José Ramón Muñiz Álvarez
"LAMENTOS DE UNA INFANCIA SIN CASTILLOS"

Los días de la infancia retornan nuevamente, si se abren con cuidado las páginas del libro del recuerdo, las páginas del libro más sagrado, del libro en que quedaron, para siempre, los rezos de otros días, los cuentos y romances, los juegos de niñez por las aceras que siguen, sin apuro, hacia los bosques. Y aquellos castañares y bosques de eucaliptos que había a las afueras tenían los encantos de una fuente sin hadas y sin elfos, sin dragones, sin cuélebres que llenen de misterio, y acaso de peligro, las horas de aventura que quedan ya muy lejos de los parques, de arenas, toboganes y columpios. Por eso yo recuerdo aquellas tardes mágicas, perdido entre el helecho del denso sotobosque, en la arboleda, buscando los caminos que se pierden, andando aquellas sendas sin concierto, queriendo otra aventura, queriendo, como un niño, dar caza a las ardillas y milanos que pueblan los lugares de la zona.

Le faltan los castillos quizás a esta niñez que digo impertinente, mas no las viejas torres del antaño, los castros y sus piedras enterradas, los moros de los tiempos ancestrales, islámicos tal vez (lo cierto es que supongo que nada hay en común entre estos seres y aquellos invasores islamitas). Mi infancia sin castillos no impide que los sueñe, que sueñe bosques densos que quieren recibirme y me reciben con la paternidad que siempre es propia del mundo en que nos mira, el escenario que sabe hablarnos siempre de todo lo que somos y todo lo que pudo sucedernos en un reino de magia como es este. Mi infancia sin castillos me llena de poesía, y toda la poesía que nace de mí mismo es solamente tomar algunas notas escuchando las voces del arroyo, que repite... su canto interminable, su llanto interminable, como un rumor que enciende nuestras horas y vuelve a repetirnos sus discursos.

Los versos que susurra la voz de los arroyos nos habla de otros días, de tiempos muy lejanos, de esos tiempos que hubieron de vivirse intensamente y al fin quedaron solos y apartados, dejados al olvido, sumidos en la nada, para volver a ser, con la corriente, el agua del arroyo que regresa. Por eso los antiguos supieron que el riachuelo pudiera ser imagen del mundo, de la vida y del recuerdo que anida y que subsiste, contra todo, como los cambios mismos del paisaje, como los cambios mismos del alma que regresa, que torna a la niñez perdida a veces, para reconciliarse con su espíritu. El canto del arroyo, la voz del arroyuelo pudiera ser poema, pudiera ser el curso de los versos que lleva el agua pura y cristalina, sin rima y sin color, solo un murmullo de acentos que repiten sucesos de otras veces, los tiempos de los juegos infantiles en esa Asturias llena del hechizo.

(...)

http://jrma1987.blogspot.com

2017 © José Ramón Muñiz Álvarez