pablo ramos
19-dic.-2008, 02:41
Anoche -buen, tarde noche, aquí comienza a oscurecer cerca de las 6 de la tarde-, caminé como hace tiempo no lo hcía. Crucé todo mi pueblo -vivo por un extrem-. crucé el siguiente -ya iba por el costado de un mar para nada planchado como sucede por estas épocas-, llegué al siguiente y me dije "que joder, ¿porque no también éste?", y allá fuí. Ya en la otra punta, el viento soplaba con ganas.
Me gusta el viento, por estas zonas donde vivo afirman que hay ocho. El gregal, Levant, Xaloc, Migjorn, Garbí, Ponent, Mestral, Tramuntana. Suaves, afilados, torpes, gruesos y ásperos como la Tramuntana, quizá mi preferido, capaz de enloquecerte si sopla contínuo y violento. Conmigo no lo logra, claro, ya vengo loco desde antes. En todo caso me trasparenta, me hce hablar solo, o mejor hablarle al viento, que por ahí frena, casis como que me escucha, y quizá lo hace, solo que no conozco su idioma. Tengo un pescador amigo que dice que el viento habla, solo hay que saber escucharlo.
Despacio, emprendí el retorno, me detendría seguro en mi lugar habitual del viento, allí donde ya casi he construído a fuerza de colillas y para disgusto de los ecologistas un gigantesco cenicero. Y me detuve.
Ayer, claro, era un día un tanto diferente, me convertía en un tipo más viejo por obra del calendario: me lo recordó mi hijo por la mañana con un beso y una botella de Jack Daniels.
Así que me senté y me deje vagar un rato por las crestas brillantes de las olas, aislado de sus golpes, sus idas y venidas, el remoto crepitar de los coches por la costanera, algún bocinazo aturdidor allí detrás.
Viajé por los posibles y los imposibles hasta que una sensación extraña, allá por el tercer cigarro, me hizo enderezarme, casi alerta.
Era el viento. Me traía su particular regalo: había aprendido tu nombre.
Me gusta el viento, por estas zonas donde vivo afirman que hay ocho. El gregal, Levant, Xaloc, Migjorn, Garbí, Ponent, Mestral, Tramuntana. Suaves, afilados, torpes, gruesos y ásperos como la Tramuntana, quizá mi preferido, capaz de enloquecerte si sopla contínuo y violento. Conmigo no lo logra, claro, ya vengo loco desde antes. En todo caso me trasparenta, me hce hablar solo, o mejor hablarle al viento, que por ahí frena, casis como que me escucha, y quizá lo hace, solo que no conozco su idioma. Tengo un pescador amigo que dice que el viento habla, solo hay que saber escucharlo.
Despacio, emprendí el retorno, me detendría seguro en mi lugar habitual del viento, allí donde ya casi he construído a fuerza de colillas y para disgusto de los ecologistas un gigantesco cenicero. Y me detuve.
Ayer, claro, era un día un tanto diferente, me convertía en un tipo más viejo por obra del calendario: me lo recordó mi hijo por la mañana con un beso y una botella de Jack Daniels.
Así que me senté y me deje vagar un rato por las crestas brillantes de las olas, aislado de sus golpes, sus idas y venidas, el remoto crepitar de los coches por la costanera, algún bocinazo aturdidor allí detrás.
Viajé por los posibles y los imposibles hasta que una sensación extraña, allá por el tercer cigarro, me hizo enderezarme, casi alerta.
Era el viento. Me traía su particular regalo: había aprendido tu nombre.