¡¡Dinos!! ¿qué correlación existe entre moral y salud?
Madre mía la de barbaridades que hay que leer.
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El origen de las religiones moralizantes
Según el psicólogo Nicolas Baumard, hace algo más de 2000 años surgieron en el mundo una serie de religiones que incorporaron en sus doctrinas normas morales. El cristianismo sería una de ellas.
Antes de ese periodo, el culto a los dioses no estaba vinculado con el cumplimiento de una serie de preceptos éticos. Las normas de comportamiento no tenían sustento religioso. Las religiones tenían más que ver con la celebración de ritos y de ofrendas a las divinidades con el propósito de que estas fuesen propicias a los deseos humanos. En Grecia, por ejemplo, aunque existían normas de carácter moral, tenían poco que ver con el culto a los dioses. Y los dioses, por su parte, no eran precisamente dechado de virtudes.
Lógicamente, la vinculación entre moral y creencias religiosas no se produjo de la noche a la mañana. Aunque en el mundo de los héroes homéricos (siglo VIII a.e.c.), tal relación no existía, ya en el siglo V a.e.c. los griegos empezaron a creer que en el Hades los muertos serían juzgados en función de cómo se hubiesen portado en vida. Por esa misma época la religión judaica empezó a incorporar creencias acerca del castigo en la otra vida. Fue por entonces -siempre según Baumard- cuando la fidelidad en las relaciones de pareja empezó a ser considerada un bien moral, además de otras virtudes. En la civilización romana, por ejemplo, ya se empiezan a valorar virtudes tales como el ascetismo, la modestia y la continencia sexual, lo que no implica que tales virtudes se practicaran de forma mayoritaria, por supuesto.
Según una teoría bastante aceptada en el campo de la evolución cultural, las religiones moralizantes, al promover la cooperación y la ayuda mutua, funcionarían como un elemento de cohesión social. Esa cohesión les proporcionaría una ventaja competitiva con las sociedades menos cooperativas, por lo que les habría favorecido en relación con otras.
Baumard, sin embargo, cree que la aparición de las religiones moralizantes y su éxito obedece a otras causas, que tienen que ver con una teoría que se ha desarrollado en el campo de la ecología evolutiva; me refiero a la teoría de los ciclos de vida. De acuerdo con esa teoría los organismos desarrollan ciclos de vida de diferentes características en función de las condiciones del medio en el que viven. Por simplificar podríamos denominar a unas estrategias rápidas, y a las otras, lentas. Cuanto más exigentes son las condiciones del entorno en el que se desenvuelven los individuos de una población (y por lo tanto, más alta es la tasa de mortalidad que sufren), y cuanto más imprevisible es la disponibilidad futura de recursos (alimenticios en el caso de los animales), los organismos tienden a desarrollar estrategias rápidas e imprudentes: crecimiento rápido, reproducción temprana, recursos destinados principalmente a la reproducción y vida corta. Recurriendo a esa estrategia es más probable que algunos de los descendientes tenga éxito, esto es, que encuentre las condiciones adecuadas para medrar. En caso contrario, la estrategia (lenta) consiste en primar la eficiencia, limitar mucho el número de descendientes y dedicarles mucho cuidado; bajo esas condiciones la vida suele prolongarse mucho más. La distinción entre estrategias rápidas y lentas se puede aplicar a las especies, pero también a las poblaciones. O sea, aunque hay especies que no presentan variabilidad en estos rasgos entre poblaciones, en otras especies puede haber importantes diferencias si tienen la suficiente capacidad como para habitar medios muy diferentes.
Al parecer esas estrategias tienen sus versiones en la especie humana. Cuando el futuro es incierto y el riesgo de mortalidad alto, las personas asumen más riesgos, se tienen más hijos y se tienen a edades más jóvenes. Lo contrario ocurre en las personas más acomodadas: las mujeres (o las parejas) posponen la edad de la maternidad y dedican mucho más esfuerzo a cuidar a los descendientes.
Baumard sostiene que en el oriente del Mediterráneo ocurrió algo de ese estilo hace unos 2.500 años. En ese periodo el consumo de energía per capita[1] subió de 15.000 cal/día, típico de las sociedades egipcia y sumeria, a más de 20.000. Y al mejorar las condiciones y hacerse más predecibles y las sociedades convertirse en más estables, adoptaron estrategias lentas. Y en ese contexto habría tenido sentido la vinculación de preceptos morales a los credos religiosos, puesto que esos preceptos actuaban a favor de las nuevas estrategias.
Ahora bien, según Baumard, habrían sido las élites las que adoptaron las estrategias lentas en primera instancia, porque las normas morales ayudaban a mantener un status que les resultaba beneficioso. De hecho, dado que la mayoría de la población se habría de mantener durante mucho tiempo en condiciones que propiciaban el mantenimiento de estrategias rápidas, la condena de los comportamientos “inmorales” propios de esas estrategias obedecería al interés de reprimir comportamientos potencialmente peligrosos para la estabilidad social y su propio estatus.
A mí, sin embargo, este aspecto de la cuestión no me acaba de convencer. No me parece mala idea vincular la existencia de una moral religiosa “conservadora” a la adopción por los grupos humanos de formas lentas de vida, pero no creo que eso sea consecuencia de la actitud interesada de las clases más acomodadas. De hecho, el cristianismo, una religión con muy alta componente moralizante, no surgió ni se extendió impulsada por los privilegiados, precisamente. Que acabase convirtiéndose en la religión oficial del imperio y la hiciesen suya los aristócratas es algo que ocurrió mucho después de su expansión inicial.
En resumidas cuentas, la asociación de preceptos morales a credos religiosos en contextos que propician estrategias lentas de vida puede ser una idea fecunda, de alto valor heurístico. Pero dudo que esa asociación, de haberse producido por esa razón, tuviese que ver con la actitud de las élites al respecto, sino con la del conjunto de la población. Estaría bien contrastar la hipótesis de Baumard con las religiones de otras sociedades distintas de las del Mediterráneo. Quizás eso nos ayudase a arrojar luz sobre una cuestión tan interesante.
LA RELIGIÓN ES EL OPIO DEL PUEBLO Karl Marx
La frase “la religión es el opio del pueblo” es autoría de Karl Marx, prominente intelectual y filósofo alemán del siglo XIX. Significa que la religión es usada por las clases dominantes como instrumento para controlar al pueblo, aliviando y dándole sentido a sus padecimientos mediante la idea de un mundo de dicha ilusoria y la promesa de una vida eterna.
La frase se inscribe dentro del sistema de pensamiento de Marx, también conocido como marxismo, que sostenía que las personas oprimidas por el sistema capitalista debían hacer una revolución para acabar con el capitalismo e instaurar un régimen comunista de igualdad y justicia social.
Análisis de la frase
“La religión es el opio del pueblo” es la traducción de la frase original en alemán “Die Religion […] sie ist das Opium des Volkes”. Se encuentra en el escrito “Contribución a la crítica de la filosofía del derecho de Hegel”, publicado en 1844, en el periódico Deutsch-Französischen Jahrbücher her (anuarios franco-alemanes).
La frase se halla en una parte del escrito donde Marx expone sus ideas en torno a la religión y su significado para el pueblo. Para su análisis, es muy importante apreciarla en su contexto:
La miseria religiosa es, al mismo tiempo, la expresión de la miseria real y la protesta contra la miseria real. La religión es el suspiro de la criatura atormentada, el alma de un mundo desalmado, y también es el espíritu de situaciones carentes de espíritu. La religión es el opio del pueblo.
Renunciar a la religión en tanto dicha ilusoria del pueblo es exigir para este una dicha verdadera. Exigir la renuncia a las ilusiones correspondientes a su estado presente es exigir la renuncia a una situación que necesita de ilusiones. Por lo tanto, la crítica de la religión es, en germen, la crítica de este valle de lágrimas, rodeado de una aureola de religiosidad.
Para Marx, la religión implica no solo la miseria real de la vida humana, sino una forma de protesta contra esta, como si la religión, en cierto sentido, se sustentara precisamente en la miseria del mundo y de la realidad que atormenta el alma humana.
Por ello, en el siguiente párrafo, Marx llama a renunciar a la religión, a su dicha ilusoria, a su promesa de un mundo mejor después de esta vida miserable, pues considera que la religión es síntoma de la necesidad de ilusiones del pueblo, condenado a un valle de lágrimas.
En este sentido, Marx reconoce implícitamente la necesidad de las sociedades de una vida espiritual que dé sentido a la vida, que conduzca sus pasos, que les haga creer que el sufrimiento en este mundo es irremediable y pasajero, y que deben resistirlo porque sus vidas de trabajos y carencias serán recompensadas en la promesa de la vida eterna en el Paraíso.
Para Marx, pues, la renuncia a la religión en pos de la lucha por lograr una dicha verdadera en la vida real, sin postergaciones, sería lo idóneo; una vida no sometida a las necesidades y las estrecheces que el pueblo es obligado a soportar para sostener a los opresores, es decir, las clases dirigentes, los dueños de los medios de producción y el clero; una vida mejor en un mundo mejor aquí en la tierra, durante esta existencia.
La religión niega esa posibilidad, porque la religión convoca un mundo imaginario, lleno de ilusiones y promesas de una vida mejor, sin penurias ni sufrimientos, que funciona como bálsamo para soportar el dolor y la miseria de un sistema social que oprime a la mayor parte de la población, privilegiando a unos pocos.
Así, pues, esta vida miserable solo es soportable gracias a esa promesa que aliena al ser humano, que lo adormece y lo hace aceptar el orden social vigente como necesario e irremediable, imposible de cambiar, pues esta ha sido la voluntad de Dios, obligándolo a postergar los sueños de justicia e igualdad al mundo divino. Dicho de otro modo: la religión pasa a ser el discurso por medio del cual se legitiman las injusticias sociales.
De allí la comparación metafórica de la religión con el opio, que es una sustancia narcótica, obtenida a partir de las semillas de la amapola, que tiene un efecto analgésico y tranquilizante en las personas, y que antiguamente era usada como medicina contra el dolor.
Así, del mismo modo en que el opio funciona como una anestesia contra el dolor, limita el pensamiento, nubla la visión, e impide enfrentar la realidad, asimismo la religión no permite ver más allá del mundo ilusorio que han pintado, con sus amenazas de castigo eterno en caso de rebeldía y su promesa de paz eterna.
La religión es el remedio para calmar las angustias espirituales e impedir que el pueblo luche para modificar el orden establecido por las clases dominantes, que es causa de su sufrimiento.
Para Marx, por lo tanto, la única respuesta a ese sistema social que obligaba al pueblo al sufrimiento y las necesidades era una revolución que cambiara las condiciones del mundo y que cumpliera las promesas de un mundo mejor no en el más allá, después de la vida, sino en la propia tierra.
Nonagésimo sexto asesinato de Jehová.
(Nótese que aquí el que asesina es el Espíritu Santo).
1 Un hombre llamado Ananías, de acuerdo con su mujer Safira, vendió una propiedad,
2 y se quedó con una parte del precio, sabiéndolo también su mujer; la otra parte la trajo y la puso a los pies de los apóstoles.
3 Pedro le dijo: «Ananías, ¿cómo es que Satanás llenó tu corazón para mentir al Espíritu Santo, y quedarte con parte del precio del campo?
4 ¿Es que mientras lo tenías no era tuyo, y una vez vendido no podías disponer del precio? ¿Por qué determinaste en tu corazón hacer esto? Nos has mentido a los hombres, sino a Dios.»
5 Al oír Ananías estas palabras, cayó y expiró. Y un gran temor se apoderó de cuantos lo oyeron.
6 Se levantaron los jóvenes, le amortajaron y le llevaron a enterrar.
7 Unas tres horas más tarde entró su mujer que ignoraba lo que había pasado.
8 Pedro le preguntó: «Dime, ¿habéis vendido en tanto el campo?» Ella respondió: «Sí, en eso.»
9 Y Pedro le replicó: «¿Cómo os habéis puesto de acuerdo para poner a prueba al Espíritu del Señor? Mira, aquí a la puerta están los pies de los que han enterrado a tu marido; ellos te llevarán a ti.»
10 Al instante ella cayó a sus pies y expiró. Entrando los jóvenes, la hallaron muerta, y la llevaron a enterrar junto a su marido.
11 Un gran temor se apoderó de toda la Iglesia y de todos cuantos oyeron esto.
12 Por mano de los apóstoles se realizaban muchas señales y prodigios en el pueblo... Y solían estar todos con un mismo espíritu en el pórtico de Salomón,
13 pero nadie de los otros se atrevía a juntarse a ellos, aunque el pueblo hablaba de ellos con elogio.
(Hechos 5:1-13 - Biblia de Jerusalén)