Porcia
16-nov.-2007, 13:19
Como ya sabrán no tengo la habilidad para escribir... pero sí me gusta leer, aquí les comparto un pequeño cuento de un autor argentino ansiando que aquell@s forer@as que tienen dicha habilidad se animen a mostrar sus obras.
Cuento por encargo de Marcelo Damiani
El barco pirata estacionó frente a mi casa. Los marineros engancharon el ancla en el árbol del vecino y se apostaron a lo largo de la calle mirando hacia adelante con cara de desalmados. Al rato bajó el capitán y golpeó mi puerta; le abrí, él entró sin ningún tipo de preámbulos y se acomodó en el bar destrozado que me quedó de un fallido cuento de vaqueros.
"Usted es escritos, ¿no?", me interpeló en un idioma desconocido; por suerte, los dos manejábamos el mismo código literario. "Sí; así es", respondí. "Bien, dijo, necesitamos alguien con mucha imaginación". "Los críticos dicen que yo no tengo ni una pizca", señalé. "Bien, murmuró pensativo, ése es un buen signo". Hizo una pausa; se tomó un vaso de whisky que había por ahí, y me miró. "Mi tripulación y yo tenemos un problema. No encontramos una buena aventura desde hace años. Nadie nos quiere dar lugar en sus historias; dicen que ya no servimos para nada porque estamos pasados de moda... Así que decidimos tener nuestro propio escritos". Lo único que me faltaba pensé: Piratas con problemas existenciales. "Mire, le dije, los relatos de aventura no son mi especialidad". "Eso no importa, masculló, pónganos en el género que quiera". Se puso de pie bruscamente, se dirigió hacia la puerta y agregó: "Le damos una semana. Y no intente traicionarnos. Los dos escritores que lo intentaron ya no pueden escribir más". Y se fue.
Entonces, por las dudas, empecé a escribir el cuento.
Cuento por encargo de Marcelo Damiani
El barco pirata estacionó frente a mi casa. Los marineros engancharon el ancla en el árbol del vecino y se apostaron a lo largo de la calle mirando hacia adelante con cara de desalmados. Al rato bajó el capitán y golpeó mi puerta; le abrí, él entró sin ningún tipo de preámbulos y se acomodó en el bar destrozado que me quedó de un fallido cuento de vaqueros.
"Usted es escritos, ¿no?", me interpeló en un idioma desconocido; por suerte, los dos manejábamos el mismo código literario. "Sí; así es", respondí. "Bien, dijo, necesitamos alguien con mucha imaginación". "Los críticos dicen que yo no tengo ni una pizca", señalé. "Bien, murmuró pensativo, ése es un buen signo". Hizo una pausa; se tomó un vaso de whisky que había por ahí, y me miró. "Mi tripulación y yo tenemos un problema. No encontramos una buena aventura desde hace años. Nadie nos quiere dar lugar en sus historias; dicen que ya no servimos para nada porque estamos pasados de moda... Así que decidimos tener nuestro propio escritos". Lo único que me faltaba pensé: Piratas con problemas existenciales. "Mire, le dije, los relatos de aventura no son mi especialidad". "Eso no importa, masculló, pónganos en el género que quiera". Se puso de pie bruscamente, se dirigió hacia la puerta y agregó: "Le damos una semana. Y no intente traicionarnos. Los dos escritores que lo intentaron ya no pueden escribir más". Y se fue.
Entonces, por las dudas, empecé a escribir el cuento.