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eenriquee
01-dic.-2009, 10:48
A partir de la historia más reciente, las mujeres han comenzado a abrir espacios de poder, pero el viejo lastre del sistema patriarcal no ha desaparecido, y sobrevive en las huellas culturales que aún impregnan el imaginario social, los medios y las instituciones latinoamericanas.

En las civilizaciones precolombinas, el patriarcado no fue la única forma de organización. A través de sus relatos, los conquistadores y viajeros provenientes de la cultura europea daban cuenta de la existencia de comunidades matriarcales y matrilineales, como en el Cuzco y las costas del Pacífico, frente a Panamá. Muchas comunidades nativas asignaban a la mujer un espacio de poder y un rol social activo.

Pese a la organización patriarcal de la cultura maya, donde la mujer estaba prohibida de ejercer cargos religiosos, militares o administrativos, en Yucatán, por ejemplo, ellas vendían el producto de su trabajo en los mercados dado que también sobre ellas recaía la responsabilidad del pago de impuestos; allí, se organizaban bailes para mujeres solamente, se embriagaban en los banquetes y hasta llegaban a castigar al marido infiel.

El arquetipo de la mujer guerrera alude al mito de las Amazonas, una casta de mujeres que formaban un Estado gobernado por una reina, y que prescindían de hombres. Si en algunas etnias amazónicas era común que las mujeres participaran en los combates junto a sus maridos, en el incaico las mujeres consideradas varoniles tenían licencia para mantener relaciones conyugales y participar en los combates.

La conquista española modificó abruptamente los cimientos precolombinos: costumbres, tradiciones, culturas, todo fue alterado, incluyendo el régimen comunitario de la tierra y, obviamente, la situación de las mujeres. De hecho, la administración colonial reservó para ellas un lugar secundario y subordinado, debilitando las relaciones de relativa igualdad con el hombre antes existentes. Si muchas de ellas habían podido ejercer funciones de gobierno y liderazgo político en sus comunidades o ayllus, la administración española lo desconoció y alteró, dando paso a un nuevo ordenamiento que las segregaba.

Hija del pensamiento occidental, la conquista impuso sus propios criterios: el patriarcado clásico, la idea de que lo público es fundamentalmente distinto de lo privado y lo personal y, por lo tanto, la exclusión de las mujeres de la política y de los derechos de ciudadanía. Para el pensamiento occidental –concretamente para Rousseau– la mujer y lo femenino es naturaleza, pasión, deseo que amenaza el mundo racional masculino; la maternidad con sus virtudes conjura el peligro y dignifica a las mujeres al convertirlas en madres de ciudadanos. La familia y la Iglesia actuaron como instituciones garantes del mantenimiento y modernización del orden patriarcal.

Durante el siglo XIX latinoamericano, cuando se iniciaba la secularización del Estado, la Iglesia mantuvo su poder sobre la familia y la educación: fue una institución clave en la redefinición del patriarcado americano, apropiándose de los derechos reproductivos de las mujeres, a partir de mitos fundamentados en la virgen María. A través de estos, ha actuado un imaginario colectivo orientando las acciones de las mujeres en el ámbito familiar, y su status ha sido relegado a la reproducción biológica y social.

En la América postergada, son las mujeres quienes hoy sostienen económicamente la mayoría de los hogares y constituyen la figura de apego fundamental, al tiempo que suelen ser las que atienden a los hijos y adultos mayores, tanto en el ámbito privado como en el público, desde múltiples redes de solidaridad. Emergen como grupos y organizaciones sociales y muchas veces como representantes de la legalidad.

Desde su lugar, cada vez menos pasivo, la mujer parece ir abriendo puertas y silencios para ubicarse paulatinamente en el escenario de la historia continental.

Saludos