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[EL DIOS EMOTIVO, comentario 77]
Como ya se ha mencionado anteriormente, antes la la segunda mitad del siglo XX las creencias que medraban acerca de la “inteligencia genial” se basaban en el dogma de que la razón debía permanecer lo más pura posible en una mente destinada a ser preclara; y las emociones y los sentimientos se tomaban como parásitos indeseables que perjudicaban dicho ideal. Ahora bien, cuando la consideración de los fundamentos neurofisiológicos de la racionalidad comenzó a plantearse de manera seria desde la década de 1970 en adelante, al estudiarse la relación que pudiera existir entre “razonar” y “decidir”, las cosas cambiaron drásticamente.
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[EL DIOS EMOTIVO, comentario 78]
Pues bien, “razonar” y “decidir” han resultado estar tan entretejidos a los ojos de los investigadores, o tan indisolublemente vinculados, que a veces se emplean indistintamente para describir un mismo fenómeno cognitivo. Phillip Johnson (1906-2005) logró captar la fuerza de la interconexión y la expuso en forma de máxima: “Para decidir, hay que juzgar; para juzgar hay que razonar; para razonar hay que decidir (es decir, decidir sobre qué razonar)”.
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[EL DIOS EMOTIVO, comentario 79]
A medida que se han ido estudiando los procesos mentales del razonamiento y de la toma de decisiones, se ha comprobado que las emociones y los sentimientos juegan un papel clave en los mismos. La gente siempre ha pensado que unos y otros comportan mecanismos disjuntos o separados, tanto desde el punto de vista mental como neural; tan separados que Descartes (1596-1650) colocó a uno fuera del cuerpo, como distintivo del espíritu humano, mientras que el otro permanecía dentro como distintivo de los animales; y tan distantes entre sí que uno simboliza la claridad de pensamiento, la competencia deductiva y la algoritmicidad, mientras que el otro tiene connotaciones de lobreguez, indisciplina y bajas pasiones.
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[EL DIOS EMOTIVO, comentario 80]
Experimentos de laboratorio y exploraciones biomédicas han puesto de relieve que, a pesar de las diferencias aparentes y a pesar de la complejidad de los procesos, los fenómenos de la mente racional y los de la mente emocional poseen un hilo conductor común en forma de núcleo neurobiológico compartido. Por lo tanto, el aparato de la racionalidad da la impresión de estar construido no sólo encima del aparato de regulación biológica, sino también a partir de éste y con éste. Los mecanismos de comportamiento más allá de los impulsos y los instintos usan tanto el piso de arriba (dominio del intelecto) como el de abajo (dominio emotivo y visceral) del cerebro; la neocorteza (dominio del intelecto) participa junto con el núcleo cerebral más profundo (dominio emotivo y visceral), y la racionalidad resulta de la actividad concertada de todos ellos.
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[EL DIOS EMOTIVO, comentario 81]
Antonio Damasio es profesor de la cátedra “David Dornsife” de Psicología, Neurociencia y Neurología en la Universidad del Sur de California, donde dirige el “Institute for the Neurological Study of Emotion and Creativity” (Instituto para el estudio neurológico de la emoción y de la creatividad) de los Estados Unidos. Ha publicado un libro titulado “El error de Descartes: emoción, razón y cerebro humano”, de unas 400 páginas, editado originalmente en el año 1994. En dicha obra aclara cuál fue el gran error de Descartes, a saber: creer que la mente existe de forma independiente al cuerpo, una idea profundamente arraigada en la cultura occidental desde entonces. Descartes proclamó “pienso, luego existo”, a lo que Damasio contrapone en su libro todo tipo de argumentos que demuestran que las emociones y los sentimientos no sólo tienen un papel relevante en la racionalidad humana, sino que cualquier daño en la corteza prefrontal del cerebro puede hacer que un individuo sea incapaz de generar las emociones necesarias para tomar decisiones de forma efectiva. Damasio, por tanto, nos induce implícitamente a reconsiderar la célebre frase de Descartes y a trocarla por esta otra: “Existo, luego pienso” (es decir, pienso porque existo y sólo mientras siga existiendo; o “pensamos” porque tenemos sentimientos y emociones; en definitiva, porque nos involucramos emocionalmente; o porque somos un cuerpo que siente y se conmueve).
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[EL DIOS EMOTIVO, comentario 82]
Como ya se ha dicho, en 1994 Damasio publicó el libro “El error de Descartes”, que forma parte de una corriente de investigación que ha cambiado la forma de entender los procesos mentales en general. Desde que este neurocientífico propuso su hipótesis del “marcador somático” (un mecanismo por el cual las manifestaciones emocionales guían e influyen en la conducta, y especialmente en los procesos de toma de decisiones) hasta hoy, han pasado más de 20 años. Este periodo ha sido de gran importancia para la comprensión del funcionamiento del cerebro, habiéndose aclarado muchas de las dudas que en principio se tenían sobre los mecanismos mentales de la toma de decisiones. Dicha tarea neurocientífica promete tener mucha resonancia a la hora de intepretar más acertadamente la realidad del cerebro y del fenómeno emergente que constituye la mente del hombre, de confirmar el espejismo o ficción del concepto de alma inmortal y de elucidar las verdaderas causas del ancestral anhelo de trascendencia que posee el género humano.
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[EL DIOS EMOTIVO, comentario 83]
Cuando hablamos de la actividad humana, ya sea de índole social, cultural, científica, investigadora, empresarial o de cualquier otra clase, resulta evidente la existencia y concurso de una serie de elementos mentales que contribuyen imprescindiblemente a la realización de dicha “actividad”. Uno de esos elementos contributivos, muy importante por cierto, está directamente relacionado con el “conocimiento” (variedad de procesos entre los que encontramos la memoria, la organización de los datos y la capacidad de abstracción). Otro elemento está relacionado con el “razonamiento” (manipulación mental de la información que hemos aprendido y que forma parte de nuestra base de conocimientos). Ambos son de capital importancia en el proceso de la toma de decisiones. Ahora bien, con la publicación de Damasio en 1994, se puso en evidencia un nuevo elemento (de extrema importancia, incluso quizá de mayor perentoriedad que los elementos recién citados) que nos aclara que no todo está exclusivamente relacionado con el conocimiento y el razonamiento; hay, pues, algo más. Y ese “algo más” tiene que ver con las emociones y los sentimientos. Las “emociones” son elementos que afectan e influyen en el proceso de aprendizaje; consecuentemente, afectan al proceso de toma de decisiones. De hecho, somos esencialmente “creadores de soluciones” para nuestra vida (es decir, estamos continuamente espoleados por nuestras emociones para buscar soluciones que tienen que ver con nuestra existencia o con lo que afecta a nuestra vida). Algunas veces somos creadores “no-conscientes” y otras veces somos creadores “conscientes” (de una forma semiautomática o semiconsciente, o bien plenamente conscientes). En cualquier caso, a la hora de aportar las soluciones, necesitamos de ese elemento que es parte de todo el proceso y que tiene que ver con la emoción y el sentimiento (esto es, nuestras emociones nos impulsan a preguntarnos: ¿Hay solución, o puede haberla? ? ¿Me satisface la solución, o me es válida? ¿Es posible mejorarla?, etc.).
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[EL DIOS EMOTIVO, comentario 84]
¿Cómo es posible analizar científicamente un proceso donde intervienen emociones y sentimientos? Según Antonio Damasio, para tener una perspectiva adecuada, se necesita una visión global. Y gracias a los progresos científicos (resonancia magnética y otras técnicas) que nos ayudan a conocer cómo funciona nuestro cerebro, se ha conseguido no solamente observar el cerebro como un todo sino también las diferentes partes que lo conforman, así como las uniones entre las neuronas. La resonancia magnética nos permite realizar miles de “cortes” del cerebro, para estudiarlo en profundidad y con detenimiento; esto (conjuntamente con otras nuevas tecnologías) facilita el estudio de las conexiones por debajo del córtex cerebral y su funcionamiento, y por ello muchas de las cosas que hoy sabemos sobre la función cerebral ya no están exclusivamente basadas en el comportamiento externo observable; ahora podemos visualizar lo que ocurre simultáneamente bajo la superficie del cerebro, en el interior, y compararlo con la conducta del individuo, en el exterior.
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[EL DIOS EMOTIVO, comentario 85]
¿Se aprenden las emociones? Las emociones no se aprenden, sino que son parte de un sistema automatizado que nos permite reaccionar ante el mundo de una forma inmediata y sin necesidad de pensar, y con tal sistema ya venimos dotados desde el nacimiento. Las emociones forman parte de esa compleja maquinaria en la que intervienen las recompensas y los castigos, el estímulo y la motivación… y todo aquello que hace que deseemos comer, beber, dormir, etc. Las emociones son parte del proceso de la regulación de un cuerpo vivo, y se presentan con diferentes “formas y sabores”. Hay unas emociones primarias y sencillas, como el miedo, la rabia, la felicidad o la desdicha; y hay emociones sociales, más complejas, como la compasión, el desprecio, la admiración, el orgullo, etc. Son, todas ellas, parte del equipo básico con el que nacemos.
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[EL DIOS EMOTIVO, comentario 86]
Este equipamiento emotivo, primario y original, no es aprendido como un hecho. Lo que sí aprendemos a hacer, a lo largo de nuestra vida (desde muy temprano), es a asociar emociones y sus correspondientes sentimientos con ciertos objetos o eventos (siendo un sentimiento la toma de consciencia de una emoción y por tanto poseedor de la capacidad intelectual de mitigar o exacerbar el efecto de la emoción en el sujeto). Podemos aprender que una persona, objeto o cosa, nos cause miedo. Aprendemos entonces esta conexión entre el objeto y la emoción, creando un “sentimiento”. En consecuencia, no aprendemos las emociones, ya que nacemos con ellas (como si se tratara de un software básico incorporado en nuestro cerebro). Más bien, aprendemos a conectar las emociones con el inagotable repertorio de los fenómenos externos e internos que afectan a nuestro sistema perceptivo, y ambos elementos (emoción-fenómeno) quedan unidos en nuestra mente como las dos caras de una misma moneda. Éste es un asunto muy importante para todas aquellas personas interesadas en el marketing o la comunicación social, o incluso para quienes estén diseñando modelos de negocio. Las emociones alcanzan sus objetivos al generar acciones, y son esas acciones las que acaban preparando el terreno para que broten lo que llamamos “sentimientos”. Hasta hace poco tiempo no ha sido bien entendido esto. Por lo tanto, cuando una emoción realiza su trabajo, crea una acción; y esta acción modifica el estado interior de nuestro organismo, produciendo un cambio en la conducta y en la mente, es decir, la antesala de un sentimiento.
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[EL DIOS EMOTIVO, comentario 87]
El miedo es una de las emociones más conspicuas, que no sólo afecta a los seres humanos sino tambien a muchas especies animales. No es algo que se pueda circunscribir exclusivamente a la mente, puesto que se dan una serie de acciones previas en el corazón, los pulmones y el intestino, entre otros. Son acciones que provocan la elevación de la sensibilidad al dolor y la supresión de la cortisona, por ejemplo; y estos diferentes hechos ocurren a lo largo de todo el cuerpo, y, dicho sea de paso, se ha sabido desde hace mucho tiempo que el corazón juega un papel muy importante en las emociones (en el estar enamorado, en el estar triste, y así sucesivamente). También existe una serie de conductas específicas y variadas que son desencadenadas por el miedo. Hay personas que se quedan bloqueadas; otras echan a correr, huyendo de la fuente que les produce miedo. Por lo tanto, hay que valorar la atención que presta el sujeto a lo que está ocurriendo y, finalmente, cómo su modo de pensar se modifica o se ajusta con respecto a la fuente que provoca el miedo.
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[EL DIOS EMOTIVO, comentario 88]
Una de las formas que permiten a los neurocientíficos conocer cómo funciona todo el sistema emocional en donde aparece el miedo es a través de pacientes cuyos cerebros tienen alguna zona destruida por una enfermedad. Así, por ejemplo, es posible comparar una amígdala cerebral normal con la de un paciente que la tiene dañada. Gracias a esta comparación, ha sido factible descubrir que el miedo, y otras emociones, es procesado y se desencadena en esta región (la amígdala) cuando tiene que ver con condiciones exteriores al individuo. Así, si alguien nos apunta con una pistola y tenemos amígdala, entonces sentiremos miedo; y lo mismo ocurre si vemos una película de miedo. Pero también existen otras formas de miedo, que no dependen de la amígdala, como pudiera ser el provocado por una reducción del oxígeno respirable. Imaginemos a alguien que está practicando submarinismo y se queda sin aire. En ese momento, entraría en pánico, independientemente de tener o no amígdala, ya que lo que desencadena este tipo de miedo es de una índole diferente. Y lo mismo pasa cuando alguien está sufriendo un ataque al corazón, pues el pánico viene del interior y no del exterior.
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[EL DIOS EMOTIVO, comentario 89]
Hay una estrecha relación entre las emociones y los sentimientos; tan estrecha que frecuentemente se confunden unos con otros, y en la literatura se toman a veces como sinónimos. Pero, ¿qué diferencia hay entre las emociones y los sentimientos? Veamos, una emoción está siempre referida a una secuencia de acciones y los sentimientos se refieren a los resultados de esa secuencia de acciones. Es importante darse cuenta de que frente a un peligro (que provoca una emoción de miedo), lo que protege o salva la situación es una serie de acciones que se desencadenan, no el sentimiento de miedo. Sin embargo, el sentimiento de miedo tiene la facultad de guiar nuestras acciones futuras haciendo más eficaz la respuesta. Nuestra naturaleza corporal está provista de ambos aspectos: primeramente, con una acción que hace que podamos huir de forma efectiva (por emoción), sin pensar ni reflexionar, para alejarnos de un lugar donde hay un peligro; y, secundariamente, nos provee del beneficio adicional de mantener en nuestra memoria alguna clave vivencial (un sentimiento) que nos recuerde esa fuente de peligro, e incluso que la evalúe, para hacer que nuestra memoria le adjudique mayor o menor relevancia preventiva. Por ello, cuando reflexionamos sobre el por qué de nuestras decisiones como clientes observamos que éstas tienen que ver con la forma en la cual adherimos una emoción (no necesariamente el miedo, sino también el placer, el rechazo, etc.) a un objeto particular. Por ejemplo, detestamos una línea aérea porque nos ha perdido el equipaje y apreciamos otra por lo bien que nos ha tratado personalmente, independientemente de lo mal que vuele; y estos aprecios y desprecios no son controlados por la emoción, sino por las consecuencias de las emociones (a saber: los sentimientos, los cuales permiten aprender de cierta manera).
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[EL DIOS EMOTIVO, comentario 90]
Por lo tanto, una definición rápida podría ser que las “emociones” son unos programas de acción o respuesta de carácter instintivo, involuntario o primario que se generan en la mente a causa de una percepción (experimentada o imaginada) de la realidad. La “emoción” es incontrolable, porque no proviene de la consciencia sino del subconsciente, esto es, del cerebro profundo (amígdala), y parece originarse a partir de un “software fijo” que genera respuestas básicas de cara a la supervivencia. A una emoción se le puede sumar la respuesta racional que le damos, o la interpretación que generamos acerca de la misma, la cual será diferente según nuestra percepción de nosotros mismos, según las experiencias anteriores y según las comparaciones mentales que podamos producir ante la emoción. La suma de “emoción” y “pensamiento consciente” (acerca de dicha emoción) es lo que denominamos “sentimiento”. El “sentimiento” proviene del área de la consciencia o cerebro cortical (córtex).
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[EL DIOS EMOTIVO, comentario 91]
Es importante entender que la “emoción” suele ser inconsciente, pero el “sentimiento” siempre es consciente y puede ser regulado por nuestro pensamiento. No sólo eso, sino que nuestro pensamiento mantiene y da pábulo a ese sentimiento. Por ejemplo, mucho tiempo después de que una reunión de trabajo haya terminado puedo seguir alimentando mi enfado con mi jefe, incluso llegando a un estado en el que no recuerde siquiera por qué se provocó el enfado. Esto significa que somos responsables de los sentimientos que generamos y alimentamos; y esto es una gran noticia, ya que como los sentimientos se originan en nuestros pensamientos tenemos en nuestras manos la posibilidad de gestionarlos (para bien o para mal).
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[EL DIOS EMOTIVO, comentario 92]
El Génesis narra el caso de Caín, el primer asesino humano que se registra en la historia sagrada. El relato bíblico dice: “Y habló Caín a su hermano Abel; y aconteció que estando ellos en el campo, Caín se levantó contra su hermano Abel, y le mató” (Génesis, capítulo 4, versículo 8; Biblia de Reina-Valera). Estudiando el contexto de este pasaje sagrado, se saca la evidente conclusión de que los celos malsanos, o la envidia (un sentimiento negativo alimentado por el egoísmo), condujeron a Caín al fatal desenlace del asesinato de su propio hermano. Rastreando las posibles causas de tan desgraciado acontecimiento, resulta interesante el siguiente pasaje sagrado que se encuentra en las inmediaciones: «Conoció (es decir, tuvo relaciones sexuales) el hombre a (con) Eva, su mujer, la cual concibió y dio a luz a Caín, y dijo: “He adquirido un varón con el favor de Yahveh (nombre propio de Dios, dado a sí mismo por él mismo)”» (Génesis, capítulo 4, versículo 1; Biblia de Jerusalén).
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[EL DIOS EMOTIVO, comentario 93]
En dicho pasaje, Eva, la madre de Caín, expresa haber adquirido a este personaje, de recién nacido, con la ayuda o favor de Dios. Probablemente se estaba engañando a sí misma, al interpretar erróneamente las palabras divinas que fueron proferidas con carácter metafórico poco antes de la expulsión de ella y de su marido (Adán) del jardín edénico: «Dijo, pues, Yahveh Dios a la mujer: “¿Por qué lo has hecho?” (a saber, comer el fruto del árbol prohibido). Y contestó la mujer: “La serpiente me sedujo, y comí” (siendo la serpiente un mero títere usado por un ser sobrehumano de elevada inteligencia engañadora, como se desprende de lo que dice el Apocalipsis, capítulo 12, versículo 9, al hablar de la “serpiente antigua”). Entonces Yahveh Dios dijo a la serpiente (a la criatura inteligente que estaba detrás de este reptil, se sobreentiende): “Por haber hecho esto, maldita seas entre todas las bestias y entre todos los animales del campo. Sobre tu vientre caminarás, y polvo comerás todos los días de tu vida. Enemistad pondré entre tí y la mujer, y entre tu linaje y su linaje; él te pisará la cabeza mientras acechas tú su calcañar (o sea, el talón del pie)”» (Génesis, capítulo 3, versículos 13 a 15; Biblia de Jerusalén).
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[EL DIOS EMOTIVO, comentario 94]
Hay quien ha comparado el error de Eva con el famoso timo de “la estampita”, una estafa en donde la víctima resulta serlo a causa de su propia ambición egoísta. Según la Wikipedia, este timo, denominado también “timo del portugués”, es una tradicional estafa que se solía hacer en lugares públicos y que últimamente parece que ha vuelto a rebrotar, a pesar de haber llegado a ser bastante conocido y publicitado en la pequeña y grande pantalla por actores de la comedia y del humor. El origen de este timo está en la España de 1910 y su creador fue un tal Julián Delgado, quien se valía de un supuesto tonto con un sobre repleto de billetes del que afirmaba que estaba lleno de meras estampitas repetidas y que deseaba cambiarlas por otras estampitas que no estuvieran repetidas. Con esto, entablaba conversación con algún ciudadano (una potencial víctima del engaño). A continuación, entraba en escena un listo (cómplice del supuesto tonto) que proponía al ciudadano (la potencial víctima) estafar al tonto, usando una variedad de billetes de poco valor, aunque él aducía no poder aportar en ese momento más que uno o dos billetes. Entonces, el ciudadano, llevado por la ambición, ofrecía mayor cantidad de billetes y se quedaba con el sobre del tonto, ocultándose en un lugar cercano y convenido con el listo para posteriormente repartir la ganancia proporcionalmente con éste. Sin embargo, cuando ya el listo y el tonto habían desaparecido del escenario, el ciudadano se daba cuenta de que en el sobre no había dinero sino únicamente papeles sin valor.
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[EL DIOS EMOTIVO, comentario 95]
Ciertos juristas han analizado el alcance moral del timo de la estampita y han explicado que la víctima de la estafa suele toparse frecuentemente con graves dificultades internas a la hora de denunciar el engaño, no sólo por temor a quedar como un idiota ante los demás, sino, sobretodo, por tener que descubrir ante otros sus propias intenciones despreciables (engañar y hacerle perder dinero a un deficiente mental). La gran jugada del timador es, pues, dejar a la víctima con el problema de que ésta se acerque a comisaría a denunciar que fue engañado porque quería engañar a una persona con retraso mental. La situación se puede tornar bastante contraproducente para la autoestima de la víctima engañada, especialmente cuando ésta es asediada por la voz de su propia conciencia: “has perdido tu dinero porque eres un miserable” (porque el timo se asienta sobre la base de la explotación del egoísmo de la víctima, al querer ésta robarle el dinero a un retrasado mental, no a una gran compañía ni a un ricachón ni a un codicioso, sino a uno de los eslabones más débiles y lastimeros de la sociedad, es decir, a un desdichado).
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[EL DIOS EMOTIVO, comentario 96]
Una forma de minimizar el remordimiento de la víctima sería justificando la ambición manifestada por ésta, argumentando, como se hace hoy día, que los corsés morales son un estorbo para la libertad del individuo, porque lo mantienen atado a una serie de reglas de conducta anacrónicas, las cuales, en el pasado, servían para esclavizar a la población a una tiranía religiosa llena de hipocresía. Pero, aunque es verdad que siglos atrás se cometieron muchos atropellos religiosos en ese sentido (e incluso, actualmente, se siguen cometiendo), usar esto como pretexto para restarle importancia a la malsana ambición de la víctima timada equivale a tirar por tierra el único recurso que existe para que la sociedad humana permanezca en pie y no se hunda en un clima de injusticias por doquier y sin cuartel, a saber, el recurso moral. Corroer la moralidad es sinónimo de catástrofe social, o de hecatombe humana.
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[EL DIOS EMOTIVO, comentario 97]
Desgraciadamente, muchos códigos morales, a través de la historia, han sido deficientes y más que deficientes, razón por la cual ha habido levantamientos, revoluciones y sublevaciones. Pero, de todas formas, ha quedado bien claro, en la experiencia humana de siglos, que cuando no se dispone de un acervo moral para poder regular la exitencia interactiva de los individuos en una determinada población, ésta, como cáncer que acomete contra su nodriza o fuente de abastecimiento, tiende a la autodestrucción. Y en este asunto podemos traer a colación la triste y postrera suerte del Imperio Romano de Occidente (una de las muchas potencias políticas que han caído por apolillamiento de la ética y la moral): Él ha llegado a ser el paradigma del desplome moral, de la bestia gubernamental que se devora a sí misma, que suele usarse como referencia cuando se consideran temas de esta índole.
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[EL DIOS EMOTIVO, comentario 98]
Así que la cuestión principal no está en si la moral es o no necesaria, independientemente de que ésta sea más o menos acertada, sino, más bien, en averiguar, si ello es posible, cuál es el código moral ideal u óptimo para el género humano. Y, desde luego, tras una larga trayectoria de ensayos y errores, el hombre, por sí mismo, no parece haber dado con la clave a este respecto. Al presente, sorprendentemente, la situación mundial parece haber girado hacia derroteros cada vez más desafortunados, con una Organización de Naciones Unidas absolutamente incapaz de aglutinar en consenso universal a los diversos y disparatados puntos de vista éticos y morales de corte nacionalista e imperialista que van surgiendo con frecuencia mayor a medida que nos adentramos en el siglo XXI. Todo parece indicar que estamos aproximándonos a la culminación apocalíptica de una carrera de independencia moral que comenzó allá en el jardín de Edén, cuando Adán y Eva optaron por adquirir para sí, y consecuentemente legar a sus hijos, un código acerca de lo bueno y lo malo extremadamente miope y subjetivo, radicalmente alejado de la guía divina.
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[EL DIOS EMOTIVO, comentario 99]
Fuera del jardín edénico, con la espalda completamente dada al Creador, la primera pareja humana se fabricó sus propias mentiras y autoengaños en sentido moral y religioso, y tal vez lo hizo de forma automática, por mediación de subconsciente (pues, por lo visto, existe una función cerebral del inconsciente que se activa para atenuar la amenaza destructiva de la desesperanza, los traumas mentales y cosas afines a éstas que pudieran paralizar fatalmente el intelecto del individuo). Por lo tanto, parece que Eva supuso que Caín había venido al mundo con la ayuda divina, quizás para cumplir el juicio profético mencionado anteriormente: «Enemistad pondré entre tí y la mujer, y entre tu linaje y su linaje; él te pisará la cabeza mientras acechas tú su calcañar (o sea, el talón del pie)» (Génesis, capítulo 3, versículo 15; Biblia de Jerusalén).
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[EL DIOS EMOTIVO, comentario 100]
Probablemente, bajo la influencia de su madre, Caín creció persuadido de que él era el elegido para pisar la cabeza de la “serpiente” y con ello trer liberación para sí mismo y toda su parentela, es decir, para el entero género humano. Semejante expectativa de futuro debió afectar su ego de manera sobresaliente, por eso, cuando los actos de adoración de Abel su hermano menor fueron más apreciados que los suyos, él entró en un proceso de frustración que culminó en envidia asesina. El relato sagrado dice: «Fue Abel pastor de ovejas y Caín labrador. Pasó algún tiempo, y Caín hizo a Yahveh una oblación de los frutos del suelo. También Abel hizo una oblación de los primogénitos de su rebaño, y de la grasa de los mismos. Yahveh miró propicio a Abel y su oblación, mas no miró propicio a Caín y su oblación, por lo cual se irritó Caín en gran manera y se abatió su rostro» (Génesis, capítulo 4, versículos 2 a 5; Biblia de Jerusalén).
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[EL DIOS EMOTIVO, comentario 101]
Un estudio profundo del contenido histórico del relato deja entrever que la situación de Caín era peligrosa, en buena parte debido a que se habían desarrollado en él sentimientos homicidas a consecuencia de la influencia de una educación errónea y alejada de la guía divina. Por eso, dado que él no le había dado la espalda al Creador voluntariamente, como hicieron sus padres, podría ser objeto de la compasión divina en el sentido de recibir advertencia sobrenatural para evitarle una catástrofe moral. Sin embargo, a pesar de que fue aconsejado de una manera impactante y fuera de lo común, los sentimientos egocéntricos se habían apoderado de su persona a tal grado que la advertencia no le fue de provecho alguno: «Yahveh dijo a Caín: “¿Por qué andas irritado, y por qué se ha abatido tu rostro? ¿No es cierto que si obras bien podrás alzarlo? Mas, si no obras bien, a la puerta está el pecado acechando como fiera que te codicia, y a quien tienes que dominar”» (Génesis, capítulo 4, versículos 7 y 8; Biblia de Jerusalén).
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[EL DIOS EMOTIVO, comentario 102]
¿Es posible que algunos sentimientos tengan tanta fuerza que incluso puedan contrarrestar una advertencia impactante, proveniente de una fuente poco común o sobrenatural, como la que recibió Caín? En su obra “Inteligencia emocional”, Daniel Goleman habla del “secuestro emocional”, también denominado “secuestro amigdalar”, para referirse a un estado psicofísico controlado por la amígdala encefálica. El secuestro emocional se genera en esta amígdala, que es una de las estructuras más importantes del sistema límbico del cerebro, en el que se procesan las emociones. Se ha podido apreciar clínicamente que cuando se produce una desconexión entre la amígdala y el resto del cerebro el paciente es incapaz de conferir un significado emocional a las situaciones de la vida, como, por ejemplo, al verse amenazado por un simulacro de peligro grave y no sentir miedo alguno ni otro tipo de emoción. Así, pues, la amígdala constituye una especie de depósito de la memoria emocional, que juega un rol fundamental de cara a la supervivencia.
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[EL DIOS EMOTIVO, comentario 103]
Entonces, cabe preguntarse: si la amígdala de Caín funcionaba correctamente, pues no hay indicios de que en aquel tiempo en particular existieran patologías neurológicas graves similares a las de hoy, ¿cómo pudo dejarse arrastrar por la ira con tanta facilidad? La respuesta parece estar en el hecho de que la amígdala también cumple el rol de centinela de nuestro cerebro, y una de sus funciones consiste en escudriñar las percepciones (reales o ficticias, pues no distingue entre ellas) en busca de alguna amenaza. Si la búsqueda es positiva, la amígdala reacciona inmediatamente activando todos los recursos del organismo y enviando mensajes de emergencia al resto del cerebro. Estos mensajes, a su vez, disparan la secreción de hormonas que preparan al individuo para batallar enconadamente con objeto de eliminar las amenazas. Se tensan los músculos, se agudizan los sentidos y se entra en alerta total. También se activa el sistema de la memoria, para intentar recuperar cualquier información que pueda ser útil para salir de esa situación de riesgo. Por lo tanto, ante un peligro bien asumido, la amígdala toma el mando por completo y dirige la totalidad de nuestra mente, incluso la racional, con la única finalidad de eliminar la amenaza.
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[EL DIOS EMOTIVO, comentario 103]
A la luz de estos datos neurocientíficos, todo parece indicar que Caín poseía fuertes sentimientos educacionales asentados sobre la idea materna de que él era el personaje más importante del drama profético del aplastamiento de la serpiente, es decir, el hipotético libertador de la condición baja en la que había caído la humanidad. En consecuencia, debió sufrir una monumental frustración cuando la oblación u ofrenda de Abel fue preferida antes que la suya. Tal vez se sintió terriblemente amenazado por el reciente protagonismo candoroso de su hermano, y, en su inflamado egoísmo, no pensó para nada en que Abel lo merecía. Por ende, la advertencia divina acerca de su mala condición emocional, y del grave peligro moral que corría si se dilataba en corregir su desenfocado punto de vista, fue un acto de benevolencia divina que, desgraciadamente, no supo aprovechar. Finalmente, perdió por completo el control racional de su mente tras haber sido secuestrado emocionalmente por la ira y, acto seguido, llegó al punto de eliminar la amenaza que representaba su hermano al perpetrar el asesinato de éste.
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[EL DIOS EMOTIVO, comentario 104]
Ahora podemos comprender mejor la situación de la humanidad caída, a causa de la rebelión de la primera pareja humana. Se produjo, pues, una desconexión o rompimiento de la influencia educadora divina sobre el género humano y éste quedó expuesto a un desequilibrio permanente entre sus elementos emocionales y racionales (un desequilibrio que tiene tan profundas y sutiles rajaduras educativas, epigenéticas y estructurales que es difícilmente atisbable y absolutamente insuperable desde la mera sabiduría humana). La palabra “religión” (del latín “religare”, que significa “religarse, volver a ligarse o unirse” a la deidad, por saberse huérfano de Dios) apareció curiosamente como concepto desde el mismo momento en que Caín y Abel decidieron elevar al Creador sus ofrendas de aprobación. Por otra parte, puntualmente, a lo largo de la historia, tal como relata el Génesis, el Todopoderoso ha ido buscando maneras y ocasiones propicias para facilitar a las personas que tienen deseos de conectarse o reconciliarse con Él alguna clase de alivio en esa dirección. De ahí que hiciera alianzas, compromisos o pactos con Noé, Abrahán y Jacob. Por ejemplo: «Cayó Abram rostro en tierra, y Dios le habló así: “Por mi parte he aquí mi alianza contigo: serás padre de una muchedumbre de pueblos”» (Génesis, capítulo 17, versículos 3 y 4; Biblia de Jerusalén); también, anteriormente, Dios dijo a Abrahán: «De ti haré una nación grande y te bendeciré. Engrandeceré tu nombre; y sé tú una bendición. Bendeciré a quienes te bendigan y maldeciré a quienes te maldigan. Por ti se bendecirán todos los linajes de la tierra» (Génesis, capítulo 12, versículos 2 y 3; Biblia de Jerusalén).
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[EL DIOS EMOTIVO, comentario 105]
El concepto de “gestión emocional” (es decir, de buena gestión emocional) se refiere a la habilidad que puede adquirir una persona para llegar a ser dueña de sus emociones y no esclava de las mismas, de tal manera que no actúe bajo el control de sus impulsos sino más bien a través del propio conocimiento y comprensión de sí misma. La gestión emocional no es innata, pues tiene que aprenderse en el transcurso de la vida. Se trata de un aprendizaje que incluye habilidades tan importantes como el comprender, controlar y modificar sentimientos y emociones propias, así como la capacidad de sentir empatía o sintonía con el estado afectivo de otras personas. Una correcta gestión de las emociones aporta calidad de vida, porque ello implica que se es capaz de regular sentimientos negativos, como la ira tras un enfado. Cuánto le hubiera convenido a Caín haber hecho caso de la adventencia divina y haber iniciado así un acertado camino de gestión emocional, en vez de rechazar la guía del Creador (como hicieron sus padres).
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[EL DIOS EMOTIVO, comentario 106]
La búsqueda del equilibrio entre pensamientos y sentimientos es una tarea de envergadura colosal y requiere, según el Génesis, de la ayuda divina para conseguirse. Ello se debe a que la correcta asociación entre emoción y percepción (o vivencia) no siempre es posible desde la limitada óptica de la mente racional humana, por lo que hace falta un Educador sobrehumano que nos indique cuál es la opción más conveniente. Esta dependencia parece estar implícita ya en nuestro subconsciente, aunque de forma sutil o quizás enmascarada, detrás de otros elementos diversos que nos resultan más relevantes y que ocupan prioritariamente nuestra atención, y por eso frecuentemente pasa desapercibida. Por ejemplo, se ha observado en niños pequeños que cuando se produce un relámpago y un trueno fuertes éstos quedan sobrecogidos por el impacto sensitivo que el fogonazo y el estruendo producen, y rápidamente miran a su madre o a su padre para ver cómo reaccionan éstos ante el fenómeno, en un intento evidente de recibir guía inmediata para poder asociar correctamente la inédita percepción que acaban de tener (a través de los sentidos corporales) con la correspondiente emoción: ¿terror, indiferencia, acción, paralización, …?
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[EL DIOS EMOTIVO, comentario 107]
El aprendizaje o alfabetización emocional y sentimental se tiene toda la vida, no sólo cuando se es pequeño; aunque de niño se recibe la mayor aportación en este sentido. Esto es así porque nunca dejamos de enfrentarnos a nuevas percepciones o vivencias, y éstas deben ocupar su lugar en el paisaje emocional. Pues bien, ahora detengámonos un poco a pensar en el siguiente texto sagrado, el cual forma parte de un mandato educacional dirigido a los isralelistas de la antigüedad para que evitaran contaminarse con las prácticas idolátricas cananeas (que resultaban en la degradación de la condición humana, hasta un nivel más bajo que el de los animales, en oposición a la premisa creativa de que el hombre debería vivir de acuerdo al hecho de que ha sido creado a la imagen de su Hacedor): «Quemaréis las esculturas de sus dioses, y no codiciarás el oro y la plata que los recubren, ni lo tomarás para ti, no sea que por ello caigas en un lazo, pues es una cosa abominable para Yahveh tu Dios; y no debes meter en tu casa una cosa abominable, pues te harías anatema (maldito) como ella. Las tendrás por cosa horrenda y abominable, pues son anatema (cosa maldita)» (Deuteronomio, capítulo 7, versículos 25 y 26; Biblia de Jerusalén).
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[EL DIOS EMOTIVO, comentario 108]
Por lo tanto, sin la guía de su Creador, el ser humano llega a desarrollar sentimientos perjudiciales de cara a su propia supervivencia; pues es necesario que exista un consenso universal en cuanto a determinados sentimientos, o de lo contrario más tarde o más temprano se producirán graves colisiones en el mismo seno de la sociedad humana. ¿Cómo se explican la discriminación racial, el nacionalismo, el egoísmo materialista, el abuso sexual y un largo etcétera de lacras que han significado la ruína de tantas personas, y que prometen poner fin a toda la precaria civilización internacional que actualmente conocemos? ¿No son los sentimientos desatinados los grandes responsables de esta gran desdicha?
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[EL DIOS EMOTIVO, comentario 109]
Cada individuo, cada familia, cada grupo, cada etnia, cada colectividad, cada cultura..., cada una de estas entidades efectúa una asociación particular entre vivencia y emoción, dando lugar a sentimientos peculiares y diferentes para una misma clase de fenómeno vivencial. Esto, en sí mismo, no es peligroso cuando los sentimientos generados por cada entidad no están expuestos a colisión entre sí; e incluso puede que tal variedad de sentimientos permita enriquecer la cultura en general, algo que suele pasar cotidianamente en los dominios del arte, de la música y a veces también hasta en determinados enfoques de la ciencia. Sin embargo, hay que admitir que existen sentimientos encontrados, que llevan a tomas de decisiones contrapuestas; y éstos pueden generar colisiones bélicas entre distintas entidades. ¿Cómo evitar tal amenaza?
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[EL DIOS EMOTIVO, comentario 110]
La experiencia indica que es extremadamente difícil consensuar a diferentes entidades para que se pongan de acuerdo en adoptar una misma criteriología sentimental ante situaciones de la realidad que se vivencian de una manera particular por cada una de dichas entidades, entre otras cosas porque ello supone que algunas de esas entidades debe abandonar su visión de la realidad y hasta es posible que tenga que extinguirla. Ahora bien, ¿sobre qué base convincente se le puede hacer ver a determinado grupo de personas que su cultura debe ser eliminada (en parte o en todo), cuando resulta que el conocimiento humano es francamente conjetural e inestable en estos temas tan sutiles? La historia muestra vez tras vez que, incluso hasta el día de hoy, que la única dialéctica que el ser humano posee para imponer un único criterio al respecto es el poder de las armas; y esto es del todo lamentable.
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[EL DIOS EMOTIVO, comentario 111]
Es por esta razón por la que podemos atisbar el gran valor que cobra para nosotros el relato creativo del Génesis, al indicarnos cuán terrible y garrafal fue el error cometido por la primera pareja humana, al independizarse voluntariamente de su Creador. Al dejar a la humanidad completamente desamparada para poder gestionar con éxito los “sentimientos controversiales” (es decir, la serie relativamente pequeña de sentimientos discordantes entre individuos y grupos que es potencialmente destructiva para la cohesión social) de manera consensuada, sometidos a la guía de un Ser Superior a quien todo el mundo respeta. No obstante, el antiguo pueblo de Israel, como conjunto, cayó en la misma trampa de resistencia persistente a la guía de Dios, según se desprende de la historia sagrada contenida en la Biblia; y por esta razón fueron enviados algunos profetas a ellos, para evitarles la catástrofe nacional: «Acercaos a mí y escuchad esto: Desde el principio no he hablado en oculto, desde que sucedió estoy yo allí. Y ahora el señor Yahveh me envía con su espíritu. Así dice Yahveh, tu redentor, el Santo de Israel. Yo, Yahveh, tu Dios, te instruyo en lo que es provechoso y te marco el camino por donde debes ir. Si hubieras atendido a mis mandamientos, tu dicha habría sido como un río y tu victoria como las olas del mar» (Libro de Isaías el profeta, capítulo 48, versículos 16 a 18; Biblia de Jerusalén).
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[EL DIOS EMOTIVO, comentario 112]
El examen de la gestión emocional, armonizado con la Biblia, nos permite relacionarnos mejor con nosotros mismos, así como comprendernos y conocernos más profundamente; y esto es de gran importancia para desarrollar sabiduría y perspicacia a la hora de saber cuáles son nuestras limitaciones y a qué peligros nos enfrentamos por causa de nuestra composición emocional. También, nos permite atisbar los tremendos retos emotivos de carácter insuperable que podrían aplastarnos definitivamente si no contáramos con la ayuda del “Dios de los sentimientos”. En palabras de Jesucristo: «Y yo os digo: Pedid, y se os dará; buscad, y hallaréis; tocad, y os será abierto. Porque todo aquél que pide, recibe; y el que busca, halla; y al que toca, es abierto. ¿Y cuál padre de vosotros, si su hijo le pidiere pan, le dará una piedra?, o, si pescado, ¿en lugar de pescado, le dará una serpiente? O, si pidiere un huevo, ¿le dará un escorpión? Pues si vosotros, siendo malos, sabéis dar buenas dádivas a vuestros hijos, ¿cuánto más vuestro Padre celestial dará el espíritu santo (energía o fuerza controlada por Dios) a los que lo pidieren de Él?» (Evangelio según Lucas, capítulo 11, versículos 9 a 13; Biblia de Reina-Valera).
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[EL DIOS EMOTIVO, comentario 113]
¿Decide uno cómo controlar sus emociones? Esta pregunta tiene diferentes respuestas para algunos u otros psicólogos, pues se barajan muchas teorías al respecto. Mientras que ciertos expertos opinan que tenemos control total sobre nuestras emociones, otros creen que no existen posibilidades de controlarlas. Sin embargo, hay investigaciones que permiten concluir que el ser humano posee la capacidad potencial de controlar, en mayor o menor grado, su vida emocional; pues se sabe que la forma en que uno interpreta sus emociones puede cambiar bastante la forma en que las vivencia. Por lo tanto, la manera en que uno reacciona ante una emoción en particular va a condicionar cómo dicha emoción actuará sobre él. Por ejemplo, el conferenciante que se inquieta frente la idea de hablar en público puede hacerlo porque interpreta sus nervios como un fenómeno negativo, como un síntoma de que su cuerpo lo apremia para que salga corriendo de allí; en cambio, si llegara a interpretar esos mismos nervios como una excitación positiva que lo impulsa a hacer un buen trabajo, entonces, probablemente, tendría más éxito en su conferencia. La moraleja teórica que se desprende de todo esto es que el organismo le proporciona a uno la energía o vitalidad necesaria para hacer algo, pero cómo usar dicha energía lo decide la persona misma. Otro ejemplo: Hay gente que paga dinero e incluso hace largas horas de cola para poder subirse a la “montaña rusa”, mientras que otros no se subirían ni en sueños; ambos tipos de personas sienten los mismas excitaciones nerviosas o ansiedad, pero las interpretan de formas muy diferentes, ya como diversión o ya como peligro terrorífico.
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[EL DIOS EMOTIVO, comentario 114]
No es posible evitar las emociones, pues tienen una función biológica de supervivencia, como ya se ha indicado. Por ejemplo, si no sintiéramos miedo a caernos desde cierta altura, probablemente muchos seres humanos perderían la vida gratuitamente al no rehuír los peligros que tienen que ver con ello; y si la emoción del miedo se erradicara totalmente del cerebro de todas las personas, es muy probable que el género humano no hubiera conseguido sobrevivir y llegar hasta el día de hoy. La amígdala es la parte del cerebro encargada de disparar las emociones, como respuesta automática en forma de agresión o huida frente una amenaza. Por eso es tan difícil controlar mediante la simple voluntad el origen de las emociones, pues significaría anular una respuesta para la que se está programado genéticamente. La respuesta emocional es, por lo tanto, necesaria. Sin embargo, en algunas personas no está correctamente regulada y puede ocurrir que se dispare en situaciones donde no existe una amenaza real (provocando ansiedad), o que no se desactive con el paso del tiempo (como ocurre en la depresión). Por algún motivo, el cerebro entra en modo de supervivencia y se queda estacionado ahí.
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[EL DIOS EMOTIVO, comentario 115]
Hay que tener presente, como ya se ha señalado anteriormente, que cuando se entra en fase de “lucha y huida”, la amígdala toma el mando automático de nuestra situación emocional y normalmente ya es demasiado tarde para poder virar el barco de nuestras emociones (para bien o para mal). Esto es lo que Goleman ha denominado “secuestro amigdalar o emocional”. Por eso, uno debe aprender a actuar antes de que se produzca tal secuestro, desarrollando la capacidad de detectar aquellas señales que indican que estamos en camino de no poder dominar las emociones. Ésta es la única forma en que uno será capaz de detener (o retrasar) el proceso, antes de que ya no haya remedio; pues toda vez que las emociones dominen, el individuo se convertirá en algo parecido a una bestia acorralada irracional. Es por eso que, a la luz de esto, se puede entender, por tanto, el sabio consejo del salmista: “Desiste de la cólera y abandona el enojo, no te acalores, que es peor; pues serán extirpados (eliminados) los malvados (de donde se sobreentiende que entre esos malvados se hallarán los iracundos, feroces o faltos de mansedumbre), mas los que esperan en Yahveh poseerán la tierra” (Libro de los salmos, capítulo 37, versículos 8 y 9; Biblia de Jerusalén).