EL CRUCIFICADO
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Siempre se había creído que los cadáveres de los crucificados eran arrojados a una fosa común con el propósito de ser devorados por los animales. La excepción, según la Biblia, fue el cuerpo de Jesús al que se le permitió su sepultura. Pues bien, en junio de 1968, se descubrieron los restos óseos de un hombre crucificado y torturado severamente en una cueva funeraria al norte de Jerusalén, en la zona de Givat Hamivtar. Era sin duda un hallazgo excepcional ya que, aunque los romanos torturaron y crucificaron a millares de presuntos delincuentes, nunca habían sido hallados los restos de ningún condenado. Hasta 1986.
En ese año en un sepulcro excavado en la roca, fueron halladas cinco urnas-osario del siglo I. Una de ellas contenía los restos de dos hombres adultos y los de un niño. Uno de ellos, el de un hombre de 1,63 metros de estatura y entre 25 y 30 años de edad tenía su talón derecho atravesado por un clavo de once centímetros de longitud. En su cabeza seguía enganchada una tablita de madera de olivo.
Al ajusticiado se le habían abierto las piernas y habían sido sujetadas a los lados del palo vertical de la cruz. La tablita, entonces, había sido clavada en la parte exterior del talón para que no pudiera sacar el pie por la cabeza del clavo.
Ni los antebrazos ni el metacarpio presentaban evidencias de trauma violento por lo que los investigadores supusieron que la víctima fue atada a los brazos de la cruz, en lugar de ser clavado al crucero. Tampoco presentaba sus piernas quebradas, una práctica común para acelerar la muerte del crucificado.
Sin embargo no se trataba de Jesús pues en una pared de la arqueta-osario se hallaba inscrito el nombre del difunto: Yehochanan, hoy conocido como el Crucificado de Givat Hamivtar.
¿Por qué se permitió el entierro?
Gidon Avni, director de excavaciones e investigación del departamento de antigüedades de Israel declaró al respecto que "Yehochanan perteneció probablemente a una familia influyente, que intercedió junto las autoridades para su sepultura".
Esto sólo demuestra que Jesús, de haber existido, no habría sido la única excepción en ser sepultado o maltratado.