Introducción
El tema de las haciendas en México y la revolución, cuyo vínculo es evidente en la reforma agraria, está inevitablemente ligado a la concepción de la gran propiedad que comenzó a gestarse antes de la Revolución Mexicana. Para este trabajo ocupo la obra Los grandes problemas nacionales[1] de Andrés Molina Enríquez, que publicada en 1909 expone los obstáculos que enfrenta el país para su desarrollo, entre ellos el de la población, la irrigación, el crédito y el político. En este trabajo destaco el de la propiedad, que al igual que los anteriores se encuentra condicionado, en la obra de Molina Enríquez, a la intrincada red de intereses que rodean a Porfirio Díaz, es decir, en el amiguismo que define a los grupos beneficiados dentro de las problemáticas mencionadas.
Para contrastarlo empleo el trabajo de Alejandro Tortolero titulado Notarios y agricultores[2], que publicada casi cien años después, con estudios de caso difiere en algunos de sus resultados respecto a las tesis de Molina Enríquez, pero en otros los confirma dando así una revaloración de la gran propiedad, uno de los grandes símbolos del Porfiriato y contra el que facciones revolucionarias lucharon.


La hacienda
La gran propiedad en México presenta características particulares, mientras en Europa es de algunas decenas de hectáreas, con suerte, las mexicanas son de miles. Es en esa condición que se construyen conceptualizaciones en torno a la hacienda, como un lugar de brutal explotación, fuente descomunal de riqueza para el hacendado, símbolo de la tiranía del dictador Porfirio Díaz y del que sale la ira justiciera que derroca al dictador.
Para Molina Enríquez, abogado que fungió como notario en el Estado de México, la propiedad en México “… guarda ahora la misma situación que la vinculada antes de la independencia”[3] sin cambios en su funcionamiento interno, sin nueva tecnología que permita aumentar la productividad y que únicamente intenta incrementar la producción por medio de la agricultura extensiva, no se intentan nuevas técnicas de cultivo, pues a la hacienda sus dueños la mantienen más “… por espíritu de dominación que por propósitos de cultivo…”[4], para poder decir al visitante con orgullo “Todo lo que ves desde aquí, haciendo girar la vista a tu alrededor, es mío…”[5], es con esas características que el hacendado no trabaja su hacienda, debido a que “… es porque entre nosotros el hacendado, como buen criollo, no es agricultor, sino, por una parte, señor feudal y por otra rentista; el verdadero agricultor entre nosotros es el ranchero”[6] y deja a sus administradores las responsabilidades que derivan de su propiedad, dedicándose a medievales actividades pues no le interesa aumentar su productividad por su desinterés en el mercado, pues como señor feudal se acomoda mejor en la autarquía y manteniéndose fuera del comercio: “No hace dentro de su hacienda ferrocarriles, ni caminos ni puentes; si piensa en grandes riesgos, procura que sea el gobierno sea el que haga las obras respectivas”[7].
Sin embargo, es necesario mencionar que la hacienda colonial se desarrolló para provisionar a centros urbanos en desarrollo y actividades mineras, por otro lado “la hacienda porfirista se orientó principalmente a la producción de bienes destinados a mercados domésticos internacionales, ubicados en un sistema económico de capitalismo industrial”[8] que además producen alimentos para ciudades en constante crecimiento.
Si consideramos las grandes entradas de capital, tanto estadounidense como europeo, que recibió México durante el Porfiriato podemos ubicar su destino en industrias como el petróleo (Standard Oil, El Águila, etc.), la minería (Guggenheim, Rotschild, etc.), el ferrocarril nacionalizado en 1908 por el dictador Díaz, o bien los bancos de origen extranjero que invirtieron en un suelo que ofrecía buenas ganancias, y atendiendo a Lenin “El imperialismo es el capitalismo en la fase de desarrollo en la cual ha tomado cuerpo la dominación de los monopolios y del capital financiero, ha adquirido una importancia de primer orden la exportación de capital, ha empezado el reparto del mundo por los trust internacionales y ha terminando el reparto de todo el territorio del mismo entre los países capitalistas más importantes”[9], podemos vislumbrar el mundo donde las empresas que concentran en sí todas las fases de producción desplazan a aquellas que sólo disponen de algunos o sólo uno, y necesitan exportar su capital buscando mejores ganancias, y que en pocos años se enfrentarán en la más grande catástrofe militar de la época.
Para atraer el capital que permitió al país modernizarse y poseer una industria, que aún con sus limitaciones ante Estados Unidos, era sobresaliente y avanzada en comparación con Latinoamérica con un crecimiento del producto nacional bruto entre 8 y 15% anual entre 1880 y 1910, el régimen de Díaz se valió de la represión necesaria para poder pacificar al país, y lograr una acumulación de capital para emprender obras de infraestructura y educación. Para controlar al país que durante el siglo XIX tuvo una conflictiva vida política, escogió a los caudillos y caciques que manteniendo la paz y dentro de las ordenanzas del dictador controlaran áreas y negociaran con los grupos de poder de sus respectivas regiones, Bernardo Reyes es un buen ejemplo.
Y por otro lado permite a los poseedores de capital tener una capacidad de maniobra, sobre todo a sus más cercanos y amigos, como denuncia Molina Enríquez.
¿Es este el escenario donde existen feudos, señores y relaciones de vasallaje que la simplificación ha dibujado?
Es en el distrito de Chalco donde se ubica una uno de los casos estudiado por Tortolero, donde la mayoría de sus habitantes se asientan sobre las orillas del lago y la montaña, para 1890 se encuentran 31 haciendas y 15 ranchos que comparten las mejores tierras, el agua y las vías de comunicación, y en oposición a la tesis de Molina Enríquez, encuentra como en la región se realizan mejoramientos de semillas, introducción de maquinaría y este desarrollo se apoya también, en la creación de una Escuela Regional de Agricultura, además a “A las anteriores hay que agregar mejores graneros para almacenar los cereales, cambios en los sistemas de moliendas con la introducción de sistemas de cilindros, instalación de energía como el vapor, construcción de obras de irrigación, cambios en los métodos de explotación”[10], sin embargo al observar cómo afecta la hacienda en la vida de los habitantes ribereños encontraremos aciertos en algunas posiciones de Molina Enríquez.
En 1894, Iñigo Noriega, un importante hacendado de la región, hace una solicitud al secretario de Estado y del Despacho de Comunicaciones y Obras Públicas, con el fin de abrir un canal que vierta las lagunas del lago de Chalco en el de Texcoco, en pocas palabras desecar el lago de Chalco y “Demandan que su obra se declare de utilidad pública, con facultad para expropiar los terrenos necesarios para la ejecución de obras”[11] pues argumentan que después de realizar las obras, las propiedades vecinas elevarían su valor. La expropiación implicó para los pueblos vecinos, la necesidad de pedir autorización al hacendado para poder transitar por su propiedad, lo que provoca una dinámica clientelar en la que es común, que el hacendado solicite trabajo en su hacienda a cambio del derecho de transito en ella, lo que provoca que en testimonios se refieran al dueño de la hacienda “La Compañía”, Iñigo Noriega, como “el gran Terrateniente que no nos dejaba pasar por sus fincas”[12]. El autor de Notarios y Agricultores expone como la amistad entre Iñigo Noriega y Porfirio Díaz le permite obtener sus peticiones, sin embargo, en lugar de conceder 30 años de exenciones de impuestos, sólo otorga 20, se concede el introducir maquinaria sin pagar impuestos, pero no la posibilidad de hacerlo con material agrícola.