Alien no deja vivir a barrio industrial de Coquimbo

Alien i no deja vivir a barrio industrial de Coquimbo
Werne Núñez

Santiago, martes 4 de diciembre. 10.38 am. “Hola. Soy Iván Voroved. Soy investigador de lo paranormal en terreno, y tengo un caso. Soy el miembro número 11 del Instituto de Investigaciones y Estudios Exobiológicos (la sede queda en Barcelona y data de 1975) y estudio los contactos que una familia del barrio industrial de Coquimbo tiene con extraños seres desde hace cuatro meses. El padre fue el primero en ver a uno. El ser lo estaba mirando por la ventana mientras amasaba el pan. Uno por uno, sus cinco hijos vieron a otros seres. Algunos vecinos tuvieron encuentros con ellos, y todos arrancaron del lugar. La última en verlos fue la mamá, y hoy, esta familia tiene contacto todos los días con estos seres. La familia está viviendo una experiencia extrema. Ellos aparecen todas las noches y no emiten ruidos. Solo miran a los humanos. Estamos seguros que son seres alienígenas que quieren algo. Yo mismo tuve la increíble posibilidad de observar a uno de ellos, el 30 de octubre pasado, a menos de 50 metros y por 15 largos minutos”, dice el hombre en el teléfono, una mañana cualquiera en el planeta Tierra, y se queda en silencio, como esperando una pregunta de vuelta. Y la pregunta es: ¿cómo es?

Y Voroved, que ya lo dibujó veinte veces en su mente, cuenta: “El ser estaba agachado y tenía la cabeza alargada, como un caballo, no, como la de Pepe Antártico, pero mucho más grande. Sus ojos eran rojos y estaban a los lados de su cabeza. Tenía una cresta, como punk, pero con espinas gigantes, como púas de un puerco espín, que movía a su antojo. Su cuerpo era negro, pero cambiaba de intensidad. Medía como un metro, y sus extremidades eran largas, sus manos y patas eran grandes, con garras dobles, una sobre otra, y un espolón en el talón, y aunque dejó una polvareda al arrancar, me dio la impresión que no tocaba el suelo al moverse, aunque hemos encontrado huellas extrañas cerca de la casa”, cuenta, y se queda en silencio, como tomando aire para lo que viene.

Y lo que viene es una invitación: “Mañana en la noche emprenderé una cacería fotográfica de estos seres alienígenas, porque cuando les tomé una foto, algo pasó que el rollo se veló. Quiero proponerles que me acompañen, como testigos. Que puedan contactarse y tomarles una foto a estos seres alienígenas. Presiento que todo se conjugará para que vivamos una experiencia realmente extraordinaria y única en la vida. Presiento que haremos contacto, que tendremos un encuentro cercano y feliz. Esa foto dará la vuelta al mundo”, dice el hombre en el teléfono, y se queda en silencio otra vez, como esperando una respuesta. Y la respuesta es sí.

Coquimbo, miércoles 5. 10.48 pm. La cacería. Día 1. El barrio industrial no es un barrio. Es un montón de fábricas, bodegas y galpones salpicado de casitas y calles de polvo donde duermen los que trabajan y los que cuidan, y otros pocos que realmente viven allí. Hace cinco años, Sergio Vega y Beatriz Bruna juntaron las penas de sus malos matrimonios anteriores, de los abusos y la pobreza extrema, y se mudaron a una casa de madera que llenaron con los seis hijos que quedaron como recuerdo del peor momento de sus vidas: el Jonathan, la Priscilla, la Tania y el Israel, por parte de ella, y el Teto y la Tita, por parte de él, y esta súper familia comenzó a comprender de qué se trataba eso de vivir juntos, con sus seis perros y sus tres gatos, entre camiones y acoplados y panderetas viejas y pastizales secos también, comiendo del mínimo que ella gana cuidando los baños del rodoviario, y de las lucas que se gana él, cuando puede, cosechando papas, cargando sacos, vendiendo panes, haciendo todo lo que un hombre tiene que hacer. Así es la esquina del planeta y la muestra humana que los alienígenas eligieron, esta vez, para mostrarse en vivo y en directo, desde esa madrugada del sábado 11 de agosto de 2007, y cambiarle la vida a una familia de ocho. Y hacer arrancar del barrio a otros más.

Sergio Vega tiene 38 años y los brazos tatuados como lo hacían los choros de antes. Sin máquina, sin colores, sin anestesia. Sergio fue pandillero pero ya se reinventó, aunque algo siempre queda: “No quiero tomarme fotos. No quiero que después me agarren pa’l güeveo . Al primero que me güevee le pongo dos combos altiro no más”, dice, pero igual recuerda y habla, porque lo que le pasó le sigue pasando, y es tan raro que no puede parar de hacerse preguntas. ¿Nos tendremos que ir?, ¿qué cresta querrán?, ¿nos harán daño?, y si nos vamos, ¿nos seguirán? , se repite desde que vio al primero asomarse por la ventana de su casa.

“Igual me asusté, era tan re feo el mono, con cuatro colmillos y espinas en la cabeza, pero más me asusté por los niños. Nosotros no queremos que nos hagan daño, ni dañarlos a ellos tampoco. No queremos que los capturen ni nada de eso. Ya no siento miedo, son como de la casa, pero igual me paso el rollo de que estos cabezones quieran llevarme a uno de mis cabros con ellos”, dice el papá. “Somos una familia cristiana, nosotros no mentimos. Sentimos hasta cariño por ellos, queremos que se acerquen, que no tengan miedo. Si ellos leen la mente van a saber que somos buenos. De repente son ángeles que nos mandó Dios, no sé, yo pienso, después de sufrir tanto. Yo creo que ellos nos eligieron por algo”, dice la mamá. “De repente ellos nos ven como monstruos a nosotros”, dice Priscilla, la hija mayor, y todos se quedan pensando. “Presiento que ya están aquí”, dice el investigador, y ahora todos parten corriendo a instalarse en la terraza, el lugar de observación favorito de los pocos que saben de esto. Dos noches atrás, por ejemplo, ocho carabineros se pararon en este mismo lugar a mirar a los extraterrestres. Sergio los llamó porque los seres se estaban acercando mucho. Según esta familia, dos policías reconocieron haberlos visto claramente. Los carabineros, eso sí, dicen que nada fue tan claro, pero que algo se vio. Que algo se movió.

Son pocos, pero no son los únicos. En cuatro meses, no solo esta familia pudo verlos. Al menos cinco vecinos mutaron en algo sus vidas después del encuentro. Manuel Peña, por ejemplo, el vecino que repartía la carne, se encontró con un ser masticando una presa, dentro del pick up de su camión. Lo vio y corrió, y ya no tiene el camión, ni la pega, ni tampoco duerme en este barrio. Alejo Ríos era guardia y vivía aquí, hasta que vio a uno de ellos. “No estoy ni ahí con vivir ahí”, es lo único que hoy se atreve a decir. Pablo González, el del colectivo, el amigo que se traía a todos de puro buena onda, también se fue. La misma noche en que vio a un ser cruzando la calle, frente a su auto, arrancó, y nunca más regresó. La señora Norma Gaete se fue en silencio y quiere seguir así. No quiere recordar. No le gusta. “Son cosas de brujos”, dice, y eso es algo que los vecinos también piensan. Por eso es que el asunto ya no se habla con nadie más. Por eso es que esta familia, ahora, está pidiendo ayuda.

Jueves 6, 12.54 am. Es la hora en que los cabezones, los visitantes o los monos, como ahora les dicen, aparecen en el fondo del patio, al lado de unas cajas y unos tarros con basura, detrás de unos fierros oxidados y juguetes viejos, pegados a la pandereta, tímidamente, como siempre. Miramos, todos, concentrados y en silencio. Y nada. Pero a los tres minutos, los niños dicen ver a dos de ellos, uno grande y uno chico, y sus padres dicen que no, que no son dos, que son tres, cuatro, cinco, que ahí están, que nos están mirando, justo detrás de la cerca de madera, y Voroved dice que también los ve, pero nosotros no vemos nada. Allí, al fondo, sobre los tarros, detrás del carrito, asomándose por la pandereta , nos dicen, y seguimos sin ver nada. Avanzamos, estamos a no más de 50 metros, y nada. Los niños gritan. Huele a perro. Voroved dice que siente la energía. Nos preguntan que cómo es posible que no veamos nada, y entonces, nos acercamos más y tomamos fotos del lugar al que todos apuntan, muchas fotos, y de un momento a otro, todos están de acuerdo en algo: los seres se fueron porque nos acercamos demasiado. Revisamos las fotos y todos están de acuerdo en algo más: en las fotos no aparece nadie. Voroved tiene una teoría express: “Son seres de energía, que pueden decidir si aparecer en una foto o no, y elegir frente a quién se materializan. Es posible que solo se puedan observar a nivel telepático”.

Quién sabe, decimos, pero nos callamos cuando Tania, la hija de 10 años, nos cuenta lo que vivió el sábado que recién pasó. “De repente sentí como una electricidad en el cuerpo y me dolió la cabeza. Miré para el frente y vi a uno bien alto, como de dos metros. Me estaba mirando. Me quedé quieta, y él también. Tenía los ojos rojos, era negro y tenía una franja blanca en el pecho. Me miró y me dijo que me acercara, con la mano. Yo me asusté y grité, y él se asustó y arrancó. Yo también corrí”, dice. Antes de partir, Voroved cuenta lo que esta noche sintió: “El ser me dijo telepáticamente que se avecinaban grandes cambios climáticos en el planeta”. De pronto, un ruido. “Mira, allá hay uno, con los ojos alargados”, dice el papá, y, otra vez, todos lo ven, menos nosotros. Tomamos más fotos. Y nada.

Viernes 7, 1.55 am. La cacería. Día 2. La noche del jueves está estrellada y Beatriz muerde un costillar en el comedor, mira hacia el patio, se pega y sonríe dulcemente. “Recién pasó uno, chico y blanquito, flotando”, dice, y salimos a la terraza rápidamente. Esta noche solo estamos los adultos y Priscilla, la hija mayor. No pasan treinta segundos y Sergio, Berta e Iván Voroved comienzan a susurrar que ahí están, otra vez, tranquilitos, asomándose al fondo, como todas las noches, agachaditos y con sus ojos rojos y brillantes. Esta vez hay silencio. Queremos ver, y como no vemos, disparamos decenas de veces el obturador, pero allí tampoco vemos nada. Los rostros de Sergio y Berta están iluminados, se ven felices, se sienten bien con todo esto. Tanto, que Berta se motiva, enfoca y comienza a establecer un contacto con estilo. Les grita: “Hola amiguitos, acérquense no más, no tengan miedo, no les vamos a hacer daño. Somos una familia buena, somos humildes, vengan amiguitos, somos una familia igual que ustedes, vengan con los chiquititos, no les haremos daño. Dígannos qué quieren, qué quieren que hagamos, no tengan miedo amiguitos”. Pero ningún ser se acerca, aunque, según todos, siguen allí.

Miramos a Voroved y Voroved dice que él los está viendo, ahora mismo. Sergio y Berta, también. La niña, no. Voroved sabe por qué: “Ellos pueden diluir sus moléculas, pueden experimentar varias dimensiones y adaptarse a distintos estados. Ellos pueden escoger a quién se muestran. O tal vez piensen que no están preparados para verlos todavía. No porque ustedes no los vean se puede considerar que esta experiencia es falsa. Todo es cierto, ¿o no, Sergio?”, dice, y Sergio, en ese instante, sale corriendo. “Vi a dos tipos al fondo”, grita antes de desaparecer con su mujer, su hija, su investigador favorito y el fotógrafo del diario que tenía la exclusiva. Y el silencio. Son largos minutos que se rompen con los aullidos de un par de perros asustados que corren desde el lugar que ocupan los seres, hasta la casa. Los perros lloran y los humanos aparecen corriendo y gritando. “¡Entren en la casa, ahora, entren ahora”, grita Sergio, y todos hacemos caso.

Sergio está agitado y su mujer también. “¿Vieron? ¿Los vieron? ¿No vieron a esos tremendos monos? ¡Puta, nunca vi a unos tan grandes! ¡Estos son distintos, tienen la tremenda cabeza y no tienen ojos! ¡Estos peludos venían contra nosotros! ¡No güeón , yo voy a buscar mi escopeta güeón , éstos son peligrosos, hay que defenderse! ¡No quiero que le hagan daño a mi familia, todos pa’dentro, se puso peligrosa esta custión , no pienso salir más de la casa! ¡Entren, entren, ahora!”, grita el padre de familia, y Priscilla, la hija, comienza a llorar. Está asustada. No entiende nada. No quiere más. Su madre la abraza, pero la niña llora. Esto no va a parar. Su padre la mira, pálido y nervioso, a pesar de que hasta hace cinco minutos, era un negro que no sentía miedo de nadie, de aquí o de allá. “Creo que es el momento preciso para cerrar el portal”, le decimos a Voroved, el investigador, tarotista, numerólogo, síquico y brujo blanco que nos trajo hasta acá. Y Voroved dice que no, que no puede hacerlo, que el portal quedará abierto. ¿Por qué ”, preguntamos. “Es que traje la pirámide y el estiércol de vaca, pero se me olvidó la mantequilla sin sal”. La salvación de esta familia, esta vez, tendrá que esperar.

Los niños dicen ver a dos de ellos, uno grande y uno chico, y sus padres dicen que no son dos, que son cinco, que ahí están, que nos están mirando, pero nosotros no vemos nada.

fuente diario las ultimas noticias 9 de dic 07
http://www.lun.com/modulos/catalogo/...htm?idnoticia=

http://www.lun.com/modulos/busqueda/...sta=2007-12-09

esta buena la historia

que interesante

es buena historia casi parece como una novela de un libro me cae?!

ajaja
saludos
rock yeah!

yyyyyyyyy que historia porque no redactas todo un libro en el foro .com

zzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzz

me parece buena la historia, aunque solo que se me hace absurdo que solo algunos los puedan ver, es interesante si se establece contacto con seres extraños

Cita:

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Iniciado por Alucard™

zzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzz

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INTELIGENTE Y ATINADO.
" DE SEGURO USTED OBTENDRA UNA GRATA COMUNICACCION CON UNO DE ESOS PERSONAJES COSMICOS2

lo que viste es un chupacabras y no es una invencion de los expedientes X son tan reales como vos y yo

Cita:

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Iniciado por maty

lo que viste es un chupacabras y no es una invencion de los expedientes X son tan reales como vos y yo

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¿tienes pruebas como fotos, videos? ¿marcas de mordidas? ¿debajo de la cama?

Y bueno, arcanvs nunca volvió ¿crees que se lo comió el chupacabras? :D