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Estocada
14-ago.-2018, 23:04
Cuando Pompeyo hizo su entrada triunfal en Jerusalén en el siglo I a.C., quiso comprobar algunas historias que había escuchado sobre la forma de adorar del pueblo judío. Luego de conquistar la ciudad, ingresó en el templo para comprobar la veracidad de que los judíos no tenían esculturas ni imágenes del Dios al que adoraban.

Para Pompeyo era incomprensible que se pudiera adorar a Dios sin personificarlo de alguna forma física como una escultura. Lo que Pompeyo vio lo dejó totalmente desconcertado.
Salió del recinto meditabundo y sin decir palabra.

El general romano vio en Jerusalén algo que no había visto nunca en sus travesías a través del imperio. Comparado con el resto de las naciones que diferente era su manera
de adorar. En Jerusalén se adoraba a un Dios totalmente diferente de los del resto del mundo.

Pompeyo no comprendió que se trataba del Dios invisible (Heb 11:27) que no debía ser representado por imágenes hechas por el hombre. Era el Dios que habita la eternidad (Is 57:15), quien se reveló a sí mismo ante Moisés como “Yo soy el que soy” (Ex 3:14). Era el Dios que tiene vida eterna en sí mismo (1 Ti 6:16).

El Dios todopoderoso e invisible que debe ser adorado en espíritu y en verdad, ya que él es Espíritu (Jn 4:24). En cambio, para el resto del mundo pagano, las imágenes eran parte común de sus cultos. Para él, esto era inaudito. No tenía sentido para la mentalidad romana adorar a un dios sin saber qué apariencia tenía.

Pero cuando Dios libertó a Israel de la servidumbre y de la falsa religión de Egipto, le hizo saber los mandatos que harían a su pueblo diferente del resto del mundo (Dt 7:6). Por lo que a los israelitas se les dieron los Diez Mandamientos (Ex 20:1-17; Dt 5:6-21), preceptos que no son del hombre, ya que fueron dados al pueblo de Israel por el único Dios verdadero.

Loma_P
30-nov.-2023, 07:08
https://www.youtube.com/watch?v=5WJkZkixvgg