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JRM
24-jul.-2018, 09:04
Soneto I

Palacio para un mar siempre dorado
diréis que fue el color de una mañana
que brilla en el verano con desgana,
si no es un sol de invierno derrotado.

Y tiene en su palacio custodiado
el brillo del tesoro que desgrana
del sol la luz, la llama soberana
que mira el ponto a veces sosegado.

La villa no lo ignora, porque escribe
la dicha y el dolor con los que paga
la vida que le dieron en la historia.

Candás lo sabe bien, y así recibe
el piélago la llama que se apaga,
llegado ya el ocaso, en la memoria.


Soneto II

La playa pudo ver que el aire sano
llevaba sus arenas, porque había
de hacerlas remolinos y podía
moverlas con el gesto más ufano.

Un eco pudo ser de aquel verano
la brisa silenciosa que encendía
un algo de febril meñancolía
y un algo de añoranza, pero en vano.

Y pude recordar aquellos mares
dejados al olvido sin memoria,
un eco abandonado y silencioso.

Y un eco de salitre y bajamares
me trajo la palabra de la historia,
vencida por el polvo perezoso.


Soneto III

No hablemos de pesqueros solamente:
Carreño es mucho más que alguna playa
que sabe de rumores mientras calla,
pues no callan las aguas de la fuente.

Los Ángeles la llaman sabiamente,
que busca en el Noval una atalaya
que lleve su agua clara donde vaya,
tal vez buscando un mar resplandeciente.

También está la voz del arroyuelo
que corre caprichoso, que se apura,
que llora soliloquios apartado.

También están las nubes en el cielo,
la brisa que nos roza y que murmura
el llanto de un ocaso derrotado.



2016 © José Ramón Muñiz Álvarez

JRM
14-ago.-2018, 08:30
“La Fuente de los Ángeles en Candás”


Soneto I

La roca habrá de hacerse fortaleza,
alzarse cual bastión y, sin reparo,
frenar la guerra frente al desamparo
del viento, la galerna y su vileza.

Diréis que no fue poca la firmeza
de aquella vieja roca y el descaro
que pudo consentir al aire avaro,
al mar, a la presión de su dureza.

El viejo precipicio que, elevado,
contempla la delicia de los mares,
ignora las tragedias de esos días.

La espuma no recuerda su pecado,
no lloran esa sangre en bajamares
las aguas de septiembre, siempre frías.


Soneto II

El alba, en cuyos brillos y bermejos
deshizo lentamente la mañana
su luz y su belleza soberana,
intenta contemplarse en sus reflejos.

Más bella la veréis en mares viejos,
más fuerte y vigorosa, más ufana,
buscando con la brisa más lozana
las olas convertir en sus espejos.

Manchando en su pincel raros colores,
podrá extinguir su fuego de repente,
saludo de las costas más bravías.

Su llama habrán de ver los pescadores,
su brillo y su color resplandeciente,
sus manos blanquecinas, pero frías.


Soneto III

Y canta el ave, al fin, desde esa rama,
que brilla, que se enciende y, a deshora,
contempla el cielo azul que se acalora,
si es cierto su color y lo reclama.

La tierra de Carreño halló la llama
que encienden los colores de la aurora,
del mar, si es que la ven, desde Perlora,
las sendas sobre las que se derrama.

También Candás escucha ese sonido
que llega, prorrumpiendo, en el verano,
llenando las mañanas de alegría.

Y duerme Yavio el sueño del olvido,
la noche de los siglos, tiempo vano,
historia de un ayer, ayer sombría.



2018 © José Ramón Muñiz Álvarez