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[Pseudoveltíosis natanatórica, comentario 236]
La profecía de Jesucristo continúa así: “¿Quién es el siervo fiel y prudente a quien su señor ha dejado encargado de los sirvientes para darles la comida a su debido tiempo? Dichoso el siervo (se sobreentiende: El siervo encargado) cuando su señor, al regresar, lo encuentra cumpliendo con su deber. Les aseguro que lo pondrá a cargo de todos sus bienes. Pero ¿qué tal si ese siervo malo (se sobreentiende: Si el siervo encargado se tornara hipotéticamente malo) se pone a pensar (se sobreentiende: Se pusiera hipotéticamente a pensar): “Mi señor se está demorando”, y luego comienza a golpear a sus compañeros, y a comer y beber con los borrachos? (se sobreentiende: La hipotética desviación hacia la maldad llevaría, al siervo encargado, a actuar egoístamente; y ello se traduciría en crueldad hacia sus consiervos, glotonería y borrachera o vicios). El día en que el siervo menos lo espere y a la hora menos pensada el señor volverá. Lo castigará severamente y le impondrá la condena que reciben los hipócritas (se sobreentiende: La hipocresía es una falsa fachada de bondad tras la que se esconde un depredador egoísta). Y habrá llanto y rechinar de dientes” (Evangelio según Mateo, capítulo 24, versículos 45-51; Santa Biblia, Nueva Versión Internacional de 1999, patrocinada por la Sociedad Bíblica Internacional). Este pasaje sagrado, que cierra el capítulo 24 del evangelio de Mateo, es frecuentemente denominado “Parábola del siervo fiel” (o similar); y ha generado, y genera, una enorme polémica con relación a cuál es su interpretación correcta. Pero quizás exista una forma de aproximarse a su explicación acertada buscando referencias o pasajes con expresiones similares a las de los conceptos fundamentales que se emplean en dicho texto evangélico (es decir, el texto del evangelio según Mateo, capítulo 24, versículos 45-51). La intención sería, por ende, buscar la manera de que la sagrada escritura se interprete a sí misma. Veamos.
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[Pseudoveltíosis natanatórica, comentario 237]
Parece bastante obvio que el “siervo fiel” de la parábola del mismo nombre (Evangelio según Mateo, capítulo 24, versículos 45-51) es una entidad (individual o colectiva; esto faltaría por elucidar) que está operativa en la tarea de su ministerio cristiano cuando se produce la segunda venida de Jesucristo, o sea, durante el inicio del aparentemente cercano período denominado “el fin del mundo”, pues el relato dice que el Señor (Jesucristo, se sobreentiende) premia o castiga a ese “siervo encargado” (un mayordomo, según el relato paralelo del evangelio de Lucas, capítulo 12, Biblia de Reina-Valera de 1960) durante esa segunda venida en particular. A este respecto, algunos estudiosos e investigadores bíblicos, bien versados en las sagradas escrituras, han propuesto que se trata de una entidad cristiana colectiva que principió con los apóstoles de Cristo y que continúa hasta el día de hoy por medio de una sucesión apostólica o pastoril (a saber, de líderes cristianos que, cuando mueren, pasan su liderazgo a una élite de sucesores, a fin de continuar alimentando simbólicamente, o con la palabra de Dios, a toda la grey de los feligreses). Ahora bien, el problema inmediato que se presenta contra este argumento es el de la identificación de ese “siervo fiel” en medio del panorama o galimatías que existe dentro del conjunto formado por todas las confesiones religiosas llamadas “cristianas”, con sus inevitables e irreconciliables separatismos doctrinales. ¿Es dicho mayordomo o siervo una entidad católica, o es protestante, o anglicana, o... etcétera? A tenor de la respuesta que muchos creyentes están dando a la hora de dejarse aconsejar por sus líderes religiosos cristianos, de los que cada vez desconfían más y más, se puede afirmar que no parece que el mayordomo de la parábola esté muy claramente discernible a los ojos de los feligreses en general; o bien que dicho siervo fiel se ha degenerado y ha terminado convertido en irremediablemente infiel. No obstante, esto último no debería ser cierto a la luz de una serie de profecías que deberían cumplirse en la víspera del fin del mundo. ¿Qué profecías son ésas?
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[Pseudoveltíosis natanatórica, comentario 238]
Bueno, parece ser que hay un número nada despreciable de pasajes sagrados y profecías bíblicas que inducen a pensar o que indican más directamente que durante la víspera del fin del mundo habría personas cristianas preparadas para sobrevivir a la grande o magna tribulación que Jesucristo predijo, según informan los evangelios de Mateo (capítulo 24) y Marcos (capítulo 13), y según el Apocalipsis (capítulo 7). Dicha supervivencia se basaría en la fe y en el conocimiento acerca de las enseñanzas de los evangelios y de toda la Biblia en general, pues se puede ver con relativa facilidad que existe una vinculación sorprendente entre los libros evangélicos y el resto de la sagrada escritura. De esto se infiere que los sobrevivientes deben estar bien “alimentados” con la palabra de Dios, es decir, nutridos con la correcta interpretación de la Biblia; y esto sólo es posible, según la misma sagrada escritura, si existe un “mayordomo fiel” o similar que no se haya pervertido y, al igual que los apóstoles, se preocupe por abastecer con la nutrición bíblica correcta a los creyentes. De otra manera, la profecía registrada en el libro sagrado de Daniel, capítulo 12, versículos 1-4, no se cumpliría. Por lo tanto, dicha profecía de Daniel es una de ésas que indican que durante la víspera del fin del mundo habría personas cristianas preparadas para sobrevivir. Así que, como se trata de una profecía relevante, notoriamente enlazada con lo que dice la dada por Jesucristo según el evangelio de Mateo, capítulo 24, la consideraremos con cierto detalle. Más pasajes sagrados que apoyan la tesis de la existencia de un mayordomo fiel (no pervertido) durante la víspera del fin del mundo son, entre otros, los siguientes (sólo se dan las citas bíblicas, a fin de no cargar con muchos más datos esta larga exposición): Libro de los salmos, capítulo 1; ídem, capítulo 119, versículos 103-106; libro de los proverbios de Salomón, capítulo 1, versículos 20-33; ídem, capítulo 2, versículos 1-9; ídem, capítulo 3, versículos 1-6; ídem, capítulo 24, versículos 13-14; libro sagrado de Eclesiastés, capítulo 12, versículos 13-14; libro de Isaías el profeta, capítulo 65, versículo 14; libro sagrado de Nehemías, capítulo 8, versículos 5-8...
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[Pseudoveltíosis natanatórica, comentario 239]
El profeta Daniel estaba muy interesado en saber cuál sería el porvenir del pueblo de Israel, a la sazón cautivo y deportado en los dominios de Babilonia tras la primera destrucción de Jerusalén por Nabucodonosor. Este sobresaliente profeta pertenecía a la tribu de Judá, y es el escritor del libro sagrado que lleva su nombre. Se sabe muy poco de su juventud, si bien se dice que se le llevó a Babilonia a causa de la presión dominante ejercida por los caldeos sobre el territorio palestinense, probablemente cuando era un príncipe adolescente, junto con otros miembros de la realeza y de la nobleza judía. Esto sucedió algún tiempo antes de la destrucción de Jerusalén por Nabucodonosor, quien intimidó al reino de Judá con aquella deportación y convirtió a dicho reino en vasallo suyo; pero la destrucción sobrevino como consecuencia de la rebelión del reino judío contra Babilonia, años después de aquella deportación. Para cuando Jerusalén fue destruida, Daniel había prosperado como funcionario en la corte de Nabucodonosor debido a sus conspicuas cualidades de inteligencia y confiabilidad (pues este rey babilonio, en el interés de su propia estabilidad gubernamental, había extraído para sí una cohorte de consejeros formada por los nobles más competentes de entre todos los lenguajes y etnias de su imperio); y también prosperó Daniel, como dice el relato sagrado, debido a que la bendición divina estaba sobre él. Él era sabedor, gracias a su estudio profundo de las profecías de Isaías y Jeremías, entre otras, de que la desolación de Jerusalén y Judá era inevitable a causa de la terquedad del pueblo judío contra la guía divina; pero ahora Daniel estaba muy expectante por conocer cuándo y cómo se produciría la restauración del Israel arrepentido, de la cual también hablaron esos profetas.
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[Pseudoveltíosis natanatórica, comentario 240]
El imperio babilónico cayó bajo el emergente empuje de Medopersia y Daniel fue incorporado, en calidad de alto funcionario, al nuevo imperio: “En el año primero de Darío hijo de Asuero, de la nación de los medos, que vino a ser rey sobre el reino de los caldeos, en el año primero de su reinado, yo Daniel miré atentamente en los libros el número de años de que habló Jehová al profeta Jeremías, que habían de cumplirse las desolaciones de Jerusalén en setenta años. Y volví mi rostro a Dios el Señor (se sobreentiende: a Jehová, o Yahveh según la Biblia de Jerusalén de 1975), buscándole en oración y ruego, en ayuno, cilicio (se sobreentiende: Saco o vestidura áspera que se usaba antiguamente para expresar aflicción o duelo) y ceniza” (Libro de Daniel el profeta, capítulo 9, versículos 1-3; Biblia de Reina-Valera, de 1960). El relato continúa: «Aún estaba hablando y orando, y confesando mi pecado y el pecado de mi pueblo Israel, y derramaba mi ruego delante de YHVH (se sobreentiende: Según la Wikipedia, éste es el denominado “tetragramatón”, compuesto por 4 letras consonantes, sin vocales, tal y como escribían los hebreos, para notar en este caso el nombre de Dios, Jehová según la Biblia de Reina-Valera, o Yahveh según la Biblia de Jerusalén; un nombre dado por Dios mismo a sí mismo) mi Dios por el monte santo de mi Dios (se sobreentiende: El monte Sión, sobre el que estaba edificada la ciudad de Jerusalén y su santo Templo), y mientras hablaba en oración, aquel varón a quien había visto en la visión al principio, Gabriel (se sobreentiende: El ángel Gabriel, quien adoptó una apariencia humana para hablar con Daniel), vino a mí volando con presteza (se sobreentiende: Con apariencia de criatura humana voladora) como a la hora del sacrificio de la tarde. Y me hizo entender, y habló conmigo, diciendo: “Oh Daniel, ahora he salido para darte sabiduría y entendimiento. Al principio de tus ruegos fue dada la orden (se sobreentiende: En las cortes celestiales), y yo he venido para enseñártela (se sobreentiende: Gabriel se apresuró, como buen mensajero celeste, a llevar a Daniel el mensaje profético que el profeta solicitó en oración, y más), porque tú eres varón muy amado (se sobreentiende: Daniel era una persona muy apreciada en las cortes celestiales, las cuales están presididas por Dios). Presta pues atención a la palabra y entiende la visión”» (Libro de Daniel el profeta, capítulo 9, versículos 20-23; Biblia textual, Tercera revisión). Acto seguido, el ángel le transmite a Daniel no sólo la seguridad de la restauración pronta de la ciudad santa y la implícita reedificación del Templo sino mucho más. Le indica que tras esa restauración vendría el Mesías y que éste sería muerto en esa tierra, con lo cual la ciudad santa y sus habitantes se harían acreedores de una definitiva y fatal inundación desoladora.
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[Pseudoveltíosis natanatórica, comentario 241]
Posiblemente, esa profecía angélica causó perturbación a Daniel porque él esperaba que quizás algún día el pueblo de su linaje alcanzaría el arrepentimiento y la liberación definitiva, para siempre; pero por lo que Gabriel le vaticina, esto no sería así. Sin embargo, parece que lo que más le perturbaba al profeta eran las malas noticias que le llegaban de Judá, pues el gobierno de Ciro había otorgado libertad a un resto de israelitas de la diáspora para que reedificara el Templo de Jerusalén, y dicho resto consiguió poner los fundamentos del mismo, pero entonces las tribus gentiles de los alrededores comenzaron a oponerse con cada vez más encono contra la restauración del culto verdadero, haciendo uso de taimadas conspiraciones y hostigamientos. Daniel informa acerca de su preocupación al respecto: “En aquellos días yo, Daniel, me contristé tres semanas de días. No comí pan delicado, ni entró carne ni vino en mi boca, ni me unté con ungüento, hasta que se cumplieron tres semanas de días. Y a los veinticuatro días del mes primero estaba yo a la orilla del gran río Hidequel (se sobreentiende: El río Tigris, de Mesopotamia); y alzando mis ojos miré, y he aquí un varón vestido de lienzos, y ceñidos sus lomos con oro muy fino; y su cuerpo era como piedra de Tarsis (turquesa), y su rostro parecía un relámpago, y sus ojos como antorchas de fuego, y sus brazos y sus pies como de color de bronce resplandeciente, y la voz de sus palabras como la voz de un ejército. Y sólo yo, Daniel, vi aquella visión, y no la vieron los varones que estaban conmigo; sino que cayó sobre ellos gran temor, y huyeron, y se escondieron. Quedé, pues, yo solo, y vi esta gran visión, y no quedó en mí esfuerzo; antes mi fuerza se me trocó en desmayo, sin retener vigor alguno” (Libro de Daniel el profeta, capítulo 10, versículos 2-8; Sagradas escrituras de la Bilblia, Versión antigua).
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[Pseudoveltíosis natanatórica, comentario 242]
En su preocupación, Daniel se dio al ayuno por 3 semanas. Así que, evidentemente, este profeta estaba muy angustiado por el futuro de la adoración pura, la cual, dicho sea de paso, equivale a la continuidad en existencia de la simiente de la mujer simbólica. Por eso recibió respuesta, tal como se expresa a continuación: «Y me dijo (se sobreentiende: El ángel o varón resplandeciente de la visión le habló a Daniel): “Daniel, no temas, porque desde el primer día que diste tu corazón a entender, y a afligir tu alma delante de tu Dios, fueron oídas tus palabras; y yo he venido a causa de tus palabras. Mas el principe del reino de Persia se puso contra mí veintiún días (se sobreentiende: Este príncipe persa no podría ser de ningún modo humano, sino demoníaco, pues ¿qué podría hacer contra un ángel sobrehumano una criatura terrestre, por muy poderosa que sea?); y he aquí Miguel, uno de los principales príncipes (se sobreentiende: Un ángel principal o muy poderoso), vino para ayudarme, y yo quedé allí con los reyes de Persia (se sobreentiende: El ángel quedó con el paso bloqueado, en la región del suprauniverso que está de algún modo superpuesta con la antigua zona persa de nuestro planeta, pues la materia se despliega, en su mayor parte, sobre un espacio indetectable por nosotros y por ello decimos que es un “espacio vacío”; hasta que el arcángel Miguel consiguió romper dicho bloqueo). Y soy venido para hacerte saber lo que ha de venir a tu pueblo en los postreros días; porque aún habrá visión para algunos días”; y estando hablando conmigo semejantes palabras, puse mis ojos en tierra, y enmudecí» (Libro de Daniel el profeta, capítulo 10, versículos 12-15; Sagradas escrituras de la Bilblia, Versión antigua).
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[Pseudoveltíosis natanatórica, comentario 243]
A continuación, el ángel le revela a Daniel una lucha milenaria entre 2 reyes: El rey del norte y el rey del sur. Estos reyes son simbólicos, aunque los acontecimientos históricos que desencadenan son reales. Son reyes simbólicos en el sentido de que son variables, o sea, que van cambiando de identidad a medida que transcurren las décadas y los siglos. La pugna entre ambos comenzó siglos después de que el ángel le diera a Daniel la profecía, y el hecho de que se hable de rey del norte y rey del sur tiene que ver, según reputados exegetas, con la situación geográfica que ambos reyes tenían con respecto a la ciudad de Jerusalén tras la muerte de Alejandro Magno (pues la desmembración subsiguiente del imperio alejandrino dio a luz un rey situado al norte de la ciudad de David y otro al sur de la misma, y entre ellos se estableció una lucha por el control del suelo palestinense). Todo el capítulo 11 del libro sagrado de Daniel describe la competitividad entre ambos reyes, hasta llegar al “tiempo del fin”, el cual, según Daniel, comienza en las inmediaciones de “un tiempo de angustia cual nunca hubo desde que existen naciones hasta entonces” (Libro de Daniel el profeta, capítulo 11, versículo 1; Biblia de las Américas), y ese “tiempo” se vincula en algunas Biblias con la “gran tribulación” predicha por Jesucristo en el evangelio según Mateo, capítulo 24, versículo 21; un suceso todavía futuro. Por consiguiente, todo esto indica que ahora vivimos en ese “tiempo del fin” que se menciona en el libro sagrado de Daniel. Y en ese contexto del “tiempo del fin”, el libro de Daniel dice: “Los sabios resplandecerán con el brillo de la bóveda celeste; los que instruyen a las multitudes en el camino de la justicia brillarán como las estrellas por toda la eternidad” (Libro de Daniel el profeta, capítulo 12, versículo 3; Nueva versión internacional de la Biblia, de Castilian), y esto nos trae a la memoria lo que Jesucristo habló en la parábola del “mayordomo fiel” (Evangelio según Lucas. Capítulo 12, versículo 42). Por consiguiente, hoy día debería existir una entidad cristiana proféticamente denominada “mayordomo fiel”, la cual, según lo citado, jugaría un importante papel en la salvación de mucha gente.
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[Pseudoveltíosis natanatórica, comentario 244]
En el mundo actual, saturado de emisiones informativas, frecuentemente fraudulentas o cuasi fraudulentas, en todos los ámbitos, incluído el religioso, se hace verdaderamente difícil (o imposible) discernir lo cierto de lo falso y lo trascendente de lo intrascendente. Por lo tanto, si por algún rincón de este planeta se encuentra activo y operativo el “mayordomo fiel” de la profecía bíblica, difícilmente será identificado como tal por la persona común de nuestra sociedad. Sería como querer distinguir el camino correcto en medio de un laberinto de encrucijadas peligrosas y embaucadoras, sin más herramientas que la propia intuición personal; es decir, sin el auxilio de un sistema de orientación competente, tal como un GPS o similar. De hecho, la propia sagrada escritura nos informa de la existencia de no pocos falsos mesías y profetas impostores, y nos previene contra dejarse engañar por ellos; y a la vez, nos habla de un “mayordomo fiel” que ha sido nombrado por Jesucristo para alimentar la fe de los cristianos en la víspera del fin del mundo. Ante esto, pues, el verdadero reto estaría en encontrar a dicho “mayordomo fiel” sin perecer en el camino a causa de la febril actividad de muchos falsos profetas. Así que la pregunta pertinente sería, entonces: ¿Cómo eliminar, o minimizar, el riesgo de muerte religiosa en la búsqueda del camino verdadero, un camino esclarecido por el “mayordomo fiel”? ¿Existe respuesta para esta pregunta?
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[Pseudoveltíosis natanatórica, comentario 245]
Humanamente hablando, da la impresión de que no existe respuesta alguna; y menos si tenemos en cuenta que en las regiones del suprauniverso imbricadas ubicuamente con la superfice planetaria terrestre del universo material... En esas regiones, pues, hay una ingente cohorte de inteligencias demoníacas dificultando feroz y sutilmente toda vía de acceso posible al conocimiento de la verdad que rezuma de las sagradas escrituras. Sólo nos queda, entonces, confiar en la ayuda divina; pero ésta sólo se hace disponible, según dice la Biblia, para personas humildes (es decir, personas que ceden o se humillan ante un sabio consejo), honestas (esto es, personas sinceras de corazón y no sólo de apariencia) y hambrientas de la verdad (o sea, personas que anhelan conocer la verdad existencial humana y no han declinado en dicho deseo). Éste es el prototipo de individuo que Jesucristo, en los inicios de su Sermón de la Montaña, llamó bienaventurado (es decir, individuo que en la aventura o camino de la vida y en la búsqueda del propósito de la existencia humana y personal, encuentra la orientación o respuesta fidedigna). Esto, de por sí, es del todo lógico, ya que para poder pertenecer a la simiente de la mujer simbólica, o para poder estar en armonía con ella, un individuo debe ser humilde o manso ante la guía divina, honesto o no hipócrita (no falso ni farisaico) y siempre estar deseoso de acoger (hambriento de recibir) el alimento espiritual (nutrición simbólica que engrandece la dimensión espiritual humana) que proviene de la Palabra de Dios: “No sólo de pan vivirá el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios” (Evangelio según Mateo, capítulo 4, versículo 4; Nuevo testamento, versión Peshitta de las santas escrituras). Una persona con estas características, como está anhelante de respuestas existenciales, pedirá, como lo hace un pobre o necesitado de pan cuando arrecia el hambre, la guía divina o de un Ser Superior mediante oración intensa o ruego; y, por lo visto, le será dada (lo que implica que será puesta en contacto con el “mayordomo fiel”, a fin de recibir la nutrición espiritual o guía existencial que proviene del Creador). Esto es lo que significan, aparentemente, las siguientes expresiones metafóricas de Jesucristo: “Pidan y se les dará; busquen, y hallarán; toquen a la puerta, y se les abrirá; porque todo el que pida recibirá, y el que busque, hallará; y al que toque a la puerta, se le abrirá. ¿O qué hombre hay entre ustedes que si su hijo le pide pan, le dará una piedra, o si le pide un pescado, le dará una serpiente? (se sobreentiende: La misericordia divina vendrá para un buscador de respuestas sincero, humilde y anhelante). Pues si ustedes siendo malos (se sobreentiende: En comparación con la bondad de Dios) saben dar buenos regalos a sus hijos, ¿cuánto más su Padre que está en el Cielo dará cosas buenas a los que le pidan?” ((Evangelio según Mateo, capítulo 7, versículos 7-11; Nuevo testamento, versión Peshitta de las santas escrituras).