Los escritores bíblicos fueron tan sinceros que hasta hablaron de sus propios errores y defectos.
Por ejemplo, cuando el profeta Jonás escribió su libro, contó que había sido desobediente (Jonás 1:1-3).
De hecho, terminó su relato explicando que Dios lo corrigió, pero no intentó justificarse
diciendo que aceptó la corrección (Jonás 4:1, 4, 10, 11).
La sinceridad de los escritores bíblicos demuestra su profundo interés por la verdad.