PDA

Ver la Versión Completa : La muerte de Cristo según la Medicina



Porcia
15-mar.-2008, 06:18
La Pasión y la Muerte de Cristo Por Julio Cruz y Hermida
3-4-2007 08:33:25

Enjuiciar la Pasión y Muerte de Cristo sin contemplar en él su doble naturaleza divina y humana, sería incompleta. La visión teológica estudiaría la primera; la visión médica nos acercaría a la segunda, y esa es la que trataremos de desarrollar.

San Lucas, evangelista y médico, nos dice que a Jesús, en el Huerto de Getsemaní, con la angustia precedente a su muerte, «le chorreaba un sudor parecido a goterones de sangre».
Para los prestigiosos médicos-escritores malagueños, Rodríguez Cabezas y Porta Tovar, en su excelente libro «El dolor de Cristo», este sudor, conocido en Medicina por hematohidrosis, pudiera tener un carácter psicosomático, producido por un continuado estrés, que acarrearía fuertes descargas de adrenalina vertidas al torrente circulatorio, originando la extravasación de sangre de los capilares de las glándulas sudoríparas, unido a un trastorno de la coagulación.

La dura flagelación, previa a la muerte, con el flagelum (látigo con mango del que pendían finas tiras de cuero rematadas con bolas metálicas o huesos de ovejas), superó los 40 azotes de precepto, recibiendo mas de 100, que ocasionaron intensas desgarraduras de la piel y tejido subcutáneo y graso, produciendo fuerte hemorragia y shock circulatorio por la pérdida de sangre y la intensidad del dolor de carácter reflejo.

La coronación, con ramas de espino (palarius aculcatus) puntiagudas de dos centímetros, que se hundían en el cuero cabelludo alcanzando el periostio que recubre los huesos del cráneo, fueron un factor hemorrágico adicional, según los mismos autores.

Caminando hacia su muerte, portando la pesada Cruz de más de 80 kilos de peso, con 2,50 metros de longitud vertical (Patibullum) y 2,10 de trasversal (stipes), en el que se clavarían sus manos, Jesús subió penosamente los 450 metros que separaban el Palacio de Poncio Pilato a la cima del monte Gólgota, su destino final, en caminar agónico, ayudado tan solo por Simón de Cirene.

La crucifixión inventada por persas y cartagineses para generar una muerte ejemplarizante y lenta a quienes la contemplaran, se la aplicaron a Cristo los romanos. Le fijaron las muñecas al patibullum con clavos de 15 centímetros de aguda punta, introducidos entre los huesos semilunar, piramidal y ganchudo, aplicando una topografía anatómica que impedía el desgarro de tejidos hasta el codo, pero no a los ligamentos, tendones y nervio mediano, que le producirían intensísimo dolor. Los pies fueron apoyados sobre un soporte de madera (sedile o pagma en griego), para que el cuerpo no pendulara, y con iguales medios transfixivos de clavos metálicos atravesaron el primero y segundo metatarsiano de cada pie.

Conviene recordar todos los politraumatismos, comentados en el tiempo premorten, empapados en profusas hemorragias, para deducir una grave insuficiencia funcional con claudicación multiorgánica, acentuada por la disfunción respiratoria que le ahogaba, ya que el peso del cuerpo en la Cruz, sostenido solo por los clavos de las muñecas, modificaría sustancialmente los movimientos de inspiración y, sobre todo, de espiración para expulsar el aire viciado de sus pulmones. Esta angustiosa disfunción respiratoria conllevaría a una intensa retención de anhídrido carbónico que acabaría provocando un cuadro de anoxhemia y asfixia progresiva. La precaria oxigenación de tejidos, sobre todo en segmentos musculares, también provocaría dolorosísima tetanización y contracción espasmódica de los músculos intercostales, que se sumaría como factor adicional a la dificultad respiratoria.

La vida agónica de Jesús transcurre y finaliza entre la asfixia y las graves complicaciones hemodinámicas, con alteraciones del ritmo cardíaco, de la conducción aurículoventricular, y de la fibrilación ventricular. A ello se sumó el shock hipovolémico y la deshidratación por pérdida de sangre y líquidos, junto al posible derrame pleural y pericárdico, que pudiera explicar cómo, tras la muerte de Cristo, la lanzada aplicada por un soldado romano cerca del tórax, en el costado, hiciera brotar, como refiere San Juan, agua y sangre. La sangre procedería de la aurícula del corazón y el agua producto del derrame pericárdico.

(fuente: periódico digital español abc.es -en hemeroteca-)

Serenaman2002
08-abr.-2008, 11:45
mmmmmmm...y yo que me quejo de mi tendinitis...............gracias por la información....

pablo ramos
13-abr.-2008, 14:52
Supongo, Zazil, que te referirás al amor al prójimo, porque morir por amar a alguien en particular me parece bastante...en fin.

Elizabeth Rosales Xelhua
14-abr.-2008, 08:27
todo esto me parece muy milagroso