábamos, nos pagaba 10 centavos cada una, cuando llegaba la fecha de navidad nos reuníamos a escuchar música y era tradicional que para terminar el festejo pusieran en la consola una melodía llamada “Las chiapanecas”, misma que bailábamos en grupo, alegremente.
Nuestras vecinas más cercanas: Amparo, Josefina, Yolanda y Candelaria, formaban parte de nuestra pandilla. Por la tarde y en ocasiones hasta muy noche nos reuníamos para juegos diferentes. Correteábamos, aprovechando la calle amplia, sorteando los huizaches, con el juego de “la roña” o “los encantados”.Cuando el pueblo estrenó Unidad Deportiva, con un área para niños y fuimos a los columpios, Josefina –más o menos de mi edad- me pidió que la meciera y entusiasmada me decía ¡más fuerte!, ¡más fuerte! Y cada vez tomaba más vuelo, hasta que en un momento, al llegar a la parte más alta, cambió de posición sus manos, que la sostenían de la cadena y las puso sobre la base del asiento, esta acción desequilibró su cuerpo, que cambió de posición y la vi bajar de cabeza y así aterrizó, ante el espanto de todos, el columpio se detuvo bruscamente y quedó tirada, corrimos a levantarla, dándonos cuenta que había perdido casi todo el pelo de la parte superior de la cabeza, la que lucía sanguinolenta. Sus hermanas se me fueron encima, culpándome del accidente por mecerla tan fuerte. Josefina, aún atontada por el fuerte golpe se interpuso y explicó que ella había bajado las manos y eso invirtió su posición en el columpio. Regresamos temerosos de la reacción de sus papás, yo por si las dudas, no me dejé ver en el resto de la semana.
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jajaja q buenas anecdotas..
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pakasso
Me agrada leer lo que escribes.
saludos cordiales
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A mi me entretuvo la primera parte, sobretodo aquella en la que la prostituta te compra los ramitos de flores....imaginé claro las tetasas descritas.
La segunda parte no me entretuvo nada, será que los nombres de las ciudades o frutos tipo "tamacuas" o "changungas" me desconcertaban. Le tomé interés al ataque del perro rabioso (o perro del mal como le dices) pero el interés careció de suspenso cuando rapidamente salvaste a la que se pensaba víctima (en este caso tu hermanito menor).
Repites la palabra "Humilde" varias veces, San Agustin una vez dijo que "Aquel que se sabe Humilde acaba de perder la humildad"...no la repitas más.
Esperemos la tercera parte esté mejor.
Saludos.
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hay algo en lo q concuerdo con HM, haces las descripciones muy rapidas, el suspenso es casi nulo, a lo mejor solo resumes, pero seria un poco mas atractivo si dejaras volar un poco mas tu imaginacion y describes un poco mas al detalle todo, asi podremos sumergirnos mas en la historia.
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De todas ellas, Josefina era mi mejor amiga, a ella le contaba mis problemas y mis alegrías, me escuchaba con mucha atención y me daba ánimos, algunos de mis amigos decían que éramos novios, algo que nunca sucedió, a pesar de que nuestra amistad se prolongó por siempre; niñez, juventud y edad adulta.
Fue una niñez feliz a no dudar, la relación con mis hermanos era buena y respetuosa del lugar que ocupábamos cada uno de nosotros. Los vecinos nos veían y nos trataban justamente como lo que éramos; niños, para los que todo era un juego, Don David y Doña Esperanza, -buenos vecinos- ya de edad avanzada nos prestaban los burros cuando salíamos a buscar leña, enfilábamos con rumbo a la capirera y nos seguíamos hasta un laguito del poblado de Chandio, ahí nadábamos, rentábamos cámaras de llanta, sacábamos almejas en el tular y antes de regresar bañábamos los burros.
Los Húngaros.-
No me puedo quejar, cuando a la distancia me llegan estos recuerdos doy gracias al Todopoderoso de que me haya cuidado tanto, a pesar de que mi familia no era apegada a ninguna religión y nuestra percepción de Dios haya sido muy vaga. Una tribu de errantes, a los que llamábamos “los húngaros”, no se porqué, venían de tiempo en tiempo y se establecían en la calle, llegaban con sus carros grandes y viejos y montaban sus tiendas e improvisaban una carpa en la que ofrecían funciones de cine por las noches a precio muy económico, los asistentes debían llevar su propia silla o banco o sentarse directamente en la tierra, cosa que a la chiquillada nos tenía sin cuidado, empezaban desde en la tarde a anunciar la función de películas mexicanas con los artistas mas populares: Pedro Infante, Jorge Negrete, Antonio o Luis Aguilar, el Piporro, etc. Más o menos a las ocho de la noche daba inicio la función, los chamacos burlábamos la vigilancia y nos metíamos al cine por debajo de las lonas, era muy divertido y una vez adentro no había problemas, no daban boleto y nos revolvíamos entre los asistentes. Pues bien, en una de esas ocasiones, al arrastrarme bajo la lona sentí un fuerte dolor en el dedo gordo de la mano, intenso como la quemadura de un carbón, pensé que había tocado la colilla aún encendida de un cigarro y no le dí importancia, vi toda la película y al terminar me percaté de que me sentía mal, me hormigueaba el brazo, me dolía la axila, parecía que la lengua no cabía en mi boca, asocié el malestar con una picadura de alacrán, que en esa región llega a ser mortal, me asusté y fui a decírselo a mi madre, quien asustada se lo comunicó a mi padre, de inmediato me bañaron, pusieron lodo podrido en donde decía, sentía el dolor, cocieron raíces de limón y colocaron la olla vaporizante bajo mi cama, ensayaron varios remedios locales, pero ninguno parecía funcionar, mi padre montó en su bicicleta y fue a la farmacia a buscar una inyección, yo le tenía pánico a las inyecciones, pero no estaba en condiciones de resistirme, cuando por fín regresó, me encontró casi muerto, me aplicó la inyección y pasaron la noche en vela, al día siguiente notaron alguna mejoría en mí y durante toda una semana me tuvieron en observación, el dedo me duró entumecido por mucho tiempo, pero salvé la vida.
Sucedió que, los húngaros traían un pato muy bonito en una jaula pequeña, era más robusto que los que nosotros teníamos, de color obscuro, casi negro, con plumas de un reflejo tornasol que lo mismo parecían verdes o rojas, hermoso de verdad, pidieron a mi padre, les diera permiso para ponerlo en nuestro corral, solamente por la semana que estaría su campamento en la calle cercana, pero al concluir este periodo, se fueron por otros rumbos, una tarde, al verificar que los animales estuvieran en sus lugares para dormir, con sorpresa, nos dimos cuenta que el hermoso pato se encontraba ahí. Al día siguiente, regresó el patriarca de la tribu de húngaros para preguntar si lo habíamos visto por ahí, pues había escapado, mi padre lo entregó a pesar de nuestras protestas, pero pasado un tiempo, una pata, empolló sus huevos y entre los 6 o 7 patitos normales, encontramos tres, que desentonaban, con los demás, al desarrollarse, se convirtieron en una copia fiel del hermoso pato, nos sentíamos muy orgullosos de mostrárselos a la gente.
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Aprecio mucho sus opiniones y las agradezco, es una lástima que al copiar el texto, no pasen las "nota al pie" para acarar algunas palabras de uso común. El foro no permitió mi correo, intentaré informarlo de otra modo: pacott7 arroba hotmail.com y desde ahí -previa solicitud. les puedo enviar el documento, Muchas gracias por su atención.
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SEGUIMOS EL RELATO
Unas vacaciones inolvidables.-
Dos de los hijos de mi papá vinieron a vivir con nosotros por temporadas, Baltazar y Gonzalo, con carácter diferente, eran un tanto rebeldes, Baltazar a mi juicio fue mejor, y también su mamá, a quien llamábamos Doña Licho, mujer chaparrita, morena, delgada de muy buen corazón. En una ocasión le solicitó a mi padre que le enviara a su hijo a pasar sus vacaciones a Melchor Ocampo –que ahora es Ciudad Lázaro Cárdenas- pueblo costero, enclavado en la línea divisoria de Michoacán y Guerrero, a la orilla del Río Balsas. Pero para que no se sintiera solo, le pidió también que me permitiera ir con él. Fueron unas vacaciones inolvidables, después de algunas horas de viaje llegamos a Playa Azul, me impresionó el clima caluroso y húmedo pero aún más la inmensidad del mar, que veía por primera vez, siguiendo una brecha por la orilla del mar fuimos llevados a Melchor Ocampo, que era un pueblito más chico que Playa Azul, de casitas de palapa, solamente había energía eléctrica en dos o tres cuadras del centro y en la zona de tolerancia, en la margen del río. Ahí tenía Doña Licho un comedor, recuerdo que me dijo “Panchito, ¿que quieres desayunar?” yo me quedé callado, entonces me preguntó ¿Te gusta el pescado?, a mi respuesta afirmativa cocinó rápidamente un pescado, al mojo de ajo, como los preparaba mi madre. Al medio día se repitió la situación y así toda la semana. Los lancheros iban a “la barra ”, donde el río se internaba al mar y traían pescado fresco diariamente y surtían al comedor, la clientela se componía principalmente de meretrices y hombres desvelados y crudos, por lo que el ambiente siempre era festivo. Doña Licho nos presentaba con un “estos son mis hijos”, lo que me hacía sentir incluido, íbamos a la isla a cortar cocos muy grandes, piñas, y cayacos -coquitos de aceite que son muy ricos,- pescábamos con éxito mediano en el río, pero con grandes voces de júbilo cuando alguno picaba en nuestros anzuelos. La isla era un paraíso con grandes árboles, palmeras y mangos, aunque un poco peligrosa, ya que había víboras, algunas mortales como el coralillo. Pasé una semana totalmente fuera de mi ambiente habitual, de noche se repetía constantemente, en las rockolas, la canción “me caí de la nube”, que cantaba Cornelio Reina. Era la canción de moda. Terminadas las vacaciones regresamos a Apatzingán, pero antes, atrapamos a unas zarcetas, que no sobrevivieron al cambio de ambiente. Mi madre nos recibió de regreso y tuvo que soportar el alud de cosas que le contamos.
Con Baltazar compartí muchas aventuras, en una ocasión fuimos a pizcar algodón con mi tía Lupe, al llenar el saco recolector, se llevaba a pesar y anotaban el resultado para pagar al término de la jornada, una vez pesado, se vaciaba el saco en el lugar elegido para ello, pero como los pizcadores eran muchos, se formaba un cerro de algodón, cada vez mayor al transcurso del día, viendo Baltazar que varios niños se dejaban caer desde lo alto de un árbol de capire y rebotaban en el cerro de algodón, quiso hacer lo mismo, subió al árbol y se lanzó gritando de júbilo, la falta de práctica hizo que al caer, doblara las rodillas y con ellas se rompiera la nariz y se reventara los labios, bajo llorando y sangrando abundantemente. Mi tía Lupe aplicó el remedio más a la mano, exprimió jugo de limón sobre las heridas para acelerar la coagulación y detener la hemorragia, en muy poco tiempo la hinchazón fue tremenda y tuvimos que regresar a casa, con el temor de los cintarazos que recibiríamos por haber ido sin permiso.
Gonzalo era también un buen hermano, aunque más precoz, de inteligencia clara y muy rebelde, lo traía mi padre y fingía quedarse con gusto, pero a la primera oportunidad se escapaba sin avisar, días después lo encontrábamos en la calle, vendiendo golosinas que su mamá fabricaba.
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pakasso
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UNA PÁGINA MÁS
Mi trabajo de limpiador de cristales de carro me daba buenos dividendos, a veces hasta 5 pesos en una jornada, era todo un capital. Sin poder precisar cronológicamente el suceso, me llega un recuerdo triste, mi hermanita Eva murió en su cuna, lo que llenó de luto a toda la familia, ya que aún siendo una bebé, nos iluminaba con su luz, era un angelito caído del cielo y regresó a su creador, previnieron a mis padres de otro embarazo, porque la salud de mi madre estaba muy mal, posiblemente por haber tenido tantos hijos, que la fuimos disminuyendo con cada parto.
Un motivo de alegría que recuerdo con mucho cariño, es cuando mi tía Beatriz –la tía Beata- como le decíamos cariñosamente, Una de las hermanas de mi madre excepcionalmente alta, de casi dos metros de estatura y muy bella, venía a visitarnos desde Matehuala, S.L.P. llegaba acompañada siempre de su pareja –el tío Luis- de edad avanzada, chaparrito, calvo y muy paciente con el amplio grupo de sobrinos, recuerdo que en cada ocasión traían un auto diferente y un surtido muy grande de regalos para cada uno; alquilaban un camión de redilas para llevarnos a los hermosos manantiales de Parácuaro, ahí el agua brota a borbollones, muy fría, lo que es magnífico ya que el calor es un tan fuerte como en Apatzingán, es un pueblito pequeño, con árboles de tamarindo por todos lados y calles empedradas, origen de la familia de mi mamá, tiene un balneario muy bonito, con varias albercas, extensas áreas verdes y arbolado, lugares para cocinar al aire libre y disfrutar del paso del agua transparente y fresca. En una ocasión que decidieron acampar a un costado del balneario, por donde corre un canal pequeño, que sale directamente del manantial, los mayores se dedicaron a preparar la comida, que consistiría en carne asada, mientras la chiquillería disfrutábamos de las delicias del agua chapoteando en el canal oímos el ruido de un avión fumigador que se acercaba -son aviones pequeños, ligeros, con sólo dos asientos y un motor- y descubrimos que tenía problemas por que tosía muy raro; al otro lado del canal había un terreno amplio, sembrado de arroz, posiblemente el piloto pensó que podría intentar alguna maniobra desesperada y se enfiló hacia él, pero al parecer una rueda pegó con la rama de una parota y el pequeño avión dio una voltereta y se precipitó a tierra, corrimos desesperados para salir de su trayectoria y cayó casi sobre nosotros. Afortunadamente nadie resultó herido a excepción del piloto que perdió la vida y que sacaron entre los restos del avión. En estas excursiones muchas, veces era mi tío Pancho, el que nos transportaba en su camión. A este tío le apodaban familiarmente “El Catrín”, ignoro por qué motivo, era de carácter alegre, nos divertía contando mentiras chuscas e increíbles, aún para nosotros, pequeños e ingenuos, recuerdo dos en especial: iba manejando su camión por las curvas de la carretera que sube con rumbo a Uruapan, cuando de pronto se percató que venían bajando dos autobuses, que al parecer trataban de no dejarse superar y se rebasaban constantemente, por lo que ocupaban los dos carriles, sin tiempo para maniobrar, de inmediato metió reversa y así regresó hasta Nueva Italia, un pueblo varios kilómetros atrás, jajaja eso es imposible le decíamos. Contestaba muy serio –no cuando se es buen chofer. Otra “la tecnología ha avanzado tanto que han inventado una máquina de hacer carnitas, un poco diferente de la tortilladora” y ¿cómo funciona?, preguntábamos, preparas el puerco vivo, lo bañas muy bien y lo pasas hacia adentro de la máquina, en otro parte le pones solamente un poco de manteca sal y otros ingredientes. Oprimes un botón y la maquina lo mata, lo pela y lo corta en trozos pequeños, ya no hay que hacer nada, en una hora salen las carnitas por el otro extremo”. Asombrados le preguntábamos ¿y salen buenas? ¡Por supuesto! Nos respondía, pero si algo fallara y no estuvieran ricas, no hay que comer un trozo grande solamente un pequeño trozo de cuerito y si como les digo el sabor no fuera agradable, basta con oprimir el botón de reversa y recuperar los ingredientes. Hasta ahí casi sonaba lógico, volvíamos a preguntar y ¿el puerquito?, sonreía y nos daba la respuesta “He ahí la maravilla, sale chillando de dolor por el trocito que hallamos tomado como muestra”. Reíamos todos, satisfechos del final feliz. Era, como digo, un tío muy querido también, hermano de mi madre y un gran hombre. Otra de mis tías era llamada la tía Licho, supongo que se llamaba Elisa, muy cariñosa, bondadosa y sensible, siempre al pendiente de nosotros, por todo, ayudaba a mi madre a preparar comida para toda la flota que nos reuníamos, cuando venía la tía Beata, era una hermosa familia, los hermanos Beatriz, Elisa, Pilar, Mercedes, Gloria, Bertha, Ana, mi madre Catalina, Francisco y Ramón, la mayoría casados y sus hijos, mis primos por la parte materna superábamos la cantidad de 30 por lo que preparar la comida requería mucho trabajo y cuidar de tanto niño también, pero parecía ser una fiesta para todos. En alguna ocasión mi padre se negó a participar, argumentando que tenía que trabajar y entonces mi tío Luis le ofreció aportar lo del gasto familiar para convencerlo. Mi tía Ana, la más pequeña, era menor que yo, y no recuerdo porqué razones le apodábamos la “tía Pulula”, pero no se daba por ofendida y respondía al apodo igual que a su nombre.
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Por lo que he podido leer hasta ahora, te diré que me gusta bastante cómo llevas el relato. Me agrada además sobremanera que te esmeres con la ortografía. Es la mayor muestra de respeto que podemos brindarle a nuestros lectores.
Te aconsejo que separes lo escrito en párrafos más pequeños, pues estos brindan descanso a la vista y además anima más a leerte. Utiliza metáforas, estas suelen transportar al lector al lado mágico de tu alma.
Explica las palabras que creas puedan ser poco conocidas para algunos (por razón de época o región). Convierte en varias oraciones aquellas que resulten muy largas, (leer algunas me resultó extenuante) por la rapidez que le imparten a los pensamientos las oraciones muy extensas repletas de comas.
Por lo demás, me resta felicitarte por estos escritos, darte la bienvenida y exhortarte a seguir compartiendo tu arte con nosotros. Enhorabuena!
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yo sigo leyendo encantado esta historia, aunque sigo pensando q deberias hablar un poco mas de las cosas, extender un poco las historias, asi se disfrutaria ma
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AGRADECIENDO SUS COMENTARIOS, OTRO PEDACITO
Estaba por cumplir los doce años cuando ingresé a la Escuela Secundaria “Constitución de 1814”, es preciso hacer notar que sobre esta fecha está fundado el honor de la ciudad de Apatzingán, fue entonces cuando se promulgó la primera Constitución de México en plena Guerra de Independencia. Encontramos en Apatzingán, el museo Casa de la Constitución, la Avenida Constitución de 1814, la Plaza de la Constitución y demás desplantes nacionalistas por este motivo.
Educación secundaria.-
Llegar a la escuela secundaria marcó una nueva etapa, un modo diferente de educación, más demandante, el aprendizaje dividido en diferentes asignaturas, compañeros de edades mayores, algunos hasta de 20 años de edad que me decían “Vete al jardín de niños” y nuevos problemas. Uno de ellos en el profesor de matemáticas, a quien mi hermano mayor, Efrén, estuvo a punto de lograr que lo despidieran al comprobarle malos manejos con las aportaciones, resentido me amenazó el primer día de clase y me perjudicaba cada mes pidiéndome el recibo de la colegiatura que aunque se pagaba puntualmente, aprovechaba para enviarme a mi casa por él y perder sus clases, pero a medio año llegó la solución de forma inesperada; una de esas ocasiones, mi padre me sorprendió en casa, cuando se suponía que estaba en clases, me preguntó el motivo y una vez enterado me envió de regreso a la escuela, pero mientras yo lo hacía a pie, él se adelantó en su bicicleta. Mi sorpresa fue muy grande cuando al llegar a la escuela vi un grupo que rodeaba a dos personas, mi maestro tirado en el suelo, con la cara tinta en sangre y mi padre de pie, amenazador con los puños en alto, llegó el director de la escuela, para pedirle por favor que depusiera su actitud hostil, prometiendo que no se repetiría el error, a partir de ahí no volví a reprobar matemáticas, ni aún cuando no presentara examen. De momento no lo supe, pero aún así me perjudicó, fui un estudiante pésimo de matemáticas y lo resentí cuando llegué a la prepa. Por otro lado, se despertó en mí un nuevo gusto, las niñas y como era bien recibido por ellas, tuve mi primer noviecita en una, que recuerdo muy bien se llamaba Lupita, era muy tierna aunque no muy agraciada, de ella recibí mi primer beso de amor, justamente en la boca, a partir de ahí fue como descubrir un nuevo mundo, Rosita, Cecilia, Arcelia que era una morenita muy mona y me quería mucho. Roselia me dio su foto para que la viera cuantas veces se me antojara y pasó a ser mi novia también. Ella era de piel clara, pelo rizado y porte distinguido, su mamá, que tenía un comedor trató de darnos consejos, me dijo por ejemplo: “Pero no te la vayas a llevar al río”, por más que pensé, no pude descifrar el mensaje, pero no se me olvidó, pasaron muchos años antes de que supiera lo que me quiso decir. Así en noviazgos puros e inocentes mi lista de conquistas creció, hubo Paula, Martha, otra Lupita, Gloria, que vendía licuados, que a mi no me costaban un solo centavo Yolanda, Elena, Celia, Juana, Yadira, etc., cada una diferente. Era costumbre que los domingos las muchachas daban vueltas en la plaza y los jóvenes también, pero en sentido contrario y cuando veíamos a una que nos interesara, se ofrecía una flor artificial perfumada y la compañía, si la plática resultaba amena, se hacía una invitación para verse otro día, acudir a algún evento, al cine o a bailar y si la cosa progresaba, se pasaba a un noviazgo que muchas veces terminaba en boda, los padres y hermanos mayores, que permitían el acercamiento vigilaban que todo fuera decente y a veces preguntaban cuáles eran las intenciones, pregunta que salía sobrando, pero que presionaba al saber que no habría libertades.
En esta época, perdí el control, las muchachas eran muy amables conmigo y yo me dejaba querer, recuerdo un incidente muy comentado en mi familia, desde muy chico, alentado por los textos obligatorios de la escuela leí varios libros y me volví adicto a la lectura, mi primer libro fue “Corazón, diario de un niño” de Edmundo D`Amicis y luego los de Emilio Salgari, “Sandokán, el Tigre de la Malasia”, “Los tigres de la malasia“ para seguir con “El periquillo sarmiento” “La vida Inútil de Pito Pérez”, “La Iliada” y “La Odisea”, “Poema del Mío Cid” y muchos otros, para leerlos cómodamente, destiné un cuarto para tal efecto, al que llamaba pomposamente “La biblioteca” y encontrándome una tarde en este cuarto, escuché que llego mi hermana Dora María con dos amigas: Chela y María, como andaba con las dos, no me asomé siquiera, pero ocurrió que Dora tuvo que salir un momento a la tienda y quedaron solas, empezaron a platicar de sus cosas y les extrañó que el novio de las dos se llamaba igual, hasta que tras preguntas y respuestas, llegaron a la conclusión de que era el mismo, por supuesto, el hermano de Dora, Chela se puso furiosa y dijo que cuando o viera le iba dar de cachetadas. María por el contrario, se puso triste y dijo que ella primero buscaría la razón, que me quería mucho y que no creía que yo fuera así, en eso regresó Dora, con refrescos y parecieron olvidarse momentáneamente del asunto, así que aproveché para salir y sin dar tiempo a nada, tomé a María de la mano y le ofrecí llevarla a su casa, por el camino le conté que Chela había sido mi novia pero que eso era agua pasada, aceptó mis explicaciones y seguimos muy contentos, obviamente, Chela me cortó, pero no me dio las cachetadas que había dicho
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pakasso
En este principio, tu narracion tiene un estilo, una forma de contar las cosas; te permite exponer muy variadas vivencias en pocas paginas.
saludos cordiales
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En la escuela todo iba bien, ser estudiante daba prestigio y aunque a veces teníamos riñas colectivas con los estudiantes de la Escuela Secundaria Técnica Industrial, no pasaba a mayores, era más común y divertido hacer deporte, teniéndolos como rivales a vencer aún cuando no siempre nos acompañaba la fortuna.
En el Ejido.-
Fue, en esta época que mi padre por métodos que desconozco se integró al Ejido Santa Rosa, distante unos 10 kilómetros de Apatzingán por la carretera de Aguililla, lo que ocupaba casi todo su tiempo fuera del consultorio dental, salía aún obscura la mañana para ir a regar sus tierras y sembrar maíz y un incipiente vivero de mango con todas las variedades conocidas, su socio, un ranchero muy amable conocido como “Pancho Sierra” (otro Pancho) y su esposa, Doña Chona, lo hicieron su compadre, padrino de una hija de 16 años, a la que se volvió muy aficionado, cosa nada extraña en él, sabiendo su atracción por el sexo femenino, y la llevaba a todas partes, despertando la maledicencia de las gentes, aunque, personalmente, nunca vi una actitud que rebasara la normal de un padrino y su ahijada. En ese ejido corrí nuevas aventuras, aprendí a sembrar maíz y ajonjolí y cuidar el riego, éste se hacía mediante canales no muy profundos, con agua que derivaban desde el manantial de La Majada, que se encontraba ubicado a orillas de la carretera a Tepalcatepec, distante como a como a 3 kilómetros, paralela a la de Aguililla. Había en los canales grandes algunos peces que por allá les llaman “chopas”, que al abrir los canales de riego, se desplazaban junto con el agua y que al cerrarlos, quedaban atrapados sin profundidad suficiente, por lo que brincaban buscando depresiones para salvar sus vidas. Nosotros, los jóvenes, que siempre estábamos alerta para obtener lo que la tierra nos brindara no desaprovechábamos la oportunidad y hacíamos buena provisión de pescado fresco, que mi madre preparaba al mojo de ajo, convirtiendo el final de una larga jornada en una fiesta rica y olorosa, igual regresábamos cargados de mangos y frutos diversos.
Una desgracia.-
Y fue en esta época, que habiendo descubierto un huerto con mangos exquisitos, planeamos una escapada de la escuela secundaria para ir a traer mangos de allá. Mi primo Manuel se resistía porque no le daban permiso, pero lo convencimos con la promesa de dejarlo escoger los mejores para mi tía, seguros de que con eso, el regaño sería perdonado y ¡allá vamos! Pasamos la mañana cortando mangos y recogiendo los que ya estaban caídos, así como deleitándonos en comer hasta casi reventar, llenamos varias cubetas y emprendimos el regreso, contentos cantando y riendo, cuando a lo lejos vimos una columna de humo que se levantaba muy alto, tratamos de ubicarla y tras deliberaciones, decidimos que era por el rumbo de nuestra colonia, mi primo Manuel, nos encargó su cubeta y echó a correr hacia el pueblo, nosotros, con más peso aún, disminuimos el paso y cuando logramos llegar, nos encontramos con que la casa de mi primo ya no existía, aunque aún ardía, él estaba arrinconado contra un cueramo , llorando y su familia hacía lo mismo, habían perdido todo en el incendio, lo que no era raro, dado que la mayoría de las casas del pueblo estaban construidas de madera y tejamanil, que son delgadas láminas de madera de pino, altamente inflamables, ingenuamente le entregamos su cubeta, repleta de mangos, mi tía Lupe montó en cólera y con un cinturón la emprendió a golpes en contra de él, resultó ser que como todos los días salíamos de la escuela a la una de la tarde, dejó los frijoles cociéndose en el fogón, con dos leños, confiando en que al llegar mi primo, retiraría los leños para evitar que se quemaran los frijoles, cosa que no ocurrió y los leños al quemarse en la parte dentro del fogón, perdieron peso y cayeron fuera, iniciando el desgraciado incendio que los sumió aún más en la pobreza, se perdió el equipo de fotografía de mis primos, sus hermanos, que así se ganaban la vida y la enorme alcancía de mi primo Baltazar en la que ahorraba sus escasas ganancias como boxeador amateur. De sus muchos pesos de plata, sólo encontramos una plasta de metal, que después mi padre convirtió en medallitas y otros artículos de ornato. Fue nuestra última escapada pero sirvió para unir más a nuestras familias. La solidaridad de los vecinos, pobres en su mayoría, se manifestó de inmediato, alguien ofreció una cama que ya no usaba, otros una mesa, sillas, utensilios de cocina, alguna cobija vieja recién lavada y así por el estilo, aliviando un poco la pena de mi tía. Esa solidaridad que llega al corazón, por manifestarse precisamente cuando más se necesita.
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Y SIGUE LA MATA DANDO...
Fue también esta época en la que afiancé mis amistades, pocas en realidad, pero sinceras: Armando, hijo del Encargado del Orden de San José de Chila, Carlos, un joven muy culto y aficionado a leer, con una incursión en el Seminario de Morelia, Salvador, a quien apodábamos “el pollo”, hijo adoptivo de una indígena de edad avanzada que vendía cántaros en el mercado y que era la mar de amable con nosotros, nos contaba que lo encontró recién nacido, abandonado en una calle de San Juan Tumbio, allá por Pátzcuaro, razón por la que le apodamos “el pollo”. Éramos inseparables, aunque muy diferentes; por ejemplo: Armando, siempre tenía dinero, Carlos extraía de la tienda de su papá atunes en lata, galletas y chiles en vinagre para nuestras pequeñas fiestas, Salvador se encargaba de hacer planes y su humilde servidor: de la parte difícil; convencer a las chicas de asistir, dado que tenía más experiencia.
Armando, (no se me olvidará nunca) me propuso que comprara unos zapatos, por que aún a esa edad sólo usaba huaraches y los compañeros de escuela me llamaban “Huarache veloz”, para esto, fue necesario que aportara una parte importante del precio, lo que hizo de buen gusto.
Una de nuestras distracciones favoritas era nadar, acudíamos a las albercas, laguitos e incluso al río, que durante la mayor parte del año estaba seco, el agua transparente que bajaba de Acahuato se desviaba en el transcurso, para irrigar parcelas y huertas o para dar de beber al ganado, pero en época de lluvias, bajaba caudaloso del cerro, de un color casi café por la tierra y basura que arrastraba en sus primeras avenidas, no era raro que con ello arrastrara también víboras, alacranes, arañas y tarántulas, por lo que al inicio de la temporada lo evitábamos, pero después, pasadas las primeras lluvias lo disfrutábamos al 100%, por su fuerza de arrastre, que a veces nos hacía perder los huaraches, por su fuerza vivificadora de los árboles, que florecían nuevamente y ofrecían nuevos frutos. Uno de los lugares preferidos era “El Salto”, donde efectivamente formaba una pequeña cascada que caía en una depresión formada por la fuerza del agua y a donde íbamos a nadar, tirarnos clavados y los más afortunados a bucear con un visor de grueso cristal, se obtenían vistas maravillosas del agua verde y la profundidad silenciosa, se llegaba ahí a través de callejones resguardados de cercas de piedras, después solamente las laderas de los cerros.
Armando me invitaba de vez en cuando a pasar el fin de semana o una semana completa –cuando había vacaciones- en San José de Chila, con su familia. Chila es un ranchito dividido por un río que define los municipios de Apatzingán y El Aguaje, la parte de Apatzingán se llama San José y la parte del Aguaje, El Naranjo, de gente sencilla, aunque un tanto agresiva, con costumbres raras a mi entender; niños con pistola al cinto, donde las venganzas estaban a la orden del día, ya que los hombres se mataban por cualquier detalle, desde los más pequeños como el que una res invadiera una parcela hasta una rivalidad de amores, me tocó escuchar durante un trayecto en el autobús cómo una mujer aleccionaba a un niño para que al ser un poco mayor asesinara a la familia del que mató a su padre, eran costumbres bárbaras y despiadadas que no sorprendían a nadie, incluso se contaba el caso de un ranchito donde sus habitantes se exterminaron totalmente por rencillas de familias. En casa de Armando me acogían con gusto, yo era una voz diferente a las que a diario escuchaban, sus hermanas me mostraban simpatía, que no coquetería y yo me sentía muy bien con ellos, para ir a Chila por la vereda había que pasar muchos trabajos, la brecha era pedregosa y muy cansada, los carros avanzaban dando tumbos, el polvo del camino, espeso y pegajoso nos cegaba y hacía llorar, el ambiente era irrespirable; pero pasar el Río Grande era muy peligroso, el vado se perdía en épocas de lluvia, los tractores tenían entonces un uso diferente, remolcar los carros para cruzar el río. En una ocasión me tocó presenciar un hecho terrible, El padre de Armando era el encargado del orden y propietario de una tienda y un billar, estando en la tienda vimos llegar a un joven de unos 20 años, pidió galletas “sabrosas” y chiles en vinagre, lo que es común cuando no se ha tenido oportunidad de comer por las faenas del campo, enseguida llegó otro tal vez ligeramente mayor y le dijo “oye, anoche en el baile peleamos y me ganaste, vengo a ofrecerte que seamos amigos y vivamos en paz” el primero le contestó que no había problema, que la lucha fue justa y ocasional, que estaban en paz, Si, pero te quiero invitar unas cervezas, insistió. No quiero nada, así está bien. Bueno entonces cuando menos un refresco. Está bién, pero que conste que no te lo he pedido, recibió el refresco y al momento de dar el primer trago, el otro sacó la pistola y le disparó dos veces. Cayó sin un solo grito – En nada se pareció a lo que mostraban las películas de aquella época-, después, el asesino se volvió a nosotros con una mirada terrible y nos dijo “lo mismo le pasará al que se atraviese en mi camino” y salió rápidamente. La madre de Armando, que estaba embarazada cayó desmayada de la impresión, la auxiliamos de inmediato, pusimos alcohol en una franela y le dimos a oler, sacamos hielo del refrigerador y mojamos su cabeza, la tienda se llenó de gente que preguntaba ¿Qué pasó? ¿Quién fue?, a duras penas nos explicábamos. Pasado más de una hora llegó el padre de Armando y cuando lo enteraron dijo que había encontrado al homicida en la sierra y que le dijo “que sea la última vez que te atraviesas en mi camino”, creyendo que se lo decía en broma no le hizo caso y cada quien continuó su camino, mandaron traer servicios funerarios de Apatzingán y a la policía rural de no sé donde. Se presentaron a caballo, enfundados en sus tradicionales trajes de cuero lo que les da el popular apodo de “Los Cuerudos”, hombres decididos que peinan la sierra cuando es necesario durante varios días, aún en lugares a donde no llega el ejército o los judiciales, hicieron provisiones de queso, carne seca y agua y partieron al galope, al día siguiente, cuando ya habían enterrado al difunto, los vimos regresar al paso de sus caballos, traían atado de manos a un desconocido que caía y se levantaba, el rostro hinchado y sanguinolento, los pies descalzos y sin camisa, nunca había visto a nadie en esas condiciones y sin embargo tuvimos que identificarlo como el asesino, ya que efectivamente era él. Aunque no lo hicimos en público, llegó una camioneta y ahí lo trasladaron sin comer y sin agua. Es un recuerdo muy horrible de todo lo que pasó en esa ocasión, duré casi una semana durmiendo mal, pero todo se supera.
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No se desesperen ya vamos en la página 12 de 100
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Cursaba el segundo año de secundaria cuando mi madre falleció, confirmando los diagnósticos de que traer más hijos al mundo podría ser fatal para ella. Mi padre, en el apuro de internarla en una clínica buscando desesperadamente salvarla, no dejó de trabajar porque, como siempre, no había dinero suficiente en casa, mis tías, hermanas de mi mamá lo criticaron duramente por no dejar de trabajar. Yo lo comprendía, era necesario pagar los honorarios de los doctores y la hospitalización. En fin, con mucho dolor para nosotros la perdimos para siempre,. Creo que de momento no comprendimos lo que estábamos perdiendo, pero no habiendo quien administrara la casa y sin su cariño nos volvimos una tribu salvaje y violenta a la que mi padre no podía controlar, trabajar y alimentar, nos salvó un poco recibir los consejos de Oliva, una señora que por temporadas trabajaba en casa desde hacía mucho tiempo y que vivía sólo pasando la calle, gran amiga de mi madre y a quien considerábamos como de la familia, también colaboraron algunos vecinos, Doña Esperanza y Don David, - buenos vecinos- quienes además de prestarnos sus burros, nos aconsejaban sinceramente, Doña Carmen y Don Lupe, que vivían justamente en el terreno siguiente y Doña Celia, otra vecina que tenía 5 o 6 hijas y un solo niño. Eran todos muy bien intencionados, aunque nosotros no lo sabíamos, David, hijo de doña esperanza se convirtió en un gran amigo aunque éramos totalmente diferentes, él no sabía leer, se dedicaba al campo como su padre, al igual que Luis, hijo de Doña Carmen y Don Lupe, campesinos, pero muy buenas gentes, vecinos de siempre, tenían 4 hijos: Evangelina, Josefina, Luis y Luz María, a quien su padre llamaba “Luchita” y los chamacos recortamos a “Chita”, un poco por las películas de tarzán de aquella época. Cuando llegó la época navideña, mi hermana Estela nos preparó la cena en la primera estufa de gas que conocí, nos cocinó unos pollos rostizados con sal y ajo, riquísimos. Ella afrontó la difícil tarea de llevar las labores del hogar y la orientación que nos faltó, aunque no lo comprendimos.
Lógicamente tenía amigos en casi toda la colonia, aunque más bien debo decir conocidos con los que jugábamos fut-bol, base–bol y frontón de mano, con unas pelotas pequeñas y suaves que perdían los jugadores adultos y que después encontrábamos nosotros entre los matorrales que había en los alrededores de la Unidad Deportiva.
Primer Encuentro
Casi al terminar el último año se secundaria hubo un suceso muy importante en mi vida, en una de nuestras escapadas a la alberca, donde nadábamos, bailábamos y nos divertíamos en un ambiente sano, invitamos, entre otras chicas a Consuelito, que era muy popular, bailaba la música tropical con mucha gracia y que por supuesto, me gustaba mucho, era chaparrita, morena, bonita y de pelo largo rizado, llegamos a la alberca y todos nos metimos y empezamos a subir al trampolín de clavados, sabíamos que eso llamaba la atención, yo usaba un short sobre los calzones de uso normal y a punto de lanzarme al agua, vi a Consuelito que desde abajo me veía con malicia, como tratando de ver por dentro del short, tal vez sería mi imaginación por la expresión que le sorprendí en el rostro, avergonzado me lancé al agua, sin quitarme la idea de que me estaba viendo de una forma diferente y pícara. Una vez que las otras muchachas avisaron que las tostadas estaban listas salimos corriendo hacia el pasto, donde comimos y tomamos refrescos de manzana. Empezamos a bailar con un tocadiscos portátil, de baterías, que llevaba Carlos, con discos de “La Ola Inglesa”, una colección de discos de vinilo, de 45 y 33 revoluciones, que recopilaba canciones bailables de moda, en inglés y español yo continuaba al pendiente de Consuelito, en un momento la música cambió a tropical y eso fue el boom, el ritmo de Los Sonors – conjunto muy popular de Michoacán en aquel tiempo - aumentó nuestra alegría, nos levantamos todos a bailar, yo, ¡por supuesto! Invité a Consuelito que bailaba mejor que todas, después de 3 o cuatro melodías bulliciosas, vino una de corte tranquilo, que mis contemporáneos seguro recuerdan aún, se llamaba “Peleas” y contrariamente al título, era muy suave y fácil de bailar abrazados y de “cachetito”, como decíamos en esa época. Sentir a Consuelito pegada a mí, me despertó nuevas sensaciones que trataba de reprimir, ella se dio cuenta y sonriendo me dijo “no te de vergüenza” eso les pasa a los hombres cuando les gusta una mujer, ¿te gusto? ¡Mucho! Le respondí yo, pero no me gustó tu actitud conmigo en el trampolín, parecía que me querías ver los calzones bajo el short, rió alegremente y me dijo “ ¿a poco no es lo que ustedes hacen siempre?” pues sí, pero no es igual, no es normal que las mujeres hagan eso. Sin cambiar su expresión divertida me dijo después de besarme “si supieras cuántas cosas que no son normales hacemos, pero sólo a los que nosotras decidimos” de momento no asimilé el sentido de lo que me decía, nos apartamos del grupo que conversaban animada y simultáneamente haciendo bromas entre sí, caminamos por el jardín y buscamos un lugarcito más reservado, me preguntó ¿has visto a una mujer totalmente desnuda? Me sorprendió mucho la pregunta, pero más aún cuando retirando un poco la parte superior de su bikini me mostró un pecho moreno, con un pezón rosadito, debí estar con la boca abierta porque se rió de mi –seguramente no- ¡pues tengo dos!, me dijo, algún día te los voy a enseñar juntos. No pude evitar acordarme aunque confusamente de la meretriz que conocí cuando vendía flores y comparar la diferencia de tamaño y forma. Nos integramos de nuevo al grupo y pasamos un día estupendo, regresamos haciendo planes para otra reunión, pero en sábado para no perder clases nuevamente ya que se aproximaban los exámenes. Estuve inquieto toda la semana esperando el sábado para volver a verla y bailar abrazado con mi nueva amiga, ya casi novia, a pesar de que no existía declaración alguna, su actitud para conmigo me decía que ya no era necesario. Llegó el día esperado, nos reunimos a las doce del día, fuimos a la alberca, hicimos lo acostumbrado, nadar, bailar, comer y juguetear. Iniciamos el regreso a las seis de la tarde, se disolvió el grupo pero Consuelito y yo seguimos juntos, al pasar por fuera de la escuela, recordó que tenía un broche de Doña Meche, la esposa del velador, una pareja de edad avanzada que vivían en una pequeña casita pegada a la escuela, con la finalidad de hacer sus respectivos trabajos en la misma, Él, Velador y Ella, aseo de los salones. Doña Meche nos vio llegar a su casa y nos recibió amable, nos contó que estaba un poco enferma y por esa razón dejaría el aseo de nuestro salón para el siguiente día, ofrecimos ayudarle y aunque apenada, aceptó, entramos al salón desierto, por el día y la hora, barrimos, sacudimos y trapeamos. Una vez terminado; regresamos las franelas, escobas y trapeadores a Doña Meche, quien se había recostado y adormilada nos dio las gracias. Nos despedimos y le propuse a Consuelito que regresáramos al salón a platicar un poco más, me sentí muy halagado cuando me dijo, “te lo iba a pedir, pero me dio vergüenza”. Así que entramos nuevamente al salón, ya empezaba a oscurecer, platicamos de muchas cosas diferentes y sin saber cómo, nos vimos liados a besos, ese atardecer conocí por primera vez el placer de un acto sexual, a mis casi 15 años, con una niña más o menos de mi edad, pero mucho más sabia, fue una experiencia inolvidable, que después busqué repetir en cada oportunidad.
Seguimos viéndonos por el tiempo que permanecí en Apatzingán, ya como novios, pero cuando me fui a Morelia, sus padres la llevaron a Monterrey, de donde eran originarios y salió de mi vida casi sin darme cuenta. Nunca he vuelto a saber de ella, posiblemente se casó por allá o sólo Dios sabe que fue de su vida, sólo me quedaron estos recuerdos.
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UN POCO M{AS DE ESOS TIEMPOS
En esos tiempos, mi hermana mayor empezaba a forjar su destino, estudiaba la carrera de Contador Privado, que mi padre no entendía, decía que iba a ser Secretaria, para deleite de patrones, a los que injuriaba antes de conocer. Siendo él, burlador de mujeres, no concebía que hubiera personas diferentes, por lo que era muy celoso con mis 2 hermanas que estaban pasando de la niñez a la pubertad y posterior juventud, Elsa, más pequeña aún no tenía problemas por ser una niña. No consentía que tuvieran amigos y amenazaba con matar a quien sorprendiera con ellas, por lo que yo les servía de chaperón y alcahuete en sus noviazgos, que no duraban cuando los pretendientes se enteraban del mal genio de mi padre. Así transcurrió esta época de mi despertar a la juventud y aún siendo un estudiante mediocre, dí a mi padre la satisfacción de terminar mi educación secundaria.
Despegue
Con muchas esperanzas de mi familia me trasladé a la ciudad de Morelia, ya que en Apatzingán aún no había escuela preparatoria por lo que si se deseaba estudiar más allá de la secundaria era imperativo emigrar. Me fui con toda confianza, mi hermano Efrén ya estudiaba allá y lógicamente me ayudaría a establecerme, como efectivamente lo hizo. Él vivía frente a una iglesia por Fray Bartolomé de las Casas, una calle que corre a un costado de la iglesia de San Francisco. Era una casa antigua, de estilo colonial, como casi todas en las que viví durante los tres años que estuve en la capital. Había una escalera de piedra en el patio, la cual accedía a la segunda planta, en donde se ubicaban las habitaciones de los estudiantes mientras que la planta baja era usada como casa de una maestra y mostraba un toque discordante por sus detalles lujosos, tenía un comedor amplio, con muchas sillas, que como detalle de mal gusto tenía espejos en todas las paredes, sala con televisor y un baño siempre pulcro.
Me instalaron en el cuarto más al fondo de todos, que a pesar de tener una ventanita por la que entraba el sol por las mañanas y la fresca brisa nocturna, no era ocupado por nadie, mientras que en otros más pequeños se apretaban dos o tres camas. De momento no investigué el porqué, pero después, ellos mismos me dijeron que ahí se aparecía un fantasma, por eso nadie quería ese cuartito, la curiosidad me hizo preguntar más detalles y me enteré que se aparecía una mujer vestida de blanco, que no hacía más que pasear por la orilla de la cama, mirando fijamente -con sus cuencas, sin ojos- al que hubiera tenido la desgracia de estar en ese cuarto, no le dí importancia, más bien me burlé de ellos, diciendo que si era una mujer, pues mejor. Por suerte nunca vi ni oí nada. Bajo la escalera de piedra, había un espacio en el que acondicionaron una taza de baño, ya que algunos se negaban a pasar al baño de la casa, por miedo a cruzar el comedor. En una ocasión mi hermano se quedó estudiando y cayó la noche, pero como en el comedor había lámparas que alumbraban muy bien, no le dio importancia y como a las once de la noche subió pálido y tembloroso, ¿qué te pasa? Le pregunté. Pasa que me espantaron en el comedor, ¿cómo? Estaba estudiando cuando se recorrieron las sillas frente a mí y no había nadie, me levanté y las volví a acomodar y en eso se recorrió la silla en la que yo estaba sentado, ya no esperé y subí corriendo. No creí la historia, pero no bajé a verificarla hasta el día siguiente, efectivamente, la silla que debió estar ocupando, a juzgar por la posición de sus libros y cuadernos, aparecía en una posición que nada tenía que ver con alguien que estuviera sentado estudiando, recogimos sus cosas y no comentamos con nadie, pero mi hermano estuvo enfermo casi toda la semana, hizo acopio de artículos religiosos y rezaba mucho, cosa por demás extraña en él.
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En una ocasión, platicando con Carlos, me comentó que su tía tenía a una hija que no podía controlar, que era muy rebelde y noviera, que estaban planeando internarla en un convento, yo que ya estaba encarrilado me interesé y le pedí que me la presentara, no lo hizo así, pero me la señaló. Era una chiquilla, morena, muy delgada pero completamente de mi gusto, me hice el aparecido en dos o tres ocasiones, le hice plática tratando de afianzar una amistad con ella, pero le era indiferente, la invité a salir, a tomar un helado, al cine, a bailar, etc., pero el resultado fue el mismo, finalmente, y para no perder más mi tiempo le pregunté el motivo de que me rechazara tanto; me contestó que no le gustaban los pelones. Efectivamente, yo tenía el corte de pelo al rape, por que al ingresar a la preparatoria, los compañeros de segundo año nos pelaban a coco por tradición.
Mi hermano y yo nos abonamos en casa de Don Chano López, un viejo amigo de la infancia de mi padre, que cuidaba un edificio en la calle Valladolid, vivía ahí con su familia, hacía escritos a máquina a numerosos clientes, fue como un segundo padre para nosotros, amable, con una cultura sobresaliente y un trato cariñoso, su esposa, Doña Ana era a su vez una mujer dulce, ambos, ya entrados en años eran la imagen perfecta de una pareja bien avenida que conserva su amor con el paso del tiempo. Tenían 6 hijos con diferentes caracteres, Jorge, Ana María, Chano, Arcelia, Alfredo y René. Jorge ya se había recibido de Doctor, hombre serio y tranquilo, Ana María, una bella rubia madura que se hacía del rogar para casarse con su novio, un Ingeniero recién recibido, Marciano, un joven alto, apuesto y arrogante que estudiaba para ser contador, Arcelia, la consentida, que soñaba con ser Doctora, Alfredo era empleado del Monte de Piedad y René un chiquillo muy buena gente que aún no decidía que estudiar. Ahí viví más o menos un año, siempre en buenos términos, hasta que decidí cambiarme a una casa de estudiantes por la calle Virrey de Mendoza, para disfrutar de más libertades. De mis amigos de Apatzingán sólo tenía a Armando. Carlos no se quedó, ignoro por qué motivo, Salvador no encontró agradable la estancia y se regresó, pero conocí nuevos amigos, uno de ellos, Jaime, moreno, gordito audaz y precoz. En las vacaciones regresé a Apatzingán y Carlos, que se pasaba el tiempo en compañía del padre Soto me contó que había un grupo grande de jóvenes que venía de muchos lugares a una reunión de catequistas, me presentó a muchos de ellos, hombres y mujeres de diferentes edades, pero en especial a una niña que desde que la vi me pareció encantadora, era de piel clara, pelo, quebrado diría yo, carita inocente y las cejas muy juntas, eso en lo físico, pero de trato exquisito, respetuosa y muy decente, su nombre: Adriana. Al parecer nuestra impresión fue muy parecida, nos caímos bien, sin pensar más que en la amistad por mi parte, que seguía el ejemplo de mi padre de ser un conquistador, intercambiamos domicilios y quedamos de escribirnos, lo cual cumplimos durante algún tiempo, hasta que por cosas del destino dejamos de hacerlo.
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yo sigo aqui, muy bueno tu escrito...
no podrias agregarle fotos de los paisajes a losque te refieres??
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Mi pelo se recuperó rápidamente y ahora lo usaba más largo de lo normal, conforme a la moda juvenil. Más o menos por ese tiempo conocí a Evelia, una chica güerita muy linda, que estudiaba en la que había sido mi escuela secundaria, me explayé contándole como se vivía en Morelia y la impresioné hasta que consintió en ser mi novia, pasaba por ella a la escuela cuando yo estaba en Apatzingán y en ocasiones iba a verla a su casa en San Antonio, un ranchito situado a un costado la carretera que va de Apatzingán a 4 Caminos. Mi hermano Cuauhtémoc le apodó “la cachetitos” por obvias razones. Como yo vestía a la moda y usaba el pelo largo, al hombro, la gente mayor me veía con desprecio, pero los jóvenes me mostraban respeto y hasta tenía seguidores que me preguntaban por la música de moda, los lugares de Morelia y un poco menos por las dificultades que enfrentaba al vivir allá. Este romance, que me tenía feliz, terminó abruptamente cuando su padre nos vio en la calle y le hizo una seña amenazante, al día siguiente que la fui a llevar al autobús que la dejaría en su rancho, me dijo muy misteriosa, “te voy a dejar este papelito, prométeme que lo leerás hasta que me haya ido”, acepté sin darle mayor importancia pero como nos despedimos y el camión no salía, me oculté y lo leí, nunca lo hubiera hecho, me decía que por favor ya no la buscara, que su padre la iba a casar con un muchacho de Parácuaro que tenía recursos para mantenerla, que era sabido que la novia de un estudiante no sería la esposa de un profesionista. Me invadieron sentimientos de tristeza, decepción y furia, regresé a la terminal con la intención de tirarle el papel a la cara, pero me faltó valor y simplemente no volví a buscarla.
Otra de mis noviecitas de ese tiempo, Gloria, me prometió que me esperaría pero habiendo suspendido clases la Universidad, con muy poquitos días de anticipación, llegué a Apatzingán de forma inesperada y fui a buscarla un domingo para invitarla a salir y me encontré con que no estaba, había salido a una fiesta familiar y regresaría hasta por la noche, volví por la noche como a las 8 y sus hermanas me dijeron que se había ido a un sitio que los jóvenes visitábamos los domingos por las tardeadas que ahí se realizaban, tocaban conjuntos locales de moda y el ambiente era alegre pero sano, me dirigí ahí y la encontré bailando con un joven que la abrazaba con mucho cariño, me acerqué y le hablé, sorprendida no supo que hacer y la separé del acompañante diciéndole: “ahorita te la regreso”, atónito, no reaccionó, le reclamé a ella que ya sabía que estaba en el pueblo y no me hubiera esperado y sin darle tiempo a contestar la regresé con el otro, me fui a sentar enojado y decepcionado, de pronto vi una larga fila de sillas desde donde varias chicas recibían solicitudes para bailar, curiosamente a la que me pareció más hermosa no la invitaba nadie, me levanté de inmediato y fui a invitarla, temiendo que me rechazara, para mi sorpresa me dijo que si y salió de inmediato a bailar conmigo, en ese momento el conjunto tocaba alegres cumbias, muy movidas que se bailaban sueltas y después de dos o tres melodías cambiaron a un ritmo suave y romántico. Como la costumbre era bailar con la misma pareja una serie completa, seguimos bailando, ahora con la facilidad de platicar, le pregunté por que a ella casi no la invitaban a bailar siendo la más bonita y me contestó que al parecer a los chicos les daba miedo, después me preguntó si había peleado con mi novia, me halagó que se hubiera fijado en mí y así pasamos el resto de la tardeada, bailando ella solamente conmigo yo solamente con ella. La fui a llevar a su casa con un grupo de sus amigas y al despedirnos intercambiamos un beso, no fue necesario más, no volví con Gloria, Socorro ocupaba ahora toda mi atención.
Resultó que trabajaba con la mamá de Carlos, Doña Raquel, quien me conocía desde la secundaria y que tenía una tienda de abarrotes en el mercado grande, a donde enviaba mis cartas para Socorro, mucho tiempo después me enteré que las leía antes de entregárselas, ella misma me lo contó. Socorro tenía un hermano grande que la cuidaba mucho, pero se escapaba al anochecer y salía a platicar conmigo a la esquina bajo un cueramo, claro cuando yo estaba en Apatzingán. No recuerdo como terminó nuestro romance, tal vez perdimos interés uno en el otro, pero no hubo nada sobresaliente, seguí mi camino como siempre.
Por otra parte, en Morelia las cosas no pintaban mal, Margarita, una compañera de estudios se interesó en mí, me preguntaba ¿porqué estás tan triste?, jajaja, ¿triste yo?, sólo era mustio. Le dio por acompañarme y descubrí que era muy sencilla, simpática y respetuosa, vivía por allá, atrás de la nueva Central de Autobuses, pasando la también nueva Avenida Héroes de Nocupétaro. Con la anuencia de sus padres la visitaba casi a diario, ellos no veían mal que un estudiante pobre fuera novio de su hija, fueron muy considerados conmigo y muy discretos, sin embargo no prosperó nuestra relación y nos dejamos de ver sin rencores, me quedó como recuerdo imborrable su olor a limpio que resaltaba en su pelo largo. Tenía como compañeros en la casa de Don Chano a otros dos Abonados, Saúl y Jorge, el primero de Bocaneo y el otro de Zinapécuaro, que hicieron costumbre de invitarme a sus pueblos, turnándose cada semana. Afortunadamente, por mi juventud o por mi educación, ya que siempre fui respetuoso, era bien recibido en las dos casas y tratado casi como a un hijo más, recuerdo que la mamá de Jorge preparaba jugo de naranja para todos… pero agregaba yemas de huevo, para que estuviéramos fuertes decía, a mi no me gustaba el jugo con huevo, pero lo tomaba sin un gesto y sin comentarios, al despedirme, siempre recibía una invitación para volver. Fue en Zinapécuaro donde ligué primero, había algunos equipos de fut-bol femenil, íbamos a ver los encuentros, no por el deporte, sino por las muchachas y logré que una de ellas, Alejandra, se convirtiera en mi novia para los fines de semana, la acompañaba a misa los domingos de cada quince días, a sus partidos y ocasionalmente a fiestas, fue en una de éstas, por tiempo de carnaval que en el único teatro de la localidad dio inicio una riña entre los jóvenes locales y los de Pueblo Viejo, que degeneró en batalla campal, arrimé una mesa y una silla al palco más cercano y procedí a ayudarla a subir para ponerla a salvo, apenas hubo subido cuando sentí un fuerte golpe en la cabeza que me hizo ver luces de colores, quedé recargado sobre la mesa y cuando me reponía un poco llegó otro y me dio repetidos golpes sobre un mismo ojo, afortunadamente alguien le rompió una silla en la cabeza. Ante esta situación no quedaba sino defenderme, pero ¿de quien? No siendo de ninguno de los pueblos en contienda me atacaban por igual de uno o de otro, no hice distinciones y empecé a repartir golpes, aunque era más lo que recibía, traté de huir hacia la puerta, pero vi que estaba custodiada por algunos que enarbolaban garrotes y no permitían la salida, así que tomé la escalera y desde ahí pude hacer frente con algo de ventaja. Todo sucedía vertiginosamente. Pude apreciar a alguien que se dirigía con una botella en la mano para agredir a un rival que no lo veía, pero no llegó hasta él, en el camino lo bajaron con una silla y sus amigos lo sacaron de “aguilita” medio desmayado. El asunto estaba feo, aunque no se usaban armas de fuego ni cuchillos, cuando de pronto se abrió la puerta y entró un pelotón de soldados imponiendo orden a golpes, en pocos minutos sólo se veían los derribados, nos formaron a todos y nos llevaron al hospital a los que presentábamos sangre, me cortaron parte de mi abundante cabellera (que ya había crecido) para poder suturar una herida en la cabeza, de la que apenas me daba cuenta, pero que sangraba profusamente, me aplicaron un antitetánico y me despacharon, me reuní con Jorge y otros amigos que también salieron relativamente bien librados, y nos retiramos camino a su casa, las calles estaban obscuras y de pronto. al llegar a una esquina nos encontramos con un auto en el que varios sujetos tomaban bebidas alcohólicas, se burlaron de nosotros y nos insultaron, retándonos a golpes, resolvimos tomar piedras y lanzarlas contra el auto, rompiéndole los cristales y huir rápidamente. La mamá de Jorge se alarmó cuando llegamos corriendo a la casa, visiblemente agitados y temerosos, nos preparó un té y una rica cena. Al día siguiente, domingo, Alejandra me encontró en el balneario de aguas termales, tirado al sol, medio pelón y con puntos de sutura en la cabeza. Le sorprendió que me haya liado a golpes con desconocidos cuando me dijo, lo normal era huir desde el principio, comprendí que no se dio cuenta como ocurrieron las cosas, aunque estuvo ahí. Terminó el día y regresé a Morelia, a estudiar de nuevo y continuar mi vida normal. En una de esas veces, regresé a Zinapécuaro y recibí una invitación de Saúl a la fiesta de su pueblo, Bocaneo, son 3 0 4 kilómetros de distancia y decidí ir, ya que con Jorge tenían una visita familiar, emprendí el camino a pie, atravesando un pequeño bosquecito que circunda a una represa, eran como las 7 de la tarde, apenas amenazaba con terminar el día, llegué a la casa de Saúl cuando ya no había luz solar, me recibieron con alegría. Su mamá me preguntó si para llegar seguí la carretera, le expliqué que no, que vine bordeando la represa, se asustó, se persignó y me dijo “Paquito, nunca uses ese camino cuando sea tarde, hay unos perros muy bravos y además, espantan, los ahogados se aparecen a los que pasan por ahí apenas anochece, eso sin contar que es el lugar donde más han visto a la llorona, definitivamente no es bueno caminar por ahí
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pakasso, ya has sobrepasado las 1.000 visitas.
saludos cordiales
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PARA COMPLETAR ESTE PEDACITO
Cenamos antes de bajar al pueblito, ahí había juegos mecánicos mucha gente y música, se anunciaba un baile en la explanada de la iglesia, me encontré con María Luisa, mi novia de este lugar, me recibió con un beso que aún recuerdo, tuvo un agradable sabor y olor a pasta dental, fresco y rico; paseamos un poco, y decidimos entrar al baile, por desgracia, Saúl que no tenía pareja decidió regresar a la casa y me dijo “quédate, cuando llegues tocas la ventana y yo abro la puerta, considerando que iba a dormir en su casa, no lo creí conveniente, eran las once de la noche y el baile parece que terminaría como a la una de la mañana, me despedí como a los diez minutos y emprendí el regreso, el camino subía por callejones solitarios y sombríos, más aptos para caballos y mulas que para gentes, una hermosa luna iluminaba en todo su esplendor, caminé rápido y un poco más allá vi a Saúl antes de entrar a una curva del camino donde había muchos árboles que no permitían el paso de la luna, lo perdí de vista y aunque aún faltaba un buen trecho de camino, no lo volví a ver, llegué a su casa y me sorprendió apreciar a través de la huerta, que tenían las luces encendidas y que había movimiento, entré y encontré a Saúl sentado en un sillón, abrigado, como si hiciera mucho frío, cuando el clima era bastante bueno, y los pies, metidos en una tina con agua caliente y sin embargo temblaba mucho. Pregunté que le ocurría y la respuesta me dejó muy sorprendido, Lo asustó la Llorona, me dijo su mamá, mientras continuaba con sus rezos y oraciones. No era miedoso, pero me fue muy difícil conciliar el sueño.
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Necesito que me digan si ya leuyeron lo que pongo para poner lo siguiente, recuerden que es un libro con muchas anécdotas, así que agradezco sus comentarios, UN POCO MÁS
En la Prepa me iba más mal que bien, tenía problemas fuertes con matemáticas, química y física, pero el ambiente era de camaradería total, como la mayoría de los jóvenes éramos una pandilla de insolentes e irrespetuosos, a cada uno de los maestros les habíamos puesto apodos que según nosotros iban con su personalidad, por ejemplo: Al director de la escuela, delgado, bien vestido, que se peinaba de rayita le decíamos “el planchado” ya que no tenía un solo cabello volando, a la maestra de lógica, bonita, bien formada y que caminaba con mucha gracias la bautizaron como “la cumbia” y al maestro de matemáticas, viejo, gordo, malencarado le decían “el apache”, me parece que sólo él sabía de su apodo, pero lo soportaba con dignidad.
Me visitó mi hermana Estela y me dio ánimo para que estudiara con más ahínco y no reprobara, me hizo saber los apuros que pasaba mi padre para enviarme el poco dinero que me servía para continuar en Morelia, agradecido le prometí que estudiaría mucho y vaya que me hacía falta, tenía los exámenes a la vuelta de la esquina y llegaron muy pronto, los aplicaron uno cada tercer día, así que estudiaba toda la noche y por la mañana presentaba el examen, un método difícil que en ocasiones sólo aumentaba mi confusión. Por fín llegó el último, química, lo resolví aparentemente fácil, aún faltaban muchos compañeros por entregarlo cuando ya lo había terminado, pensé entregarlo y de pronto estaban algunos compañeros sacudiéndome para que lo llevara a la maestra, me preguntaron ¿estás bien? Por supuesto contesté, tomé mi examen y me dirigí a la maestra, nunca ví un pilar que se me atravesó y choque con él, caí al piso, entre las risas de mis compañeros, entregué el examen y salí avergonzado.
Me fui a vivir a una casa de estudiantes, ubicada por la calle León Guzmán, que entre estudiantes le llamaban “de los ricos”. Era precisamente todo lo contrario, pero como era costumbre decir “te extiendo un cheque”, sabiendo que no había dinero, se hizo popular el nombrecito. En esta casa vivía mi primo Jaime, hijo de mi tío Pancho, hermano de mi papá. Era Jaime muy activo en la política local, recuerdo que por ejemplo, fuimos un grupo de unos 10 a apoyar al entonces candidato a la gubernatura de Michoacán, Lic. Carlos Torres Manzo, nos asignaron dos combis, en una se transportaba un conjunto norteño, de acordeón, al que yo debía vigilar para que cuando llegara la comitiva a los pueblos que visitaría, ya hubieran formado algún ambiente de bienvenida, otros se presentaban durante el discurso, y exponían públicamente ser estudiantes nicolaitas, que de su propio pecunio asistían para presentar su apoyo al candidato. Así durante una semana visitamos todos los pequeños pueblos de la región: Tlalpujahua, Contepec, Maravatío y varios más, al final recibimos despensas para la casa de estudiantes que recogíamos en Almacenes Nacionales de Depósito (ANDSA) y 2 kilos de tortillas diariamente. En 1971 se nos invitó a Melchor Ocampo a recibir al C. Presidente de la República que venía a inaugurar la Siderúrgica Lázaro Cárdenas-Las Truchas y nos reunimos suficientes voluntarios para llenar dos autobuses, cuando nos hicieron las invitación avisé por carta a Adriana en Arteaga. Salimos por la noche y llegamos por la mañana al aeropuerto de la nueva ciudad costera. Había una aglomeración esperando el avión y entre los diversos grupos de diferentes escuelas de todo el estado distinguí a Adriana, nos vimos con mucho gusto, mientras que los oradores oficiales le daban la bienvenida al Presidente, después tuvimos que despedirnos porque mi grupo enfiló hacia la playa en donde se preparaba una comida. Sucedió que en el transcurso de ésta, uno de nuestro grupo –desconocido para mí- se metió al mar y se estaba ahogando, se movilizaron los cuerpos de auxilio y cuando se acercaba una lancha de motor, fue cubierto por una ola y no volvió a salir, intentamos acercarnos al Presidente, pero nos alejaron, no lo permitieron. Una vez terminado el banquete enfilamos rumbo al poblado de Las Guacamayas, ahí, siguiendo un canal de riego, nos llevaron a sembrar arbolitos de mango, en unos terrenos que nos explicaron eran de la Universidad, pero que años después me enteré pertenecían de un cacique local. Nos plantamos en la puerta del autobús presidencial y nos hicimos oir; de inmediato se giraron órdenes para que fuera buscado el cuerpo, pero fue inútil.
Emprendimos el regreso muy avanzada la noche, tristes por no haber recuperado el cuerpo del compañero, mismo que enviaron a Morelia a los tres días, semi-devorado por los animales marinos
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bueno, pues voy al corriente en la lectura, jaja, que recuerdos eso de ponerle apodos a los maestros.jejeejeje..
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Mi mejor época.
Dicen, y así lo creo, que recordar es volver a vivir. Uno de esos recuerdos difíciles de olvidar en mi vida, se me presenta en forma confusa. Era muy joven, tal vez 17 años; Vivía en la ciudad colonial de Morelia, en el estado de Michoacán. Mi vida corría sin un propósito bien definido, estudiaba Preparatoria y vagaba un poco por las calles, en ese tiempo, recuerdo, construyeron el Parque Juárez, a donde se podía ir los domingos a remar, hacer día de campo, a disfrutar las canciones de los artistas locales desconocidos y a soñar libremente bajo la fresca sombra de sus árboles y justamente un 30 de septiembre (cuando la ciudad festeja el nacimiento de Don José María Morelos, me encontraba vagando por la avenida Madero, después de haber pasado el día en el parque Juárez y al llegar a la esquina de la imponente catedral la vi entre un grupo alegre de muchachas jóvenes, que con un aire familiar charlaban animadas, sonreían y disfrutaban de la multitud, me quedé lelo, ya no tuve ojos para nada más, mis amigos Armando, Jaime y yo las seguimos para intentar alguna conversación con ellas, después de un breve intercambio de palabras aceptaron y dimos algunas vueltas en la plaza de armas, con alguna timidez de mi parte le pregunté su nombre y si podría volver a verla al día siguiente, donde ella me dijera, me miró con amabilidad y me dijo: “María y si gustas podemos platicar mañana por la tarde frente a mi casa, vivo por la calzada madero, por la salida a Charo, frente a una escuela primaria que tiene un talud con mucho pasto, me esperas en la esquina y yo salgo”. Se despidieron y esa noche no pude dormir preguntándome a mí mismo si le habría gustado a ella aunque fuera un mínimo de lo que ella me gustó a mí, si no me habría citado solamente para que la dejara en paz, era una situación de incertidumbre a la que no estaba acostumbrado, normalmente no me costaba trabajo conquistar chicas en mi pueblo, pero me encontraba en la capital del estado y no sabía como serían las chicas de ahí. Amaneció y en ese nuevo día me sentí feliz y somnoliento, un poco más seguro y hasta resignado a sufrir una decepción, de cualquier forma había tenido la fortuna de encontrarla, saber su nombre y sentirme aceptado, lo cual rebasaba mis expectativas de provinciano, fui a la escuela y pasó la mañana, por la tarde estuve atento al correr del tiempo y justo a las seis de la tarde me encontraba puntual en la esquina acordada, después de identificar la escuela, el pasto y su casa, transcurrieron los minutos y nada. Terrible desesperación y ansiedad, algunas de sus hermanas salían de la casa y volvían a entrar hasta que a las seis y quince minutos apareció ella, sólo verla aceleró los latidos de mi corazón y se me enfriaron las manos, me pegué a la pared, junto a los rosales del jardincito de la tienda de la esquina, no podía definir si quería ser visto o no, sin vacilaciones volteó hacia donde yo estaba y me hizo una seña para que me reuniera con ella justo frente a su casa, sólo atravesando la calzada, visibles a quien quisiera hacerlo, sus hermanas salían y regresaban con una sonrisa cómplice o burlona, no lo sé y me pareció que hasta su madre se asomaba discretamente, me sentí cohibido, mi mente trabajaba velozmente buscando un tema de conversación inútilmente, tenerla tan cerca, después de haber esperado una noche y casi todo el día para verla era maravilloso, fue muy paciente conmigo y amabilísima, la cita se salvó gracias su hermoso carácter, triste por mi actitud equivocada pero ilusionado por encontrarnos de nuevo, le pedí volver a verla y aunque lo estaba pidiendo, me sorprendió gratamente cuando aceptó, fue el inicio incierto de el amor de mi vida.
Pasó un año, en el que nos relacionamos y me enamoré cada día más, haciendo malabares para cumplir con mis estudios y con las muy esperadas entrevistas con ella. En Santa María, en su bosque de eucaliptos fue donde muchas veces al atardecer veíamos la panorámica de la ciudad, el parque Juárez, el bosque Cuauhtémoc donde grabamos nuestros nombres en un árbol, la calzada de San Diego, los festejos de la inmaculada. La Plaza Villalongín, el callejón del Romance, todo Morelia se llenó de recuerdos hermosos. En temporada íbamos por el rumbo del panteón o del Centro de rehabilitación social -a la salida a Mil Cumbres- a recolectar flores de mirasol, sencillas y hermosas, de corta duración, pero que a ella le encantaban y crecían en forma silvestre. Con mis amigos le llevamos serenatas, en las que mi corazón latía con mucha fuerza, a pesar de que no salía por estar su dormitorio en la parte profunda de su casa. Le llevé rosas en una ocasión y como estudiante pobre iba en un camión urbano, cuando una señora muy amable me preguntó ¿esas rosas tan bonitas son para su novia? Le contesté con orgullo, ¡si!, nueva pregunta ¿La quiere mucho? Otro si. Entonces dígale que siembre una y si se convierte en un rosal quiere decir que realmente hay amor. Se bajó frente a su casa y yo seguí una cuadra más, por supuesto que entregué las rosas y le conté, para mi sorpresa, al día siguiente me dijo que la señora con la que me encontré en el camión era su madre y se había llevado una buena impresión de mí, impresión que no compartía su padre, un viejo muy trabajador, comerciante de frutas y verduras en el mercado, quien usaba un camión Torton para surtirse desde Sahuayo y Jiquilpan, no me conocía, pero había oído que usaba el pelo largo y eso era mal visto por la gente mayor, “Cuando me encuentre a ese greñudo lo voy a planchar con el camión” rezongaba como suegro celoso pero era buena persona, en ocasiones, para que no salieran algunas de sus doce hijas con los novios, las llevaba al cine, sin saber que ya habíamos sido avisados por ellas y cuando llegaban ya estábamos adentro, las dejaba y volvía por ellas al término de la función. Fue la mejor época de mi vida.
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Como todas las parejas, nuestro romance tenía altibajos, en uno de ellos decidimos dejar de vernos por algún tiempo, con la idea de probarnos, acordamos que estaríamos totalmente libres para conocer a otras personas e incluso empezar una relación, pero con el compromiso de que al terminar la pausa, nos reuniríamos para decidir si aún sentíamos el mismo amor o ahí se acababa todo, sin rencores. Nos despedimos un poco tristes por el riesgo que suponía para nuestra relación, pero… antes de 15 días acudí a una fiesta de cumpleaños de un compañero y me presentaron a Salud, una mujercita menuda, delgada, muy simpática, que se desempeñaba como educadora de un Jardín de niños y sin realmente proponérmelo, me encontré saliendo con ella a bailar, al cine, a comer fresas con crema en un lugar a la salida a Patzcuaro que le llamaban La Quemada y nos hicimos novios, era bienvenida en la casa de estudiantes donde vivía, ocurrente, vivaracha, sabía ser muy agradable sin abandonar su posición de señorita educada, sólo me apenaba un poquito que yo nunca tenía dinero suficiente para salir, sin embargo bailaba con mucha gracia y me ayudaba a estudiar con mucho entusiasmo, era una compañera excelente, mis amigos me envidiaban pero yo no podía olvidarme de María, a pesar de sus atenciones, me presentaba a sus amistades con mucho orgullo, vivía por la colonia Industrial y allá iba a verla todas las noches, llegaba a su esquina y sibaba dos veces antes de que se asomara y después, disfrutábamos de media hora de caricias tiernas, abrazos y besos, pero sin perder la compostura, en una ocasión la invité al parque Juárez y tuvimos una tarde enojosa, porque un policía municipal nos detuvo después de un beso normal, nos acusó de estar cometiendo faltas a la moral y amenazó con llevarnos a la delegación si no le dábamos una cantidad de dinero en efectivo, por supuesto, 50 pesos, que en aquella época era el salario de dos o tres días de trabajo, no traíamos, por lo que aceptó el reloj de ella, la dejé en su casa, ella triste por su reloj y yo por la humillación y el abuso, planeando cómo vengarme; la solución apareció apenas llegué a casa y conté a los demás lo que me había pasado, hicimos un plan y al día siguiente nos dirigimos en bola al parque. Lo vimos atracando a otra parejita y esperamos a que se quedara solo, en esas estábamos cuando vimos venir a lo lejos una patrulla de policía, se dirigía justamente hacia el lugar, aunque sin prisas, así que lo rodeamos y le dije que quería rescatar el reloj de mi novia y que le iba a dar el doble de lo que me había pedido. Se interesó, pero me dijo que no lo traía, tendría que esperar al día siguiente, ahora serían 100 pesos, uno de mis amigos, Fernando, se avivó y le dijo, si lo traes ahorita, te voy a dar 150 por él, nervioso por la cercanía de la patrulla, sacó el reloj y se lo dio diciendo dámelos de una vez porque ahí viene mi jefe y no quiero que se de cuenta, Fernando se lo arrebató y volteando a la patrulla les hizo señas de que se acercaran, el policía corrupto se puso amarillo y trató de irse, lo sujetamos y cuando llegó la patrulla le contamos el problema mostrándoles el reloj y el dinero que pedía, bajó el encargado de la patrulla y le quitó la pistola ordenándole subir al vehículo, no respondió nada, solo se juraba inocente, nos dijeron que tendríamos que ir a la delegación a poner la denuncia correspondiente, nos aseguraron que pasaría unos meses en la cárcel a partir de ese momento, por nuestra parte prometimos presentar al día siguiente, puntualmente la denuncia, nunca lo hicimos, regresé como héroe con Salud a regresarle su reloj, con lo que nuestra relación se afianzó, pues ahora me admiraba, tomó confianza en mí y en más de una ocasión estuvimos a un pelito de rebasar la decencia, pues nuestros juegos en la cama a veces nos enardecían, pero supimos contenernos, el tiempo transcurrió velozmente y se acercó el fin de la pausa con María, solamente nos quedaba un fin de semana, reuní mis escasos recursos económicos y le dije, mañana te voy a decir algo muy importante para los dos y quiero que pasemos el día juntos, te invito a nadar a la unidad deportiva y más tarde a comer en donde hacen esos caldos de pescado tan ricos, ¿puedes? Me miró emocionada y me dijo, “aunque no pudiera me las arreglo, nos vemos mañana”, esa noche estuve despierto hasta muy tarde, pensando como le iba a decir que era el final de nuestra relación.
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Amaneció y a las nueve de la mañana estaba frente a mi puerta, con ropa deportiva y una pequeña mochila en la que traía su traje de baño, una toalla y algunos cosméticos, salimos caminando a pesar que la distancia era larga, pero el día era excelente, claro, soleado y a pesar de todo fresco, al llegar a la esquina se detuvo, me besó y me dijo “no esperes para decirme lo que me adelantaste ayer” me remordió la conciencia al verla tan confiada y yo la iba a lastimar, luego, le dije, será hoy, pero por la tarde, pero ¿me lo dirás?, por supuesto que sí, debe ser hoy, llegamos a la unidad deportiva llamada “Venustiano Carranza” correteamos un poco por el pasto y subimos los escalones que nos separaban de la alberca, fue una mañana alegre, chapoteando en su compañía, cerca de las tres de la tarde nos dirigimos al centro de la ciudad hacia el exconvento de San Agustín y llegamos a la pescadería, salía un rico olor a comida, pedimos dos caldos de pescado y comimos muy a gusto, eran realmente exquisitos, preparados al estilo Veracruz, salimos y vagabundeamos por la ciudad mascando chicles y cuando cayó la tarde la invité a un café que recuerdo estaba por el Exconvento de Las Rosas, un ambiente muy tranquilo, tuvimos que esperar a que se desocupara una mesa, hicimos el pedido y empezamos a disfrutar el café, a pesar de que es excitante esa bebida, me relajaba, pues estaba muy nervioso, así que me decidí y le empecé a decir que esos meses habían sido muy bonitos, que ella era una chica muy linda y especial, pero….
Me miró con angustia y me preguntó ¿porqué me estás diciendo esto? Hice de tripas corazón y le contesté; “esta es la última vez que salimos”. Empezó a llorar, le supliqué que no lo hiciera, los clientes nos miraban y me veían con desaprobación, le conté suavecito cual era la razón, pero ella no me escuchaba, ni a mis súplicas de que dejara de llorar, me dijo que ella pensaba que le iba a pedir que se fuera conmigo y que si yo lo quería, en ese mismo momento lo hacía, me partía el corazón verla llorar, pero estaba decidido a volver con María, a la que no había olvidado ni un solo día y menos aún cuando un amigo común me había contado que alguien la había ido a buscar y estuvieron platicando en el lugar donde ella y yo nos sentábamos juntos.
No cedí a las lágrimas de Salud y como último recurso salí un momento a la farmacia y conseguí un calmante, el cual le administré con un té.
Fui a dejarla a su casa y le dije adiós. No volví a saber de ella, mis amigos se ofrecieron de intermediarios para solucionar lo que decían mi equivocación, pero no cambié de parecer. Llegada la fecha, me presenté al lugar de la cita, ansioso por volver a ver a María.
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Estuve con una media hora de anticipación esperando a María, temeroso de que no acudiera a la cita, me asaltaban mil dudas, ¿y si se había enterado de mi aventura con Salud? ¿qué le diría?, ¿y si había cambiado de opinión y no quería seguir conmigo?. Fue una media hora eterna, una gama muy amplia de emociones me sacudían, ilusión por volver a verla, temor por lo que me dijera, tristeza profunda de pensar que lo nuestro hubiera terminado. Por fin ¡salió mi sol! María apareció sonriente en la Plaza Villalongín. Ya no pensé en nada, más que en abrazarla y besarla con todo mi amor. Me dijo lo mismo que pensé decirle. “Creí que no vendrías”. Paseamos por el bosque Cuauhtémoc, felices de estar juntos una vez más. Cuando al fin nos despedimos, con la promesa de vernos al día siguiente, regresé caminando despacio, me sentía flotar sobre la calle, me llegué al Mercado de Dulces y compré “ates” para saborear aún más mi dicha. Esa noche hubo fiesta en la casa, por otros motivos, pero no participé, preferí quedarme en mi cuarto a soñar con ella. Nada me hacía más feliz.
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Todos los fragmentos que expongo aquí, forman parte de mi primer libro, titulado "UNA VIDA COMÚN", que próximamente me publicará una editorial de Morelia, Mich. con el apoyo de Escritor Arturo Molina, seguiré poniendo partes aquí. para que lo vayan conociendo, gracias