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Legendario AG
23-ago.-2014, 15:31
Ella era una viuda muy rica, dueña de una hermosa mansión rodeada de bellos y arbolados jardines, con una fortuna en acciones de empresas triunfadoras y una cuenta bancaria colosal.

Él era un joven muerto de hambre, que apostaba su futuro a su enorme talento literario todavía no descubierto por los voraces editores del planeta.

Ella -en el jardín de en su arbolada mansión- disponía de un pequeño cuarto en donde el fallecido jardinero solía guardar, años antes, sus podadoras y utensilios.

Él buscaba un lugar pequeño, económico y apacible para poder concentrarse en sus cuentos cortos, con la esperanza de salir de la pobreza en que vivía.

Ella, en su soledad del día a día, decidió alquilar ese pequeño cuarto a quien fuese que pudiese brindarle un poco de compañía y de seguridad.

Él llego a un acuerdo con ella y se instaló. Le pidió paciencia para el pago de la renta, y le hizo una propuesta: podía pagarle parte del alquiler con cuentos fantásticos.

Ella -aficionada a la literatura de toda la vida- aceptó que la mitad de la renta se le pagase con cuentos, siempre y cuando éstos fueran de cierta calidad.

Él, a modo de muestra, imprimió cuatro o cinco de los mejores de su repertorio.

Ella quedó impresionada del talento del joven.

Él -al principio- se sintió halagado de su obsesiva lectora.

Ella llegaba todas las tardes al cuarto del escritor a pedir nuevos cuentos, cada día más.

Él mantuvo el arreglo original con ella durante tres o cuatro meses. Después decidió no pagar un centavo más de renta, y cubrirla toda con cuentos.

Ella aceptó, pues los cuentos del joven la embriagaban.

Él se dio cuenta.

Ella los necesitaba. Se asfixiaba sin ellos.

Él empezó a exigir dinero por cada entrega.

Ella pagaba lo que él le pedía.

Él los vendía cada día más caros.

Ella aceptaba los nuevos precios sin ningún regateo.

Él abrió una cuenta de cheques en el banco del pueblo.

Ella perdió la objetividad ante la belleza de aquellas historias fantásticas sin las cuales ya no podía vivir.

Él decidió restringirle la dosis.

Ella no lo soportó.

Él empezó a volverse rico a costa de la viuda.

Ella pedía más y más cuentos cada día.

Él, fríamente, decidió que ella le regalase su mansión.

Ella aceptó irse a vivir al cuarto del jardinero.

Él decidió adueñarse de las acciones y de la chequera de la viuda.

Ella necesitaba cuentos fantásticos.

Él ya no escribe, ni le interesa hacerlo. No lo necesita. Juega golf todos los
días con los magnates locales en el Country Club. Maneja un Masserati descomunal y viste a la moda parisina.

Ella está interna en una clínica pueblerina de adictos de la seguridad social. Nadie la visita.