Pues, la verdad, siempre creí que era errado que la sociedad se concentrara tanto en Papa Noel o en recibir regalos. Supuse que el propósito era recordar la dádiva de Dios al haber enviado a su Hijo para darnos esperanza. Y, que al espíritu de bondad y generosidad, podían sumarse todos los que no creyeran en esto.
Me imagino que los cristianos deberíamos ser muy tolerantes con Papa Noel u otras tradiciones navideñas, siempre que se sumen al espíritu de amor y buena voluntad. Porque no todos somos cristianos.
Dentro del propio cristianismo hay gran variedad de posiciones. Unos creen que Cristo realmente nació el 25 de diciembre. Otros festejan procesiones públicas o entronizaciones hogareñas. Otros no.
Para mí, lo importante es recalcar que vino Dios a la carne y que fue un gesto de supremo amor. Vino con una misión, vino a morir. Vino a ponerse en lugar nuestro.
Si los ángeles se regocijaron y prorrumpieron en cantos el día en que él nació. Y si aún el anuncio llegó a los extremos de la tierra y algunos vinieron de lejos a adorarlo. ¿Por qué pues habríamos de creer que Dios se molestaría de que recordáramos el hecho y lo celebráramos entre muchas naciones al rededor del mundo?
Recordamos su muerte todas las semanas y también en las pascuas. Pero también recordamos sus enseñanzas, su ejemplo, sus milagros y su amor sin igual. Y, por todo ello nos alegramos de que haya venido al mundo una noche, cualquiera que fuera, en algún rincón escondido, entre animales y pastores humildes.
Y el mundo es bendecido, cuando en estas fiestas se llena de ese amor.