Que bueno que te guste, Cuando encuentre algo bueno que aportar me vas a ver por aqui de seguido...
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El ángel que cayó del cielo
El ángel oscuro tirita consigo abrazado
intentando no helarse con su propio aliento
que pecado cometió para ser disecado
donde se pudren el resto de los secretos,
por nacer muerto del cielo fue arrojado
y cayó a un lugar en el fin de los tiempos
fue su insulto acaso el ser marginado
por no ser más que un silencioso recuerdo.
Lucifer, el ángel más bello del alambrado cielo
cuyas alas fueron amputadas por sentirse libre
por querer cortar las estrellas del firmamento
para que cayeran luminosas a su mundo triste,
por no tener padres ni jamás querer tenerlos
y dudar de una palabra que borracho hiciste
arderás por siempre en tu trozo solitario de hielo
encerrado en una habitación que jamás pediste.
Arranco sus ojos para recordar a su hermano
con sus propios sueños contrajo su peor pesadilla
aquel que fue injustamente sin piedad asesinado
por darle fuerzas justas para luchar por la vida,
allí se encuentra el ángel solo y desamparado
que con sus negras plumas soporto la caída
y que quedo por siempre del paraíso desterrado
por sentirse orgulloso de cada cosa que creía.
El señor de las tinieblas nunca llora ni reza
pero recuerda a su propia espada negra y nefrítica
segando a su hermano para no compartir la realeza
en un pequeño reino en el que ya solo se asfixia,
allí donde solo su armadura gótica a veces besa
donde su eco responde a sus palabras implícitas
escupido y envuelto en las sabanas de una promesa
su mirada continua escarbando en paredes crípticas.
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Desde el tiempo de mi infancia no he sido
como otros eran, no he visto
como otros veían, no pude traer
mis pasiones de una simple primavera.
De la misma fuente no he tomado
mi pesar, no podría despertar
mi corazón al júbilo con el mismo tono;
Y todo lo que amé, lo amé Solo.
Entonces -en mi infancia- en el alba
de la vida más tempestuosa, se sacó
de cada profundidad de lo bueno y lo malo
el misterio que todavía me ata:
Del torrente, o la fuente,
Del risco rojo de la montaña,
Del sol que giraba a mi alrededor
en su otoño teñido de oro,
Del rayo en el cielo
cuando pasaba volando cerca de mí,
Del trueno y la tormenta,
Y la nube que tomó la forma
(Cuando el resto del Cielo era azul)
De un demonio ante mi vista.
Edgar Allan Poe(1809-1849)
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En un mundo con el espacio limitado entre paredes,
con una vida desgraciada condenada de muerte,
con los sentidos atascados de realidad,
con todo lo que nace un ser humano,
asi es la existencia, el ser.
Un niño llorando en la calle,
una multitud a su alrededor,
nadie quien lo escuche,
siquiera lo oigan,
solo lo ignoran.
Una persona a la orilla de un edificio,
gritando y ofreciendo su vida al piso,
unos cuantos lo ven,
pero a quien quiere que lo vea,
ni lo escucha ni lo ve.
Una flor hermosa en plena glorieta vehicular,
nadie quien la alcanse,
nadie quien la aprecie,
vive por coincidencia,
vive y nada mas.
Un humano frente a la computadora,
leyendo fantasias ajenas,
escuchando sonidos extranjeros,
amando imagenes falsas,
creyendo que es feliz.
Una hormiga lejos de las demas,
con comida,
con bebida,
fuerza y vitalidad,
presa facil del hambre de algun animal.
Dos vidas conviviendo,
generan otra igual,
conviviendo con mas vidas,
sintiendo algo por cada cual
se forma algo singular.
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"Si las puertas de la percepción se depurasen,
todo aparecería a los hombres como realmente es:
infinito. Pues el hombre se ha encerrado en sí mismo
hasta ver todas las cosas a través de las estrechas
rendijas de su caverna." William Blake.
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¿Conoces, como yo, la pena gozosa?,
Y de ti haces decir: "¡Oh, que hombre singular!"
Iba yo a morir. Era aquello en mi alma amorosa,
Deseo mezclado con horror, un mal particular;
Angustia y viva esperanza, sin humor falso.
Cuanto más se vaciaba el fatal cadalso,
Más áspera y deliciosa era mi agonía;
Del mundo entero mi corazón huía.
Y me sentía cual el niño ávido del espectáculo,
Odiando el telón como se aborrece un obstáculo.
Finalmente la verdad fría se manifestó:
Estaba muerto, inesperadamente, y la célebre aurora
Me envolvía. Entonces, ¿no es más que esto?
La cortina se había alzado y yo esperaba todavía.
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Oscuros valles y tenebrosos pantanos,
sombríos bosques,
cuyas formas no podemos adivinar,
al impedirlo las lágrimas que caen por todas partes.
Enormes lunas que surgen y desaparecen
una vez, y otra, y otra,
a cada momento en la noche
-siempre cambiamdo de lugar-
oscureciendo los rayos del lucero
con el aliento de sus pálidos rostros.
Alrededor de las doce por el reloj lunar
una más nebulosa que las demás
(en un juicio,
decidieron que era la mejor)
desciende -abajo, más abajo-
con su centro sobre la corona
de la cumbre de una montaña,
mientras que su amplia circunferencia
de flotantes vestiduras cae
sobre aldeas, sobre pórticos,
dondequiera que estén
-sobre los lejanos bosques, sobre el mar-
sobre los espíritus alados,
sobre las cosas adormecidas,
y las envuelve completamente
en un laberinto de luz,
y entonces, ¡qué profunda! ¡oh, profunda!
es la pasión de su sueño.
Silencio de las sirenas
Existen métodos insuficientes, casi pueriles, que también pueden servir para
la salvación.
He aquí la prueba:
Para guardarse del canto de las sirenas, Ulises tapó sus oídos con cera y se
hizo encadenar al mástil de la nave. Aunque todo el mundo sabía que este
recurso era ineficaz, muchos navegantes podían haber hecho lo mismo,
excepto aquellos que eran atraídos por las sirenas ya desde lejos. El canto de
las sirenas lo traspasaba todo, la pasión de los seducidos habría hecho saltar
prisiones mas fuertes que mástiles y cadenas. Ulises no pensó en eso, si bien
quizá alguna vez, algo había llegado a sus oídos. Se confió por completo en
aquel puñado de cera y en el manojo de cadenas. Contento con sus
pequeñas estratagemas, navegó en pos de las sirenas con inocente alegría.
Sin embargo, las sirenas poseen un arma mucho más terrible que el canto: su
silencio. No sucedió en realidad, pero es probable que alguien se hubiera
salvado alguna vez de sus cantos, aunque nunca de su silencio. Ningún
sentimiento terreno puede equipararse a la vanidad de haberlas vencido
mediante las propias fuerzas.
En efecto, las terribles seductoras no cantaron cuando pasó Ulises; tal vez
porque creyeron que a aquel enemigo sólo podía herirlo el silencio, tal vez
porque el espectáculo de felicidad en el rostro de Ulises, quien sólo pensaba
en ceras y cadenas les hizo olvidar toda canción.
Ulises, (para expresarlo de alguna manera) no oyó el silencio. Estaba
convencido de que ellas cantaban y que sólo él se hallaba a salvo.
Fugazmente, vió primero las curvas de sus cuellos, la respiración profunda,
los ojos llenos de lágrimas, los labios entreabiertos. Creía que todo era parte
de la melodía que fluía sorda en torno de él. El espectáculo comenzó a
desvanecerse pronto; las sirenas se esfumaron de su horizonte personal, y
precisamente cuando se hallaba más próximo, ya no supo mas acerca de
ellas.
Y ellas, más hermosas que nunca, se estiraban, se contoneaban.
Desplegaban sus húmedas cabelleras al viento, abrían sus garras acariciando
la roca. Ya no pretendían seducir, tan sólo querían atrapar por un momento
más el fulgor de los grandes ojos de Ulises.
Si las sirenas hubieran tenido conciencia, habrían desaparecido aquel día.
Pero ellas permanecieron y Ulises escapó.
La tradición añade un comentario a la historia. Se dice que Ulises era tan
astuto, tan ladino, que incluso los dioses del destino eran incapaces de
penetrar en su fuero interno. Por más que esto sea inconcebible para la
mente humana, tal vez Ulises supo del silencio de las sirenas y tan sólo
representó tamaña farsa para ellas y para los dioses, en cierta manera a
modo de escudo
Franz Kafka, Praga, 1883 - Kierling, Austria, 1924
Que me disculpe la coincidencia por llamarla necesidad.
Que me disculpe la necesidad, si a pesar de ello me equivoco.
Que no se enoje la felicidad por considerarla mía.
Que me olviden los muertos que apenas si brillan en la memoria.
Que me disculpe el tiempo por el mucho mundo pasado por alto a cada segundo.
Que me disculpe mi viejo amor por considerar al nuevo el primero.
Perdonadme, guerras lejanas, por traer flores a casa.
Perdonadme, heridas abiertas, por pincharme en el dedo.
Que me disculpen los que claman desde el abismo el disco de un minué.
Que me disculpe la gente en las estaciones por el sueño a las cinco de la mañana.
Perdóname, esperanza acosada, por reírme a veces.
Perdonadme, desiertos, por no correr con una cuchara de agua.
Y tú, gavilán, hace años el mismo, en esta misma jaula,
inmóvil mirando fijamente el mismo punto siempre,
absuélveme, aunque fueras un ave disecada.
Que me disculpe el árbol talado por las cuatro patas de la mesa.
Que me disculpen las grandes preguntas por las pequeñas respuestas.
Verdad, no me prestes demasiada atención.
Solemnidad, sé magnánima conmigo.
Soporta, misterio de la existencia, que arranque hilos de tu cola.
No me acuses, alma, de poseerte pocas veces.
Que me perdone todo por no poder estar en todas partes.
Que me perdonen todos por no saber ser cada uno de ellos, cada una de ellas.
Sé que mientras viva nada me justifica porque yo misma me lo impido.
Habla, no me tomes a mal que tome prestadas palabras patéticas y que
me esfuerce después para que parezcan ligeras.
Wislawa Szymborska (Polonia, 1923)
Senti un funeral en mi cerebro
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Sentí un funeral en mi cerebro,
los deudos iban y venían
arrastrándose -arrastrándose- hasta que pareció
que el sentido se quebraba definitivamente
-y cuando todos estuvieron sentados,
una liturgia, como un tambor-
comenzó a temblar -a batir- hasta que pensé
que mi mente enmudecía,
y luego los oí levantar el cajón
y crujió a través de mi alma
con los mismos zapatos de plomo, de nuevo,
el espacio- comenzó a repicar,
como si todos los cielos fueran campanas
y existir, sólo una oreja,
y yo, y el silencio, alguna raza extraña,
náufraga, solitaria, aquí
-y luego un vacío en la razón, se quebró,
caí, y caí-
y di con un mundo, en cada zambullida,
y terminé sabiendo -entonces -.
Emily Dickinson (1830-1886)