Respuesta: Al principio de la manifestación, Dios diferencia dentro de Sí Mismo una
multitud de inteligencias espirituales potenciales, como las chispas que emite un fuego.
Esas inteligencias espirituales eran, pues, llamas o fuegos potenciales, pero no eran aún
llamas, porque, aunque dotadas con la omniconciencia de Dios, carecían de la conciencia
de sí mismas; siendo potencialmente omnipotentes como Dios, les faltaba el poder
dinámico utilizable en cualquier momento, de acuerdo con su voluntad; y con objeto de que
se pudieran desarrollar esas cualidades, fue indispensable que pasaran por la materia. Por lo
tanto, durante la involución cada chispa divina fue encerrada en varios vehículos de
suficiente densidad como para cerrar el mundo a su conciencia. Entonces, el espíritu
interno, no pudiendo estar más en contacto con lo externo, se vuelve y se encuentra a sí
mismo. Con la conciencia de sí empieza la lucha del espíritu para libertarse de su prisión y,
durante la evolución, los diversos vehículos que el espíritu posee, se espiritualizan
convirtiéndose en alma, así que, al final de la manifestación, el espíritu no sólo habrá
obtenido la conciencia de sí mismo, sino también poder anímico.