[EL DIOS EMOTIVO, comentario 29]
Se han difundido varios documentales científicos y se han publicado muchos artículos recientes que muestran, con cada vez más insistencia, que las decisiones son fundamentalmente emocionales; es decir, es la emoción la que mueve a tomar la decisión, y no la razón o el raciocinio. Por lo visto, el raciocinio puro actuaría como un conserje acomodador que sirve para llenar ordenadamente una enorme base de datos en donde se encuentran todas las posibles opciones, estudiadas hasta el más mínimo detalle (desde lo presumiblemente absurdo, desde un punto de vista emocional, hasta lo hipotéticamente relevante), pero sin emerger de la más absoluta frialdad analítica y sin compromiso alguno con cualquiera de dichas alternativas. De ahí que el verdadero desafío que se presenta para la creación de inteligencia artificial es la elaboración de algún mecanismo eficaz que pueda dotar de emoción a la máquina, de tal manera que ésta sea capaz de tomar decisiones por sí misma. Pues, de otra manera, la inteligencia artificial se quedaría relegada a lo que pudiéramos llamar un “sistema experto”, esto es, a una enorme y sofisticada base de datos que contiene toda la experiencia de un grupo de individuos versados en determinado campo del saber y cuya criteriología de decisión no sería más que el reflejo informatizado de la toma de decisiones humana del equipo técnico que diseñó dicho sistema y/o el de los expertos que contribuyeron con sus conocimientos. Al presente, parece que se ha conseguido un esbozo robótico que simula emociones, aunque dicha simulación parece estar todavía muy lejos de una emotividad virtual equiparable a la emotividad antrópica. Y toda tentativa de creación de inteligencia artificial autónoma (capaz de aprender y pensar por sí misma) parece haber entrado últimamente en una situación de “calma chicha”, tajantemente frenada por la insuficiente plataforma tecnológica disponible y por las mayúsculas incógnitas que se están acumulando acerca de la intríngulis cerebral que da lugar a la capacidad intelectual humana.