“LA PINTURA RUPESTRE”

El ciervo misterioso que quiso el hechicero sobre esa roca triste, entre las sombras, aguarda aquellas danzas de tribus cuyos nombres no pueden pronunciarse en nuestra lengua. Después de los milenios, mantiene su bravura, pintado en las paredes cavernosas, dejado en el silencio maldito de las grutas que fueron olvidadas por los siglos.
Diréis que, silencioso, sumido en ese sueño, sucumbe, como muchos, al engaño, si espera que regresen las gentes que no viven, aquellos de los tiempos del Neolítico. Y aquellos de los tiempos que huyeron como el agua no habrán de regresar, ni el hechicero, el sabio que solía hacer brebajes raros, camino a la morada de los dioses.
Vosotros lo hallaréis en esa cueva umbría, donde otras gentes fueron a adorarlo, donde otras gentes vieron sus cuernos atrevidos, la fuerza y la grandeza en la berrea. Y así imaginaréis que en él está el aliento más regio de los bosques de la zona, los densos castañares, los bosques de avellano que ayer vieron el brillo del crepúsculo.
Pensad que en ese ciervo que aguarda, misterioso, dormido en esa noche interminable, parecen tomar fuerza recuerdos de otros días que habrán de interpretar hombres más sabios. Acaso los arqueólogos nos digan la verdad del tiempo que se agolpa en las paredes en las que veis al ciervo, cansado de los siglos y de esa noche triste en la que espera.
Milenios nos separan de aquella raza vieja, de gentes que dejaron sus vestigios y huyeron, en silencio, por los atajos tristes que quieren los olvidos caprichosos. Y pueden ser emblema del hombre actual, sus signos, su forma de expresarse en dura roca: el caso es que no quedan sino esos ciervos ciegos, tras siglos de silencio en esa gruta.
Y así, cuando os abrume pensar lo que es el tiempo, habréis de comprender al viejo ciervo, pues muere en esa noche igual que el signo triste que nada significa sin ser visto. Y habrá de tomar vida si veis, en lo profundo, sus trazos, en la noche de la cueva, lugar donde lamenta las horas dolorosas y el duelo de un castigo interminable.


2014 © José Ramón Muñiz Álvarez