AKHENATÓN, EXODO O EXILIO
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(Egipto – XVIII dinastía)

por Alejandra Correas Vázquez


Akhenatón, el hijo del Círculo, el joven visionario que irrumpió en la Historia como una antorcha, se fue por el Horizonte como un cometa. Como un pensador que abría al mundo los misterios y que se constituyó él mismo, en una figura mistérica. Alguien cuyo nacimiento conocemos en todos los detalles, y cuyo final nos es absolutamente desconocido.

La totalidad de los personajes que podemos contemplar en la revolución amárnica de Atón, los compañeros, consejeros e inspiradores de Akhenatón, junto con la población completa de la ciudad del Horizonte del Círculo (Akhet-Atón), se apartan de la vista de los hombres, del recuerdo de la Historia... de improviso.

Los intérpretes de la gran revolución atonista, los grandes mensajeros del panhumanismo internacional, se evaporan en masa llevados por un “carro de fuego” como en las mitologías. O volatilizados por un elemento mágico. Tantos nombres y personajes que colocaron su impronta, sus líneas, su presencia viva, y de quienes hacia adelante no queda huella alguna.

Como obra de una fantástica proeza donde el Logos Solar que conducía, los hubiese llamado junto a él en su seno prodigioso, ellos desaparecen. Estos jóvenes inspirados que buscaban aclarar el sentido lógico de la existencia (en la más pura concepción de Lucrecio) dejaron a la posteridad el insondable misterio de su partida.

Nada hay más intrigante que el fin de todos ellos. Toda la industria fabril de la ciudad de Akhet-Atón se paraliza en un momento dado, sin dar señales de violencia. Los hornos de las fábricas de vidrio fueron abandonadas en pleno funcionamiento, dejando a las parrillas (que encontrarían los arqueólogos del futuro) repletas de piezas a medio fundir. Demostrando con ello que estaban encendidas en el momento clave de la marcha.

Tuthmosa con sus discípulos, el genial artista creador de la cabeza de Nefertiti que todos admiramos, dejó su taller completo sin llevarse nada consigo. Obras concluidas. Otras a medio concluir. Algunas apenas comenzadas. Diseños. Moldes sin vaciar. La variedad completa de un atelier en plena productividad, apareció ante los ojos del excavador alemán que las trasladaría a Berlín (a comienzos del siglo XX) tal como estaban en el último día... ¡En el último instante que aquel recinto de honda creatividad cobijara a su intérpretes!

Aquello más que un Exodo fue una fuga masiva. Un exilio voluntario. Akhet-Atón era una ciudad de fábula, soberbia, multitudinaria, con parques, paseos, artistas, profesionales, baños públicos, piscina olímpica, edificios, barrios obreros, casas de empleados y artesanos, habitada por una multitud internacional de seguidores del Círculo... y evacuada en un instante. Sin aviso previo. Sin equipaje. Sin pillaje. Sin masacre. Sin souvenir alguno. Sus habitantes abandonaron allí mismo los servicios de la vida diaria. Cocinas completas. Comida servida que nadie consumió. Mobiliarios. Todos sus implementos domésticos y más imprescindibles. Los animales en su corral. Una Pompeya sin Vesubio. Pero al revés, son los seres humanos los que de aquí desaparecen.

Es el mágico castillo de la Bella Durmiente, congelado en el tiempo, en el que hallamos por completo ausentes a sus personajes que han partido sin despedirse de nosotros. Sin un adiós. Ni tan siquiera una lágrima. Dejándonos en el asombro más acuciante, con la perennidad de su pensamiento atonista inscripto en sus paredes.


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