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letransfusion
23-ene.-2009, 11:26
Este es mi primer tema y también una forma de presentarme en el foro. No encuentro mejor forma de hacerlo que compartiendo el último relato que he publicado en mi blog. Saludos.

Ladrones con ética

Así, poco a poco es como se irá tejiendo este relato. Sucedió hace ya mucho, cuando todavía contaba chistes en los vagones del metro, vi a un señor cantando con micrófono, traía una radiograbadora con karaoke, de esas de los ochenta, en ella reproducía un cassette con pistas de las canciones. Fue algo que me causó mucha impresión pues además el señor cantaba muy bien. Lo seguí cuando bajó del vagón y le pedí me dejara ver su maravillosa radiograbadora. Examiné hasta el último detalle. Aquello era algo muy bueno y quise tener una para ya no tener que hablar fuerte en los vagones y entonces poder trabajar más tiempo sin cansar mucho la voz.

Días después inicié en el tianguis la búsqueda de una radiograbadora con karaoke, sí, una como la del señor que vi en el vagón. No me importaba mucho si le funcionaba el reproductor de cassette porque, para mis fines era sólo necesario el karaoke. Caminé mucho entre puestos de chácharas y juguetes usados. Un viejo tenía en el suelo su puesto, sobre un trozo de alfombra donde ofrecía toda clase de objetos que estaban bien distribuidos y clasificados; al frente habían muñecos pequeños de los cuales unos eran muy viejos; por la mitad estaban otros artículos de mayor valor como relojes, pequeñas esculturas de mármol o bronce ideales para un escritorio; y hasta atrás estaban los electrodomésticos, una lavadora, un par de televisores, algunos radios y sí, allí estaba el aparato anhelado: la radiograbadora. Estaba muy bien cuidada, le servía todo y no sólo eso sino además el viejo sacó de una bolsa un pequeño micrófono diciendo que esa radiograbadora la había comprado a su nieto para que practicara desde pequeño y llegara a ser un gran cantante como Antonio Aguilar pero, a su nieto le gustaba más hacer papalotes y echarlos a volar en el llano, en fin, ahora la estaba vendiendo pues él tampoco era bueno cantando. Me preguntó si era yo cantante y le dije que no pero, podría intentarlo y entonces conecto la radiograbadora con el micrófono, sacó un cassette con pistas de las canciones que interpretaba Pedro Infante y canté Amorcito corazón apenas a la mitad porque el viejo y sus vecinos estaban desternillados de risa. Al viejo le cayó tan bien el rato de risa que me dejo la radiograbadora por menos dinero del que pedía.

De regreso compré las pilas para la radiograbadora.

En casa estuve ensayando con el nuevo artilugio porque antes no había utilizado un micrófono. Pronto me acomodé con la radiograbadora y el micrófono y entonces me animé a llevarlos al metro. El primer día y los subsecuentes me fueron bien y lo mejor: no me cansaba tanto. Otro detalle de la radiograbadora es que tenía un par de botones con los que se podía ajustar el sonido grave y agudo. Me escuchaban en todo el vagón y bien. Con el tiempo fui aprendiendo como hablar mejor al micrófono y me fui haciendo uno con la radiograbadora. Busqué también tiendas donde pudiera comprar pilas económicas.

Al principio compraba las pilas en tiendas, farmacias o tlapalerías (sí, también allí se venden pilas) pero, una vez platicando con un amigo me recomendó que las comprara en Tepito, el más conocido y popular barrio bravo de la zona centro de la Ciudad de México. Efectivamente allí encontré las pilas a un mejor precio e incluso alcalinas que duran más. Durante mucho tiempo fui a Tepito por las pilas para mi radiograbadora.

Un día me enteré de manera muy peculiar de que en Tepito no se trabaja los martes, la razón es que ese día al parecer rinden culto a la “Santa Muerte”. No tenía conocimiento de ese detalle y fui a comprar las pilas para mi radiograbadora. Cuando llegué por el “Eje 1” me di cuenta de que todos los puestos estaban vacíos pero, pensé que calles adentro podía encontrar algún puesto abierto. Era medio día. Caminé hasta llegar a la calle de Aztecas y entré en dirección opuesta al Zócalo. Los puestos seguían vacíos y más adelante no se veía movimiento alguno de comercio pero la necesidad de comprar las pilas me impulsó a seguir caminando. Iba en medio de la calle pues las banquetas estaban ocupadas por los puestos, vacíos. Caminando también otro par de sujetos se me emparejaron y [sube a la banqueta] dijo uno de ellos [no hagas panchos] dijo el otro y ambos me tomaron de los brazos. En la banqueta [afloja la lana] saqué todas las monedas que había juntado ese día trabajando en el metro. Fui sacándolas en puños y dándoselas a uno de ellos que había hecho un gesto de desesperación al ver tanta morralla [no mames, este wey rompió el cochinito], yo seguí sacando las monedas con mucho temor. El otro mientras tanto ya me había quitado la mochila donde traía la radiograbadora y la estaba sacando [chale, ¿qué pedo con esta reliquia?], le dije que la ocupaba para trabajar [ora con este wey, ¿qué haces con esta madre?] y les expliqué como funcionaba y que trabajaba en los vagones del metro contando chistes y que por eso tría tanta morralla y la radiograbadora [no chingues cabrón, éste wey es la banda].

Me regresaron las monedas, la radiograbadora y la certeza de que aún en Tepito, el barrio más bravo de México: hay ladrones con ética.

Martín Dupá