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chclaudio
24-ene.-2012, 08:15
Me llamo Matías. Mi esposa se llama Lara, y tenemos tres hijas.
Trillizas.
Son la sensación del barrio. Hermosísimas, lo dicen todos, no sólo yo, que soy el padre. Son muy parecidas, en todo, salvo en el color del pelo y de los ojos.

Nunca tuve un apodo. Pero el almacenero, que está enamorado de mis nenas y les regala huevitos Kinder un día sí y el otro también, las bautizó: "Los ángeles de Charlie". Y yo, que soy petiso y gordito... pasé a ser Charlie.

Mis padres ya murieron, sin que alcance a preguntarles las preguntas más importantes. Dicen mis vecinos que éramos una familia muy numerosa, pero... perdimos el contacto. Son esas cosas que pasan en las mejores familias.

Así es que me ha costado bastante encontrar a Zulma, al parecer, la única tía abuela que me queda. Pero al fin lo logré. Ahora estoy sentado frente a ella, y ésta es la historia que me contó.

"Sara nació en un país lejano. Un país de estepas enormes e inviernos como aquí jamás hemos visto. Mi madre, Sara, vino a este país con la promesa de un esposo y un trabajo. El novio no apareció por ningún lado, y no le costó mucho darse cuenta qué trabajo era el que le ofrecían.
Pero Sara había sobrevivido no pocas incursiones de cosacos, no iba a ser ella la que fuera retenida por las paredes de un piringundín de Pichincha. Más pronto que tarde se escapó. Sin idioma y sin dinero, sobrevivió. Sabía que su cabello amarillo, casi blanco, sería como un cartel señalando su ubicación a los que la perseguían.

Por eso usó toda su vida un pañuelo blanco en la cabeza. Para ella se convirtió en una tradición tan fuerte como las velas de los viernes a la noche.

Tuvo suerte, reconstruyó su vida con un obrero que le dio poco pan, muchos hijos y más felicidad. Después del segundo varón, Sara concebió a Cristina. Sara tenía, aunque no quisiera reconocerlo, debilidad por sus hijas. Yo lo sé.

Cristina tenía cabello y ojos negros como el padre. Desde muy chica fue hermosísima. Cuando Cristina tenía nueve años, y después de otros dos varones, nací yo, que fui la última. Así como me vé hoy, en ese entonces tenía cabello colorado como el fuego, y ojos verdes. Ya desde chica mi mamá se reía, porque los tenía a todos mis hermanos mayores a raya. Todo el que se ha enfrentado a mí... no le ha alcanzado su vida para terminar de lamentarlo.

Cuando Cristina tenía 16, se apareció con un agente, o algo así. Le vino a proponer a mamá que trabajara posando para las revistas.

Mi mamá me contó, años más tarde, que fue ver a ese agente y recordar cosacos, caballos y fuego. Lo sacó de casa a patadas.

Después de un año, Cristina se escapó. Al cosaco se lo sacó de encima bien pronto, tuvo éxito en todo el país y hasta en el extranjero. Vivía en un departamento hermosísimo en la costanera, que yo visité un par de veces. A casa jamás volvió."

Zulma no podía entender la mansedumbre de la generación de sus padres ante los atropellos de la patronal. Cuando se fue del nido, su pelo rojo fue una bandera al frente de las luchas sindicales. Entre combate y combate, a veces encontraba un momento para visitar la vieja casita de Sara.

A Zulma, que no creía en nada, Sara todos los años le repetía:
"El Señor es un juez celoso y estricto, pero justo. Y además misericordioso. Después del Juicio y el Perdón, nos envía tres señales para que sepamos que regresa la primavera, la renovación del contrato de la vida: los árboles en flor, el sol que calienta y no quema, y las bandadas de golondrinas".

Ahora estamos frente a la vieja casa de la familia. Alberdi ya no es una ciudad separada, es un barrio más de esta Rosario grande y mía.

Zulma saca la vieja llave oxidada y entramos. Saltamos por arriba del polvo y las telarañas, de un estante alto sacamos una caja que alguna vez habrá sido blanca. Hay álbumes de fotos.

Zulma busca y encuentra. Una foto de tres mujeres. Sara con mirada tranquila y gruesos anteojos, abrazando a la adolescente más hermosa que he visto en mi vida, con pelo negro y mirada distante. Sentada sobre las dos, una niña de pelo rojo, mira a la cámara desafiante.

"Lo miro a Matías y salimos. Afuera están las trillizas peleándose, así que me agacho y le doy a cada una un caramelo. Ayer llovió mucho, y han quedado muchos charcos todavía.

Me enderezo despacio y miro el cielo. Pasan las golondrinas. El sol, calienta y no quema. Pero los árboles siguen desnudos.

Me preocupa un poco. Habremos sido perdonados? Mamá, me falta una señal!

Me palpo la foto en el bolsillo, y por fin me doy cuenta.

Hoy no me duelen los huesos."

Claudio Avi Chami

Biby
24-ene.-2012, 16:11
Bienvenido, interesante relato, tienes amenidad y narrativa, es un gusto leerte, esperamos mas aportaciones. Gracias por compartir.


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chclaudio
24-ene.-2012, 21:33
Muchas gracias, Biby.

En unos instantes agrego otro cuento mío.

chclaudio
25-ene.-2012, 23:25
La delegada danesa me alargó la mano, esbozando una sonrisa luminosa.

Pero, aunque ella probablemente no lo sabía, yo captaba perfectamente el asco que le generaba. Así es que tuve que esforzarme mucho para tenderle mi mano, dibujando también una sonrisa igual de luminosa y de vacía.

Soy consciente de mi presencia. Bajo, obeso, decididamente feo… y con acné. Pero aún así, no me puedo acostumbrar ni puedo aceptar el tremendo asco que eso le genera a tanta gente.
Ni mi familia puede entender cómo, con ese aspecto, fui aceptado en el cuerpo diplomático.

Hace ya de ello… cuánto? Más de tres años!

Iba caminando por la calle, ensimismado en mis pensamientos. Por eso, y sobretodo estando la calle tan desierta, me tomó de sorpresa el golpe en el hombro… Me di vuelta indignado, dispuesto a regalarle al insolente un dolor de cabeza que le duraría por lo menos una semana.
Me dí vuelta para enfocarlo, y allí recibí el puñetazo en el estómago, que me sorprendió más aún… y ya no vi más nada.

Cuando me desperté, estaba en una habitación completamente opaca a mis pensamientos. Nunca había visto o sentido nada igual. Detrás de una pequeña ventana de vidrio había tres personas, dos hombres y una mujer.
Telépatas, como yo. Ninguno de ellos tenía ni siquiera la mitad de mi fuerza telepática, pero entre los tres, me dominaban con facilidad.

Además, yo estaba cansado y hambriento.

La puerta se abrió, y la cabeza casi me estalla. Vi una silueta recortada contra la fuerte luz. Esa sería la primera y la última vez que me encontraría frente a frente con mi comandante.
Llevaba puesto un sombrero, tan opaco a mis pensamientos, como las paredes de la habitación.

Me explicó brevemente que desde ese momento yo pasaba a ser agente del gobierno. Es un cargo absolutamente voluntario. La alternativa, como me dieron a entender sin lugar a dudas, era ser “voluntario” en los laboratorios de la DARPA, donde probablemente me tendrían atado a una cama por el resto de mis días.

Así que me alisté como voluntario, y no me puedo quejar. Me pagan muy bien, y viajo por todo el mundo acompañando al cuerpo diplomático.
Oficialmente, por supuesto, SOY PARTE del cuerpo diplomático.

No sé cuántos telépatas hay en el mundo. Creo que muy, pero muy pocos.

Mientras la delegada danesa me daba la mano con todas las intenciones de quitarla cuanto antes, yo pensaba disgustado…
Qué basura de mujer!
Y en el momento me quedé como congelado.

Lo habría dicho en voz alta sin darme cuenta?
No, no puede ser, la delegada seguía sonriendo mecánicamente, claro que ya se las había arreglado para retirar la mano.

Me dí vuelta y me di cuenta que alguien más había pensado lo mismo que yo. La vi, e increiblemente, me sonrió.

No tenía la figura de “super modelo” de la delegada, pero era con mucho la mujer más hermosa que jamás me haya sonreído. Pero no era telépata, eso podía asegurarlo.

Comenzamos a charlar y descubrimos muchísimos puntos en común.
Liberada por la bebida, me miró y me dijo:

- No creo que Ud. se haya dado cuenta, pero la delegada danesa es una mujer despreciable.
- En serio me lo dice?
- Sí, me imagino que siendo Ud. hombre no podrá ver más allá de la estupenda figura que tiene, pero… esa mujer desprecia a todos… y a todas.
- Y eso cómo lo sabe? Yo la encontré muy simpática… Acaso le leyó Ud. los pensamientos?
- Si quiere puede tutearme. Y no, obviamente que no le leí los pensamientos… no creo en esas idioteces. Pero si sé leer el lenguaje del cuerpo.
Esa mujer te tendió una mano toda fláccida, y estaba ansiosa por retirarla lo antes posible. Le faltó poco para limpiársela una vez que la retiró…
- Ummm, me parece que estás exagerando. Para demostrártelo, te invito a cenar.
- Por qué no? Esta recepción no tiene nada que ofrecerme.

Existe el amor a primera vista? En mi caso, es difícil de creer. Pero la admiración, el calor humano que sentía en ella eran… increíbles.
Por lo menos de mi parte, ya estaba completa y absolutamente enamorado.

Así fue que me sentí tocar el cielo cuando Cynthia vino conmigo al hotel. Me debo haber dormido por lo menos a las tres de la mañana.

A las cuatro, Cynthia se despertó, me acarició el pelo, me dio un beso en la frente, y todavía sonriendo se fue al baño.

Allí, donde yo no podía ya verla ni sentirla, Cynthia se relajó y se concentró. Se despojó de su piel humana y en su forma e identidad de Montannn, estableció contacto con el almirante del sector arturiano:

- Tiroeee, la misión está encaminada según lo planeado.
- Montannn, el telépata está contigo?
- Sí Tiroeee, lo tengo completamente dominado. Estos humanos libidinosos, son tan repulsivos!
- Un poco de paciencia, Montannn, estoy autorizado a revelarte que con este nuevo recluta, la segunda fase comenzará en muy poco tiempo. Limpiaremos al Universo de la plaga humana!

Montannn entreabrió la puerta del baño y mientras miraba al humano durmiendo plácidamente en la cama, no pudo menos que pensar:

- Pobre Tierra!

Y cortó el contacto, sonriendo.

Claudio Avi Chami

chclaudio
27-ene.-2012, 15:48
Despedida

Ha llegado por fin la noche de la Retirada, y el mundo entero está de fiesta.

El Ascensor Espacial, cuya columna central ya llega a cuatrocientos kilómetros de altura, está iluminado en toda su longitud con todos los tonos del arco iris, en una danza que nunca se repite, una sinfonía de color.

Sobre los cielos de la Tierra reaparecieron, nuevamente como por arte de magia, las setecientas naves de la flota Xhang. Hace doscientos años, cuando aparecieron por primera vez, nadie supo de dónde vinieron.
Hoy, quedando pocas horas para su partida, y a pesar de los esfuerzos de las mentes más brillantes de la Tierra, nadie sabe adónde irán.

Hace doscientos años…

Primero fue el atentado en Washington, luego, el bombardeo atómico a Teherán, y a partir de allí, en rápida sucesión, Tel Aviv, El Cairo, Damasco, Trípoli…
La locura se desencadenó, y las superpotencias activaron sus juguetes más peligrosos. Decenas de misiles balísticos salieron disparados de USA, Rusia, Ucrania, India, Pakistán. La humanidad toda estaba congregada frente a los receptores de TV, mirando como congelada las imágenes repetidas de lanzamientos múltiples, mensajes de Muerte del hombre al hombre.

Pero los misiles nunca llegaron a destino. Los pocos que estaban en las calles de las mayores capitales del mundo pudieron ver las naves Xhang materializándose de la nada. En un momento no estaban allí, y en el instante siguiente, a escasa altura, naves de kilómetros de longitud, más negras que la noche más negra.

Los Xhang tomaron las riendas del destino de la humanidad como si fuera lo más natural del mundo. En todas las pantallas del mundo desaparecieron las imágenes de cohetes, y su lugar la ocupó el hoy ya conocido por todos, Círculo de Xhang.

Con una voz cálida y natural, pero plena de autoridad, el Emisario Xhang comenzó a relatar a una Humanidad anonadada, su propuesta para el Plan de Desarrollo de Doscientos años.

La primera generación de seres humanos, aquellos cuya pesadilla de Holocausto nuclear fue reemplazada por el Plan, siguió las órdenes sin titubear.
Pero los años pasaron, generaciones nuevas aparecieron en su lugar, con muchas preguntas para hacer y poca paciencia para seguir un Plan que no habían diseñado.

Los Xhang tampoco ayudaban. Nunca se mostraron en público, jamás explicaron sus motivos, ni de dónde venían.
Su Consejo superior solía aprobar casi toda petición de presupuesto, pero aquellas que eran rechazadas lo eran en forma terminante y sin explicaciones.

Por eso, cuando el plazo de Doscientos Años llegaba a su término, y los Xhang reafirmaron su intención de retirarse una vez terminado el Plan, la mayor parte de la Humanidad recibió la noticia con beneplácito.



Y ahora miro los colores del Ascensor, y los mensajes de amor y paz dibujados sobre la Luna, y yo también levanto mi copa y me río de felicidad.
Son las doce de la noche, hora de Greenwich. No me di cuenta cuándo paso. La nave que estaba allí, ya no está.

Un escalofrío me corre por la espalda. No quise dejar que la pregunta salga a la luz, pero la pregunta es más fuerte que yo.
Bajo mi vaso, borro mi sonrisa, y la dejo subir a mis labios:

Qué va a pasar mañana?

Claudio Avi Chami

chclaudio
28-ene.-2012, 05:23
Tres noches seguidas soñé que por fin me traían los Reyes la bicicleta tantas veces suplicada.

Hoy decidí aferrarme a ella con todas mis fuerzas, traerla del sueño a mi cuarto.

Me desperté extenuado, con todos los músculos tiesos... y con la bicicleta dorada entre mis manos.
Pero, dónde está ahora mi cuarto?

Claudio Avi Chami

chclaudio
29-ene.-2012, 00:03
Marcela es la mina más hermosa del club. Es linda de cara, y tiene un cuerpo que rompe el asfalto. Como si eso fuera poco, es inteligente y simpática.
Pero para mí, es casi como una hermana. Prácticamente nos criamos juntos, nuestras madres son compinches desde siempre, y así recorrimos juntos el camino desde los baberos y chupetes hasta el día de hoy, en que todos los muchachos se ponen baberos cuando ella pasa cerca.

Debe ser uno de los pocos casos de amistad real entre un hombre y una mujer. Más increíble aún, tomando en cuenta los datos de la mujer en cuestión.
En el club, no me lo cree nadie. Ya renuncié a decir que no pasa nada entre nosotros, porque invariablemente recibo codazos compinches y más pedidos para que cuente detalles...

La guacha de Marcela lo sabe y constantemente echa leña a la máquina de rumores. Me acaricia el pelito delante de todos, o me espera cuando ya todos se van de algún baile, y con la postura más provocativa me pregunta, "me llevás a casaaaa?"

Lo bueno de todo esto es que ya me enganché unas cuantas de las minas más reventadas del club, no tanto por mí, sino porque las excita sobremanera pensar que le están metiendo los cuernos a Marcelita.

Todo cambió cuando apareció Enriqueta. Feúcha no sólo en el nombre, tímida, apocada. Marcela al principio la agarró para la joda, pero rápidamente, por esos caminos misteriosos que tiene el Señor, se hicieron grandes amigas.
Muchas veces salimos juntos los tres, y yo empecé a valorar la sencillez, la inteligencia, la bondad infinita de Enriqueta. Me enamoré, como un tarado, de la feúcha.

Y mientras las reventadas hacían cola en la puerta de mi casa, y yo no les daba bola, Enriqueta no me pasaba ni cinco de bola a mí.
Obviamente se lo comenté a Marcela, y un día ella consiguió lo imposible, que salgamos a comer solos Enriqueta y yo.

Era mi oportunidad, y no pensaba desperdiciarla. Debe haber sido la cena romántica más perfecta de la historia. Un poco con la complicidad de Marcela, y otro mucho sin que se dé cuenta, construí una historia tal que hiciera de mí, el alma gemela de Enriqueta.

Así fue que coincidimos los dos en que amamos los perros y odiamos los gatos.
Los dos teníamos un amigo que murió una muerte trágica en nuestra más tierna infancia.
Padres separados.
Los dos hinchas fanáticos de Queen, desde la época en que nadie todavía los conocía (bueno, ésta no me la tuve que inventar, era la pura verdad).
Y así.
Fuera de nuestras coincidencias, el tema de conversación principal recurrente fue por supuesto, Marcela, nuestra amiga en común.

Enriqueta había tomado un poquito. Eso ayudó a que se suelte más.
- Sabés, esta cena que tuvimos juntos, todas las coincidencias entre nosotros... me sirvió para ordenar mis pensamientos... y mis sentimientos. Lo que pasa es que no me animo, yo soy así, feíta... quién se va a fijar en mí?
No me dejó que la contradiga.
- No, esperá José, dejame hablar. Lo tengo que decir hoy, animarme, es hoy o nunca...

Me miró a los ojos y se sonrojó. No se animaba.
Yo estaba agarrado de la mesa como si fuera un náufrago aferrando su tabla de salvación, los nudillos blancos, a punto de ahogarme de felicidad.

Me miró, tragó saliva, y por fin me lo dijo.
- Es así, es inútil tratar de ocultarlo...
- ...
- ...
- ... estoy perdidamente enamorada de Marcela.

Claudio Avi Chami

chclaudio
31-ene.-2012, 22:26
En una galaxia muy lejana, de cuyo nombre no puedo acordarme, había un Imperio estelar majestuoso, progresista y feliz.

Bajo el gobierno de Amnohtep I y su hijo Amnohtep II el Imperio alcanzó su máximo esplendor.
Setecientos setenta y siete sistemas estelares progresaban bajo el liderazgo inspirado de Amnohtep II.

En el año 1537 de la Era Imperial, Amnohtep II murió en un desgraciado accidente, a la temprana edad de doscientos cuarenta y dos años.
Por una serie de circunstancias inexplicables, la sucesión salteó rápidamente a sus tres hijos y dos hijas, y se depositó en su sobrino, quien fue coronado a la edad de setenta años como Amnohtep III, bajo la mirada aprobadora de su mentor, quien pasaría a la historia como El Consejero.

Nadie sabe a ciencia cierta dónde nació ni dónde se crió, ni siquiera el nombre o el sexo del Consejero. Los pocos que sabían, o afirmaban saberlo, desaparecían rápidamente de la escena pública. Muy pronto, aún aquellos que sabían algo, aprendieron a mantener sus bocas cerradas.



La Federación de Fourthan, con solo diez sistemas estelares, era la única entidad independiente del Imperio en esta parte de la Galaxia.
Los ciudadanos de Fourthan eran sumamente celosos de su independencia. Aunque solían enviar consejeros científicos al Imperio, los intercambios comerciales eran mínimos, y los turísticos, nulos.
El Consejero pensaba que ésa sería una presa fácil para un Imperio cuya cantidad de sistemas estelares había permanecido constante durante demasiados decenios.

La expedición de setenta y siete naves de guerra se internó en la Federación con la confianza de quien se apresta a un paseo militar. Nunca se supo más nada de esa flota. Desapareció sin dejar rastros, sin haber enviado ni siquiera un mensaje.
El Embajador de la Federación, llamado con urgencia al Palacio, negó saber nada sobre el paradero de la Flota. La indignación del Emperador creció aún más cuando en tono educado, que el Consejero calificó como soberbio, el Embajador le preguntó cuál era el objetivo de una flota de guerra en territorios de la Federación.
Sin casi darse cuenta cómo pasó, el Embajador se encontró fuera de Palacio, escoltado al espaciopuerto, y expulsado del Imperio.

Fueron siete años febriles. Siete años de preparaciones con un sólo objetivo. Cada una de los 777 sistemas estelares debía contribuir con 777 naves de combate. Cada nave de combate, debía proveerse con una tripulación de 777 soldados, entre los más selectos del Imperio.
Al término de 7 años, el Consejero y el Almirante pudieron entregar el más espléndido regalo al Emperador. Para su cumpleaños número 77 le anunciaron que la Flota estaba lista.

El esfuerzo de guerra había aniquilado al Imperio. Los cobradores de impuestos ya no encontraban de dónde recaudar más fondos, y las obras de construcción habían requerido la conscripción forzosa de miles de millones de ciudadanos.

En el mediodía del día de su cumpleaños, el Emperador se dirigió al Gran Oráculo. Iba caminando con paso firme, coronado con la resplandeciente Aurola Imperial, escoltado por el Consejero y el Almirante, todos vestidos en ropajes magníficos de oro y plata, rebozantes de condecoraciones de batallas reales y ficticias.
A cada lado de la interminable alfombra que comunicaba el Palacio con el Templo, dos hileras de jóvenes vivaban al trío, arrojándoles flores al pasar, con grandes gesticulaciones, con la mirada vacía, con la sonrisa mecánica y congelada.

Seis de las siete puertas del Templo del Oráculo estaban abiertas de par en par. Todo el Templo era brillo y luz. No podía encontrarse ningún rincón que no estuviera limpio y reluciente.
En la bóveda del Templo, setecientos setenta y siete diamantes, los más grandes que se pudieran imaginar, brillaban con una luz rara, interna, siempre cambiante.

El Emperador se dirigió al Gran Sacerdote y pidió ver en el Oráculo el destino de la batalla. El Gran Sacerdote le señaló las pantallas con un amplio movimiento del brazo.

El Consejero no vio nada. Tampoco el Almirante, ni el Emperador.
El Consejero se irritó, lo molestaban las pérdidas de tiempo. El Emperador se revolvió incómodo, y preguntó, no sin temor, el por qué de la ausencia de imágenes.

El Gran Sacerdote lo miró, y comenzó a hablar:

- Grandes fueron tu tío y su padre, construyeron un Imperio como nunca se registró en la historia. Sembraron igualdad, y recogieron alegría. Sembraron seguridad, y recogieron la fidelidad de sus súbditos. Tú, en cambio, sembraste opresión, sembraste odio. Y llega el momento de la cosecha. Tu no recogerás Nada.

El Emperador se quedó mudo. No fue de su garganta que salió aquel grito terrible. Había querido llamar a los guardias para callar al insolente, pero el grito lo inmovilizó.
Caído a su lado, con el cuerpo contracturado, una mano agarrada a la garganta y el rostro distorsionado, el Consejero no se movía. Se arrojó al piso y en vano lo sacudió. No ocurrió nada. Todo en el Consejero era la imagen de la muerte. Pero lo peor eran sus ojos. Sus ojos llenos de Nada.

Levantó la vista justo a tiempo para ver la espalda del Sacerdote desapareciendo por la séptima puerta. La puerta de madera, que había permanecido cerrada desde tiempo inmemorial. Y ahora, al cerrarse la séptima puerta, la Pluma del Fénix, el Protector Imperial, se había descolgado de la puerta y caía en lentos vaivenes hacia el piso.
A cada vaivén, otro diamante de la bóveda se apagaba. El Emperador empezó a correr y tropezar, correr y tropezar, mientras uno por uno se apagaban los diamantes.

El Templo se quedó a oscuras. El Emperador se desplomó a tres pasos de la Pluma. Sus ojos no veían nada.

Afuera, comenzaron los festejos.

Claudio Avi Chami

chclaudio
04-feb.-2012, 05:45
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Todos los jueves me ponen en la casilla de correo dos diarios locales.

Hay uno más, pero no siempre aparece. Es el más modestito de los tres, en realidad es un pasquín.
Se llama "3 plus", no tengo ni idea por qué. Supongo que porque supera las tres hojas. Pero no por mucho.

Pasquín y todo, yo le tengo cariño. A través de ese diario encontramos nuestro departamento, donde crecieron los chicos. Pero eso ya es otra historia.

Hoy a la mañana me lo llevé para tener algo para leer a las escapadas, en los semáforos o en los embotellamientos. En la sección de avisos, entre astrólogos, Tarot, brujas que te leen el futuro en la borra del café, y otros personajes de ese estilo, me llamó la atención un avisito que simplemente decía:

"Contesto su pregunta". Y un número de teléfono celular.

No sé por qué, pero llamé. Tomé turno y aquí estoy ahora, en un edificio viejo pero limpio, lleno de oficinas con puertas de vidrio mate, despachos de abogados y agentes de seguros.

La oficina de Gaby es como todas, no hay luces esotéricas ni posters alusivos. Podría ser una inmobiliaria.

Gaby me tiende la mano, y se me van las sospechas. Es una mano firme y seca, pero que no parece la de un tipo sentado detrás de un escritorio. Más bien, de un carpintero. Incluyendo un par de dedos mochos. Eso sí, no me gustó que me llamara por mi nombre, antes que se lo diga. Seguro que lo averiguó a través de mi número de celular. Es un truco barato que a mí no me convenció.

Le pregunto por la tarifa, y me señala a las alcancías, en un estante al costado. Abro la billetera pero no tengo muchas monedas.
Con una sonrisa Gaby me dice: "Hay que tener siempre monedas preparadas, tzedaka tatzil mimavet*" (*en hebreo = la beneficencia nos salva de la muerte). Me lo dijo en un tono amable, pero yo me sentí en falta como un pibe que lo pescaron in fraganti, casi sentí que se me abría el piso debajo de la silla.

Pero fue sólo un momento. Gaby me dijo, muy despacio, que no me asustara. Me explicó que tenía un poder que le permite visualizar los lazos sentimentales entre las personas. Yo busqué por toda la oficina si había alguna cámara oculta. Si había, no la encontré. Tomé un sorbo de agua.

Sin decir nada, Gaby me agarró las manos. Y enseguida lo ví. Un lazo, un cordón, que salía de él y lo enlazaba con su esposa, a sólo dos cuadras del local. Y después vi otro lazo, y otro más. Un hijo, un amigo, la madre.

No me gustó nada. Me habrá drogado? Miré el vaso de vuelta, pero parecía agua común. El gusto tampoco era raro.

Para calmarme le pregunté si era argentino. Gabriel no es un nombre que se use mucho en Israel en estos días. No me contestó. Solamente hizo un gesto, y pareció como si pasáramos por el techo. Otra oficina, otra más, una azotea mugrienta...

Miré alrededor y los ví. Cada persona era un círculo de luz, cada uno con sus lazos. Algunos tenían muy pocos. Otros, tantos que parecían el centro de un ovillo. Entre los círculos se movía la luz. Algunos daban, otros recibían. La mayoría de los enlaces tenían flujo en los dos sentidos.

Nos seguimos elevando, y vi los lazos a cientos, a miles, a millones. Podía ver todos y cada uno de ellos.
Algunos eran limpias cintas de plata que cruzaban medio mundo. Algunos, a pesar de ser muy cortos, apenas si se veían.

De plata, dije? Sí!. De plata, y de todos los colores. Blanco, de un blanco más blanco que la nieve recién caída. Había verdes hermosos como plantas verdes, y verdes asquerosos como mocos. Había algunos muy cortitos de un rojo muy fuerte. Un rojo cada vez más intenso, hasta llegar a una explosión de colores.
Me dio vergüenza mirarlos, pero la sonrisa de Gaby me tranquilizó.

Vi también un grupo, cerrado como una red de pescador. En el centro, un círculo amarillo. Y alrededor, seis hijos, diecisiete nietos y hasta un bisnieto. El círculo en el centro les daba luz a todos en la red, pero nunca se vaciaba.
Gaby me miró y me preguntó: "Te hubiera gustado tener una abuela así, no?". Otra vez sentí que me agarraban in fraganti. Pero Gaby nunca se enojaba. Simplemente me dijo: "Quizá tu abuela también quería, pero no pudo, o no la dejaron?"

No le pude contestar. Porque en ese momento vi que había también círculos negros. Algunos terribles, negros insidiosos conectados a uno o más círculos blancos, chupándoles su luz sin parar. Mientras nos elevábamos, vi que había algunos que con su oscuridad, atacaban regiones enteras del planeta.
Eran el centro de inmundas amebas grisáceas. Y donde las amebas tocaban, el blanco se hacía gris y los lazos se cortaban.

Pero eran pocos, y aún debajo de las amebas, los lazos blancos se multiplicaban. A esta altura, era un espectáculo indescriptible. Lazos que nacían, que crecían, que morían. De repente los círculos negros perdieron toda importancia.
Los lazos se movían como un ser vivo más. Y por un momento pude ver que escribían todos los secretos del universo en todos los idiomas conocidos.

Pero era hora de volver. Mi teléfono celular estaba sonando, y del otro lado, mi esposa me preguntaba sí me había olvidado de que hoy los chicos duermen afuera y tenemos la casa para nosotros solos.
Le mentí. Por supuesto que no me olvidé, le dije. Y te compré un regalito. Me di vuelta, y en un solo movimiento agarré uno de los ramos de rosas que había en el estante a mis espaldas, y que hasta ese momento no había visto. Casi podría asegurar que no estaban cuando entré.
A pesar de las protestas de Gaby, le dejé un billete de cien shekel y metí otro a la fuerza en la alcancía.

Me miré el pecho y vi que aunque estaba a más de veinte cuadras de mi casa, el lazo con mi esposa era de un color rojo profundo.
"Voy volando", le dije.
Y corté.

Claudio Avi Chami