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Lucian
16-dic.-2008, 12:24
Selección de algunos poemas del libro Iluminaciones de Arthur Rimbaud

DESPUÉS DEL DILUVIO

Tan pronto como la idea del Diluvio se hubo serenado, Una liebre se detuvo entre las esparcetas y las campanillas móviles y dijo su plegaria al arco iris a través de la tela de araña.
¡Oh!, las piedras preciosas que se ocultaban, - las flores que miraban ya.
En la ancha calle sucia se alzaron los tenderetes, y arrastraron las barcas hacia el mar escalonado arriba como en los grabados.
La sangre corrió, en casa de Barba Azul, - en los mataderos, - en los circos, donde el sello de Dios palideció las ventanas. La sangre y la leche corrieron.
Los castores construyeron. Los "mazagranes" humearon en los cafetines.
En la casona de cristales, todavía chorreante, los niños de luto contemplaron las maravillosas imágenes.
Una puerta crujió, - y en la plaza de la aldea, el niño hizo girar sus brazos, comprendido por las veletas y los gallos de los campanarios de todas partes, bajo el resplandeciente aguacero.
Madame *** instaló un piano en los Alpes. La misa y las primeras comuniones se celebraron en los cien mil altares de la catedral.
Partieron las caravanas. Y el Splendide-Hôtel fue edificado en el caos de hielos y noche polar.
Desde entonces, la Luna oyó gimotear a los chacales por los desiertos de tomillo, - y a las églogas en zuecos gruñir en el huerto. Luego, en el oquedal violeta, lleno de brotes, Eucaris me dijo que era la primavera.
- Mana, estanque, - rueda, Espuma, sobre el puente, y por encima de los bosques; - paños negros y órganos, - relámpagos y trueno, - subid y rodad; - Aguas y tristeza, subid y reanimad los Diluvios.
Porque desde que se disiparon, - ¡oh las piedras preciosas enterrándose, y las flores abiertas! - ¡qué aburrimiento!, y la Reina, la Bruja que enciende su brasa en la olla de barro, nunca querrá contarnos lo que ella sabe, y que nosotros ignoramos.


INFANCIA

I

Este ídolo, ojos negros y crin amarilla, sin padres ni corte, más noble que la fábula, mexicana y flamenca; su dominio, azur y verdor insolentes, corre sobre playas nombradas, por olas sin bajeles, de nombres ferozmente griegos, eslavos, célticos.
En la linde del bosque, - las flores de ensueño tintinean, estallan, relumbran, - la muchacha de labio de naranja, con las rodillas cruzadas en el claro diluvio que surge de los prados, desnudez que ensombran, atraviesan y visten los arco iris, la flora, el mar.
Damas que dan vueltas en las terrazas vecinas al mar; infantas y gigantas, soberbias, negras en el musgo cardenillo, joyas alzadas sobre el suelo feraz de los bosquetes y de los jardincillos deshelados, - jóvenes madres y hermanas mayores de miradas llenas de peregrinaciones, sultanas, princesas de andares y atuendo tiránicos, pequeñas forasteras y personas dulcemente desdichadas.
Menudo aburrimiento la hora del "querido cuerpo" y "querido corazón".

II
Es ella, la pequeña muerta, detrás de los rosales. - La joven mamá difunta baja la escalinata. - La calesa del primo rechina en la arena. - El hermano pequeño - (¡está en las Indias!) ahí, ante el crepúsculo, sobre el prado de claveles. - Los viejos que han enterrado totalmente tiesos en la muralla de los alhelíes.
El enjambre de hojas de oro rodea la casa del general. Están en el sur. - Se sigue el sendero rojo para llegar al albergue vacío. El castillo está en venta; las persianas están desprendidas. - El cura se habrá llevado la llave de la iglesia. - Alrededor del parque, las casetas de los guardas están deshabitadas. Las empalizadas son tan altas que sólo se ven las cimas rumorosas. Además dentro no hay nada que ver.
Los prados suben hacia las aldehuelas sin gallos, sin yunques. La esclusa está levantada. ¡Oh los Calvarios y los molinos del desierto, las islas y las muelas!
Zumban flores mágicas. Los taludes le mecían. Circulaban animales de una elegancia fabulosa. Las nubes se agolpaban sobre la alta mar hecha de una eternidad de cálidas lágrimas.

III

En el bosque hay un pájaro; su canto os detiene y os hace sonrojar.
Hay un reloj que no suena.
Hay un hoyo con un nido de animales blancos.
Hay una catedral que baja y un lago que sube.
Hay un cochecito abandonado en el bosquecillo, o que desciende por el sendero corriendo, adornado con cintas.
Hay una compañía de pequeños comediantes con trajes de escena, divisados en el camino por entre la linde del bosque.
Hay en fin, cuando se tiene hambre y sed, alguien que os echa.

IV

Yo soy el santo, orando en la terraza, - como los animales pacíficos pacen hasta el mar de Palestina.
Yo soy el sabio en el sillón umbrío. Las ramas y la lluvia se arrojan contra el ventanal de la biblioteca.
Yo soy el peatón del camino real entre los bosques enanos; el murmullo de las esclusas cubre mis pasos. Veo largo rato la melancólica lejía dorada del poniente.
Con gusto sería el niño abandonado en la escollera que partió hacia alta mar, el pajecillo que sigue la alameda cuya frente toca el cielo.
Los senderos son ásperos. Los montículos se cubren de retamas. El aire está inmóvil. ¡Qué lejos están los pájaros y las fuentes! Esto sólo puede ser el fin del mundo, que avanza.

V

Que me alquilen por fin esa tumba, blanqueada a la cal con las líneas del cemento en relieve - muy lejos bajo tierra.
Me acodo en la mesa, la lámpara ilumina vivamente estos periódicos que, idiota de mí, releo, estos libros sin interés.
A una distancia enorme por encima de mi salón subterráneo, las casas se implantan, las brumas se reúnen. El barro es rojo o negro. ¡Ciudad monstruosa, noche sin fin!
No tan alto, están las cloacas. A los lados, nada más que el espesor del globo. Acaso los abismos de azur, pozos de fuego. Acaso sea en esos planos donde se encuentran lunas y cometas, mares y fábulas.
En las horas de amargura imagino bolas de zafiro, de metal. Soy dueño del silencio. ¿Por qué una apariencia de tragaluz palidecería en el rincón de la bóveda?

ATARDECER HISTÓRICO

En cualquier atardecer, por ejemplo, en que el turista ingenuo se encuentre, retirado de nuestros horrores económicos, la mano de un maestro anima el clavecín de los prados; juegan a las cartas en el fondo del estanque, espejo evocador de las reinas y de las favoritas, tenemos las santas, los velos, y los hilos de armonía, y los cromatismos legendarios, sobre el poniente.
Se estremece al paso de las cacerías y las hordas. La comedia gotea sobre los tablados de césped. ¡Y la turbación de los pobres y los débiles sobre. estos estúpidos planos!
En su visión esclava, - Alemania se escalona hacia las lunas; los desiertos tártaros se iluminan - las antiguas revueltas bullen en el centro del Celeste Imperio, por las escalinatas y los sillones de reyes - un pequeño mundo descolorido y chato, África y Occidentes, va a edificarse. Luego un ballet de mares y de noches conocidas, una química sin valor, y melodías imposibles.
¡La misma magia burguesa en todos los puntos donde nos depositará la posta! El físico más elemental sabe que ya no es posible someterse a esta atmósfera personal, bruma de remordimientos físicos, cuya comprobación misma es ya un dolor.
¡No! - El momento de la estufa, de los mares encrespados, de los incendios subterráneos, del planeta arrebatado, y de los consiguientes exterminios, certezas señaladas con muy poca malicia en la Biblia y por las Nornas y que a todo ser sensato le será dado vigilar. - Sin embargo ¡no será en absoluto un efecto de leyenda!


BOTTOM

Aun siendo la realidad demasiado espinosa para mi gran carácter, - me encontré sin embargo en casa de mi Dama, como gran pájaro gris azul alzando el vuelo hacia las molduras del techo y arrastrando el ala en las sombras de la noche.
Fui, al pie del baldaquino que soporta sus joyas adoradas y sus obras maestras físicas, un enorme oso de encías violetas y pelaje encanecido por la pena, con los ojos en los cristales y las platas de las consolas.
Todo se volvió sombra y acuario ardiente. Por la mañana - batalladora alba de junio, - corrí a los campos, asno, pregonando y blandiendo mi agravio, hasta que vinieron las Sabinas del suburbio y se arrojaron sobre mi pecho.


H

Todas las monstruosidades violan los gestos atroces de Hortensia. Su soledad es la mecánica erótica, su lasitud, la dinámica amorosa. Bajo la mirada vigilante de una infancia ha sido, en épocas numerosas, la ardiente higiene de las razas. Su puerta está abierta a la miseria. Allí, la moralidad de los seres actuales se descorporeíza en su pasión o en su acción - ¡Oh terrible escalofrío de los amores novicios sobre el suelo ensangrentado y por el hidrógeno claridoso! Encontrad a Hortensia.