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KIMO
Recuerde que Jesús, el Hijo de Dios, se presentó al pueblo judío con un sorprendente anuncio acerca del Reino de Dios. Pero aquellas personas solo estaban interesadas en su propia salvación por obras de la Ley. (Mateo 4:17; Lucas 8:1; 11:45, 46.) Por eso, podemos imaginarnos la sorpresa de los discípulos judíos de Jesús cuando, tres días antes de su muerte, les dijo: “Y estas buenas nuevas del reino se predicarán en toda la tierra habitada para testimonio a todas las naciones; y entonces vendrá el fin”. Sus discípulos tienen que haberse preguntado cómo se les haría posible predicar las buenas nuevas “a todas las naciones”. ¿Cómo podría cumplir alguna vez tan tremenda asignación aquel grupito de creyentes? (Mateo 24:14; Marcos 13:10.) Pasado algún tiempo, después de su resurrección Jesús añadió este mandato: “Toda autoridad me ha sido dada en el cielo y sobre la tierra. Vayan, por lo tanto, y hagan discípulos de gente de todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del espíritu santo, enseñándoles a observar todas las cosas que yo les he mandado”.