Introducción

El texto que decidí ocupar expone un balance histórico de la Revolución Rusa, pretende remarcar los aciertos y los errores de quienes participaron en ella, y sobre todo, está escrito con la intención de incidir en la organización de las masas.

La obra del autor hace recomendaciones de índole política, lo que nos muestra su ideología y ubicándolo en su contexto nos permite analizarla. Por ello hago un repaso de la intelectualidad rusa que da origen a Lenin y explico las divergencias dentro de la disidencia, que en contra de la autocracia zarista se ubican los nihilistas y eslavófilos.

Debido a que la vida del Lenin está tan ligada a la Revolución Rusa ocupo un apartado para dichos elementos, haciendo un repaso por su biografía hasta la elaboración en 1920 de La enfermedad infantil del “izquierdismo” en el comunismo.

Para el análisis del texto ocupo tres autores: Iosif Stalin, Immanuel Wallerstein y Manuel Foyaca con ellos contrasto y defino la visión histórica de Lenin.





Nihilistas y eslavófilos

“Yo soy nada en el sentido de la vaciedad, sino la nada creadora, la nada de la cual yo mismo, en cuanto a creador creo todo”[1]

Desde el ascenso al trono de Pedro el Grande, en 1689, se inicia una apertura de la Rusia zarista hacia las ideas de occidente, particularmente hacia Holanda y Alemania, se intentan adoptar costumbres europeas y se continua la apertura de centros educativos, y de traducción para facilitar la introducción y la lectura de las obras europeas. Sin embargo donde es aún más notoria la influencia occidental, es durante el gobierno de Catalina I (1762-1796) donde las obras, por ejemplo de Voltaire, alcanzan enorme difusión en la nobleza y “sembró la indiferencia religiosa con matices deístas, acentuando las críticas a toda forma de superstición”[2]. Sin embargo esta liberalización sólo beneficia a la nobleza y perjudica a los siervos, quienes son la mayoría de la población, pues en 1726 Catalina I les quita el derecho de trabajar en manufacturas por iniciativa propia, y les prohíbe en listarse en el ejército sin autorización de su señor. Aún con un barniz de Ilustración el Estado ruso se basaba en el trabajo de los siervos campesinos ortodoxos, sosteniendo a una nobleza europeizada bajo la tutela de la autocracia zarista.

Sin embargo esta apertura incide en una naciente intelectualidad, la intelligentsia rusa, a favor de las reformas e inclusive en contra, de forma radical contra la autocracia zarista. Y en los últimos años del siglo XVIII podemos encontrar a un precursor, Alejandro N. Radíschev (1749-1802), hijo de un rico terrateniente, quien fue enviado a estudiar al extranjero y a su regreso trabaja en la burocracia, y en 1790 escribe Viaje de Petesburgo a Moscú donde expone las miserias y maltratos que reciben los mujiks (siervos de la gleba), por ello es enviado a Siberia por mucho tiempo.

Ya para el gobierno de Alejandro I se conceden reformas como la prohibición del castigo corporal en 1804, y la abolición de la servidumbre en algunas regiones del Imperio. Sin embargo la derrota de Napoleón en Moscú (1812), y con ello la posición reelevante de Rusia en la “Santa Alianza”, Alejandro I asume su posición como defensor de la monarquía, y a la difusión del liberalismo le sustituyen autores como De Maistre (crítico de la Revolución Francesa) y otros tradicionalistas franceses y alemanes. Mientras tanto, los soldados que habiendo salido de Rusia y conocieron el gobierno de otros países comenzaron a crear asociasiones secretas para derrocar a la autocracia. La muerte inesperada de Alejandro I, en diciembre de 1825, y la incertidumbre de la sucesión anima a los conjurados a dar un golpe, sin embargo el gobierno se adelanta y detiene a uno de los líderes abortando así la rebelión, Más de mil detenciones se realizaron, y se impusieron penas ejemplares: cinco descuartizados, treinta y un guillotinados y ochenta y cuatro desterrados a Siberia.

La autocracia no permite ninguna clase de disención y está sólo es desahogada por medio de la literatura, con su inseparable censura. Una serie de intelectuales armados con su pluma: Pushkin, Gogol, Tolstoi, Herzen, Bellinsky y Dostoievski entre ellos mantendrían una posición crítica al régimen, abogando por la liberación de los siervos, la limitación e inclusive la eliminación de la autocracia. Sin embargo estando de acuerdo en los objetivos, no así en el método. La intelligentsia rusa estaría dividida en occidentalistas y eslavistas.

Los occidentalistas influidos ya para mediados del siglo XVIII por lo que podríamos denominar socialismo útopico, por ejemplo Proudhon y Saint Simon (el marxismo entraría hasta los sesentas), apoyaban la propiedad comunal e idealizaban al campesino ruso, los más radicales, aquellos que inspiran el personaje de Rodión Raskólnikov, en la Novela Crimen y castigo de Dostoievski, “… consideran el gobierno y la estructura social de su país como una monstruosidad moral y política: caduca, barbara, estúpida y odiosa, y dedicaron su vida a su destrucción total”[3], su negación hacia las viejas costumbres y su incredulidad ante la iglesia ortodoxa les gana su mote de nihilistas (nihil, del latín nada) y otros sucesos históricos radicalizarían aún más su posición como “La derrota de los movimientos liberales y radicales en occidente, en 1848-1849, los confirmó en su idea de que la salvación no estaba en la política ni en los partidos políticos… En cuanto a derechos políticos… no tenían sentido ni utilidad para hombres ignorantes, semidesnudos y muertos de hambre”[4], inclusive fomentan una ferrea disciplina y una abnegación a la causa, paradojicamente religiosa en su ateísmo, ubican el bienestar social por encima del individuo, asomando la cabeza el utilitarismo, y consideran que “Los hombres educados no deben escuchar a las masas brutales e ignorantes. Las masas deben ser rescatadas por cualquier medio que se disponga, de ser necesario contra sus propios deseos, mediante el engaño, el fraude, o en último caso la violencia”[5]. Inclusive se debate el papel del Estado, si debe ser destruido o no, y adelantandose a Lenin, enuncian “…la pistola arrancada de su mano por los revolucionarios, no debe arrojarse a lo lejos, sino que debe volverse contra él”[6].