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Legendario AG
03-ago.-2014, 15:12
CAPÍTULO 1 RODRIGO Y LUDOVICA


RODRIGO

Mi nombre es Rodrigo del Molinar. Nací en el año 1324 del Señor.

Antes de convertirme en fantasma a mis veintidós años, yo era hijo de un molinero exitoso en la región de Puertollano, en las cercanías de Ciudad Real. Gracias a ello pude educarme en el convento de Santa María de la Retuerta, en Valladolid, con la orden de los monjes promostratenses, de quienes aprendí muchas letras y muchas más falsedades, las que ahora, siendo un ente ni vivo ni muerto, veo muy claras. La muerte dista mucho de ser lo que ellos predicaban, pero éste no es el asunto del que quiero hablar.

Puertollano era entonces una aldea agrícola y ganadera, con economía creciente, apoyada desde hacía más de cien años por la Orden de Calatrava.

Fue una tarde calurosa de verano del año 1346 del Señor cuando empecé a sentirme mal, muy mal. Había rumores de que una epidemia asolaba las poblaciones al norte de Ciudad Real, pero no estaban confirmados.

Algunas familias de Puertollano, angustiadas ante la posibilidad de que aquello tan terrible que se decía fuera cierto, escaparon de la aldea para vivir en los establos de las zonas ganaderas cercanas.

Mi padre no los creyó, hasta que vio mi cuerpo deshidratándose por la fiebre. Él, mi madre y todos mis hermanos, fallecieron, después que yo, en el lapso de dos días: la Peste Negra había hecho de las suyas en nuestro hogar.

Cuando me di cuenta de que pronto moriría, quise ir en busca de mi querida Ludovica, sin saber que ella ya no estaba en Puertollano. Yo estaba demasiado débil, y no logré siquiera salir de mi habitación.

Unos días después, todas las casas de Puertollano fueron incineradas por orden de las autoridades: el diablo tenía que ser erradicado.


LUDOVICA

La familia Sayavedra había llegado unos años antes a Puertollano procedente de Extremadura. Ludovica - la hija mayor de esa noble gente-, si bien no era una moza muy afortunada en lo referente a belleza, era, en cambio, muy inteligente y trabajadora, lo suficiente para resultar atractiva a muchos hombres que la pretendían. Yo, Rodrigo del Molinar, tuve la fortuna de conquistarla y enamorarla, para mi dicha y la envidia de muchos mozos de la aldea.

Los Sayavedra eran gente muy conservadora, llena de prejuicios mozárabes que implicaban una sumisión total de las mujeres a la rígida disciplina familiar de la época.

Yo era audaz por naturaleza, y por mucho que mi familia me hubiese inculcado principios rígidos en lo relativo al amor carnal, era fogoso y afectivo, un tanto irreprimible.

Aquella tarde, escondidos en un pajar, Ludovica y yo nos entregamos sexualmente, de una forma tan profunda que ninguno de los dos hubiese podido imaginar. Nos juramos amor eterno, y ambos disfrutamos de tal modo aquella primera y última relación, que cualquier adjetivo o promesa sobraba. Como quiera que aquello se hubiese podido llamar, era un hecho consumado…y de verdad trascendente para ambos.

Lo que destrozó aquel romance no fueron las mojigatas familias a las que pertenecíamos, ni los celos, ni las habladurías de los vecinos. No hubo la menor oportunidad de que esas situaciones se presentasen. Fue algo superior: una fuerza inconmensurable que cambió la vida de millones de personas en Europa en cuestión de semanas. Unos días después del romance en el pajar entre nosotros, la Peste Negra se presentó en Puertollano. Todo lo demás careció de importancia.

La familia Sayavedra sí creyó en los rumores, y escapó a tiempo hacia los establos al sur de la aldea. Gracias a eso, toda la familia sobrevivió. Morí sin saber que ellos estaban a salvo de la peste.


LA PESTE NEGRA

En la primavera del año de 1346 del Señor, en Puertollano vivían unas cincuenta familias, un total de trescientos habitantes. Sobrevivieron a la peste unas veinte personas, entre ellas Ludovica, gracias a que su padre sí creyó en los fatales rumores.

Ella supo, después de un par de semanas de indagaciones, que todos los cadáveres de la familia del Molinar habían sido incinerados y arrojados en la fosa común decretada por las autoridades.

Legendario AG
04-ago.-2014, 13:00
CAPÍTULO 2 LA TRANSICIÓN DEL ALMA


YO, EL FANTASMA

Hay muchísimas historias y opiniones acerca de fantasmas, pero nadie ha sido capaz de determinar objetivamente por qué algunas personas fallecidas nos convertimos en espectros fantasmales y otras simplemente mueren.

Una de las teorías más coherentes dice que cuando alguien fallece dejando en vida algo de verdad importante sin resolver, no hay la menor posibilidad de descanso para el alma del difunto…hasta que quede resuelto. Ahora mi experiencia lo verifica.

Cuando empecé a sentir subir la temperatura de mi cuerpo, no tuve la menor duda de que mi final era cosa de horas. En ese existencialmente complicado momento, para mí lo menos importante era mi muerte. Sentí una enorme necesidad de dar un último beso a Ludovica. Sin embargo –como antes lo mencioné-, mi creciente debilidad me lo impidió. Morí impotente, frustrado.

Dejé al morir algo de verdad importante sin resolver. Mi alma, por lo tanto, se convirtió en un fantasma, algo de verdad complicado.

También hoy sé que se es fantasma hasta que la frustración original se resuelve, así que, desde el momento en que observé la cremación de mi propio cadáver, me he dedicado a buscar a Ludovica, donde quiera que se encuentre, en una fosa, o convertida -como yo- en un espectro.


LA MUERTE DE LUDOVICA


Puertollano, unos años después de la terrible Peste Negra, empezó a repoblarse lentamente con gente de fuera, si bien en ella siguieron viviendo los escasos sobrevivientes locales.

La economía agrícola y ganadera resurgió pronto, pues los caballeros de la Orden de Calatrava requerían de la bonanza de la zona para apoyar sus encomiendas en la cercana Andalucía.

Todo iba bien para la familia Sayavedra, hasta que, en el año de 1353 del Señor, estalló la Guerra Civil entre Pedro I el Cruel y Enrique II de Trastamara.

Puertollano era una relevante fuente regional de alimentos, y alguien importante de alguno de los dos bandos dio instrucciones de incendiar todos los pajares y graneros.

En uno de esos lamentables incendios intencionales que se extendió hasta la aldea, falleció mi Ludovica. Su cadáver fue enterrado en el cementerio de la iglesia local, por lo que pude investigar con el paso del tiempo.


SETECIENTOS AÑOS SIN LUDOVICA


Los fantasmas indagamos lo que ocurre a la gente que amamos en vida. Es algo inevitable. Digamos que está en nuestra naturaleza.

Así, moré unos veinte años más en los alrededores de Puertollano, lleno todavía de casas vacías, consecuencia de la Peste Negra y de la Guerra Civil. Pero jamás tuve la menor indicación de lo que había acontecido con el alma de Ludovica, a pesar de todos mis esfuerzos.

Desesperado por lo anterior, un día renuncié a buscarla, y me mudé a Ciudad Real resignado a ser fantasma toda la eternidad. Nunca imaginé que pasarían casi setecientos años antes de poder encontrarla.

Legendario AG
05-ago.-2014, 15:03
CAPÍTULO 3 SER FANTASMA

LA CONCIENCIA DE SER FANTASMA

Como mencioné antes, la fiebre me hizo perder la conciencia cuando me enfrentaba a la impotencia y a la frustración. Un instante antes de perderla, la imagen de la cara de Ludovica llegó a mi mente. Es mi último recuerdo de eso que Ustedes que me leen llaman vida.

Poco tiempo después volví a despertar, aunque usar estas palabras no es para nada exacto: digamos mejor que nací a otra forma de vida diferente, pero todavía creyendo que seguía entre los vivos, hasta que…

…vi mi cuerpo yaciendo inmóvil, y a mis padres y hermanos rezando a mi alrededor, a cierta distancia, pues se creía que el diablo no saltaba muy lejos.
A pesar de que estaban a varias brazas de mí, todos acabaron contagiándose, y fui lamentablemente testigo de su muerte, como también lo fui del incendio de nuestra casa un par de días después. La familia del Molinar ya no existía, por lo menos en el mundo de los llamados vivos.

En el momento en que me reconocí muerto sobre la cama, me pregunté qué estaba pasando. Los monjes promostratenses me habían hablado de un cielo y un infierno, ambos bastante bien caracterizados, pero mi alrededor era el mismo que siempre había conocido. No quise ser duro con el recuerdo de aquellos mentores, así que simplemente concluí que estaban del todo equivocados en sus creencias.

Fue entonces que me pregunté qué era yo, cuál era mi situación.

En mis lugares de origen nadie sabía de fantasmas. Ni siquiera se conocía esa palabra, que vine a aprender muchos años después, ya entrado el siglo XIX.

Se decía que había ánimas que escapaban circunstancialmente del purgatorio, pero ése no era mi caso. Mi entorno no era agresivo, ni pensé en momento alguno que mi vida me hubiese orillado hacia ese desagradable lugar que aparece en los libros sagrados, a decir de los monjes. No: yo no era un ánima escapada del purgatorio.

Observé en un espejo que mi imagen no se veía. Tenía plena conciencia de estar vivo, pero era totalmente invisible. Luego supe que esa invisibilidad podía no darse en determinadas condiciones climáticas y lumínicas, pero tarde mucho en demostrármelo.

También me di cuenta de que yo era muy ligero. El peso de mi cuerpo ya no se sentía. Quise volar aprovechando la ausencia de peso, pero apenas me levanté media brazada: los fantasmas no volamos.

Igualmente percibí que no podía interferir con el mundo de los objetos sólidos o líquidos. Mi cuerpo los traspasaba –lo cual era bueno y malo-, pero no podía hacer uso de objeto alguno. Después supe que las paredes y los muebles, por la misma razón, no limitaban mis movimientos.

Unos días después hice conciencia de mi soledad: no había nadie de mi naturaleza en las cercanías. De hecho, tardé varios meses en saber que yo no era el único espectro en Puertollano.

Como fuese, el estado fantasmal era emotivo. Sentía tristeza por haber perdido a Ludovica. Creí llorar al ver morir a mis padres y hermanos, pero no salieron lágrimas de mis inexistentes ojos.

En ningún momento, sin embargo, sentí miedo por mí. Descubrí que aún tenía emociones semejantes a las humanas, pero diluidas, tenues, diferentes en su esencia.

Gracias a no sentir el aburrimiento, pude pasar muchos años en una especie de vida latente, lenta, casi sin ningún tipo de actividad.

Igualmente percibía los días y las noches, así como el paso del tiempo, pero éste ya no significaba lo mismo: mi conciencia de inmortalidad (eso pensaba entonces) lo depreciaba.

¿HAY ALGUIEN AQUÍ?

Cuando llegué por primera vez a Ciudad Real, busqué alguna casa deshabitada donde morar.

Debo aclarar que en mis casi setecientos años como fantasma, recorrí varias veces toda la región en busca de alguna pista que me llevase a Ludovica, obviamente sin resultados. En Ciudad Real estuve cuatro veces en diferentes épocas.

Encontré un palacete abandonado y casi en ruinas, pero algunas partes de él eran habitables…para un fantasma. Confiado, me instalé.

Después de tres o cuatro días de tranquilidad absoluta, escuché un ruido cuyo origen distaba de ser humano. Lo volví a escuchar varias veces en el transcurso de una noche, hasta que me di cuenta de que era un ruido de un ser semejante a mí, y no era precisamente amigable: supe que estaba invadiendo el territorio de otro fantasma. El mensaje era claro.

Yo tenía dos opciones: largarme de ahí inmediatamente, o tratar de establecer una relación lo más amigable posible, con dos objetivos en mente. El primero era ser aceptado como coinquilino de aquel sitio; el segundo era preguntar al espectro que ahí moraba por la suerte de Ludovica.

Lo que logré fue una enorme agresión por encima de mis peores expectativas. Los fantasmas viejos saben alterar de manera muy desagradable el plasma de los novatos, y ése fue el caso.

Sintiéndome fatal, me di cuenta de que nada tenía que hacer ahí. Ni siquiera me atreví a preguntar por Ludovica.

Me quedó claro que los fantasmas somos territoriales y agresivos. Un par de siglos después de aquel lamentable episodio en Ciudad Real, yo fui el agresor, y defendí mi territorio de manera lamentable. No quisiera nunca tener que referirme a este hecho que de verdad me avergüenza.

Legendario AG
06-ago.-2014, 13:22
CAPÍTULO 4 SETECIENTOS AÑOS

LO QUE APRENDÍ EN SETECIENTOS AÑOS

Los fantasmas habitamos casas preferentemente abandonadas, porque –como lo he mencionado- somos de naturaleza territorial y queremos estar solos.

Esto es fácil cuando acaba de pasar una peste o una guerra asesina en la que sobran casas y palacetes, pero en las épocas de buena economía, la población humana crece y muchos hemos tenido que convivir con los vivos sin así desearlo.

Y algo importante inherente a los fantasmas cuando escasean las casas vacías, es que nuestra territorialidad nos torna muy agresivos. No hay algo así como comunidades de espectros: no compartimos el territorio con otros de nuestra índole. Eso lo tengo muy claro desde el principio, a pesar de que conocí fantasmas indiferentes y fantasmas amigables. Como con los humanos, no se puede generalizar.

No hay mucho que contar de estos primeros setecientos años que francamente deseo que ya terminen. Fue una época de búsqueda de morada y de investigar el paradero de mi Ludovica, llena de fracasos, de agresiones, de frustraciones, pero lo peor estaba por llegar: los cazafantasmas.
Este género de fanáticos humanos surgió a principios del siglo XX, cuando ciertos avances tecnológicos nos hicieron más vulnerables.

Normalmente los fantasmas no somos visibles, excepto cuando se nos enfoca con lámparas de luz ultravioleta. Con la ayuda de lentes especiales, quedamos totalmente expuestos.

Igualmente, los sonidos que emitimos son inaudibles para los humanos, pero cuando se inventaron los amplificadores, nos volvimos muy ruidosos.
Esto motivó a mucha gente a hacerse famosa delatándonos. Como quiera que sea, el que quedemos al descubierto ante los humanos no es cuestión de vida o muerte, sino de irrupciones a nuestra apreciada intimidad, de lo que yo llamaría una falta de respeto a nuestra naturaleza, a nuestra tragedia de no poder morir dignamente.

Efectivamente, mis peores recuerdos de estos casi setecientos años de vida fantasmal, fueron los últimos cien, pero no quiero escribir sobre eso.


MI ESTANCIA EN MADRID

Cuando se huye de los cazafantasmas, lo peor es estar en pueblos o ciudades pequeñas, porque los fantasmas nos volvemos más conspicuos. Un buen día tomé la decisión de vivir en Madrid para alejarme de esa monserga.

Mi objetivo era –como siempre lo fue- encontrar a Ludovica, esperando que su situación fuese fantasmal, como la mía: era para mí la única posibilidad de abandonar la vida errante de los espectros entre la vida y la muerte.

Viví unos días bajo el puente del Batán en el río Manzanares, esperando pasar desapercibido para los humanos, y contactarme con los escasos fantasmas amigables que existen, para –como siempre- preguntar por Ludovica.

No obtuve respuesta alguna en ese sentido durante muchos años, pero a cambio me contaron maravillosas historias de los fantasmas madrileños, como la bella dama del balcón en la Casa de las Siete Chimeneas, o el hombre sin cabeza de la Iglesia de San Ginés, o los fantasmas de la calle de Cañete.

Ninguno de estos existía ya, seguramente por haber todos ellos resuelto su frustración existencial.


RUMORES DE LUDOVICA EN CIUDAD REAL

Una mañana de primavera, Joselito, un fantasma andaluz refugiado de los cazafantasmas en Madrid, me contó que había muchas ánimas de mi época en Ciudad Real, y que seguramente alguna de ellas podría ser Ludovica, o, por lo menos, saber algo de ella.

Me subí a un vagón de ferrocarril que iba a Ciudad Real en la Puerta de Atocha, y en pocas horas estaba en mi destino.

Acostumbrado como estaba a dormir bajo los puentes, decidí pasar la noche bajo uno de ellos en el río Jabalón. Ahí conocí a Eloísa, una fantasma que debió ser muy bella y feliz en vida, por las cosas que me contaba.

Ella, oriunda de Ciudad Real, conocía las historias de todos los fantasmas locales, presentes y desaparecidos, como los del hospital en desuso; como los que habitan en las banquetas y que aparentemente surgen de la nada; o los del manicomio de la Atalaya.

Y una noche, mientras la bella Eloísa me contaba esas interesantes historias, me hizo saber de una extraña dama fantasma que acababa de aparecer –según ella había escuchado- en una fuente de agua agria medicinal cerca de Puertollano. La sola posibilidad de que esa mujer fantasma fuese Ludovica me hizo viajar inmediatamente hacia mi pueblo de origen, un error grave que pudo haberme complicado la existencia.

EL FANTASMA DE PUERTOLLANO

El abandonado lugar en donde Eloísa me decía que había una mujer fantasma, se llamaba Las Tiñosas, en Hinojosas de Calatrava, cerca de Puertollano. Era un sitio casi siempre desierto, con algún esporádico grupo de turistas que de repente aparecía.

Paseé por los alrededores del lugar algunos días sin encontrar nada fuera de lo normal.

Decidí entonces acercarme a la fuente, y, en un momento de distracción, fui fotografiado accidentalmente por un visitante inesperado.

El problema fue que esa foto en donde yo aparecía, fue llevada inmediatamente a You Tube y a círculos de cazafantasmas, quienes se presentaron en el lugar con toda clase de instrumentos para localizarme.

Tuve que escapar sin haber completado mi búsqueda de Ludovica.

Tiempo después supe –para bien o para mal- que la mujer fantasma que ahí habitaba no era mi amada, sin una francesa que había sido dueña del lugar durante el siglo XIX.

http://www.metacafe.com/watch/7612557/el_fantasma_de_puertollano/

Después de ese doloroso fracaso, regresé a Madrid.

Legendario AG
07-ago.-2014, 13:02
CAPÍTULO 5 LAS AVENTURAS DE RODRIGO EN LA INTERNET

LUIS ANTONIO

Hace relativamente poco tiempo, unos siete u ocho años, cuando me resigné a no encontrar a Ludovica en Puertollano, me mudé definitivamente a Madrid, si es que el término definitivamente pudiese tener un significado para un fantasma cuya vida puede llegar a ser mucho más que milenaria.

En ese entonces (año 2005 del Señor), España estaba en auge, y no había muchas casas deshabitadas.

Me vi obligado a convivir con humanos, lo que –ya lo mencioné antes- me desagrada mucho.

Se trataba de una familia de clase media sin más motivo para definirla o hablar de ella.

Tenían, sin embargo, un hijo adolescente que se pasaba el día sentado frente a un extraño instrumento que hoy sé que se llama ordenador.

Los padres vivían sermoneando al jovenzuelo, diciéndole que era obsesivo, neurótico, patético; que su necesidad de comunicarse con otros adolescentes por medio de la Internet era de enfermos, de lunáticos.

Un día escuché a Luis Antonio –así se llamaba ese incomprendido adolescente- defenderse diciendo que la Internet le permitía relacionarse con sus amigos perdidos de la escuela primaria y secundaria. Le permitía restablecer relaciones perdidas, recuperar afectos que no encontraba en casa.

Cuando escuché lo de amigos perdidos en el pasado, algo me dijo que por ahí había una oportunidad de encontrar a mi amada Ludovica.

El adolescente Luis Antonio se convirtió en mi gran oportunidad de resolver mi futuro, así que me dediqué a observar cómo manejaba el ordenador, a dónde iba, en dónde se metía. Tardé mucho en entender sus movimientos, pero, disponiendo yo de mucho tiempo, aprendí bastante de esa materia.

Finalmente elaboré un plan: de alguna manera yo debería registrarme en un lugar muy frecuentado llamado Facebook, en donde, por lo visto, Luis Antonio hacía sus búsquedas de gente y conversaba chateando con sus amistades.

Todo se veía fácil cuando este joven obsesionado con la Internet movía sus manos sobre el teclado del ordenador, pero pronto me di cuenta de que la inmaterialidad de los fantasmas no nos permite tener esa habilidad: ni el teclado, ni el mouse, ni ninguna otro recurso de los que él usaba me serían útiles.

En aquella casa había un gato tonto que me percibía de alguna manera, pero que me veía como parte de la normalidad doméstica. Intenté controlarlo mentalmente para ver si podía yo meterme en su cerebro y así usar sus garras, pero el animal era demasiado huraño y se ponía muy tenso con mis intentos de penetrar en su limitado seso. Perdí varios días con esto, hasta que me desesperé. Parecía que la Internet, a pesar de su enorme potencial para localizar gente, no era para nosotros los fantasmas.


POR FIN, LA INTERNET

Una tarde en que yo me sentía completamente frustrado, observé como Luis Antonio chateaba con alguno de sus amigos, tratando yo de descifrar una manera de conectarme a ese maravilloso mundo detrás del monitor.

A medio chat, Luis Antonio decidió bajar al frigorífico para prepararse algo para matar el hambre. Dejó la conversación con su amigo abierta, y me acerqué al ordenador para enterarme de qué hablaban.

De repente, de manera circunstancial, noté que en ese estado de chateo abierto, el monitor se fluidizaba para mi plasma. Primero metí en él una mano, y la mantuve unos segundos dentro para ver qué sucedía. No pasó nada que me preocupase, así que decidí meter la cabeza…y luego todo mi cuerpo.

Fue una maravillosa sensación de logro: yo estaba totalmente metido en la Internet.

Luis Antonio volvió al ordenador y restableció el chateo con su amigo, pero ahora yo veía a los dos…desde el interior de la Internet. Aquello era maravilloso, muy esperanzador.


LOS FANTASMAS EN LA INTERNET

Los humanos cargan con un cuerpo material, pesado, bajo la premisa física de que “dos objetos no pueden ocupar el mismo espacio al mismo tiempo”. Por eso, para entrar al ciberespacio, necesitan teclado, nicks y contraseñas.

Para los fantasmas el tema es más sencillo, porque nuestra esencia no es material: no somos sólidos ni líquidos ni gaseosos.

Yo no fui el primer fantasma que entró al ciberespacio. Hubo varios antes que yo –ahora lo sé-, pero entraron por otras razones: escondiéndose de algún obsesivo cazafantasmas; por curiosidad; buscando un hábitat ante la terrible explosión demográfica; etc.

La razón por la que yo quise entrar a la Internet fue la de encontrar a Ludovica. Ése era mi único objetivo. Mi obsesión era de casi setecientos años, una frustración amorosa colosal.

Había un riesgo al que yo temía: la agresiva territorialidad de algunos fantasmas que habían llegado antes que yo a este lugar.

Yo no sabía mucho de modernidades. No tenía la menor idea del infinito espacio cibernético que había detrás de los monitores.

La Internet es un lugar inmenso, supongo que infinito, en donde hay lugar para todo. Me moví en una dirección, y luego en otra, y en otra, y nunca descubrí un límite.

En mis exploraciones encontré lugares en donde había muchos tipos de juegos: para niños, para adultos, y algunos de ellos servían lo mismo para los fantasmas. Me divertí mucho, y confieso que por unos días dejé de pensar en Ludovica. Finalmente me aburrí, y decidí seguir explorando en busca de aquel lugar de reencuentro conocido como Facebook.

Más tarde encontré un sitio en donde se podían ver películas y videos. Me dediqué a ver temas de fantasmas, y recordé lo alejados que están los humanos de nuestra realidad, casi tanto como los monjes promostratenses de la Retuerta, con quienes estudié hace siete siglos.

Después descubrí varios lugares en donde se podía escuchar música, y me dediqué a bailar rítmicamente un par de semanas. Olvidé decir antes que los fantasmas disfrutamos mucho del baile.

Vi lugares llenos de mujeres desnudas, y de parejas haciendo el amor de manera perversa, banal, muy lejos de mi forma de amar, desde luego.

Encontré aburridas bases de datos en donde había información para cualquier necesidad humana.

Leí periódicos virtuales para enterarme de lo que ocurría allá afuera, en lo que había sido mi mundo durante casi setecientos años.

Vi pasar millones de euros y de dólares de una cuenta bancaria a otra, pero no eran billetes o monedas, sino algo denominado bytes que permitían el movimiento de dinero en la Internet.

Vi miles de fotografías y de imágenes de pretendidos fantasmas, la mayoría de ellas falsas o trucadas.

Me involucre en un chateo de enamorados tramposos que se enviaban fotografías que no les correspondían, y a ambos les hice ver que se engañaban el uno al otro, al extremo que mi travesura generó el rompimiento de aquel incipiente romance, que, de cualquier manera, no iba a llegar muy lejos.

Conocí un anexo muy agradable que venía montado sobre un e-mail. Era simpático e interesante. Me mostró su contenido y me invitó a viajar con él por el ciberespacio. Fuimos de Madrid a Hong Kong, y luego a Bali y a Argentina: todos los humanos que nos recibían en sus monitores disfrutaban mucho por haberlo recibido.

Todo iba bien en nuestras aventuras por todo el planeta virtual, hasta que una especie de agente de policía nos detuvo para revisarnos: nos dijo que era un antivirus y nos escaneó de arriba abajo. Yo le parecí sospechoso, pero no pernicioso, así que en poco tiempo fuimos liberados y completamos el recorrido de aquella jornada que finalizó en un ordenador en Vladivostok.

De este puerto siberiano fuimos reenviados a Berna, pero, por algún mal entendido, caímos en lo que mi amigo el anexo llamaba un buzón de spam, en donde, según él, corríamos el enorme riesgo de ser borrados para siempre. No fue así, afortunadamente, pero desde entonces me pregunto si ésa podría ser una forma de acabar con la vida eterna de un desafortunado fantasma.

Cuando me aburrí de ser un anexo montado en un e-mail, me despedí de mi agradable amigo, esperando topármelo en alguna otra ocasión, pero mi objetivo no era divertirme, sino encontrar a Ludovica, para lo cual yo debía llegar a ese fantástico lugar conocido como Facebook.

Retomé mi camino, y pocos días después conocí a un virus, uno de esos malhechores virtuales tan desprestigiados. Se llamaba Troyano a sí mismo, y me dijo que él no era perverso como otros que por ahí circulaban.

Estaba muy estresado por la presencia de los antivirus. Pasé con él un par de días, viendo cómo destruía la información contenida en el disco duro de un ordenador. Fue una experiencia interesante, pero yo nunca disfruté de hacer travesuras dañinas, así que pronto regresé a mi bien definido rumbo.

Una mala tarde, un hacker estuvo a punto de descubrirme. Escuché cómo llamó a un compañero para decirle que acababa de rastrear algo extraño en el interior de su monitor, algo que no era precisamente un virus.

Inmediatamente aplicó un firewall que estuvo a punto de destruirme, pero finalmente, tras de un par de horas de angustia, logré burlarlo y me alejé de aquel peligroso ser humano.

Seguí buscando aquí y allá, y descubrí el maravilloso mundo de los foros, en donde, cada quien en su gusto y especialidad, se comunica con colegas de todo el mundo. Había foros de todo tipo: de medicina, de política, de religión, de literatura, de guerras, de automóviles, etc.

Mi gran sorpresa fue cuando supe que había foros de…fantasmas.

Legendario AG
09-ago.-2014, 16:21
CAPÍTULO 6 FACEBOOK

LOS FOROS DE FANTASMAS

El primero que descubrí fue ALESGA.COM.AR

http://www.alegsa.com.ar/Foro/viewforum.php?f=3

Yo había escuchado de algunos fantasmas latinoamericanos que los argentinos eran especialmente presumidos, exagerados en la descripción de su persona, pero nunca imaginé que los tres presentes en este foro fuesen tan arrogantes. Entre ellos estaba Estela Passaglia, una fantasma que había fallecido unos años antes en una ciudad llamada La Plata. Se creía la reina de los espectros, y trataba a sus compañeros como si fueran entes indeseables. No era hostil, pero convivir con ella era una pesadilla, una mala experiencia.

Además el lugar no brindaba información real de lo que somos, y mi imperiosa necesidad de hallar a Ludovica no me permitía perder el tiempo.
Ingenuamente pensé que los foros de fantasmas de Norteamérica podían ser más objetivos dado el nivel cultural y técnico de los anglosajones, así que visité algunos lugares con la complicación del idioma.

El primero de ellos fue NEOSEEKER.COM

http://www.neoseeker.com/forums/28298/

en donde conocí a Gumby, una fantasma adolescente muy agradable que dominaba el castellano, con la que tuve buenas relaciones durante unos días. Hizo todo lo posible por localizar a Ludovica, pero nada dio resultado. Me tradujo algunos temas interesantes, pero finalmente concluí que ahí tampoco se sabía mucho de nuestra naturaleza: los humanos de cualquier origen mentían respecto a apariciones y contactos con fantasmas.

También conocí MYANIMELIST.NET, con experiencias semejantes: fantasmas patéticos o enajenados, humanos mentirosos o tontos, y sin oportunidad alguna de localizar a mi extrañada Ludovica.

http://myanimelist.net/forum/?animeid=5682


FINALMENTE, FACEBOOK

Desde que espié a Luis Antonio antes de saber lo que era la Internet, me di cuenta de que la única posibilidad de encontrar a Ludovica estaba en Facebook. Millones de personas de todos orígenes estaban ahí presentes, veinticuatro horas al día, comunicándose, bromeando entre ellos, publicando fotos y videos, preguntándose los unos por los otros.

No llegué antes a Facebook por dos poderosas razones:

La primera fue mi curiosidad natural por conocer el ciberespacio. De niño y de joven viví en el espacio humano medieval, interesante, pero limitado por mil razones culturales, existenciales, situacionales, etc.

En mi segunda vida tuve la oportunidad de convertirme en fantasma, y viví la inmaterialidad, la oportunidad de observar a los vivos sin ser visto, de entender lo que los humanos hacían y pensaban. Tal vez lo más desagradable de la vida de los fantasmas es la sensación de estar en la eternidad, de la casi certeza de que esa existencia es para siempre. Se antojaba aburrida, fastidiosa.

La segunda razón para postergar mi búsqueda de Ludovica fue la maravillosa sensación de vivir en el infinito cibernético. Tal vez a quien me lea, este concepto le resulte banal, pero el moverme con la libertad con que lo hice fue suprema. Empecé envidiando a los bytes que viajaban de manera impresionante de un lado al otro, hasta que aprendí a ser casi como ellos. Fue toda una experiencia, que mi naturaleza me permitía.

Finalmente mi amor por Ludovica me hizo madurar en ese embriagante mundo de impulsos electrónicos, y decidí dejar finalmente de perder el tiempo: la eternidad es y puede ser eterna, pero el recuerdo de mi amada era una responsabilidad, y los fantasmas cargamos con eso. Si bien tenemos todo el tiempo del mundo, jamás se nos olvida lo que debemos resolver.

Concluí que para encontrar Facebook en aquel universo cibernético, había que seguir el flujo principal de los bytes , y así, siguiéndolos, en menos de tres día me vi inmerso en ese lugar.

Legendario AG
13-ago.-2014, 03:49
CAPÍTULO 7 EPÍLOGO

Una vez en el espacio cibernético de Facebook, tuve que aprender cómo moverme ahí dentro, cómo poder preguntar si alguien sabía algo de Ludovica, cómo integrarme a esa sociedad mayoritariamente adolescente que tanto disfrutaba ese lugar. No era mi tema: no había llegado ahí para pasarla bien, sino para resolver mi existencia, mi penitencia de vivir en una eternidad difícil, indeseable, para hallar a mi amada perdida en no sé dónde, porque –debo reconocerlo- sigo sin entender la vida y la muerte, sus estancias, sus situaciones.

Después de unos días, y gracias al consejo de un virus amigable, encontré cómo registrarme.

Lo hice bajo el nombre de Rodrigo del Molinar.

Fue entonces que –bajo el disfraz virtual de ser un humano- me atreví a preguntar públicamente si alguien sabía algo de una mujer llamada Ludovica de Sayavedra.

Agradezco que decenas de usuarios de Facebook se esforzasen en buscar a la tal Ludovica de Sayavedra. Sin su ayuda jamás habría ocurrido este milagro –llamémoslo milagro-, aunque, por lo que he vivido, no puedo creer en ellos.

Pasaron un par de meses sin novedades, hasta que una tarde de verano, apareció en Facebook un tal Pedro Jiménez, oriundo de Ciudad Real, que me indicó que tal vez él podría contactarme con Ludovica de Sayavedra, pero que antes necesitaba comunicarse conmigo en chat privado.

Yo estaba emocionadísimo, y no podía rechazar aquella propuesta con enorme probabilidad de que fuese una burla, una broma de mal gusto.

La primera pregunta que me hizo Pedro Jiménez fue impresionante:

“Rodrigo: ¿eres un fantasma o te estás burlando de la gente de Facebook?”

Mi respuesta fue también resonante:

“Sí, Pedro: aunque te resulte difícil de creer, soy un fantasma medieval infiltrado de alguna manera en Facebook, buscando desesperadamente a la mujer de mi vida, que perdí hace casi setecientos años en la Peste Negra, de la que supongo que has escuchado alguna vez.”

Mi respuesta había sido definitiva, como lo fue la siguiente de Pedro Jiménez:

“Ludovica de Sayavedra también es un fantasma. Habita en mi casa. Me he comunicado con ella varias veces, y hemos hablado mucho de ti. En este momento, ella debe estar atrás de mí, leyendo nuestro chat, emocionada, porque es una fantasma muy afectiva, que –debo decirlo- ha vivido setecientos años con la esperanza de encontrarte.”

“De acuerdo –escribió Pedro Jiménez-: Ludovica está esperándote exactamente en mi casa, en Ciudad Real. La dirección es Calle de Altagracia 26, altos. Espero que puedas llegar pronto, porque ella debe estar muy alterada por todo esto.”

En menos de un día, ahí estaba yo, con mil ilusiones y esperanzas.

Nunca conocí en persona a este maravilloso humano que permitió el reencuentro con mi amada, pero aquí mismo le manifiesto mi mayor agradecimiento.

Finalmente, gracias al apoyo de muchas personas en Facebook, y en particular al de Pedro Jiménez, encontré a Ludovica.


LOS SETECIENTOS AÑOS DE LUDOVICA

Ludovica supo de mi muerte unos días después de acaecida, pero en esos momentos estaba prohibido entrar en Puertollano. También supo que toda mi familia había sido incinerada, pero no en dónde estaban enterradas mis cenizas. Nunca pudo resignarse a mi muerte ni supo que yo estaba en un mundo especial: el de las ánimas o espectros.

Pero un día amaneció fantasma, igual que yo. No murió quemada, sino golpeada por una enorme viga que se desprendió del techo de su morada durante el incendio.

Tardó mucho en comprender su nueva esencia. Vagó por las calles vacías y llenas de cenizas del desolado Puertollano que había quedado tras la Guerra Civil entre Pedro I el Cruel y Enrique II de Trastamara. Finalmente, un día comprendió que no estaba viva…ni muerta.

Vivió las mismas experiencias por las que yo había pasado unos años antes al iniciarme como fantasma: tuvo que acostumbrarse a vivir sin cuerpo; a no poder emitir sonidos; a soportar agresiones territoriales de otros fantasmas; a la soledad; a la indeseable amenaza de la eternidad; a ser testigo de lo que pasaba en el mundo de los vivos sin poder interferir en él.

Moró en Puertollano mucho tiempo, sin pensar en buscarme, pues nunca imaginó que yo era también un espectro.

Un día, aburrida de esa vida después de cuatrocientos años, llegó a Ciudad Real, sin más objetivo que cambiar de paisaje.

Tengo que decir que mi vida fantasmal fue mucho más amena que la de ella, porque yo tenía una esperanza: la de encontrarla. Ludovica, si bien siempre me recordó, nunca imaginó que mi suerte hubiese sido la misma que la suya: no me buscó entre los fantasmas porque consideró que no tenía caso buscarme entre los fantasmas.

En Ciudad Real vivió más de lo mismo: casi trescientos años de soledad fantasmal, de vacío, de insulsa incorporalidad, de vida transitoria sin el menor sentido.

Finalmente, en el años 2005 del Señor, fue expulsada de la Atalaya de Ciudad Real por un grupo insolente de fantasmas territoriales, y buscó refugio en una casa habitada por humanos, la familia de Pedro Jiménez, un joven ciudadrealeño muy positivo, con quien tuvo un extraño acercamiento entre un humano vivo y un fantasma.


EL EXTRAÑO ENCUENTRO ENTRE PEDRO JIMÉNEZ Y EL FANTASMA DE LUDOVICA SAYAVEDRA

Los fantasmas no somos visibles, excepto en determinadas condiciones ópticas y climáticas. Cuando la atmósfera está húmeda, la electricidad encuentra un camino para extenderse, y activa de alguna manera nuestra naturaleza plasmática.

Pero eso no basta.

También se requiere cierto tipo de luz, y precisamente con ella –con la luz ultravioleta- experimentaba Pedro Jiménez en su alcoba, mientras afuera caía un enorme aguacero otoñal. Se dieron las condiciones, y Ludovica quedó expuesta a la vista del joven estudiante de ciencias.

Se vieron de repente frente a frente, y, a decir la verdad, ninguno se horrorizó: ambos, si bien sorprendidos, mantuvieron la calma…y el interés por conocerse.

El poco probable encuentro cercano y amable entre un humano y una fantasma duró pocos minutos, pues dejaron de caer los relámpagos y la electricidad ambiental se redujo, pero hubo el suficiente tiempo para que ambos compartieran su nombre y un pedazo de su historia personal.

Pedro Jiménez supo que había hablado con una fantasma medieval llamada Ludovica de Sayavedra. Ella supo que Pedro Jiménez era un gran tipo.

Convivieron en la misma casa varios años, sabiendo que estaban cerca el uno del otro. Ambos decidieron no molestarse, convivir en el mismo espacio pacíficamente, agradablemente.

NUESTRO REENCUENTRO

Hace varios días que estoy con Ludovica. Obviamente no puedo hablar de amor carnal como el que tuvimos aquella maravillosa tarde en Puertollano, pero de alguna manera nuestros plasmas se han unido muchas veces en este inenarrable reencuentro, y la sensación no es para nada diferente de aquella.

Ambos sabemos que ya resolvimos nuestras frustraciones, y que pronto –muy pronto- pasaremos a otro tipo de vida, el cual desconocemos.

Pero ambos tenemos algo importante que comunicar a quien nos lea: valió la pena el sufrimiento de los casi setecientos años que vivimos separados, extraviados el uno sin el otro.

A donde sea que nos lleve la vida, los dos reconocemos que ésta –en ambas etapas- fue maravillosa.

Ahora ambos sentimos una especie de desvanecimiento. Con una comunión de nuestros plasmas, nos sentimos de verdad reconfortados.

¡Que venga lo que sigue! ¡Estoy de nuevo con mi adorada Ludovica!

Biby
17-ago.-2014, 11:46
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:ohmy: hey...!! còmo me gusta lo que escribes..!!!



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summerysunset
21-ago.-2014, 14:01
Estimado Legendario AG:

Noto en tus escritos la excelencia y admiro el cuidadoso esmero que dedicas al transmitir esas historias que cautivan.

Leeré cada una de ellos y dejaré mi comentario al pie.

"AG" (Símbolo químico de la PLATA)

Saludos cordiales

"Creo en los electrones que giran al rededor de un núcleo"

Legendario AG
22-ago.-2014, 09:47
Estimado Legendario AG:

Noto en tus escritos la excelencia y admiro el cuidadoso esmero que dedicas al transmitir esas historias que cautivan.

Leeré cada una de ellos y dejaré mi comentario al pie.

"AG" (Símbolo químico de la PLATA)

Saludos cordiales

"Creo en los electrones que giran al rededor de un núcleo"

Gracias. Estamos a punto de generar un círculo de admiración mutua.

La única poesía que te leí me pareció muy buena (ya te lo dije). Espero leerte más.

summerysunset
23-ago.-2014, 10:59
CAPÍTULO 1 RODRIGO Y LUDOVICA


RODRIGO

Mi nombre es Rodrigo del Molinar. Nací en el año 1324 del Señor.

Antes de convertirme en fantasma a mis veintidós años, yo era hijo de un molinero exitoso en la región de Puertollano, en las cercanías de Ciudad Real. Gracias a ello pude educarme en el convento de Santa María de la Retuerta, en Valladolid, con la orden de los monjes promostratenses, de quienes aprendí muchas letras y muchas más falsedades, las que ahora, siendo un ente ni vivo ni muerto, veo muy claras. La muerte dista mucho de ser lo que ellos predicaban, pero éste no es el asunto del que quiero hablar.

Puertollano era entonces una aldea agrícola y ganadera, con economía creciente, apoyada desde hacía más de cien años por la Orden de Calatrava.

Fue una tarde calurosa de verano del año 1346 del Señor cuando empecé a sentirme mal, muy mal. Había rumores de que una epidemia asolaba las poblaciones al norte de Ciudad Real, pero no estaban confirmados.

Algunas familias de Puertollano, angustiadas ante la posibilidad de que aquello tan terrible que se decía fuera cierto, escaparon de la aldea para vivir en los establos de las zonas ganaderas cercanas.

Mi padre no los creyó, hasta que vio mi cuerpo deshidratándose por la fiebre. Él, mi madre y todos mis hermanos, fallecieron, después que yo, en el lapso de dos días: la Peste Negra había hecho de las suyas en nuestro hogar.

Cuando me di cuenta de que pronto moriría, quise ir en busca de mi querida Ludovica, sin saber que ella ya no estaba en Puertollano. Yo estaba demasiado débil, y no logré siquiera salir de mi habitación.

Unos días después, todas las casas de Puertollano fueron incineradas por orden de las autoridades: el diablo tenía que ser erradicado.


LUDOVICA

La familia Sayavedra había llegado unos años antes a Puertollano procedente de Extremadura. Ludovica - la hija mayor de esa noble gente-, si bien no era una moza muy afortunada en lo referente a belleza, era, en cambio, muy inteligente y trabajadora, lo suficiente para resultar atractiva a muchos hombres que la pretendían. Yo, Rodrigo del Molinar, tuve la fortuna de conquistarla y enamorarla, para mi dicha y la envidia de muchos mozos de la aldea.

Los Sayavedra eran gente muy conservadora, llena de prejuicios mozárabes que implicaban una sumisión total de las mujeres a la rígida disciplina familiar de la época.

Yo era audaz por naturaleza, y por mucho que mi familia me hubiese inculcado principios rígidos en lo relativo al amor carnal, era fogoso y afectivo, un tanto irreprimible.

Aquella tarde, escondidos en un pajar, Ludovica y yo nos entregamos sexualmente, de una forma tan profunda que ninguno de los dos hubiese podido imaginar. Nos juramos amor eterno, y ambos disfrutamos de tal modo aquella primera y última relación, que cualquier adjetivo o promesa sobraba. Como quiera que aquello se hubiese podido llamar, era un hecho consumado…y de verdad trascendente para ambos.

Lo que destrozó aquel romance no fueron las mojigatas familias a las que pertenecíamos, ni los celos, ni las habladurías de los vecinos. No hubo la menor oportunidad de que esas situaciones se presentasen. Fue algo superior: una fuerza inconmensurable que cambió la vida de millones de personas en Europa en cuestión de semanas. Unos días después del romance en el pajar entre nosotros, la Peste Negra se presentó en Puertollano. Todo lo demás careció de importancia.

La familia Sayavedra sí creyó en los rumores, y escapó a tiempo hacia los establos al sur de la aldea. Gracias a eso, toda la familia sobrevivió. Morí sin saber que ellos estaban a salvo de la peste.


LA PESTE NEGRA

En la primavera del año de 1346 del Señor, en Puertollano vivían unas cincuenta familias, un total de trescientos habitantes. Sobrevivieron a la peste unas veinte personas, entre ellas Ludovica, gracias a que su padre sí creyó en los fatales rumores.

Ella supo, después de un par de semanas de indagaciones, que todos los cadáveres de la familia del Molinar habían sido incinerados y arrojados en la fosa común decretada por las autoridades.

¡Excelente introducción!