Legendario AG
17-ago.-2014, 04:34
PROTOZOARIOS: segunda parte
Histy esperó escondida un rato largo. Estaba desconcertada. El hermoso guardián del orden sanguíneo la había ocultado, pero no había vuelto. El hambre empezaba a sentirse, y su instinto le decía que mordiese alguna célula de la pared del vaso sanguíneo en donde estaba oculta.
Ella, sin embargo, consideraba eso una traición a quien había arriesgado su situación por protegerla. Y cuando el hambre estaba a punto de hacerla desfallecer, llegó Leu con partículas de azúcar sanguíneas, todo un manjar para Histy.
Y ahí, ocultos tras una plaqueta de colesterol B, la amiba y el glóbulo blanco, disfrutaron de un romántico picnic, mientras se concientizaban de lo absurdo y riesgoso de su situación. Fueron instantes preciosos que justificaron de sobra la existencia de ambos seres.
Finalmente, los dos amantes de mundos antagónicos sellaron con un acercamiento total la maravillosa coincidencia existencial (…tantos siglos, tanto espacio, y coincidir).
Ambos sabían que su situación era insostenible, pero los dos sonrieron para no angustiar el uno al otro.
Así, Leu dijo con tristeza a Histy que, por mutua conveniencia, él debía reportarse cuanto antes a su cuartel. Su idea era reclamar la vigilancia del área en donde ahora estaban. Con sus antecedentes, era posible que se la otorgasen, y que pronto regresaría.
Histy confió en sus argumentos, pero ninguno de los dos se dio cuenta que, no lejos de ahí, alguien los espiaba.
Leu llegó a su cuartel y se reportó sin mayor novedad. Solicitó patrullar el área de las arterias lumbares –en donde estaba Histy-, y le fue concedido.
Sin embargo, unos instantes después de que Leu había partido hacia la región lumbar, llegaron al cuartel informes muy serios de incumplimiento, de sedición, de traición.
La ruta de patrulla de Leu era amplia, pero él se encargaba de pasar cada poco tiempo por el vaso sanguíneo en donde la hermosa Histy permanecía escondida, nada más para asegurarse de que todo estaba bien.
Así pasaron varias horas, en que ambos suspiraban por verse una vez más en la siguiente ronda de Leu.
Lamentablemente no tenían la menor idea de lo que se había ya gestado en el cuartel durante la ausencia de Leu.
Cuando Leu regresó al vaso sanguíneo en donde se ocultaba su amada Histy, le sorprendió que ella ya no estuviese ahí. Algo terrible pasó por su mente, y no estaba para nada equivocado.
Se apresuró hacia la arteria lumbar, que constituía un atajo hacia el hígado, y tras una eternidad de pocos minutos confirmó sus temores: un grupo de leucocitos había atrapado a Histy, y, en vez de haberla devorado, la conducían inexplicablemente al cuartel de los glóbulos blancos.
“Ése es un procedimiento anormal”, pensó Leu. “La norma dice que los leucocitos debemos devorar in situ a los cuerpos extraños. ¿Qué estará pasando? ¿Por qué obran así, fuera de procedimiento?”
La respuesta no tardó en llegar a su mente: la llevaban como rehén y como testigo de los incumplimientos de Leu. Sería torturada para que confesara, y después devorada. Sus declaraciones servirían para después enjuiciar a Leu, quien seguramente también sería devorado, condenado por alta traición al organismo.
No tenía opción: eran cuatro leucocitos (glóbulos blancos) los que custodiaban a la infeliz Histy. Había que atacarlos y derrotarlos antes de que llegasen al cuartel. Lo prioritario era liberar a Histy. Después él afrontaría cualquier suerte que el destino le deparase, pero primero debía liberar a su amada.
Leu se escondió en una nube de eritrocitos (glóbulos rojos) que iban por la arteria mesentérica superior, más rápido que el grupo que conformaban los cuatro leucocitos (glóbulos blancos) que llevaba arrestada a Histy. Así pudo acercarse sin ser visto.
De repente, Leu saltó sobre ellos, golpeándolos con fuerza. En el desconcierto resultante, apartó a Histy y la llevó con él hacia un vaso sanguíneo que sabía que irrigaba el esófago.
Los irritados leucocitos (glóbulos blancos) emitieron señales de alarma por todo el organismo. Miles de refuerzos salieron inmediatamente de todas partes.
Leu sabía lo que significaban esas señales. Normalmente se usaban cuando aparecían grandes peligros, como el plasmodium vivax (del paludismo), la bacteria yersinia pestis (de la peste bubónica), o el VIH (del sida). El asunto estaba peliagudo, pues era obvio que en cuestión de segundos todos los conductos sanguíneos estarían sobrevigilados.
Ambos enamorados se dieron cuenta de que no habría un mañana. De dejarse arrestar, serían cruelmente devorados. No había más que una salida. No hicieron falta palabras para que ambos entendieran la realidad.
Así, Leu abrazó fuerte a Histy, y ambos se dejaron llevar por la corriente de plasma que se dirigía al esófago. Sobre la ruta, varios leucocitos (glóbulos blancos) los vieron, y empezaron a perseguirlos angustiosamente.
De repente, cambió el paisaje. El vaso sanguíneo por el que iban se bifurcaba en decenas de ductos menores. Leu, que ya había patrullado esa zona, sabía perfectamente que conducían a la parte baja del esófago, justo sobre el peligrosísimo estómago, lleno de ácidos terribles que destruían la materia viva.
Así, ya en las cardias (la boca del estómago), los enamorados se abrazaron fuertemente durante un brevísimo segundo, y se lanzaron unidos al vacío.
Cayeron sobre la superficie humeante de los jugos gástricos y así se disolvieron para siempre.
Olvidé mencionar que Dios acoge en el Cielo a los microbios, cuando éstos hacen en la vida lo que tienen que hacer cumpliendo su mandato existencial. También son sus criaturas.
Hoy Histy y Leu viven felices, juntos, eternamente abrazados, en un lugar en donde no existen ni buenos ni malos. Histy disfruta de la natación, conformando de nuevo las mil figuras que solía hacer en la charca de agua fértil en donde alguna vez fue muy feliz.
Leu la observa siempre, extasiado y enamorado.
Histy esperó escondida un rato largo. Estaba desconcertada. El hermoso guardián del orden sanguíneo la había ocultado, pero no había vuelto. El hambre empezaba a sentirse, y su instinto le decía que mordiese alguna célula de la pared del vaso sanguíneo en donde estaba oculta.
Ella, sin embargo, consideraba eso una traición a quien había arriesgado su situación por protegerla. Y cuando el hambre estaba a punto de hacerla desfallecer, llegó Leu con partículas de azúcar sanguíneas, todo un manjar para Histy.
Y ahí, ocultos tras una plaqueta de colesterol B, la amiba y el glóbulo blanco, disfrutaron de un romántico picnic, mientras se concientizaban de lo absurdo y riesgoso de su situación. Fueron instantes preciosos que justificaron de sobra la existencia de ambos seres.
Finalmente, los dos amantes de mundos antagónicos sellaron con un acercamiento total la maravillosa coincidencia existencial (…tantos siglos, tanto espacio, y coincidir).
Ambos sabían que su situación era insostenible, pero los dos sonrieron para no angustiar el uno al otro.
Así, Leu dijo con tristeza a Histy que, por mutua conveniencia, él debía reportarse cuanto antes a su cuartel. Su idea era reclamar la vigilancia del área en donde ahora estaban. Con sus antecedentes, era posible que se la otorgasen, y que pronto regresaría.
Histy confió en sus argumentos, pero ninguno de los dos se dio cuenta que, no lejos de ahí, alguien los espiaba.
Leu llegó a su cuartel y se reportó sin mayor novedad. Solicitó patrullar el área de las arterias lumbares –en donde estaba Histy-, y le fue concedido.
Sin embargo, unos instantes después de que Leu había partido hacia la región lumbar, llegaron al cuartel informes muy serios de incumplimiento, de sedición, de traición.
La ruta de patrulla de Leu era amplia, pero él se encargaba de pasar cada poco tiempo por el vaso sanguíneo en donde la hermosa Histy permanecía escondida, nada más para asegurarse de que todo estaba bien.
Así pasaron varias horas, en que ambos suspiraban por verse una vez más en la siguiente ronda de Leu.
Lamentablemente no tenían la menor idea de lo que se había ya gestado en el cuartel durante la ausencia de Leu.
Cuando Leu regresó al vaso sanguíneo en donde se ocultaba su amada Histy, le sorprendió que ella ya no estuviese ahí. Algo terrible pasó por su mente, y no estaba para nada equivocado.
Se apresuró hacia la arteria lumbar, que constituía un atajo hacia el hígado, y tras una eternidad de pocos minutos confirmó sus temores: un grupo de leucocitos había atrapado a Histy, y, en vez de haberla devorado, la conducían inexplicablemente al cuartel de los glóbulos blancos.
“Ése es un procedimiento anormal”, pensó Leu. “La norma dice que los leucocitos debemos devorar in situ a los cuerpos extraños. ¿Qué estará pasando? ¿Por qué obran así, fuera de procedimiento?”
La respuesta no tardó en llegar a su mente: la llevaban como rehén y como testigo de los incumplimientos de Leu. Sería torturada para que confesara, y después devorada. Sus declaraciones servirían para después enjuiciar a Leu, quien seguramente también sería devorado, condenado por alta traición al organismo.
No tenía opción: eran cuatro leucocitos (glóbulos blancos) los que custodiaban a la infeliz Histy. Había que atacarlos y derrotarlos antes de que llegasen al cuartel. Lo prioritario era liberar a Histy. Después él afrontaría cualquier suerte que el destino le deparase, pero primero debía liberar a su amada.
Leu se escondió en una nube de eritrocitos (glóbulos rojos) que iban por la arteria mesentérica superior, más rápido que el grupo que conformaban los cuatro leucocitos (glóbulos blancos) que llevaba arrestada a Histy. Así pudo acercarse sin ser visto.
De repente, Leu saltó sobre ellos, golpeándolos con fuerza. En el desconcierto resultante, apartó a Histy y la llevó con él hacia un vaso sanguíneo que sabía que irrigaba el esófago.
Los irritados leucocitos (glóbulos blancos) emitieron señales de alarma por todo el organismo. Miles de refuerzos salieron inmediatamente de todas partes.
Leu sabía lo que significaban esas señales. Normalmente se usaban cuando aparecían grandes peligros, como el plasmodium vivax (del paludismo), la bacteria yersinia pestis (de la peste bubónica), o el VIH (del sida). El asunto estaba peliagudo, pues era obvio que en cuestión de segundos todos los conductos sanguíneos estarían sobrevigilados.
Ambos enamorados se dieron cuenta de que no habría un mañana. De dejarse arrestar, serían cruelmente devorados. No había más que una salida. No hicieron falta palabras para que ambos entendieran la realidad.
Así, Leu abrazó fuerte a Histy, y ambos se dejaron llevar por la corriente de plasma que se dirigía al esófago. Sobre la ruta, varios leucocitos (glóbulos blancos) los vieron, y empezaron a perseguirlos angustiosamente.
De repente, cambió el paisaje. El vaso sanguíneo por el que iban se bifurcaba en decenas de ductos menores. Leu, que ya había patrullado esa zona, sabía perfectamente que conducían a la parte baja del esófago, justo sobre el peligrosísimo estómago, lleno de ácidos terribles que destruían la materia viva.
Así, ya en las cardias (la boca del estómago), los enamorados se abrazaron fuertemente durante un brevísimo segundo, y se lanzaron unidos al vacío.
Cayeron sobre la superficie humeante de los jugos gástricos y así se disolvieron para siempre.
Olvidé mencionar que Dios acoge en el Cielo a los microbios, cuando éstos hacen en la vida lo que tienen que hacer cumpliendo su mandato existencial. También son sus criaturas.
Hoy Histy y Leu viven felices, juntos, eternamente abrazados, en un lugar en donde no existen ni buenos ni malos. Histy disfruta de la natación, conformando de nuevo las mil figuras que solía hacer en la charca de agua fértil en donde alguna vez fue muy feliz.
Leu la observa siempre, extasiado y enamorado.