Lucian
26-jul.-2011, 11:51
Mi país, situado de forma estratégica en una región cálida, es el
sinónimo de la paz. Lo cubre un follaje intenso y todo lo que ocurre
en el, ocurre entre los aromas de sus frutos y los destellos de las
aguas claras que lo rodean. Es uno de esos lugares tibios a los que
sueña ir alguien cansado del trajín constante de una ciudad gris,
llena de humo y caos.
Muchos dicen que aquí sus enfermedades pasan, su ánimo cambia,
sienten renacer su alma y por eso durante casi seis meses, cada
temporada, llueven visitantes de todas partes del mundo.
En ningún otro lugar el panorama es tan claro como aquí.
Aquí es menester, luego de un almuerzo digno de un rey, recostarse
con la vista hacia el mar puesto encantadoramente entre cortinas
que se baten suavemente y esparcen el humo del tabaco y el olor
de la madera por todas partes. Y contemplar el paso de las horas
y los días por los puertos.
Uno deja ir tranquilamente el corazón en las aletas de los peces y
lo recupera en las redes de los pescadores. Lo vuelve a soltar en
entre las hojas de las palmeras y lo recupera una vez más entre las
manos de las lavanderas.
Escuché decir una vez a un viaje que, aquí, entre flores, aceites y
licor, aprendió a amar. Había prometido volver pronto para quedarse
definitivamente. Muchos lo hicieron. El amigo más cercano que
tengo me dijo una vez que mientras contemplaba un cielo nocturno
en la playa, había descubierto el secreto de la libertad. Desde entonces
que nunca hizo siquiera un ademán por volver a su tierra natal.
Los entiendo y cada una de esas palabras me dan la certeza de que
esta tierra es la hija amada de nuestro Dios.
Cuentan los viejos sabios que en el comienzo de los tiempos, el hombre,
en su naturaleza malvada, entró en conflicto con las criaturas salvajes
e iba exterminandolas con el fin de adueñarse de las regiones que nuestro
Dios había apartado para ellas y esto le causó gran enojo y mucha
tristeza. Entonces, él creó unas aves y les encomnendó una tarea: Poner
debajo de sus alas una porción de aquella tierra paradisíaca y llevarla
muy lejos, lejos del instinto perverso de aquellos hombres.Entonces
cruzaron los mares dando zancadas tan grandes que tardaban días
enteros en ir desde el punto de partida hasta el de llegada.
Para que las porciones de la tierra no se perdieran, nuestro Dios les ató
las alas con con lazos enormes hechos de sus propios cabellos.
Cuando las aves estuvieron lo suficientemente lejos de aquellos hombres,
nuestro Dios cortó el lazo y las alas de las aves se abrieron y dejaron caer
al agua todas las partes de aquella que habían llevado y flotaron hasta
quedar fijas y han permanecido así hasta hoy. Así fue como apareció nuestro
país. Pero no es todo; dicen que en el momento en que aquellas aves abrieron
las alas, se extendieron tanto que llegaron a todos los extremos de la tierra
y eran tan azules que nuestro Dios decidió que serían el cielo.
Se le dio una oportunidad más al hombre aunque puede encontrar este lugar
solamente si sus deseos de paz y libertad son genuinos.
sinónimo de la paz. Lo cubre un follaje intenso y todo lo que ocurre
en el, ocurre entre los aromas de sus frutos y los destellos de las
aguas claras que lo rodean. Es uno de esos lugares tibios a los que
sueña ir alguien cansado del trajín constante de una ciudad gris,
llena de humo y caos.
Muchos dicen que aquí sus enfermedades pasan, su ánimo cambia,
sienten renacer su alma y por eso durante casi seis meses, cada
temporada, llueven visitantes de todas partes del mundo.
En ningún otro lugar el panorama es tan claro como aquí.
Aquí es menester, luego de un almuerzo digno de un rey, recostarse
con la vista hacia el mar puesto encantadoramente entre cortinas
que se baten suavemente y esparcen el humo del tabaco y el olor
de la madera por todas partes. Y contemplar el paso de las horas
y los días por los puertos.
Uno deja ir tranquilamente el corazón en las aletas de los peces y
lo recupera en las redes de los pescadores. Lo vuelve a soltar en
entre las hojas de las palmeras y lo recupera una vez más entre las
manos de las lavanderas.
Escuché decir una vez a un viaje que, aquí, entre flores, aceites y
licor, aprendió a amar. Había prometido volver pronto para quedarse
definitivamente. Muchos lo hicieron. El amigo más cercano que
tengo me dijo una vez que mientras contemplaba un cielo nocturno
en la playa, había descubierto el secreto de la libertad. Desde entonces
que nunca hizo siquiera un ademán por volver a su tierra natal.
Los entiendo y cada una de esas palabras me dan la certeza de que
esta tierra es la hija amada de nuestro Dios.
Cuentan los viejos sabios que en el comienzo de los tiempos, el hombre,
en su naturaleza malvada, entró en conflicto con las criaturas salvajes
e iba exterminandolas con el fin de adueñarse de las regiones que nuestro
Dios había apartado para ellas y esto le causó gran enojo y mucha
tristeza. Entonces, él creó unas aves y les encomnendó una tarea: Poner
debajo de sus alas una porción de aquella tierra paradisíaca y llevarla
muy lejos, lejos del instinto perverso de aquellos hombres.Entonces
cruzaron los mares dando zancadas tan grandes que tardaban días
enteros en ir desde el punto de partida hasta el de llegada.
Para que las porciones de la tierra no se perdieran, nuestro Dios les ató
las alas con con lazos enormes hechos de sus propios cabellos.
Cuando las aves estuvieron lo suficientemente lejos de aquellos hombres,
nuestro Dios cortó el lazo y las alas de las aves se abrieron y dejaron caer
al agua todas las partes de aquella que habían llevado y flotaron hasta
quedar fijas y han permanecido así hasta hoy. Así fue como apareció nuestro
país. Pero no es todo; dicen que en el momento en que aquellas aves abrieron
las alas, se extendieron tanto que llegaron a todos los extremos de la tierra
y eran tan azules que nuestro Dios decidió que serían el cielo.
Se le dio una oportunidad más al hombre aunque puede encontrar este lugar
solamente si sus deseos de paz y libertad son genuinos.