Miro a la soledad cubierta con un manto de estrellas, camina silenciosa pero con una altivez que deslumbra a mis ojos. ¡Me llama, me llama! ¿Hago caso a su llamado, la ignoro, le muestro la lengua mientras cierro la ventana? Sucede que no puedo dejar de mirarla. Sus ojos son dos lunas que iluminan mi oscuridad, su sonrisa es una ola de luminosidad que aclara a mi corazón, su andar es cadencioso con un vaiven que invita a bailar, sus manos son dos abanicos que refrescan mi memoria, sus labios pertenecen a esa clase de frutos frescos y carnosos que endulzan la vida, su mirada es triste, pero bella como solo puede ser una hoja fresca en el desierto, pero su corazón es lánguido, un poco frío como piel de reptil. Me convence de salir, pero solo le daré un beso en la mejilla, tal vez uno en su boca, para que no hable, que no susurre esa melodía que enamora a los suicidas. Vuelvo en un rato, solo un momento será mi ausencia, eso espero...