TABLERO DE AJEDREZ
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por Alejandra Correas Vazquez

1813. General San Martín en Córdoba. Esa noche. Esa primera noche. Aquélla del arribo de este misterioso visitante a quien nadie entonces conocía, mientras en su seno las aguas del Calicanto crecían desmesuradamente y comenzaban ya a desbordar. Con el “quinqué” parpadeando sobre sus cabezas y el mulatón fornido apretando su pistola. Hablando el viajero de todos sus recorridos y de los que aún le quedaban por realizar.

Sus intenciones. Su meta. Un parámetro imposible de medir todavía en aquel momento. Bajo la mirada expectante del dueño de casa., don Josep Orencio Correas de Larrea, El viajero con la consigna en su mente y sin ningún equipaje en sus manos. El era el hombre que lo traía todo en ese momento especial, cuando el rey Fernando VII de Borbón convocaba a la Santa Alianza para invadirlos. Sólo este proyecto que traía el viajero en su pensamiento, daba esperanzas y nadie podría detenerlo.... mientras afuera arreciaba con furor la tormenta.

Y ellos dos como figuras esenciales. Un momento crucial donde se definía el futuro de una nación y el devenir del Cono Sur sudamericano. Una reunión improvisada dentro del salón escarlata donde huésped y anfitrión dialogaron sin prisa, haciendo más lenta las horas y más profunda la obscuridad de la noche.

Como tablero de ajedrez en el cual se plantea una genial movida, el viajero exponía largamente sus ideas y luego entraba en un total silencio, mirando de frente a su interlocutor. Completaba un pensamiento, como quien mueve una pieza, un rey, un alfil y luego quedaba callado en total mutismo. Observando y sintiéndose observado. La lámpara del mulato angola subía y bajaba para observarlo mejor, sin que el aludido se inmutara, marcando sus facciones filosas y volviendo más extraño el trasfondo de su mirada. La noche en desvelo con intenso diálogo, dejaba entrar el espasmo en sordina de numerosos truenos lejanos, dentro de la sala carmesí.

Enmarcada en secreto esta sutil llegada del visitante a Córdoba, misteriosa y oculta entre las brumas de una cortina de agua, se constituiría con el correr del tiempo en un hecho público y conocido por las generaciones venideras. El sería demasiado importante para la patria como para ser olvidado por los cordobeses, quienes lo acogieron esperanzados en ese momento. Sólo que aquello aconteció –su fama– a posteriori de su estadía en Córdoba ... Pues apenas partió de aquí su figura agigantándose tomó un vuelo inusitado. Conmovió países y continentes. Éxitos. Fracasos. Gloria. Olvido. Restauración de memoria.

Fue en Córdoba, por ende, donde obtuvo el mayor apoyo logístico para comenzar sus gestas. El pie inicial. Donde entrevistó a estancieros, comerciantes, militares, políticos, industriales, universitarios, a gente de cultura y producción. De esta gente cordobesa mediterránea y ajena al acontecer mundial, aislada en un mundo de Finisterre, pero universitaria y constitucionalista, fue donde su genio cobró el impulso que lo haría a él, indetenible para los años venideros.

Era como visitante una presencia silente, cauta y cautelosa, que intentaba a todas luces pasar inadvertida. Que buscaba adhesión para su programa, pero que no buscaba nada para él mismo. Porque quería sembrar antes que ser admirado. En momento alguno intentó ocupar preeminencia en esta ciudad. Quiso no ser advertido con su llegada, pero fue el visitante más afamado que tuvo Córdoba en el siglo XIX.

Sería este visitante solitario, el mismo personaje que luego al partir, agradeciendo la hospitalidad con frases muy gratas en su correspondencia, conmovería a políticos y países, arrastraría masas tras de sí y se haría dueño del siglo subsiguiente,. Muy poco después de salir de Córdoba, donde su presencia intrigara tanto al envolverse él mismo en un manto de misterio, entró de golpe en un vórtice de fama internacional.

Pero cuando fue hospedado luego de arribar una noche de lluvia, no se formuló aclaración alguna mientras fue un huésped. Compartió el anfitrión durante ese periodo, el secreto que traía el visitante sólo con su guardaespaldas, el mulato gigante. Todos los otros pasos que el recién llegado dio entre personas muy conocidas por la ciudadanía, mantuvieron ese mismo sigilo. Los cordobeses esperaban por aquel tiempo no volver a ser acusados de connivencia “bonapartista”, con sangre ilustre derramada. Pero deseaban luchar otra vez por una Constitución, y veían con sumo agrado que ahora toda la nación como ellos, se opusiera a Fernando VII y su absolutismo.

Apoyaban esa esperanza. Por ello confiaron de que este visitante, hombre venido de una Europa moderna, liberal y progresista, la trajera en sus bolsillos. No iban a equivocarse.

Las familias cordobesas que lo agasajaron casi en susurro –y no sólo la familia Correas de Larrea que lo hospedó a su llegada– tardarían mucho tiempo en arribar a esa comprensión final. Fue muy valioso el papel que les tocó en suerte protagonizar dentro de la historia --sin ellas saberlo-- pues el forastero era demasiado enigmático y reservado. Esa figura extraña que estuvo mateando con todas las damas cordobesas y partió con sus saludos de despedida, volvería luego hacia ellas, completamente engrandecida.

Y en ese interior doméstico, de gente con tradición aristocrática pero de una vida sencilla y muy simple, iban más adelante, con el tiempo y los años a preguntarse ... ¿Era él? ¿Es el mismo? ¿Ese era nuestro huésped? ¿Ese era nuestro visitante silencioso? ¡Pues ellas habíanlo tenido entre sus paredes sin darse cuenta de nada! ... Así son las sorpresas que propone a la gente sencilla : El Destino.

BRINDIS CON EL VINO DEL REY

Aquella noche imborrable de la llegada, entre el viajero empapado e imperturbable, dueño de sendas y caminos, de postas y laberintos, de puertos incontables, de mares y cabalgatas... Junto al estanciero y bodeguero que dábale alojamiento todo había sido ya expuesto sobre la mesa. Aconteció como en los hechos de magia. La magia histórica que luego de ello vendría.

Iba clareando aquella noche tormentosa que intentaba concluir, mientras concluían también las explicaciones. Iba clareando aunque la lluvia era aún indoblegable, quizás con la misma fuerza tenaz que ponía a dicho viajero en acción. Caía sin pausa ...Era como él... Tenía su constancia. Su carácter. Su perseverancia. Cauta, estable e inamovible. San Martín había llegado a Córdoba de incógnito, a cambiar el rumbo de todas las cosas.

Allá a lo lejos, detrás del océano, un rey absolutista llegado desde el exilio –Fernando VII– abolía la Constitución y llamaba a la Santa Alianza para invadir las tierras del Imperio Español de Ultramar, las cuales ya no se sometían a una monarquía absoluta sin derechos constitucionales. Pues el pensamiento de Rousseau había penetrado ahora la piel de todos los hombres hispanoamericanos del siglo XIX.

Pero en aquella noche cordobesa, dentro del salón rojo carmesí rodeado por una empalizada de agua, con los cristales empañados donde había amanecido antes de llegar el día, todo era enjundia y emociones. Dos espíritus prestos para el progreso se habían aunado para iniciar la gran gesta y defender los principios modernos del hombre nuevo.

¡Sí! ... ¡Era el momento de brindar por el futuro!. En ese instante cumbre y considerando que todo el mazo de cartas había sido ya extendido sobre la mesa, el anfitrión, Don Josep Orencio Correas de Larrea le dijo entonces con alegría y alivio, a su huésped :

—“¿Quiere usted caballero llegado bajo la lluvia desde tan lejos hasta mi casa, trayéndome tan buenas nuevas, Don José Francisco de San Martín y Matorras, servirse esta copa con el Vino del Rey?”

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