pablo ramos
27-ago.-2008, 03:08
Como cuento en los Bueyes, ayer debía ir por un trámite a Barcelona para el que tenía cita programada a las 12,30. El amigo que me había llevado concluyó sus asuntos, y yo a la hora indicada firme como talón de oso en la puerta de la oficina correspondiente, hasta que me llamaron por mi nombre.
Hice lo que tenía que hacer, y al salir se me acerca un muchacho, unos 30 años y me pregunta si yo soy yo, cosa que, claro,soy,así que porue negarme. Era argentino,y luego de asegurarse reiteradamente que yo efectivamente era yo, me dijo que dado que hay tan pocos Pablos Ramos tenía pocas dudas, pero bueno.... Y me espetó:
- Yo soy el hijo del Gordo.
Como si uno hubiera conocido pocos gordos en su vida, a mi no se me movió un pelo en esta acelerada calvicie de memoria que tengo, de modo que encaramos para la primera cervecería, y allí nos fuimos poniendo al día. De a poquito y a través de su hijo el Gordo fue tomando forma, con su mujercita Mónica, con sus michelines y su pancarta, su paso callado pero no tanto traspasando al jóven, profesional, claro, investigador, trasplantado y amplio pero para el carajo más que su papá, cervecero como uno, gustoso de la historia y con su propia historia ya, practicante confeso de las enormes bondades del hablar al pedo pero no tanto, sabedor ya en sus años que hay que saber aprender de los que saben aunque no se comparta toda su sabihondez, editor ahora ("de cada nardo", como dicen que vos sabías decir me dijo), sabedor de que los huesos se hacen polvo pero que hay polvos que valen la pena...
Y el hijo del Gordo, tras no contadas cervezas, tras intercambiar tgeléfonos, tras fotocopiarnos un buen rato y saber los dos que por allí los caminos van para cualquier lado pero el final todos los nudos van a parar al peine, me dejó. Casi le digo "Chau, Gordo", pero no me salió. Era mejor.
Y me senté ahora para escribir esto en memoria de Ernesto Ponza, el Gordo, estudiante de periodismo en la Escuela de Ciencias de la Información de la Universidad Nacional de Córdoba, Argentina, secuestrado, desaparecido, torturado y asesinado en el Campo de Concentración de La Perla en Córdoba, Argentina, por portación de ideas de esperanza. Sus restos nunca fueron encontrados. Ni falta que hace
Hice lo que tenía que hacer, y al salir se me acerca un muchacho, unos 30 años y me pregunta si yo soy yo, cosa que, claro,soy,así que porue negarme. Era argentino,y luego de asegurarse reiteradamente que yo efectivamente era yo, me dijo que dado que hay tan pocos Pablos Ramos tenía pocas dudas, pero bueno.... Y me espetó:
- Yo soy el hijo del Gordo.
Como si uno hubiera conocido pocos gordos en su vida, a mi no se me movió un pelo en esta acelerada calvicie de memoria que tengo, de modo que encaramos para la primera cervecería, y allí nos fuimos poniendo al día. De a poquito y a través de su hijo el Gordo fue tomando forma, con su mujercita Mónica, con sus michelines y su pancarta, su paso callado pero no tanto traspasando al jóven, profesional, claro, investigador, trasplantado y amplio pero para el carajo más que su papá, cervecero como uno, gustoso de la historia y con su propia historia ya, practicante confeso de las enormes bondades del hablar al pedo pero no tanto, sabedor ya en sus años que hay que saber aprender de los que saben aunque no se comparta toda su sabihondez, editor ahora ("de cada nardo", como dicen que vos sabías decir me dijo), sabedor de que los huesos se hacen polvo pero que hay polvos que valen la pena...
Y el hijo del Gordo, tras no contadas cervezas, tras intercambiar tgeléfonos, tras fotocopiarnos un buen rato y saber los dos que por allí los caminos van para cualquier lado pero el final todos los nudos van a parar al peine, me dejó. Casi le digo "Chau, Gordo", pero no me salió. Era mejor.
Y me senté ahora para escribir esto en memoria de Ernesto Ponza, el Gordo, estudiante de periodismo en la Escuela de Ciencias de la Información de la Universidad Nacional de Córdoba, Argentina, secuestrado, desaparecido, torturado y asesinado en el Campo de Concentración de La Perla en Córdoba, Argentina, por portación de ideas de esperanza. Sus restos nunca fueron encontrados. Ni falta que hace