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Alejandra Correas Vázquez
12-jun.-2020, 20:38
EL ENIGMA DE CALDEA
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por Jose Alvarez Lopez

El único de los veinte Patriarcas bíblicos que ha llegado a tener significación arqueológica ha sido Abraham. De los demás puede decirse –por afirmaciones bíblicas corroboradas por la arqueología– que ni siquiera fueron monoteístas, por tanto no tuvieron a Yahvé por Dios. La Torá de esto no hace ningún misterio, y son varios los pasajes donde se hace esta afirmación.

Por ejemplo, en “Josué” se lee : “Y dijo Josué a todo su pueblo : Así dice Jehová, Dios de Israel : Vuestros padres habitaron antiguamente de esotra parte del río, es á saber, Tharé, padre de Abraham y de Nachôr; y servían a dioses extraños” (Josué 24 – 2). Mucho tiempo después, dice Jacob : “El es el Dios de Israel”. Ahora bien, “El” era un dios venerado en Caldea y en Canaán. El dios que los israelitas no aceptaron nunca fue “Baal”, pues era un dios solar.

La Biblia da precisiones en cuanto a la salida de Abraham de “Ur de los Caldeos” o Ur Kashdim (ciudad dedicada al culto de Nana, dios lunar) para dirigirse a Harrán, a través del reino de Mari, viajando hacia el Norte. Abraham permaneció en Harrán hasta la edad de 75 años y luego Yahvé le ordenó dirigirse al Este. Según los analistas, el punto de llegada –por ser posta de caravanas– debió ser Alepo; de allí, viajando hacia el Sur, llega a Sichem, propiamente “hasta la encina de Sichem”. Allí se dirigió al oriente de la “casa de El” y edificó un altar a Yahvé.

Todo este itinerario ha sido analizado y desmenuzado cuidadosamente por exégetas y arqueólogos; especialmente después de la excavaciones de Mari donde se encontraron importantes tabletas cuneiformes –que datan del Siglo XVIII a.C.– y que han cambiado la visión arqueológica del viaje de Abraham. Durante las minuciosas excavaciones –y las dificultosas traducciones– se han presentado algunos curiosos episodios; como el hecho de que Abraham siguió el itinerario de los dioses lunares, pues todos los puntos de arribo de su largo viaje fueron importantes santuarios lunares. En general los hebreos tienen una cultura lunar, y su propia semana de siete días (que nosotros usamos) corresponde a la divisiones del calendario lunar. Muchos años después –época de los Hiksos– se instalan en el Egipto Medio en proximidad a Hermópolis, la ciudad de Thot, el Dios Luna egipcio.

Ahora bien, Abraham –según lo especifica claramente Flavio Josefo en Antigüedades Judías– era astrónomo caldeo, por lo cual se hace evidente que viajaba en compañía de otros eruditos transportando instrumentos y conocimientos científicos que después insertaron en la Biblia.

Otro punto importante aportado por la arqueología es que Ur y Harrán poseían idénticos santuarios lunares dedicados al dios Nanna-Sin –símbolo masculino de la luna– pues al igual que para los antiguos egipcios, como los modernos alemanes y árabes, la Luna caldea era masculina.

Un minucioso arqueólogo y exegeta es A. Parrot y de él citamos el siguiente ilustrativo pasaje : “No parece dudoso que muchos de estos nombres (Taré, Sara, Milka) parecen mantener la traza de antiguos cultos lunares, ya se trate del de Ur lo mismo que el Harrán. Esto no comporta ninguna dificultad porque en esta época de la historia bíblica (1500 a.C.) los Patriarcas eran politeístas. Este Dios Luna era, como sabemos, Nanna–Sin al que los caldeos representaban con el aspecto de un hombre venerable, con una tiara, barba larga, y con los atributos del poder en las manos, el bastón y el látigo. El abandonar Ur de los Caldeos, los patriarcas no se alejaron de su dios lunar porque en Harrán volverán a encontrarlo”.

La conclusión es que el séquito de Abraham incluía un conjunto de astrónomos inclinados a la religión lunar. Habiéndonos ubicado en esta remota antigüedad es interesante observar cómo el profesionalismo puede estar armonizado con una propensión religiosa. Ser astrónomo era entonces no sólo una actividad intelectual como lo es hoy, sino que también correspondía a una situación emotiva y religiosa. Esta inserción de los hombres en una “Cosmovisión” es uno de los rasgos característicos de los científicos de la antigüedad. El hombre por su emoción y su intelecto, se integraba al Cosmos.

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