Lo curioso del caso es que según el NT, los judíos estaban esperando al Mesías en ese tiempo:


Mat.2:1 Después que Jesús hubo nacido en Belén de Judea en los días de Herodes el rey, ¡mire!, astrólogos de las partes orientales vinieron a Jerusalén, 2 diciendo: “¿Dónde está el que nació rey de los judíos? Porque vimos su estrella [cuando estábamos] en el Oriente, y hemos venido a rendirle homenaje”. 3 Al oír esto, el rey Herodes se agitó, y toda Jerusalén junto con él; 4 y, habiendo reunido a todos los sacerdotes principales y a los escribas del pueblo, se puso a inquirir de ellos dónde había de nacer el Cristo. 5 Ellos le dijeron: “En Belén de Judea; porque así ha sido escrito por medio del profeta: 6 ‘Y tú, oh Belén de la tierra de Judá, de ninguna manera eres la [ciudad] más insignificante entre los gobernadores de Judá; porque de ti saldrá uno que gobierne, que pastoreará a mi pueblo, Israel’”.


Juan 1:35 De nuevo, al día siguiente, Juan estaba de pie con dos de sus discípulos, 36 y al mirar a Jesús que iba andando, dijo: “¡Miren, el Cordero de Dios!”. 37 Y los dos discípulos le oyeron hablar, y siguieron a Jesús. 38 Entonces Jesús se volvió y, al ver que lo seguían, les dijo: “¿Qué buscan?”. Ellos le dijeron: “Rabí (que, traducido, significa Maestro), ¿dónde estás alojado?”. 39 Les dijo: “Vengan, y verán”. Por lo tanto, fueron y vieron dónde estaba alojado, y se quedaron con él aquel día; era como la hora décima. 40 Andrés el hermano de Simón Pedro era uno de los dos que oyeron lo que Juan dijo y siguieron a [Jesús]. 41 Primero halló este a su propio hermano, Simón, y le dijo: “Hemos hallado al Mesías” (que, traducido, significa Cristo). 42 Lo condujo a Jesús. Cuando Jesús lo miró, dijo: “Tú eres Simón, hijo de Juan; tú serás llamado Cefas” (que se traduce Pedro).

... 4:16 Él le dijo: “Ve, llama a tu esposo y ven a este lugar”. 17 En respuesta, la mujer dijo: “No tengo esposo”. Jesús le dijo: “Bien dijiste: ‘No tengo esposo’. 18 Porque has tenido cinco esposos, y el que ahora tienes no es tu esposo. Esto lo has dicho verazmente”. 19 Le dijo la mujer: “Señor, percibo que eres profeta. 20 Nuestros antepasados adoraron en esta montaña; pero ustedes dicen que en Jerusalén es el lugar donde se debe adorar”. 21 Jesús le dijo: “Créeme, mujer: La hora viene cuando ni en esta montaña ni en Jerusalén adorarán ustedes al Padre. 22 Ustedes adoran lo que no conocen; nosotros adoramos lo que conocemos, porque la salvación se origina de los judíos. 23 No obstante, la hora viene, y ahora es, en que los verdaderos adoradores adorarán al Padre con espíritu y con verdad, porque, en realidad, el Padre busca a los de esa clase para que lo adoren. 24 Dios es un Espíritu, y los que lo adoran tienen que adorarlo con espíritu y con verdad”. 25 La mujer le dijo: “Yo sé que el Mesías viene, el que se llama Cristo. Cuando llegue ese, él nos declarará todas las cosas abiertamente”. 26 Jesús le dijo: “Yo, el que habla contigo, soy ese”.


Revisando nuestras publicaciones para saber un poco lo que se ha investigado sobre el punto de vista judío sobre la profecía de las setenta semanas, encontré un artículo que dice lo siguiente:


Punto de vista judío.

El texto masorético, que contiene una puntuación vocálica, se preparó en la segunda mitad del I milenio E.C. Seguramente debido a que no aceptaban a Jesús como el Mesías, los masoretas puntuaron el texto hebreo en Daniel 9:25 con un ʼath·náj, o “acento pausante”, después de “siete semanas”, de modo que separaron las “siete semanas” de las “sesenta y dos semanas”; por consiguiente, las sesenta y dos semanas de la profecía, a saber, cuatrocientos treinta y cuatro años, parecen aplicar al tiempo de la reconstrucción de la antigua Jerusalén. Por ello, algunas traducciones judías leen de manera semejante a la siguiente: “Sabe pues y ten en cuenta que desde que salga la orden para restaurar y reedificar a Jerusalén hasta la venida de un ungido, un príncipe, habrá siete semanas, [el acento pausante se representa aquí por una coma] y en sesenta y dos semanas será reconstruida con plaza, y foso, pero en tiempos difíciles” (MK).

El profesor E. B. Pusey hace la siguiente observación sobre el punto masorético en una nota a un discurso presentado en la universidad de Oxford: “Los judíos pusieron el acento pausante principal del versículo bajo שִׁבְעָה [siete], para separar los dos números, 7 y 62. Debieron hacer esto deshonestamente, למען המינים (como dice Rashi [un importante rabí judío de los siglos XI y XII E.C.], al rechazar exposiciones literales que favorecían a los cristianos), ‘por causa de los herejes’, i. e., los cristianos. Pues así dividida, la última cláusula solo podía significar ‘y durante sesenta y dos semanas las calles y los muros serán restaurados y reedificados’, es decir, que Jerusalén sería reedificada durante 434 años, lo cual no tendría sentido”. (Daniel the Prophet, 1885, pág. 190.)

En cuanto a Daniel 9:26 (MK), que lee en parte: “Y después de las sesenta y dos semanas será cortado un ungido y no será más”, los comentaristas judíos aplican las sesenta y dos semanas a un período que llega hasta la época macabea, y el término “ungido”, al rey Agripa II, que vivía cuando Jerusalén fue destruida en el año 70 E.C. Otros dicen que era un sumo sacerdote llamado Onías, al que Antíoco Epífanes depuso en 175 a. E.C. La aplicación de la profecía a cualquiera de estos dos hombres la desposeería de verdadera importancia, y la discrepancia cronológica de estos acontecimientos con respecto a las sesenta y dos semanas la haría completamente inexacta. (Véase Soncino Books of the Bible [comentario sobre Da 9:25, 26], edición de A. Cohen, Londres, 1951.)

Intentando justificar su punto de vista, los eruditos judíos dicen que las “siete semanas” no son siete veces siete, o cuarenta y nueve años, sino setenta años, aunque siguen contando las sesenta y dos semanas como siete veces sesenta y dos, es decir, cuatrocientos treinta y cuatro años. Aplican ese tiempo al período del exilio babilonio. Hacen de Ciro, Zorobabel o el sumo sacerdote Josué el “ungido” de este versículo (Da 9:25), mientras que consideran que el “ungido” de Daniel 9:26 es otra persona.

La mayoría de las versiones españolas no siguen la puntuación masorética en este versículo. O bien tienen la conjunción “y” o una coma después de la expresión “siete semanas”, o bien indican en la redacción que las sesenta y dos semanas siguen a las siete como parte de las setenta, sin dar a entender que las sesenta y dos semanas apliquen al tiempo de la reconstrucción de Jerusalén. (Véase Da 9:25 en BAS, BJ, BR, Mod, NM, TA, Val.) Una nota editorial de James Strong en el Commentary on the Holy Scriptures, de Lange (Da 9:25, nota, pág. 198), dice: “La única justificación de esta traducción, que separa los dos períodos de siete semanas y sesenta y dos semanas y considera la primera como el terminus ad quem del Príncipe Ungido, y la última como el tiempo de la reconstrucción, está en la puntuación masorética, que coloca el Athnaj [acento pausante] entre los dos [...], y esta traducción implica una construcción forzada del segundo período, que está sin preposición. Por lo tanto, es mejor y más sencillo adherirse a la Versión Autorizada, que sigue todas las traducciones más antiguas” (edición de P. Schaff, 1976).

Se han expuesto muchos otros puntos de vista, algunos mesiánicos y otros no, en cuanto al significado de esta profecía. Debe notarse a este respecto que el texto de la Septuaginta que aparece en la copia más antigua que existe tergiversa de manera importante el texto hebreo. Como explicó el profesor Pusey en su obra Daniel the Prophet (págs. 328, 329), el traductor falsificó los períodos de tiempo mencionados y también añadió, alteró y cambió el lugar de las palabras a fin de que la profecía apoyara la lucha macabea. Esta traducción, que obviamente está manipulada, se ha sustituido en la mayoría de las ediciones actuales de la Septuaginta por la de Teodoción (docto judío del siglo II E.C.) que se ajusta al texto hebreo.

Algunos intentan cambiar el orden de los períodos de la profecía, mientras que otros los yuxtaponen o niegan que tengan un cumplimiento temporal. Pero los que presentan tales puntos de vista enmarañan de tal modo la explicación, que llegan a conclusiones absurdas o niegan la inspiración y veracidad de la profecía. Sobre estos últimos puntos de vista, que crean más problemas de los que solucionan, el erudito supracitado, E. B. Pusey, observa: “Estos eran los problemas que la incredulidad no podía resolver; tenía que resolverlos a su manera, lo que hasta cierto grado era más fácil, pues no hay nada que sea imposible que la incredulidad crea, excepto lo que Dios revela” (pág. 206).